El gobierno secreto que
dirige los Estados Unidos
por Peter
Dale Scott, Red Voltaire
En un libro que por fin se
publica en francés, el profesor Peter Dale Scott recorre la historia del
«Estado profundo» en Estados Unidos, o sea la estructura secreta que dirige la
política exterior y la política de defensa de ese país más allá de las apariencias
democráticas. Este estudio ofrece la ocasión de poner bajo los reflectores al
grupo que organizó los atentados del 11 de septiembre y que se financia a
través del tráfico mundial de droga. Se trata de un libro de referencia cuya
lectura aconsejan ya las academias militares y diplomáticas.
Nacido en Montreal en 1929, Peter Dale Scott es un ex diplomático, poeta y autor canadiense. Es también profesor emérito de Literatura Inglesa en la Universidad de Berkeley, estado de California. Es conocido por sus posiciones contra la guerra y por sus críticas sobre la política exterior de Estados Unidos. Peter Dale Scott es además un autor y analista político reconocido tanto por la crítica como por sus colegas, entre los que se encuentra su amigo Daniel Ellsberg, reconocido a su vez como «el hombre que hizo caer a Nixon».
Red Voltaire: Profesor Scott, sabiendo que su trabajo no dispone aún de la
notoriedad que debería tener el mundo francófono, ¿pudiera usted comenzar
proporcionándonos una definición de qué es la «la Política profunda» (Deep
Politics) y explicándonos la diferencia entre lo que usted llama el «Estado
profundo» y el «Estado público»?
Peter
Dale Scott: La expresión «Estado profundo»
viene de Turquía. Hubo que inventarla en 1996, después del accidente de un auto Mercedes que
rodaba a toda velocidad y cuyos pasajeros eran un miembro del parlamento, una
reina de belleza, un importante capitán de la policía local y el principal
traficante de droga de Turquía, quien dirigía además una organización
paramilitar –los Lobos Grises–
que asesinaba gente. Se hizo entonces evidente que existía en Turquía una
relación secreta entre la policía –que oficialmente estaba buscando al hombre
que finalmente se encontraba en aquel auto con un jefe de la policía– y
aquellos individuos, que cometían crímenes en nombre del Estado.
El Estado para el que se
cometen crímenes no es un Estado que puede mostrar su propia mano al público.
Es un Estado escondido, una estructura secreta. En Turquía lo llamaron el «Estado profundo» [1], y
yo mismo venía hablando desde hace tiempo de «Política profunda», así que
utilicé esa expresión en mi libro «La Route vers le Nouveau Désordre Mondial»
[En español, El Camino hacia el Nuevo Desorden Mundial. NdT.].
Yo definí la política
profunda como el conjunto de prácticas y de disposiciones políticas,
intencionales o no, habitualmente criticadas o no mencionadas en el discurso
público, además de no reconocidas. O sea que la expresión «Estado profundo»
–concebida en Turquía– no es cosa mía. Se refiere a un gobierno paralelo secreto
organizado por los aparatos militares y de inteligencia, financiado por la
droga, que se implica en acciones de violencia de carácter ilícito
para proteger el estatus y los intereses del ejército de las amenazas que
representan los intelectuales, los religiosos y en ocasiones el gobierno
constitucional.
En el libro El
Camino hacia el Nuevo Desorden Mundial, yo adapto un poco esa expresión
para referirme a la más amplia conexión que existe, en Estados Unidos, entre el
Estado público constitucionalmente establecido, por un lado, y las fuerzas
profundas que se mueven en segundo plano de ese Estado: las fuerzas de la
riqueza, del poder y de la violencia que están fuera del gobierno. Esa conexión podríamos llamarla la «puerta trasera» del Estado público,
[puerta] que sirve de acceso a fuerzas oscuras situadas fuera del marco legal.
La analogía con Turquía no
es perfecta ya que lo que actualmente hemos podido observar en Estados Unidos
no es tanto una estructura paralela sino más bien una amplia zona o ambiente de
contactos entre el Estado público y fuerzas oscuras invisibles.
Pero esa conexión es considerable, y se necesita una apelación como «Estado
profundo» para describirla.
Red
Voltaire: Usted escribió su libro, El
Camino hacia el Nuevo Desorden Mundial, en momentos en que el régimen de Bush
se hallaba en el poder y después lo reactualizó con vistas a la traducción al
francés. ¿Piensa usted que el Estado profundo se ha debilitado, lo cual
favorecería al Estado público, como resultado de la elección de Barack Obama?
¿O, por el contrario, se ha reforzado con la crisis y con la actual
administración?
Peter
Dale Scott: Después de 2 años de presidencia de
Obama, tengo que llegar tristemente a la conclusión que la
influencia del Estado profundo, o más exactamente de lo que yo llamo en mi
último libro «La Máquina de Guerra estadounidense» (American War
Machine), ha seguido extendiéndose, como lo ha hecho bajo cada
presidente de Estados Unidos desde la época de Kennedy.
Un importante síntoma de
ello es la manera en que Obama, a pesar de su retórica de campaña, ha seguido
ampliando el campo de aplicación del secreto dentro del gobierno de Estados
Unidos y como ha seguido castigando a quienes lanzan llamados de alerta: su
campaña contra Wikileaks y
contra Julian Assange, quien ni siquiera ha sido inculpado aún por el menor
crimen, no tiene precedentes en la historia de Estados Unidos. Yo sospecho que
el miedo a la publicidad que se percibe en Washington viene de que existe la
conciencia de que las políticas de guerra de Estados Unidos están cada vez más
desvinculadas de la realidad.
En Afganistán, Obama parece haber
capitulado ante los esfuerzos del general Petraeus y de otros generales que
querían garantizar que las tropas estadounidenses no comenzaran a retirarse de
las zonas de combates en 2011, como había adelantado Obama cuando autorizó un
aumento del número de soldados en 2009. El último libro de Bob Woodward, que se
titula Obama’s Wars (Las guerras de Obama), reporta que durante
aquel largo combate que se produjo dentro de la administración para determinar
si había que decidir una escalada militar en Afganistán, Leon Panetta, el
director de la CIA, le aconsejó a Obama que «ningún presidente democrático
puede ir en contra de los consejos del ejército… Así que hágalo. Haga lo que
ellos le dicen.» Obama dijo recientemente a soldados estadounidenses en
Afganistán: «Ustedes cumplen sus objetivos, ustedes tendrán éxito en su
misión». Este eco de testimonios anteriores –tontamente optimistas– de Petraeus
muestra por qué no se hizo en la Casa Blanca una evaluación realista del
desarrollo de la guerra en diciembre de 2010, a pesar del mandato recibido
inicialmente.
Al igual que Lyndon Johnson antes
que él, el presidente está atrapado ahora en un cenagal que no se atreve a
perder, y que amenaza con extenderse a Pakistán así como a Yemen, si no más
lejos aún. Yo sospecho que las fuerzas profundas que dominan los dos partidos
políticos son ahora tan poderosas, tan coincidentes, y por sobre todo están tan
interesadas en las ganancias que la guerra genera, que un presidente está más
lejos que nunca de oponerse a ese poder, ni siquiera ahora cuando se hace cada
vez más evidente que la era de dominación mundial de Estados Unidos, al igual
que sucedió en su tiempo con la de Gran Bretaña, está a punto de terminar.
En ese contexto, Obama
–sin debate ni revisión– ha prolongado el estado de urgencia interna proclamado
después del 11 de septiembre,
con las drásticas limitaciones de los derechos civiles que ello implica. Por
ejemplo, en septiembre de 2010 el FBI tomó por asalto las oficinas de pacíficos
defensores de los derechos humanos en Minneapolis y en Chicago basándose en una
decisión reciente de la Corte Suprema según la cual la libertad de expresión y
el activismo no violentos reconocidos en la Primera Enmienda se convierten en
crímenes si están «coordinados con» o «bajo la dirección» de un grupo
extranjero designado como «terrorista». Es importante señalar que en 9 años el
Congreso no se ha reunido ni una sola vez para discutir el estado de urgencia
decretado por George W. Bush
después del 11 de septiembre, estado de urgencia que por lo tanto permanece en
vigor hoy en día.
En 2009, el ex congresista
Dan Hamburg y yo lanzamos una exhortación pública al presidente Obama para que
pusiera fin al estado de urgencia y llamamos al Congreso a que realizara las
audiencias que su responsabilidad requiere. Pero el 10 de septiembre de 2009,
Obama, sin la menor discusión, prolongó nuevamente el estado de urgencia del 11
de septiembre y lo hizo de nuevo al año siguiente. Mientras tanto, el Congreso
ha seguido ignorando las obligaciones que le impone su propio estatuto.
Un congresista explicó a
uno de sus electores que lo previsto en la National Emergencies Act se ha hecho
inoperante por causa de la COG (Continuity of Government) [En español,
Continuidad del Gobierno. NdT.], un programa ultrasecreto destinado a organizar
la dirección del Estado en caso de situación de urgencia nacional. El programa
de la COG fue parcialmente aplicado el 11 de septiembre por Dick Cheney, uno de los
principales arquitectos de ese programa desarrollado dentro de un comité que
opera fuera del gobierno regular desde 1981 [Ver a continuación más detalles
sobre la COG. NdT de inglés]. De ser cierto que las disposiciones de la
National Emergencies Act se han hecho inoperantes por causa de la COG, ello
indicaría que el sistema constitucional
de contrapoderes ya no se aplica en Estados Unidos, y que los decretos secretos
predominan ahora sobre la legislación pública.
Red
Voltaire: En ese contexto, ¿por qué el
Congreso de Estados Unidos no desempeña su papel en la limitación de los
poderes secretos que se instauró después del Watergate? ¿Qué consecuencias
tuvieron entonces la expulsión de Nixon y el fortalecimiento de la supervisión
del Congreso sobre las operaciones secretas de los servicios de inteligencia
estadounidenses?
Peter
Dale Scott: La estrategia de Nixon para
Vietnam consistió en tratar de obtener el apoyo del bando opuesto llegando a
acuerdos estratégicos tanto con la Unión Soviética como con China. Esto
encontró una violenta oposición tanto de parte de los «halcones» como de parte
de las «palomas» en el seno de una nación profundamente dividida, y yo creo que
los «halcones» provenientes tanto de la CIA como del Pentágono fueron
partícipes de la crisis fabricada del Watergate, que dio lugar a la dimisión
forzosa de Nixon.
Después del Watergate, las
«palomas» del Congreso –al que se aplicó por entonces el sobrenombre de
«McGovernite»– de 1974 implantaron cierto número de reformas en nombre de
políticas más abiertas y públicas, aboliendo un estado de urgencia que se había
mantenido desde la época de la guerra de Corea y estableciendo las
restricciones jurídicas y legislativas sobre la CIA y sobre otros aspectos del
gobierno secreto. Esas reformas tuvieron como respuesta una movilización
concertada tendiente a revertirlas y a restablecer el statu quo ante.
Aquel debate político
implicaba la existencia, en el seno de la dirección del país, de un desacuerdo
entre los llamados «negociantes» y los «prusianos» y la cuestión era saber si, después del fiasco de Vietnam,
Estados Unidos debía esforzarse por volver a su anterior papel de nación
prominentemente comerciante o si debía responder a la derrota de Vietnam con un
aumento suplementario de sus fuerzas armadas.
Aquella lucha burocrática
e ideológica fue a la vez una lucha por el control del Partido Republicano.
Aquello terminó provocando la caída de Nixon y el gradual redireccionamiento
–durante la presidencia de Ford– de la política exterior de Estados Unidos de
coexistencia pacífica con la Unión Soviética hacia planes tendientes a
debilitar y posteriormente a destruir –bajo la administración Reagan– lo que
este último llamó «el Imperio del Mal». Fue así como, en octubre de 1975, la
implicación muy probable de Dick Cheney y de Donald Rumsfeld en la
revolución palaciega que los historiadores designan con el nombre de «Masacre
de Halloween» significó la derrota del republicanismo moderado de Nelson
Rockefeller. Aquello significó esencialmente la reorganización del equipo de
Ford, preparando así el fin de la distensión.
Dick Cheney y Donald
Rumsfeld, que por entonces dirigían el equipo de la Casa Blanca del presidente
Gerald Ford, y controlaban el Departamento de Defensa, desempeñaron un papel
decisivo en el triunfo final de los prusianos, al alejar a Henry Kissinger y
nombrar como director de la CIA a George H. W. Bush, quien
elaboró desde allí un nuevo estimado, más alarmista, de la amenaza soviética,
dando así lugar a la correspondiente explosión de los presupuestos de defensa y
al sabotaje de la política de distensión. Desde entonces, hemos podido observar
en la economía estadounidense una influencia cada vez más importante de lo que Dwight D. Eisenhower había llamado,
en el histórico discurso de fin de mandato que pronunció el 17 de enero de
1961, el «complejo militar-industrial».
Hoy en día nos encontramos
sometidos a un nuevo estado de urgencia ampliado, y la supervisión del Congreso
sobre las operaciones secretas del Estado profundo de Estados Unidos se ha
hecho casi inexistente. Por ejemplo, la supervisión con mandato jurídico del
Congreso sobre las operaciones secretas de la CIA se ha evitado con éxito
gracias a la creación, en 1981, del Joint Special Operations Command (JSOC) en
el Pentágono, al igual que la supervisión sobre las operaciones que dirigió el
general Stanley
McChrystal antes de su nombramiento como comandante de las
tropas de la OTAN en
Afganistán.
Red
Voltaire: En su anterior respuesta
usted mencionó brevemente el importante papel de George Bush padre en el
sabotaje de la política de distensión que había implementado Kissinger. Fue sin
embargo muy breve el periodo de Bush a la cabeza de la CIA. ¿El reemplazo de George
H. W. Bush por el almirante Stanfield Turner, más moderado, a la cabeza de esa
agencia incrementó el control de las operaciones secretas de los diferentes
elementos del Estado profundo de Estados Unidos?
Peter
Dale Scott: No, en lo absoluto. Sucedió lo contrario
ya que ciertos actores claves de lo que acabo de explicar, ya excluidos de la
CIA como consecuencia de la nominación del almirante Turner, se buscaron una
nueva «casa» trabajando para el llamado Safari Club. El Safari Club era una
organización secreta fuera de todo control que reunía a los directores de los
servicios de inteligencia de numerosos países –como Francia, Egipto, Arabia
Saudita e Irán. Estimulada esencialmente por el entonces director del espionaje
francés, el difunto Alexandre de Marenches, aquella organización tenía como
objetivo completar secretamente las acciones de la CIA mediante la realización
de otras operaciones anticomunistas en África, Asia Central y Medio Oriente
–operaciones que escapaban a todo control del Congreso estadounidense.
Después, en 1978, Zbigniew
Brzezinski –que no era miembro del Safari Club– implementó una
forma de escapar al control del almirante Turner mediante la creación de una
unidad especial de la Casa Blanca con Robert Gates, el actual secretario de
Defensa, que era por aquel entonces un joven agente operacional de la CIA. Bajo
la dirección de Brzezinski, oficiales de la CIA se aliaron a la agencia de
inteligencia de Irán, la SAVAK,
para enviar agentes islamistas a Afganistán, desestabilizando así aquel país de
manera tal que aquello condujo a la invasión de Afganistán por parte de la
Unión Soviética en 1980.
La siguiente década, que
se caracterizó por la implicación secreta de la CIA en Afganistán, fue
determinante en la transformación de aquel país en un vivero de cultivo de la
amapola del opio, del tráfico de heroína y del islamismo yihadista. Hay muy
buenos libros sobre ese tema publicados hace algunos años–uno por Tim Weiner,
el otro por John Prados. Pero, como se dirigieron a oficiales de la CIA que les
mostraron sólo algunos documentos que acababan de ser desclasificados, esos
autores no hablan de la droga en sus libros.
La conexión de los narcóticos es tan
profunda que no se menciona en los documentos de la CIA que se
han hecho públicos. Pera la cooperación de la CIA, dirigida por William Casey
desde 1981, con el banco de la droga llamado Bank of Credit and Commerce
International (BCCI) estimuló la creación en Afganistán de una inmensa
narcoeconomía, cuyas consecuencias desestabilizadoras ayudan a explicar por qué
hay soldados de la OTAN, afganos y pakistaníes muriendo diariamente en esos
lugares [2].
El BCCI fue un enorme
banco de lavado de fondos provenientes de la droga. Corrompía, con sus
presupuestos y sus recursos, a políticos de primer plano en el mundo entero…
presidentes, primeros ministros… Y una parte de ese dinero sucio –de eso no se
habla mucho, pero es la realidad– llegaba a políticos en Estados Unidos, a políticos
de los dos partidos, y esa es una de las principales razones que explican por
qué nunca logramos que el Congreso abriera una investigación contra el BCCI.
Hubo de hecho un informe del Senado, que fue publicado, firmado por un
republicano, Hank Brown, y por un demócrata, John Kerry. Y Brown felicitó a
Kerry por haber tenido el coraje de escribir aquel informe cuando tantas
personas de su partido estaban vinculadas al BCCI.
Este banco fue un factor
primordial en la creación de conexiones con gente como Gulbuddin Hekmatyar,
probablemente el principal traficante de heroína del mundo entero en los años
1980. Se convirtió [Hekmatyar] en el principal beneficiario de la generosidad
de la CIA, que se completó con una suma similar de dinero proveniente de Arabia
Saudita. ¡Hay algo terriblemente nefasto en este tipo de situación!
Red
Voltaire: En 1976, Jimmy Carter fue
electo en base a un programa de reducción de los gastos militares y de
distensión con la Unión Soviética, lo que en realidad no se concretó en los 4
años de su mandato. ¿Puede usted explicarnos por qué? ¿Será que su consejero de
Seguridad Nacional, Zbigniew Brzezinski –a quien usted mencionó en su anterior
respuesta– desempeñó algún papel en aquella política exterior, sensiblemente
más agresiva que lo que se esperaba?
Peter
Dale Scott: Los medios de difusión
presentaban a Carter como un candidato populista, como un granjero sureño
cultivador de maní. Pero la realidad profunda era que Carter había sido
preparado para la presidencia por Wall Street,
particularmente por la Comisión Trilateral, financiada a su vez por David
Rockefeller y dirigida por Zbigniew Brzezinski.
Brzezinski, un polaco furiosamente
antisoviético, se convirtió entonces en el consejero de Seguridad
Nacional de Carter. Y desde el principio de aquel mandato [Brzezinski]
interfirió continuamente al secretario de Estado Cyrus Vance para mantener una
política una política exterior más vigorosamente antisoviética. En ese aspecto,
Brzezinski actuó en contra de los objetivos planteados de la Comisión
Trilateral, de la que el presidente Carter había sido miembro.
La idea subyacente de la
Comisión Trilateral era una imagen más bien atrayente de un mundo multipolar en
el que Estados Unidos hubiese desempeñado un papel de mediador entre el Segundo
Mundo, o sea el bloque soviético, y el Tercer Mundo, que era lo que en aquel
momento se designaba como los países subdesarrollados o menos desarrollados…
Entre paréntesis, yo detesto esa expresión, porque viví en Tailandia y, en
ciertos aspectos, ¡ellos están mucho más desarrollados que nosotros!
En resumen, al ser electo,
Carter nombro como secretario de Estado a un verdadero trilateralista, Cyrus
Vance, y tenía como consejero de Seguridad Nacional a Zbigniew Brzezinski,
quien estaba decidido a utilizar el Estado profundo para hacerle a la Unión
Soviética tanto daño como le fuera posible. Y la mayor parte de lo que se
interpretó como los «éxitos» del régimen de Reagan claramente
se inició en la época de Brzezinski.
Fue una renuncia total de
aquello a lo que se había comprometido la Comisión
Trilateral. El pobre Carter fue electo porque había prometido cortes
en el presupuesto de Defensa y, antes de su salida [de la Casa Blanca], había
metido al Departamento de Defensa en masivos aumentos presupuestarios que, una
vez más, fueron asociados a Reagan aunque en realidad habían comenzado antes.
Por consiguiente, una
masiva campaña tendiente a un aumento de los presupuestos de defensa –campaña
discretamente realizada por ricos industriales del aparato militar que actuaban
a través del Comité sobre el Peligro Presente– llevó la opinión pública
estadounidense a fortalecer el esfuerzo de Brzezinski a favor de una presencia
y de una política exterior estadounidenses más militantes, sobre todo en el
Océano Índico.
Red
Voltaire: Después de haber sido un
hombre muy influyente con el presidente Gerald Ford, Dick Cheney –junto a su
mentor Donald Rumsfeld y junto al vicepresidente George H. W. Bush– fue, a
partir de la presidencia de Reagan, uno de los hombres claves del programa
ultrasecreto de «Continuidad del Gobierno» (Continuity of Government, COG).
¿Puede usted explicarnos en qué consiste ese programa? ¿Ya se ha aplicado,
aunque sea parcialmente?
Peter
Dale Scott: Desde el comienzo de la
presidencia de Reagan, en 1981, se creó un grupo secreto, fuera del gobierno
regular, para trabajar sobre la llamada Continuidad del Gobierno («Continuity
of Government» o COG) o, dicho de otra manera, en planes de la COG destinados a organizar la gestión del Estado en
caso de urgencia nacional. Ese programa era inicialmente una
extensión de planes preexistentes destinados a responder a un ataque nuclear
que decapitara la dirección de Estados Unidos. Pero, antes del fin del mandato
de Reagan, su orden ejecutiva número 12686 de 1988 modificó los términos [de
dichos planes] para que cubrieran cualquier tipo de urgencia.
La COG es otra de las
cosas que se asocian a Reagan, pero aquellos planes en realidad comenzaron en
la época de Carter, aunque es posible que este último nunca haya estado al
corriente de ello. En efecto, Carter creó la FEMA [la Agencia
Federal de Manejo de Situaciones de Urgencia, siglas en inglés.], que
históricamente siempre fue la estructura de planificación de la COG.
Lo que resulta bastante
chocante es que aunque los planes de la COG son planes extremos, el Congreso no
estaba al corriente de ellos en los años 1980. Sólo un pequeño grupo –en el que
se encontraban Oliver North, Dick Cheney y Donald Rumsfeld– estaba encargado de
trabajar en esos planes en virtud de una orden ejecutiva altamente secreta de
Reagan emitida en 1981, como ya expliqué anteriormente.
La cuestión de la COG se
mencionó públicamente por primera vez en 1987, durante las audiencias sobre el
escándalo Irán-Contras, cuando un miembro del Congreso nombrado Jack Brooks le
preguntó a Oliver North:
«Coronel North, en el marco de su trabajo en el Consejo de Seguridad Nacional,
¿no le asignaron a usted en un momento dado la planificación de la continuidad
del gobierno en caso de un desastre de envergadura?» Agregó el congresista
Brooks: «Yo estaba particularmente preocupado, señor presidente, porque leí en
varios diarios de Miami y en algunos más que había un plan elaborado, por esta
misma agencia, un plan de contingencia en caso de urgencia que suspendería la
Constitución de los Estados Unidos. Aquello me inquietó mucho y me pregunté si
era un aspecto en el cual había trabajado él. Yo creo que así es y quería tener
esa confirmación.»
El senador Inouye,
director de aquella comisión investigadora del Congreso, le respondió con un
poco de nerviosismo: «Con todo respeto, ¿puedo pedirle que no se toque ese tema
en este momento? Si queremos abordarlo, estoy seguro que pueden hacerse
arreglos para una sesión ejecutiva.» Está claro que las preguntas del
congresista Brooks eran sobre la «Continuidad del Gobierno», y aquellos
arreglos para la realización de una sesión ejecutiva nunca tuvieron lugar.
Cheney y Rumsfeld –dos
figuras claves del programa de la COG– siguieron participando en esos planes y
ejercicios, muy onerosos, a lo largo de dos décadas sucesivas, incluso en
momentos en que, hacia fines de los años 1990, los dos eran directores de
empresas privadas que nada tenían que ver con el gobierno. Se ha dicho que el
nuevo blanco que sustituyó a la Unión Soviética fue el terrorismo, pero algunos
periodistas han mencionado que desde principios de los años 1980 había
importantes planes destinados a hacer frente al tipo de manifestaciones que,
según la mentalidad de Oliver North y de otros como él, habían llevado a la
derrota de Estados Unidos en Vietnam.
Nadie duda que los planes
de la COG se hayan aplicado parcialmente durante el 11 de septiembre,
paralelamente a un estado de urgencia proclamado oficialmente. Este último
sigue aún en vigor al cabo de 9 años, a pesar de una ley posterior al Watergate
que exige ya sea una aprobación o un cese de una urgencia nacional por parte
del Congreso cada 6 meses. Los planes de la COG son un secreto celosamente
guardado, pero en los años 1980 hubo informes que señalan que esos planes
implicaban medidas de vigilancia y detenciones sin mandato, así como una
militarización permanente del gobierno. En cierta medida, esos cambios
claramente se aplicaron después del 11 de septiembre.
No hay manera de
determinar cuántos cambios constitucionales ocurridos desde del 11 de
septiembre pueden tener su origen en la planificación de la COG. Sabemos,
sin embargo, que nuevas medidas de aplicación de la COG fueron instauradas
nuevamente en 2007, cuando el presidente Bush emitió la National Security
Presidential Directive 51 (Directiva Presidencial de Seguridad Nacionale, o
NSPD-51/HSPD-20). Esa directiva estipulaba lo que la FEMA posteriormente llamó
«una nueva visión para garantizar la continuidad de nuestro gobierno», y fue
seguida posteriormente por un nuevo National Continuity Policy Implementation
Plan (Plan de Implementación de la Política de Continuidad Nacionale).
La NSPD-51 invalidó
también la PDD 67, que era la directiva de la COG del decenio anterior
elaborada por Richard Clarke, quien era por aquel entonces el «zar» del
contraterrorismo en Estados Unidos desde la época de Clinton. En fin, la
NSPD-51 hizo referencia a nuevos «anexos clasificados sobre la continuidad»,
señalando que deben «ser protegidos contra toda divulgación no autorizada». Bajo
la presión de algunos de sus electores que se habían movilizado a favor de la
apertura de una verdadera investigación sobre el 11 de septiembre, el
congresista Peter DeFazio, miembro de la Comisión sobre la Seguridad Interior,
presentó dos pedidos para consultar esos anexos.
Su primer pedido fue
rechazado. DeFazio presentó entonces un segundo pedido, mediante una carta firmada
por el presidente de su Comisión. El pedido fue rechazado de nuevo. Una vez
más, como ya dije en mi respuesta a la segunda pregunta de esta entrevista,
esto parece indicar que el sistema constitucional de contrapoderes ya no se
aplica en Estados Unidos y que los decretos secretos están ahora por encima de
la legislación pública.
Red
Voltaire: En La Route vers le Nouveau
Désordre Mondial, usted afirma que la Comisión Nacional Investigadora sobre el
11 de septiembre –cuyos miembros fueron nombrados por el gabinete de George W.
Bush y cuyo Informe Final fue redactado por el equipo del director ejecutivo
Philip Zelikov– incurrió en repetidos engaños sobre el tema del 11 de
septiembre, sobre todo en lo tocante a las actividades de Dick Cheney en
aquella mañana. ¿Puede usted explicar a nuestros lectores ese aspecto en
particular?
Peter
Dale Scott: Inicialmente, George W. Bush se
resistió a toda investigación sobre el 11 de septiembre, hasta que el Congreso
impuso una Comisión Investigadora, en respuesta a una eficaz campaña de las
familias de las victimas [3]
Thomas Kean y Lee Hamilton, los dos directores de la Comisión, prometieron
públicamente guiarse por las preguntas sin respuestas de las familias de las
víctimas, como por ejemplo: saber quiénes eran realmente los presuntos
secuestradores de los aviones y cómo fue que se derrumbaron 3 edificios del
World Trade Center, cuando uno de ellos ni siquiera llegó a recibir el impacto
de un avión.
Finalmente, esas
preguntas, al igual que otras muchas interrogantes, ni siquiera llegaron a
mencionarse. Asimismo, la Comisión recogió gran cantidad de testimonios
contradictorios y, en muchas ocasiones, reescribió ciertos relatos. Bajo la
estrecha supervisión de Philip Zelikow, el director de
aquella Comisión quien por mucho tiempo había sido empleado del
gobierno en cuestiones de seguridad nacional, el Informe de la Comisión sobre
el 11 de Septiembre ignoró ciertas contradicciones y corrigió otras de una
forma que fue cuestionada por numerosos críticos.
El Informe atribuyó la
ausencia de respuestas [de la defensa estadounidense] de aquel día a un caos y
a una ruptura sistémica, ignorando así otros testimonios de Cheney, según los
cuales él desempeñó aquel día un papel preponderante. La Comisión ignoró
igualmente importantes contradicciones y dudas sobre el testimonio que había
prestado Cheney. Un tema crucial que la Comisión no investigó de manera
explícita fue la aplicación de los planes de la COG [durante los hechos] el 11
de septiembre (p.555, nota 9).
Tampoco mencionó la
comisión de estudios sobre el terrorismo de Cheney –reunida por decreto de Bush
en mayo de 2001– que fue citada como fuente de origen de una orden del Comité
de Jefes del Estado Mayor Conjunto [el JCS, según sus siglas en inglés] que
databa del 1º de junio de 2001. Aquella orden modificó [u obstaculizó,
haciéndolas inoperantes] las condiciones de intercepción de los aviones
secuestrados por parte de la fuerzas aérea.
Para lograr su recuento
restringido sobre la responsabilidad de Cheney [en lo sucedido] aquel día, la
Comisión también restó importancia –y de manera flagrante– a varios recuentos
de testigos oculares [que estaban] en completo desacuerdo con la cronología de
la propia Comisión, particularmente los del director del contraterrorismo Richard
Clarke y del secretario de Transportes Norman Norman Mineta.
Red
Voltaire: Gran parte de La Route vers
le Nouveau Désordre Mondial –un libro verdaderamente muy rico debido a la
cantidad e importancia de los temas que aborda– trata sobre la geopolítica del
petróleo, de la droga y del armamento y la manera como el Estado profundo
estadounidense la maneja en Asia Central y en el Medio Oriente desde la época
del presidente Carter. Sabiendo que la «guerra contra el terrorismo» perdura
y se extiende hoy en más de 60 países –principalmente a través de operaciones
secretas–, ¿cuáles son en su opinión los verdaderos orígenes y objetivos de
esta?
Peter
Dale Scott: Al principio de la «guerra
contra el terrorismo» estaba muy claro que los consejeros estratégicos de los
dos partidos, al igual que los grupos de reflexión (think tanks, en español
tanques pensantes, son centros o institutos de propaganda y/o difusión de ideas
políticas ) como el Council on Foreign Relations, estaban preocupados por la
necesidad que según ellos tenía Estados Unidos de preservar su dominio
histórico sobre los mercados petroleros mundiales. Produjeron documentos que
apoyaban la idea de un incremento de la fuerza militar de Estados Unidos en la
región del Golfo Pérsico, así como la idea de adoptar planes militares
destinados, en particular, a ocuparse de Sadam Husein.
Hoy en día, la «guerra
contra el terrorismo» ha seguido extendiéndose, y nos dicen que los militantes
salafistas se han desplazado –como era de esperar– hacia nuevas regiones del
mundo, sobre todo hacia Somalia y Yemen, para preparar sus represalias. La
«guerra contra el terrorismo» se ha convertido por lo tanto en un ensayo para
la actual doctrina estratégica de Estados Unidos tendiente a implantar un
«dominio total» [«Full-spectrum dominance»], como fue definida en el importante
informe del Pentágono titulado Joint Vision 2020, llamando entonces a
garantizar «la capacidad de las fuerzas estadounidenses, operando solas o con
el apoyo de los aliados, para derrotar a cualquier enemigo y controlar
cualquier situación mediante la gama de operaciones militares [disponibles]».
Desde la Segunda Guerra
Mundial cada una de esas escaladas ha sido conducida por un lobby de la Defensa
financiado originalmente por el complejo militar-industrial y actualmente por
media docena de fundaciones de derecha que disponen de fondos ilimitados. Con
el tiempo, su personal ha ido emigrando de grupo en grupo –el American Security
Council, el Comité sobre el Peligro Presente, el Proyecto para el Nuevo Siglo
Americano y, actualmente, el Center for Security Policy (CSP) [4].
Pero sus objetivos han ido ampliándose con el paso de los años yendo así de
maximizar la presencia estadounidense hasta restringir las libertades
individuales para impedir la reaparición de cualquier tipo de movimiento antiguerra
en Estados Unidos. Yo abordo la expansión de esta facción del sector de la
defensa en mi más reciente libro, American War Machine.
Esa agenda incluye cada
vez más el maccarthysmo, por no decir el fascismo. Cierto número de grupos
están alimentando una histeria islamófoba que recuerda la histeria
anticomunista de los años 1950, llamando a una guerra aparentemente sin fin
contra el Islam. Por ejemplo, el CSP [Centro para la Política de Seguridad,
siglas en inglés. Ndt.] publicó recientemente un documento titulado Shariah,
The Threat to America [5],
en el que proclama que la sharia es «la amenaza totalitaria de nuestra época»,
con advertencias alarmistas sobre una «yihad infiltrada» y una «yihad
demográfica».
Red
Voltaire: Esa «guerra contra el
terrorismo», cuyos verdaderos fundamentos y objetivos están lejos de ser
expuestos explícitamente por los gobiernos de los países miembros de la OTAN,
comenzó en Afganistán, en 2001. En ese Estado, poderosos señores de la guerra
aliados a Estados Unidos en los años 1980 –en la época en que los muyahidines
combatían a las tropas soviéticas– son actualmente destacados actores del
conflicto en «AfPak», la entidad geopolítica que abarca Afganistán y Pakistán.
Tomemos como ejemplo simbólico el caso de Gulbuddin Hekmatyar. La opinión
pública de los diferentes países de la OTAN no parece darse realmente cuenta de
quién es este señor Hekmatyar. ¿Puede usted proporcionarnos información sobre
él? En su opinión, ¿cómo simboliza [Hekmatyar] el peligro que representa una
política exterior estadounidense que, por falta de control legislativo y de
visibilidad pública, ha provocado la explosión del tráfico de droga a nivel
global?
Peter
Dale Scott: Al disponer de pocos agentes
leales en Afganistán, Estados Unidos decidió realizar su Operación Ciclón a
través de los que estaban a la disposición de la Inter-Services Intelligence
(ISI, los servicios secretos pakistaníes). Pakistán, temiendo a su vez a los
reclamos de los verdaderos nacionalistas afganos que reivindican sus propios
territorios fronterizos, dirigió el volumen de las ayudas provenientes de
Estados Unidos y de Arabia Saudita hacia dos extremistas cuya base de apoyo en
Afganistán era muy restringida: Abdul Rasul Sayyaf y Gulbuddin Hekmatyar. Este último, miembro de la etnia pashtún y de la tribu Ghilzai, originario de
norte no pashtún, fue entrenado inicialmente para la resistencia violenta bajo la dirección de los pakistaníes.
Fue al parecer el único líder afgano que reconoció explícitamente la línea
Durand que define la frontera entre Afganistán y Pakistán. Para compensar el
apoyo que no tenían entre la población local, Sayyaf y Hekmatyar cultivaron y
exportaron opiáceos de forma masiva en los años 1980, también con apoyo del
ISI.
Fue por esa misma razón
que los dos colaboraron con los muyahidines extranjeros –o sea, con los
iniciadores de lo que hoy se ha dado en llamar al-Qaeda– que por entonces
afluían hacia Afganistán, y Hekmatyar en particular parece haber desarrollado
una estrecha relación con Osama Ben Laden. Aquella afluencia de
fundamentalistas wahabitas y deobanditas trajo como importante consecuencia el
debilitamiento de la versión tradicional sufista del Islam local.
Durante la campaña
antisoviética, las fuerzas de Hekmatyar mataron cierta cantidad de personas que
apoyaban a Ahmed Shah Masud, la principal amenaza para los planes de Hekmatyar
–planes que contaban además con el apoyo del ISI– que consistían en dominar el
Afganistán postsoviético. Después de la retirada de estos últimos, la CIA
–actuando en contra de las recomendaciones del Departamento de Estado– utilizó
también a Hekmatyar para impedir la constitución de un gobierno de
reconciliación nacional, lo cual condujo a una guerra civil que provocó la
muerte de miles de personas en los años 1990.
Desde la invasión de
Estados Unidos contra Afganistán en 2001, Hekmatyar ha dirigido su propia
facción de combatientes para obtener una retirada de las tropas de la OTAN,
aunque parece más abierto que los talibanes en cuanto a integrarse a un
gobierno de coalición dirigido por el actual presidente Hamid Karzai. En
Washington, importantes funcionarios de la defensa –como Michael Vickers–
todavía se refieren a la Operación Ciclón como «la acción clandestina más
exitosa» en la historia de la CIA.
No parecen preocupados por
el hecho que ese programa de la CIA haya contribuido a generar y a desencadenar
algo como al-Qaeda –la nueva justificación postsoviética para los aumentos sin
precedentes de los presupuestos de defensa– ni tampoco por haber conferido a
Afganistán su actual papel de principal fuente mundial de heroína y hachís.
Red
Voltaire: En conclusión, ante la
situación financiera, económica, política, social e incluso moral existente en
Estados Unidos, así como en numerosos países a través del mundo, ¿tiene usted
confianza en el futuro? ¿Ve usted indicios estimulantes de una mayor influencia
de lo que usted llama la «voluntad prevaleciente de los pueblos» en la toma de
decisiones políticas, un proceso que es hoy por hoy más oligárquico que nunca?
Peter
Dale Scott: Se dice que deberíamos ver cada
crisis como una oportunidad. La crisis de Estados Unidos, que es también la del
mundo, pudiera ser ciertamente la ocasión de introducir reformas de gran
envergadura en los procesos del capitalismo de mercado que engendraron
diferencias tan grandes entre los muy ricos y los muy pobres. Desgraciadamente,
debido a esos procesos, las políticas tradicionales y los métodos de
movilización se han hecho más ineficaces aún de lo que ya eran anteriormente.
En mi libro «La Route vers
le Nouveau Désordre Mondial», yo defiendo el hecho que importantes cambios
sociales son posibles cuando la opresión da lugar a la formación de una opinión
pública unida –o de lo que yo llamo «la voluntad prevaleciente de los pueblos»–
en oposición a esa opresión. Hago referencia a ejemplos como el movimiento por
los derechos cívicos en el sur de Estados Unidos, o el movimiento polaco Solidarnosc. Desarrollos
tecnológicos como Internet han facilitado más que nunca la unión de las
personas, tanto a nivel nacional como a nivel internacional. Pero la tecnología
ha perfeccionado también los instrumentos autoritarios de vigilancia y
represión, haciendo la movilización activista más difícil que antes. Por
consiguiente, el futuro es muy incierto. Pudiera decirse que el sistema global
actual está más inestable que nunca y que es posible que algún tipo de prueba
de fuerza logre cambiarlo.
En todo caso, yo estoy
convencido de que estamos viviendo un periodo particularmente estimulante. La
juventud debe continuar uniéndose como siempre lo ha hecho a movimientos que
aspiran al cambio social, y a crear nuevos espacios propicios al intercambio
global. Y, por sobre todo, no hay ninguna excusa para la desesperación.
Red
Voltaire: Le agradecemos sus
esclarecedoras respuestas, profesor Scott. Le deseamos que su primer libro
traducido al francés encuentre entre el público francófono el gran éxito que
merece.
RED VOLTAIRE | BERKELEY (ÉTATS-UNIS)
http://www.voltairenet.org/article169349.html
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