Por Semanario Voz, 18 septiembre, 2019
Las
fotografías del opositor venezolano con miembros de la organización criminal
Los Rastrojos evidencian oscuras alianzas tras la estrategia de
desestabilización de Venezuela. El gobierno y los líderes de opinión
menosprecian la inteligencia de la ciudadanía con excusas increíbles. Urge
movilización por la paz
Roberto Amorebieta
@amorebieta7
@amorebieta7
Está
alborotado el cotarro político por cuenta de las fotos del líder opositor
venezolano Juan Guaidó con dos (o tres, o más, ya ni se sabe) miembros del
grupo paramilitar “Los Rastrojos”, publicadas la semana pasada por el
periodista y defensor de derechos humanos Wilfredo Cañizares. En ellas Guaidó,
luce la misma ropa con la que llegó a Colombia el 22 de febrero –día del
concierto en la frontera–, se ve sonriente y relajado y abraza con confianza a
aquellos hombres que en plena zona rural van en lujosas camionetas, usan ropa
de marca, exhiben costosas cadenas de oro y –al menos uno de ellos– porta
visiblemente una pistola al cinto.
La policía
de Cúcuta no tardó en aclarar que efectivamente las personas que acompañan al
autoproclamado en las fotografías son peligrosos paramilitares, cabecillas de
la célula de Los Rastrojos que opera en esta zona de la frontera con Venezuela.
Los tres fotografiados conocidos hasta el momento son llamados con los alias de
“el Brother”, “el Menor” y “Nandito”. Los dos primeros ya están en la cárcel
Modelo de la ciudad esperando juicio por múltiples delitos y el tercero, quien
se encuentra en libertad, denunció que fue víctima de un atentado en el que
murieron cuatro de sus familiares y que es perseguido desde que se supo que
había estado con Guaidó, según publicó Cañizares.
Silencio
mediático, explicaciones sorprendentes
No hace
falta ser demasiado suspicaz para deducir las circunstancias en las que Guaidó
se tomó esas fotografías. Todo el mundo sabe que, en esa zona de la frontera
con Venezuela Los Rastrojos son la organización criminal que domina el
territorio. Existe en ese lugar una zona que abarca áreas de ambos países donde
la autoridad de los respectivos Estados no opera del todo. Allí, organizaciones
como Los Rastrojos, el ELN y otros, extienden sus redes de influencia, muchas
veces con la complicidad de las autoridades a ambos lados de la frontera.
Por ello, en
esos lugares no se mueve la hoja de un árbol sin que los grupos guerrilleros o
paramilitares lo sepan y lo autoricen. Ellos controlan el contrabando de
combustible, de alimentos, de medicamentos y por supuesto, el tránsito de
personas a través de las trochas. Es más, el día 22 de febrero Los Rastrojos
habían ordenado toque de queda en los municipios fronterizos, de modo que cada
carretera, cada camino y cada trocha estaban prohibidos para la gente. Es
sencillamente imposible que alguien como Guaidó atraviese una región así en
medio de un toque de queda y que Los Rastrojos no se enteren.
Porque en un
insulto a la inteligencia, las autoridades han defendido esa tesis desde que
tuvieron el valor de poner la cara y dar explicaciones. Después de un silencio
mediático de varios días, donde los pocos medios que se atrevieron a hablar se
refirieron al tema con mucha precaución –El País de Cali las llamó fotos
“polémicas” y El Espectador “incómodas”–, el presidente Duque, la
vicepresidenta, el canciller y el propio Guaidó comparecieron para decir que
las fotos fueron casuales, que alguien como Guaidó se encuentra con muchas
personas que le piden fotos y él no sabe quiénes son, que para él es normal
tomarse fotos desprevenidamente con personas que se cruza en el camino.
Por más que
los voceros del establecimiento traten a la ciudadanía como si fueran estúpidos
e intenten defender la tesis de que aquí no pasó nada, lo cierto es que para
todo el mundo es evidente que la entrada de Juan Guaidó a Colombia fue
coordinada entre el gobierno colombiano, la oposición venezolana y Los Rastrojos.
Ello va dejando claro, así no quieran reconocerlo los formadores de opinión, no
solo que el Estado no controla el territorio del país como debería sino que se
sirve de alianzas con grupos criminales para controlarlo.
Descomposición
del régimen político
Y ello no es
un episodio aislado producto de manzanas podridas, sino por el contrario una
evidencia de la descomposición de nuestro régimen político. En la estrategia de
desestabilización que incluyó la entrada de Guaidó a Colombia, el concierto en la
frontera y el intento por ingresar los camiones con “ayuda humanitaria” a
Venezuela, se pusieron en movimiento muchos mecanismos del alto gobierno y de
varias instituciones del Estado, intervinieron la OEA y el Departamento de
Estado de los Estados Unidos y se contó con el aplauso y la difusión entusiasta
de los medios de comunicación.
No puede ser
que ahora, cuando se ponen en evidencia los vínculos criminales de la oposición
venezolana con el paramilitarismo colombiano, todos miren para otro lado, minimicen
la gravedad de las evidencias e intenten convencer de que todo es producto de
una curiosa casualidad.
Ya estábamos
enterados de la catadura moral de los líderes de la oposición venezolana. Ya
sabíamos que el uribismo, sector al que pertenece el presidente Duque, tiene
como táctica preferida la mentira y la violencia. Ya conocíamos que los planes
de desestabilización de Venezuela incluían el uso de los grupos paramilitares
colombianos. Ya teníamos noticia de todo eso. Lo nuevo y, que no deja de sorprender,
es la forma como los voceros del gobierno y del establecimiento menosprecian la
inteligencia de la ciudadanía.
Porque aquí
nos enfrentamos ante la famosa paradoja del gobernante a quien le suceden
graves cosas “a sus espaldas” o de las que “se acaba de enterar”: Si no se
enteró de lo que sucedía, es un ingenuo que no es capaz de controlar a su
propia gente. Si se enteró, es cómplice y por tanto un criminal.
En cualquier
caso, el prestigio del gobernante se debilita. Álvaro Uribe era un experto,
como presidente, en combinar los dos atributos recomendados por Maquiavelo al
príncipe: ser temido o ser amado. Cuando hubo escándalos durante su gobierno,
Uribe logró magistralmente manipular a la opinión para no perder ninguno de los
dos atributos y mantener su favorabilidad hasta el final del mandato, incluso
cuando ya eran públicos casos como Agro Ingreso Seguro o los falsos positivos.
Duque, sobra
decirlo, no tiene el mismo carisma ni la misma experiencia en manipular la
opinión. Sus salidas son erráticas, llenas de lugares comunes y cada vez que
habla pone a su auditorio a debatirse entre el aburrimiento y la risa. Ni
siquiera despierta la antipatía que produce su mentor. Su gobierno es torpe en
el manejo de las comunicaciones y la ciudadanía cada vez le cree menos. Pero
como ya se ha advertido, Duque no es el problema sino el “hombre de paja” que
está allí para recibir las burlas mientras los verdaderos decisores se quedan
con el país.
La gente no
es boba
Probablemente
no suceda nada tras la publicación de las fotografías y el escándalo se
desvanezca. Lo grave no es tanto el episodio de las fotos sino lo que se
esconde detrás y que el gobierno bolivariano ha denunciado insistentemente: la
existencia de un plan para desestabilizar Venezuela y justificar una intervención
armada.
Dicho
escenario sería catastrófico para los dos países y solo beneficiaría a los
amigos de la guerra. Ellos creen que pueden engañarnos y llevarnos a la
confrontación, pero se equivocan. La gente no es boba, ya no traga entero y
quiere la paz. Que no sigan menospreciando nuestra inteligencia.
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