Cada
vez está más claro. Estamos inmersos en una metamorfosis, una auténtica muda de
piel del sistema. Es precisamente en momentos delicados como éste, cuando se
ponen en marcha los mecanismos de manipulación de masas más sutiles y a la vez
más simples en su funcionamiento.
El
primer paso para desactivar estos mecanismos es tomar plena conciencia de ellos
y ayudar a la gente que nos rodea a comprender cómo funcionan, cómo se
implementan y en qué se basan.
Si una cantidad suficiente de personas
fuéramos conscientes de ellos, podemos estar seguros de que a esas élites que
intentan manipularnos les sería prácticamente imposible conducirnos como a un
“rebaño”.
En este artículo expondremos algunas de
las maniobras que creemos que se están implementando en este proceso de cambio
de paradigma y os invitamos a que vosotros descubráis por vuestro lado más
mecanismos de manipulación y compartáis vuestras deducciones:
·Dejarnos
“algo que perder”
Se trata, sin lugar a dudas, de uno de
los mecanismos de manipulación más simples y efectivos que existen.
Se ha convertido en la válvula de
control de la situación, aquella que permite regular la dinámica de respuesta
de la población en momentos de crisis del sistema, como el que vivimos
actualmente.
La válvula que permite aligerar o
aumentar la “presión” sobre el pueblo a conveniencia.
Se trata de que siempre tengamos “algo
que perder”.
Y es que no hay nadie más peligroso
para el sistema que aquella persona que no tiene nada que perder.
No hay nadie más impredecible e
incontrolable que una persona desesperada, sin esperanzas y sin posesiones.
Porque alguien inmerso en estas circunstancias, paradójicamente, se convierte
en una persona libre, sin dependencias de ningún tipo.
Se torna en alguien que pierde el miedo
a luchar por sus derechos, sean cuales sean las consecuencias que conlleve
dicha lucha.
Por lo tanto, para controlar a una masa
de personas descontentas, es estrictamente necesario conseguir que la mayoría
de ellas tengan “algo que perder” en caso de un escenario de conflicto, lucha o
rebelión: su libertad, su trabajo, su casa, su familia, el poco dinero del que
dispongan, etc…
La clave de este mecanismo consiste en
convertir las pequeñas posesiones y “comodidades” de las que disponemos en
cadenas que nos inmovilicen, de manera que acabemos anteponiendo su
conservación a nuestra propia dignidad como seres humanos.
Así pues, que nadie lo dude.
A la mayoría de nosotros siempre nos
dejarán “algo que perder”. Siempre nos dejaran algo de lo que depender y que
solo podremos conservar “si nos portamos bien”.
Al fin y al cabo, ser conservador es
algo intrínseco al ser humano: es una de las formas más refinadas que adquiere
el miedo dentro de nuestra psique…
·Crear
“esperanza artificial”
Este mecanismo es complementario al
anterior y es uno de los más ampliamente utilizados en la coyuntura actual.
De hecho, lo podemos ver reflejado en
la mayoría de medios de comunicación. Mezcladas con las persistentes amenazas
de castigo por parte de la autoridad para aquellos que se atrevan a rebelarse,
encontramos constantes promesas de recuperación y esperanza.
De nada serviría que nos dejaran “algo
que perder” si estuviéramos inmersos en una situación de precariedad continuada
e inalterable; tarde o temprano, la presión del descontento derivada de la
precariedad vital, podría convertirse en insostenible y por lo tanto, es
estrictamente necesario crear una sensación de esperanza de cara al futuro,
aunque se trate de un futuro difuso o inconcreto.
El objetivo es convertir la “esperanza
de mejora” en una posesión más que podemos poner en riesgo si nos rebelamos y
por lo tanto, en una cadena más que nos aprisione y nos paralice, al igual que
sucede con las otras posesiones físicas que tememos perder.
Pero lo sorprendente es que en este
caso se trata de una “posesión virtual” que ha sido proyectada en nuestra
mente.
Crean en nuestra psique la imagen de un
futuro esperanzador que aún no existe y que supuestamente nos pertenece y nos
hacen temer por su pérdida si nos atrevemos a rebelarnos.
Se trata pues, de un mecanismo de
manipulación sorprendente y muy refinado basado en la conservación de
“propiedades virtuales”.
Una manipulación simplemente genial;
más genial de lo que los propios perpetradores creen.
·Ilusión
de libertad
Éste es quizás el mecanismo más
evidente y conocido por todos.
Es un reflejo de cómo han cambiado los
tiempos y de cómo se han refinado y perfeccionado los mecanismos de represión
psicológica.
Y es que tras siglos de dominio basado
en la obediencia ciega y la subyugación por la fuerza, los más poderosos han
conseguido crear en nosotros la ilusión de que podemos elegir entre varias
opciones; y a esa posibilidad de elección totalmente manipulada la han llamado
falsariamente “libertad”.
Lo vemos a todas las escalas y en
múltiples aspectos de la sociedad actual: podemos elegir peinado, ropa, partido
político, ideología, religión, tribu urbana o equipo de fútbol. Tanto da cuáles
sean: todas son elecciones que siguen un procedimiento similar.
Por decirlo de una manera gráfica, nos
ofrecen constantemente la posibilidad de elegir entre la pastilla roja y la
pastilla azul.
Nos aseguran que es nuestra
responsabilidad elegir cuál de las dos preferimos y que con ello decidimos
nuestro futuro. Y así es como nos pasamos la vida discutiendo acaloradamente
cual de las dos representa la mejor opción a cada momento y por ello nos
consideramos “libres”.
Pero la respuesta de una persona libre
no es elegir entre la pastilla roja o la azul.
La
respuesta de una persona libre es: “Yo no tengo por qué tomar ninguna
pastilla ¿Quién te has creído que eres para decirme que tengo que elegir una
pastilla? ¡Métete las pastillas donde te quepan!”
Desgraciadamente, la mayoría de
personas consideran que ésta es una respuesta agresiva y antisocial.
Quien se atreva a responder en estos
términos será atacado por rojos y azules, por izquierdas y por derechas, por
ateos y por creyentes…al fin y al cabo, todos ellos ya han tomado la pastilla y
no tolerarán que nadie se atreva a no hacerlo: eso pondría en evidencia sus
limitaciones y su cobardía…
·Dividir
el mundo en buenos y malos
Este
es un mecanismo complementario al anterior que ya tratamos en un artículo
titulado: UN MUNDO DE BUENOS Y MALOS. La verdad es que sin este mecanismo no
existirían los gobiernos y toda estructura de autoridad resultaría
insostenible.
Como hemos visto a lo largo de la
historia, lo primero que necesita un gobernante es un enemigo al que combatir,
un opositor sobre el que focalizar los recelos, los miedos, las frustraciones y
los odios de la población.
Durante siglos este mecanismo le ha
resultado especialmente útil a las dictaduras y a los regímenes totalitarios.
Todos ellos necesitan crear un enemigo, sea externo y/o interno, con el que
justificar las actividades represivas que les permiten mantener el status quo.
Pero con el paso del tiempo, el sistema
se ha perfeccionado hasta tal punto, que hoy en día disponemos de una
estructura eficiente y funcional que incorpora, de serie, un enemigo estable,
previsible y prefabricado: la Democracia.
Al fin y al cabo, la democracia no deja
de ser eso. Un sistema que lleva incorporado un enemigo artificial llamado
“oposición ideológica” sobre el que depositar todos los recelos y culpas.
¿De quién es la culpa de todo lo que
sucede en nuestro país? Del Rajoy o del Zapatero de turno, de la izquierda o de
la derecha, de los fachas o de los rojos…
Es como un motor lógico perfecto,
creado para estar siempre en funcionamiento, dando vueltas sin parar,
alimentado por el rechazo e incluso el odio que siente cada fracción programada
de población hacia la ideología contraria.
Y es que no olvidemos que los
gobernantes siempre gobiernan “contra algo”.
Puede ser un enemigo ideológico, un
grupo terrorista o incluso algo más abstracto, como la inseguridad ciudadana,
la crisis económica, la droga o el paro.
Sea como sea, los gobiernos necesitan
un enemigo o un problema contra el que combatir, para que el pueblo tenga la
sensación permanente de que los gobernantes son necesarios para erradicar tales
amenazas.
Si supiéramos cuantas veces son los
propios gobiernos los que generan esos “problemas” con el fin de justificar sus
actuaciones, la confianza en el sistema se derrumbaría por completo…
·Ley
del “triunfo menor”
Éste es uno de los mecanismos más
importantes y que desgraciadamente, se han mostrado más eficaces a lo largo de
los tiempos.
Básicamente consiste en distraernos con
aspectos circunstanciales, con el fin de que focalicemos nuestras energías en
la anécdota y evitemos ir a la raíz de los asuntos.
Para comprenderlo mejor, pongamos un
ejemplo:
Supongamos que estamos encerrados en
una prisión, de forma injusta, junto a otros prisioneros también encerrados en
las mismas condiciones.
Tarde o temprano, nuestra obsesión será
escapar de la cárcel para recuperar nuestra libertad y con el fin de evitarlo,
las autoridades carcelarias realizan una maniobra inteligente: nos dan comida
en mal estado y llena de gusanos.
Es decir, empeoran de forma premeditada
y evidente nuestras condiciones de vida en la prisión.
Puede resultar paradójico, pero ese
empeoramiento de las condiciones en la prisión, bien gestionada, lejos de
convertirse en un acicate que alimente nuestra necesidad de huida, puede
convertirse en un mecanismo para que nunca lleguemos a emprenderla.
Solo hace falta que uno de los
internos, con una especial capacidad de liderazgo, levante la voz protestando
por la calidad de la comida. Que se alce con proclamas encendidas reclamando
“una mejor alimentación y unas mejores condiciones sanitarias de los reclusos”,
al grito de “¡No somos bestias, somos personas y tenemos derechos!”.
Cuando
eso suceda, ese plato lleno de gusanos se convertirá, de repente, en el centro
de las reclamaciones de los internos. Todas las luchas se centrarán en
conseguir una “alimentación decente y digna”, pues esa alimentación se habrá
convertido en un símbolo del trato a los reclusos.
Llegados a esta situación, el alcaide
solo tendrá que gestionar adecuadamente las circunstancias, negándose
inicialmente a mejorar la calidad de la comida y aplicando castigos puntuales a
los reclusos adecuados como muestra de fuerza y aflojando la tensión cuando
ésta amenace con convertirse en un motín generalizado.
Con ello conseguirá convertir la lucha
por la mejora de la comida en un reto difícil de conseguir por parte de los
presos y eso les obligará a destinar aún más energía y atención en ello.
Y cuando llegue el momento
pertinente…el alcaide dejará de ofrecer comida repleta de gusanos y convertirá
las reclamaciones de los reclusos en un pequeño triunfo.
¿Qué habrá conseguido con ello?
Para empezar, durante el proceso de
protesta, habrá conseguido que todas las energías de los reclusos se hayan
desperdiciado reclamando un hecho circunstancial y concreto: la comida y que
esas energías no se hayan enfocada plenamente en crear planes de fuga.
De esta manera, el objetivo primordial
de todos y cada uno de los reclusos, que era huir de la cárcel, habrá quedado
olvidado, mediante un desvío pertinente de la atención.
Y no solo eso.
Lo peor es que ese pequeño triunfo
dentro de la prisión, servirá de mecanismo psicológico que reforzará la
aceptación del encarcelamiento por parte de los presos.
Porque dentro de sus mentes, quedará
instaurada la idea de que dentro de la cárcel pueden alcanzar pequeños triunfos
luchando, algo que nadie puede garantizarles en el complejo mundo exterior. Es
decir, la imagen de la propia cárcel quedará asociada a una sensación personal
de triunfo, que se reforzará diariamente y de forma rutinaria cuando tengan
ante sí un plato de rancho libre de gusanos.
Si nos fijamos con atención, el
elemento clave de esta maniobra reside en el recluso que se erige en portavoz
del resto y se levanta reclamando “mejor comida”.
Él es el líder que focaliza las
protestas de la masa en la anécdota circunstancial y desvía la atención del
objetivo prioritario: la huida de la cárcel.
Sustituyamos
ahora la cárcel por el sistema, el plato con gusanos por la precariedad
derivada de la crisis y al líder de los reclusos por cualquier líder
opositor al gobierno de turno, que reclama reformas y mejoras para la
población.
Esto es lo que vivimos, constantemente,
en un régimen democrático y en especial en los momentos de mayor descontento
social, gobiernen las derechas o las izquierdas.
¿Cuándo abriremos los ojos de una vez?
¿Cuándo dejaremos de preocuparnos por
esos “platos llenos de gusanos” como la reforma laboral, el derecho al aborto,
el matrimonio homosexual o la bajada de impuestos y pensiones y focalizaremos,
de una vez por todas, la totalidad de nuestras energías en escapar
definitivamente de “la cárcel”?
·Inoculación
de conceptos
Por último, exponemos el mecanismo más
sutil de todos y el que acostumbra a pasar más desapercibido, a pesar de ser el
más importante a la hora de crear las estructuras que nos someten diariamente.
Básicamente
consiste en inocular, sutil y camufladamente, los diferentes conceptos que
regirán el futuro del sistema en la mente de los ciudadanos, para que se acostumbren a
ellos y los asuman como algo “normal y habitual”.
Pongamos un ejemplo: supongamos que
queremos conseguir que la población pague un impuesto por el simple hecho de
respirar aire.
El concepto de “pagar por respirar”
puede parecer ahora mismo una locura, una idea no solo descabellada, sino
profundamente abusiva e imposible de implementar.
Pero en realidad resulta descabellada
porque el concepto “pagar por respirar” aún no ha sido debidamente instalado en
nuestra mente y aceptado como una posibilidad plausible.
Así pues, el primer paso para
conseguirlo, es enunciar la posibilidad de ese concepto, aunque sea a través de
una representación metafórica o imaginaria. Por ejemplo, mostrando una película
de ciencia ficción situada en un futuro donde la gente paga dinero por el
simple hecho de respirar.
Una vez enunciada la idea y convertida
en una posibilidad “imaginable”, el segundo paso es implementarla como realidad
parcial y limitada.
Es decir, crear un primer caso de “pago
por respirar aire”, aunque sea en condiciones muy restringidas.
Y aunque parezca increíble, ya se ha
dado un paso en esa dirección en el mundo real.
Hace pocos días, por ejemplo, sabíamos
que en un aeropuerto de Caracas, los usuarios de las terminales nacional e
internacional tendrán que pagar un arancel por respirar el aire acondicionado
tratado con ozono que se suministra en tales terminales.
Así pues, ya hay un lugar en el mundo
en el que se ha inoculado el concepto “pagar por respirar”, aunque sea en un
estadio parcial y limitado.
Poco importa que en este caso concreto
sea en forma de arancel simbólico que se paga al adquirir el billete de avión.
Lo importante es que una vez instaurada
la idea en sí en la mente de las personas y aceptada por todos como una
“posibilidad normalizable”, toda variación posterior será aceptada sin
rechistar, si se realiza de forma paulatina y “debidamente justificada”.
Solo hace falta que la medida se
extienda a algún otro aeropuerto del mundo, que después se extienda a algún
museo o teatro famoso y así paulatinamente a otros edificios oficiales de
diferentes países.
Poco a poco puede ir extendiéndose
hasta convertirse en una norma al entrar en cualquier edificio con aire
acondicionado.
Solo hace falta “justificarlo”
adecuadamente mediante una buena campaña de concienciación, por ejemplo basada
en la ecología y la sostenibilidad.
Es decir, asociarle un significado
aparentemente positivo.
Y una vez instaurado el pago por el
aire en todos los edificios públicos y los medios de transporte como norma,
¿Dónde situaremos los limites para no cobrar un impuesto por respirar aire
limpio en la calle?
¿Cuánto tiempo tardará en aparecer la
primera población que aplica supuestas medidas ecológicas para mantener el
“aire limpio y descontaminado” y que cobra a sus habitantes un pequeño impuesto
por respirar ese “presunto aire purificado” en la vía pública?
Como vemos, el punto crucial reside en
inocular el concepto inicial. Conseguir que se acepte la base de la idea en sí
es la clave de todo.
Una vez conseguido, el triunfo de la
maniobra está garantizado y puede llegarse progresivamente hasta límites que
ahora nos pueden parecer surrealistas.
Podemos encontrar muchos más ejemplos
de aplicación de esta técnica tan efectiva.
Ahí
están, por ejemplo, los impuestos sobre los depósitos
bancarios latentes. Se trata de un impuesto mediante el
cual, el estado se arroga el derecho de robar literalmente el dinero depositado
en la cuenta bancaria de un particular simplemente porque esa cuenta no muestra
actividad durante un tiempo pre-establecido.
Poco importa que en un principio el
impuesto se aplicara a cuentas inactivas durante más de quince años, como en el
caso del Reino Unido. Paulatinamente la norma ha ido variando y hay países como
Australia donde el impuesto ha pasado progresivamente de aplicarse a cuentas
inactivas durante 7 años a cuentas inactivas durante 3 años. Y en casos
extremos como en el estado de Georgia, en EEUU, a cuentas inactivas durante
solo un año.
Una vez aceptado el concepto base
llamado “confiscación de cuenta por inactividad”, toda variación posterior será
aceptada sin apenas oposición.
En un tiempo, podrán echar mano
“legalmente” del dinero que depositemos en nuestra cuenta si permanece inactiva
un mes y quién sabe si al final, si permanece inactiva una semana o un solo
día.
Por esta razón, es tan importante decir
“no” al primer intento de abuso.
Debemos tener una visión a largo plazo
y deducir las consecuencias que tendrá la aceptación de una ley o un concepto
implantado en la mente de la población y ayudar a las personas que nos rodean a
comprender las implicaciones que tendrá a la larga no hacer nada contra ello.
Ante
un abuso, jamás puede permitirse el primer paso, porque ese primer paso ya es
“todos los pasos” y después será demasiado tarde para revertirlo
De momento, en España, ya hemos
aceptado sin apenas rebelarnos que se nos impongan multas por simplemente
manifestarnos en la calle. Una vez aceptada y asumida la idea y convertida en
nueva realidad vital, ya podemos decir que estamos viviendo en una dictadura de
facto, donde la libertad de expresión ha muerto. Es solo cuestión de tiempo que
sobre esta base conceptual se establezcan leyes y normas cada vez más
draconianas.
Y la culpa será nuestra, al cien por
cien, por haber aceptado la implantación inicial del concepto sin haber
plantado cara adecuadamente.
El sistema se basa enteramente en esto.
En la asunción de conceptos como algo “normal”, hasta que se convierten en la
nueva realidad de nuestras vidas. Una realidad virtual que solo vive en
nuestras cabezas y que solo nosotros mantenemos en pie, pero que sin embargo es
capaz de aprisionarnos durante toda nuestra existencia.
No nos cansaremos de repetirlo, aunque
clamemos en el desierto. La auténtica lucha está ahí, dentro de nuestra cabeza.
Nuestra mente es el campo de batalla en
el que se dirime el futuro de toda la humanidad.
De nada servirán las reclamaciones
sociales externas si no somos capaces de ganar la guerra dentro de nuestra
psique.
Porque un solo concepto inoculado en
nuestra mente puede hacer más daño que una arma de destrucción masiva…
GAZZETTA DEL APOCALIPSIS
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