20 septiembre, 2019
Nuestro
gobierno invisible - Chris Hedges
truthdig
- 17/09/2019
Traducción
del inglés: Arrezafe
Existen dos formas de gobierno
en los Estados Unidos: un gobierno visible, la Casa Blanca, el Congreso, los
tribunales, las legislaturas estatales y las gobernaciones; y un gobierno
invisible o estado profundo, donde tecnócratas anónimos, agentes de
inteligencia, generales, banqueros, corporaciones y cabilderos manejan la
política exterior e interna independientemente de qué partido político tenga
mayoría.
Los órganos más
poderosos e importantes del gobierno invisible son las enormes e impenetrables
agencias de inteligencia nacionales, verdaderas vanguardias del gobierno
invisible, supervisoras de un vasto "mundo negro" encargadas de
mantener el poder oculto del gobierno. Espían y difaman a críticos nacionales y
extranjeros, amañan elecciones, sobornan, extorsionan, torturan, asesinan e
inundan las ondas mediáticas con propaganda negra. Son inmunes al caos y la
destrucción que dejan a su paso. Desastres, trastornos sociales, colapsos
económicos, sufrimiento masivo, muerte y un extremo antiamericanismo han
surgido del derrocamiento de gobiernos democráticamente elegidos, en Irán,
Guatemala y Chile y de las guerras que patrocinaron en Vietnam, Afganistán,
Irak, Libia y Siria. Los Estados Unidos y el resto del mundo estarían mucho más
seguros si nuestros autodenominados guerreros en la sombra –que no
pudieron prever la revolución iraní, el colapso de la Unión Soviética, los
ataques del 11 de septiembre o la ausencia de armas de destrucción masiva en
Iraq, y cuyo uso generalizado de la tortura los convierte en los más potentes
reclutadores del yihadismo radical– se hicieran responsables ante el público y
el estado de derecho.
Hay
periódicos vislumbres de la miseria moral y la ineptitud que definen
este mundo en la sombra, como los proporcionados por las audiencias de los años
70 dirigidas por el senador Frank Church y la filtración de fotografías de
prisioneros torturados en Abu Ghraib, Iraq. Pero aquellos que intentan desafiar
o denunciar este pernicioso funcionamiento interno, incluidos Edward Snowden y
Julian Assange, son generalmente desacreditados, perseguidos, silenciados y a
veces "desaparecidos". El gobierno invisible justifica su secreto y
criminalidad, según su conveniencia, ya sea por las amenazas del comunismo, ya
sea por el terrorismo islámico. Los fines siempre justifican los medios.
Cualquier cosa está permitida, no importa cuán inmoral o criminal sea.
La mejor ventana que
tenemos a este mundo en la sombra son los relatos históricos de sus crímenes,
como el libro de Stephen Kinzer, "Envenenador en Jefe: Sidney Gottlieb y
la CIA. En busca del control mental". Los sitios
negros y las técnicas de tortura iniciadas por la Agencia Central de
Inteligencia en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial –técnicas
que, aplicadas, propiciaron el secuestro, la tortura y, a menudo, la ejecución
de personas– fueron "un eslabón indispensable en esta sombría
cadena", escribe Kinzer.
Los experimentos médicos
llevados a cabo por los nazis en los campos de concentración y por los
japoneses en la región china ocupada de Manchuria provocaron dos respuestas
tras la Segunda Guerra Mundial. Había algunos en el gobierno visible que
propugnaban responsabilizar a los criminales de guerra. Pero había muchos en el
gobierno invisible que querían obtener y explotar los resultados de estos
experimentos y reclutar a los criminales de guerra que los habían realizado
para trabajar en los servicios de inteligencia y el ejército de los EE.UU.
Los antecedentes de los
científicos nazis que habían dirigido proyectos de guerra química y biológica,
asesinando a miles de víctimas indefensas, incluidos niños, con agentes como el
gas sarín, fueron “blanqueados” por el gobierno invisible en lo que se conoció
como Operación
Paperclip. Ningún criminal, incluido Kurt Blome, que había
dirigido la investigación llevada a cabo por los nazis sobre la guerra
biológica, fue demasiado atroz o sádico como para que los Estados Unidos no lo
aceptara y empleara.
"Cada vez que un
científico al que codiciaban resultaba tener manchado su historial, modificaban
su biografía", escribe Kinzer. “Las
referencias a la pertenencia a las SS, la colaboración con la Gestapo, el abuso
de los trabajadores esclavos y los experimentos con seres humanos, datos por
los que los solicitantes habían sido calificados por sus interrogadores como
"nazis vehementes", fueron reclasificados como "no nazis
vehementes", agregándose referencias a sus ejemplares vidas familiares.
Una vez "blanqueadas" sus biografías, se convirtieron en candidatos
adecuados para los contratos de Paperclip".
Shiro Ishii, que
entre 1936 y 1942 ejecutó a unos 12.000 soldados chinos capturados, partisanos
antijaponeses, coreanos, mongoles, prisioneros, pacientes mentales –y,
según informes, prisioneros de guerra estadounidenses mediante
experimentos médicos en nombre del gobierno japonés– era un activo muy
valioso para el gobierno invisible.
Ishii dirigió un
complejo de cuatro millas cuadradas, llamado Escuadrón 731, que
albergaba a 3.000 científicos y otros empleados. Kinzer escribe que las
víctimas:
"fueron expuestas al gas venenoso para que luego se pudieran extraer y estudiar sus pulmones; lentamente asadas por la electricidad para determinar los voltajes necesarios para producir la muerte; colgadas boca abajo para estudiar el progreso de la asfixia natural; encerradas en cámaras de alta presión hasta que sus ojos salían de sus órbitas; aplastadas en centrifugadoras; infectadas con ántrax, sífilis, peste, cólera y otras enfermedades; preñadas por la fuerza para proporcionar bebés para la vivisección; amarradas a estacas para ser incineradas por soldados que probaban lanzallamas; y lentamente congeladas para observar el progreso de la hipotermia. Se inyectó aire en las venas de las víctimas para provocar embolias; Se inyectó sangre animal para ver qué efecto tendría. Algunos fueron disecados vivos, o les amputaron extremidades para que los asistentes pudieran controlar sus lentas muertes por sangrado y gangrena. Según un informe del ejército de los EE.UU., posteriormente desclasificado, grupos de hombres, mujeres y niños fueron atados a estacas para que "sus piernas y glúteos quedaran al descubierto y expuestos a la metralla de las bombas de ántrax que explotaban a unos metros de distancia", siendo luego monitoreados para ver cuánto tiempo sobrevivían, que nunca fue más de una semana. Ishii requería un flujo constante de órganos humanos, lo que significa una necesidad constante de 'registros' [eufemismo para las víctimas]”.
"fueron expuestas al gas venenoso para que luego se pudieran extraer y estudiar sus pulmones; lentamente asadas por la electricidad para determinar los voltajes necesarios para producir la muerte; colgadas boca abajo para estudiar el progreso de la asfixia natural; encerradas en cámaras de alta presión hasta que sus ojos salían de sus órbitas; aplastadas en centrifugadoras; infectadas con ántrax, sífilis, peste, cólera y otras enfermedades; preñadas por la fuerza para proporcionar bebés para la vivisección; amarradas a estacas para ser incineradas por soldados que probaban lanzallamas; y lentamente congeladas para observar el progreso de la hipotermia. Se inyectó aire en las venas de las víctimas para provocar embolias; Se inyectó sangre animal para ver qué efecto tendría. Algunos fueron disecados vivos, o les amputaron extremidades para que los asistentes pudieran controlar sus lentas muertes por sangrado y gangrena. Según un informe del ejército de los EE.UU., posteriormente desclasificado, grupos de hombres, mujeres y niños fueron atados a estacas para que "sus piernas y glúteos quedaran al descubierto y expuestos a la metralla de las bombas de ántrax que explotaban a unos metros de distancia", siendo luego monitoreados para ver cuánto tiempo sobrevivían, que nunca fue más de una semana. Ishii requería un flujo constante de órganos humanos, lo que significa una necesidad constante de 'registros' [eufemismo para las víctimas]”.
Después de cada
experimento, "los microbiólogos de Ishii extraían meticulosamente
muestras de tejido y las depositaban en soportes para su estudio",
escribe Kinzer. “En su investigación, los técnicos utilizaron chocolate y
chicle envenenados, así como horquillas para el cabello, plumas estilográficas
y agujas recubiertas de toxinas para su uso en asesinatos. En laboratorios a
escala industrial, criaron pulgas infestadas de peste y fabricaron toneladas de
ántrax que fueron colocadas en las carcasas de las bombas utilizadas para matar
a miles de civiles chinos".
El gobierno invisible de
Estados Unidos hizo todo lo posible para reclutar a Ishii y obtener los
cuantiosos registros y diapositivas de sus aterradores experimentos. La CIA
pronto reproduciría este tipo de experimentos en un programa de alto secreto, MK-ULTRA, con la
ayuda de Ishii y una variedad de ex nazis.
Kinzer construye su
libro alrededor de Sidney
Gottlieb, un agente esquivo, peculiar y poderoso de la CIA que en su
búsqueda del control mental –algo que él y otros agentes de la CIA estaban
convencidos de que los soviéticos habían logrado dominar– supervisó los
experimentos médicos originados por su colaboradores alemanes y japoneses.
Estos experimentos fueron codificados con el nombre de Bluebird y más tarde Artichoke, que
Kinzer describe como "uno de los proyectos más violentamente abusivos
jamás patrocinados por una agencia del gobierno de los Estados Unidos".
Las sesiones de tortura a menudo destrozaban para siempre las mentes de sus
víctimas, que eran secuestradas (más tarde esto se denominaría "entregas
extraordinarias") y enviadas a centros clandestinos de todo el mundo, los
ahora conocidos como "black sites" [sitios negros], o
eran extraídas de la población carcelaria, tanto en el extranjero como en el
propio país. Los forzados a participar en estos experimentos incluían
afroamericanos pobres del Centro de Investigación de Adicciones en Lexington,
Kentuky. Muchas de las víctimas fueron etiquetadas como
"prescindibles", lo que significa que podrían ser asesinadas después
de los experimentos y desaparecer. Los cadáveres solían incinerarse. Los niños
con discapacidad mental en la Escuela Estatal Walter E. Fernald en Massachusetts,
por ejemplo, fueron alimentados con cereales mezclados con uranio y calcio
radioactivo y sus enfermedades inducidas monitoreadas. Gottlieb supervisó la
administración de LSD y otras drogas para inducir a estados psicóticos en la
prisión federal de Atlanta y en un centro correccional para jóvenes en
Bordentown, New Jersey. Ninguno de los sujetos sometidos a esta prácticas
consintió voluntariamente ser un conejillo de indias humano, y muchos
acarrearon problemas psicológicos de por vida. Al gángster de Boston James
"Whitey" Bolger, recluido en la prisión de Atlanta, le dijeron que
formaría parte de un experimento para curar la esquizofrenia, pero luego le
suministraron LSD de forma subrepticia casi todos los días durante 15 meses.
Los científicos de la CIA también realizaron experimentos con pacientes con
enfermedades terminales en un anexo del Hospital de la Universidad de
Georgetown en Washington DC.
Gottlieb buscó durante
años un cóctel de drogas que, en palabras de Kinzer, privaría a los "prisioneros
de sus identidades, los induciría a revelar secretos y, tal vez, incluso los
programaría para cometer actos contra su voluntad". Fue una búsqueda
vana, pero con cada fracaso, él y la CIA se volvían cada vez más entusiastas,
trabajando estrechamente con el ex general alemán Walter
Schreiber, cirujano general del ejército nazi que había "aprobado
experimentos en los campos de concentración de Auschwitz, Ravensbrück y Dachau
en los que los reclusos fueron congelados, inyectados con mescalina y otras
drogas, y sajados para que el progreso de la gangrena en sus huesos pudiera ser
monitoreado". Kinzer agrega que, según un investigador estadounidense,
“generalmente, los experimentos desembocaban en una lenta y mortal
agonía".
Gottlieb tenía la
costumbre de mezclar secretamente las bebidas de colegas con LSD para ver su
reacción. Algunos nunca se recuperaron. Una de sus víctimas fue Frank Olson, un científico
de la CIA que, horrorizado por los brutales interrogatorios que presenció, se
planteó renunciar a la CIA. Gottlieb y su criminal grupo secreto de
torturadores estaban aterrorizados de que Olson pudiera hacer público cuanto
sabía. Olson fue encontrado muerto en 1953, en una acera en Manhattan después
de que, presuntamente, se arrojase por la ventana de un hotel. Su hijo Eric
exhumó el cuerpo de su padre en 1994 y se lo entregó a James Starrs, un
patólogo forense en la Universidad George Washington en el Distrito de
Columbia. "Starrs no había encontrado fragmentos de vidrio en la cabeza
o el cuello de la víctima, como era de esperar si se hubiera arrojado por una
ventana", escribe Kinzer. "Lo más sospechoso es que, aunque
según los informes Olson había aterrizado sobre su espalda, el cráneo sobre su
ojo izquierdo estaba desfigurado".
"Me atrevería a
decir que este hematoma es una prueba singular de la posibilidad de que el Dr.
Olson haya recibido un golpe tremendo en la cabeza propinado por alguien antes
de salir por la ventana de la habitación 1018A", concluyó Starrs.
Más tarde, Starrs fue
más enfático: "Creo que Frank Olson fue intencionadamente,
deliberadamente y con malicia premeditada, arrojado por esa ventana".
Gottlieb también dirigió
la producción de una serie de venenos destinados a ser utilizados contra
líderes y otros considerados hostiles a los Estados Unidos, incluidos Patrice Lumumba
y Fidel
Castro. Gottlieb y la CIA acometieron insólitos planes, incluido el
supuesto hallazgo de una sustancia química que haría caer la barba de Castro,
dejando al líder cubano, según la mentalidad de los agentes de la CIA, expuesto
a ridículo tal que propiciaría su derrocamiento.
La CIA también
experimentó con la implantación de electrodos en el cerebro para controlar el
comportamiento. “Un equipo de la Agencia voló a Saigón en julio de 1968;
entre ellos había un neurocirujano y un neurólogo... '', dice Kinzer
citando un estudio de la inteligencia estadounidense. “En un anexo cerrado
del Hospital Bien Hoa, el equipo de la Agencia se puso a trabajar. Tres
prisioneros del Vietcong habían sido seleccionados por el mando local. Cómo o
por qué fueron elegidos sigue siendo una incógnita. Tras ser anestesiados, a
cada hombre se le insertó una placa en sus cráneos y el neurocirujano implantó
pequeños electrodos en sus cerebros. Cuando los prisioneros recuperaron la
conciencia, los conductistas se pusieron a trabajar. ... Los prisioneros fueron
llevados a una habitación y se les proporcionó cuchillos. Los conductistas
intentaron despertar violencia en los sujetos de su experimento presionando los
botones de sus controles remotos, pero no pasó nada. Durante toda una semana,
los médicos trataron de hacer que los hombres se atacaran entre sí.
Desconcertado por su falta de éxito, el equipo voló de regreso a Washington.
Según lo dispuesto previamente en caso de experimento fallido y mientras los
médicos aún estaban en vuelo hacia su destino, los prisioneros fueron
ejecutados por Boinas Verdes y sus cuerpos incinerados."
Es impresionante la
profundidad de la miseria moral y la criminalidad que pueden alcanzar aquellos
que cuentan con recursos ilimitados, sin supervisión ni responsabilidad pública
y en secreto total. Gottlieb y la CIA atrajeron a víctimas vulnerables y
desorientadas de la ciudad de Nueva York a una "casa segura" en
Bedford Street y les suministraron bebidas mezcladas con LSD. Los agentes de la
CIA dirigidos por el matón George
Hunter White supervisaron los efectos.
"White utilizó
regularmente drogas ilegales, guardando para sí una parte de lo que él mismo
confiscaba", escribe Kinzer. "Su
consumo de alcohol, a menudo una botella entera de ginebra con la cena, era
legendario. Su otro apetito era el fetiche sexual, especialmente el
sadomasoquismo".
[...]
White, quien como
oficial de narcóticos había perseguido y a menudo acosado a músicos de jazz,
incluida Billie Holiday, fue más tarde trasladado a una "casa segura"
en San Francisco que funcionaba como burdel de la CIA. Gottlieb, escribe
Kinzer, "quería sistematizar el estudio de cómo el sexo, especialmente
en combinación con las drogas, podía aflojar la lengua de los hombres".
La CIA contrató prostitutas para atraer clientes al burdel, en cuyas habitaciones,
decoradas con fotos de mujeres con medias negras, esposas y dogales de cuero
con tachuelas, disponían de bebida, LSD y otras drogas.
"Mientras sus
prostitutas y sus clientes tenían relaciones sexuales, White miraba a través de
un espejo unidireccional, sentado en su inodoro portátil", escribe Kinzer. En visitas a la "casa
segura", Gottlieb exigió que las mujeres tuvieran sexo con él
como si fueran parte de su harén personal.
A White se le
proporcionó una segunda "casa segura" en el condado de Marin, a las
afueras de San Francisco, donde utilizó a sus prostitutas, no sólo para drogar
a los hombres, sino para probar una serie de dispositivos, Little
Shop-of-Horrors [pequeño taller de horrores], en sus víctimas.
Tras el abandono de la
larga búsqueda de una droga de control mental, la CIA destruyó la mayoría de
los registros de sus experimentos. White, en carta de agradecimiento a Gottlieb
por contratarlo, escribió: “¿Dónde más podría un joven super-macho
estadounidense mentir, matar, engañar, robar, violar y saquear con la
legitimación y la bendición del Altísimo? ¡Qué bien, colega!” Ese sería un lema
mucho más apropiado para la CIA que el pasaje bíblico de Juan 8:32 tallado en
las paredes de su cuartel general original en Langley, Virginia: "Y
conoceréis la verdad y la verdad os hará libres".
Finalmente, la CIA llegó
a la conclusión de que los prisioneros se rompen mejor mediante aislamiento
extremo y privación sensorial. Estas técnicas, cuya investigación fue iniciada
y financiada por la CIA en la Universidad
McGillen de Canadá, se presentaron en un manual de 1964 titulado
"Interrogatorio de Contrainteligencia de KUBARK". KUBARK es
el criptónimo de la CIA para dicho manual, de 128 páginas, que no se
desclasificó por completo hasta 2014. Fue el principal recurso utilizado por
los interrogadores de la CIA en la década de los '60, incluso en Vietnam, donde
al menos 20.000 vietnamitas capturados fueron asesinados, a menudo después de
ser torturados. En 1983 salió una versión actualizada del manual llamado
"Human Resource Exploitation Training Manual". Estas formas de
tortura, que incluyen grilletes, privación del sueño, electrochoque,
humillación sexual y física, encierro prolongado en espacios estrechos,
capuchas para la desorientación y privación sensorial, se convirtieron en
rutina tras el 11 de septiembre en los sitios negros de la inteligencia
estadounidense, dentro del propio país y en el extranjero. Los psicólogos de la
CIA, como anteriormente el grupo establecido por científicos trastornados y
torturadores de Gottlieb, supervisaron y perfeccionan estas técnicas para
garantizar un colapso psicológico completo así como una dependencia infantil
del interrogador.
Sería ingenuo relegar el comportamiento de Gottlieb
y la CIA al pasado, sobre todo porque, una
vez más, el gobierno invisible ha ocultado las actividades de la CIA a la
supervisión del Congreso o al escrutinio público, situando a un defensor de la
tortura, Gina Haspel, a la cabeza de la agencia.
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