02/04/2017
| Todd Chretien
“Nosotros de la generación anterior quizá no
podamos vivir para ver las batallas decisivas de esta revolución
venidera", advirtió Lenin en una presentación a un grupo de jóvenes suizos
en el 12º aniversario de la derrotada Revolución de 1905. La yuxtaposición de
sus comentarios y la caída del zar Nicolás II apenas seis semanas después,
estableció una broma clásica del movimiento marxista: "¡No llegues tarde a
la protesta porque la revolución podría comenzar!"
Pero estaba claro en su trabajo de entonces que
Lenin sabía que la situación política en su país podía estallar en cualquier
momento. Durante trescientos años la dinastía Romanov había gobernado Rusia, en
ese entonces un imperio en expansión en que los oradores rusos eran una
minoría, con puño de hierro.
Lejos de languidecer en el aislamiento, los zares
marcaron su huella reaccionaria sobre Europa occidental, proporcionándose
bastos ejércitos campesinos para apoyar a la monarquía y a la reacción frente a
los movimientos democráticos y nacionalistas desde la revolución francesa de
1789 en adelante. Los Romanov obtuvieron incluso altos réditos asumiendo el rol
de enemigos mortales en la primera línea del Manifiesto Comunista. Sin embargo,
en los albores del siglo XX, los cimientos del imperio se encontraban repletos
de agujeros.
En su Historia de la Revolución Rusa, León
Trotsky explica la volatilidad de la sociedad rusa al señalar que el desarrollo
económico global se produce necesariamente a un ritmo desigual. Nicolás se
encontraba encima de una diversidad de territorios y de pueblos, como lo hace
evidente una muestra corta de su título oficial como "Emperador y
Autócrata de todos los rusos, de Moscú, de Kiev, de Vladimir, de Novgorod, del
Zar de Kasan, del Zar de Astrakhan, del Zar de Polonia, Siberia... y Gran Duque
de Smolensk, Lituania... y así sucesivamente, y así sucesivamente, y así
sucesivamente. "
En primer lugar, el Zar era el mayor terrateniente
de una clase de barones que sobrevivieron a sus contrapartes feudales de Europa
Occidental por un siglo o más -la servidumbre sólo fue abolida en 1861-. Esta
clase de treinta mil aristócratas poseía unos 189 millones de acres (los
Estados tenían un promedio de 5,400 acres), o de más de la suma total de tierra
que cincuenta millones de campesinos pobres o medianos poseían juntos.
Más allá de ser "ya un programa de revuelta
agraria", los números también traicionaron la creciente brecha entre el
poder productivo de la industrialización de Europa Occidental y la Rusia
agraria. Preocupado por el retraso tecnológico que podría poner fin a la fuerza
militar, el zar se apoyó en los bancos franceses e ingleses para financiar una
moderna y altamente centralizada industria de las armas y la metalurgia,
centrada en San Petersburgo y otros sitios. Algunas de las fábricas más grandes
del mundo salieron de territorio ruso, concentrando en ellas una nueva clase de
personas que no tenían nada que vender sino su fuerza de trabajo. En “el desarrollo
del capitalismo en Rusia” de 1899, Lenin estimó que hacia la década de 1890
había diez millones de trabajadores asalariados en el país.
El zar buscó unir esta "amalgama" con el
látigo. Las bandas antisemitas conocidas como las “Centurias Negras” vagaban
por el campo aterrorizando a los judíos; asimismo, el gran nacionalismo ruso
prohibió la educación en idiomas locales y las huelgas fueron recibidas con
fuerza militar. Con la esperanza de apoderarse de un puerto de la costa
oriental mientras alimentaba el fuego del patriotismo, la Corona fue a la
guerra contra Japón en 1904. Sin embargo, la superioridad del equipo de los
japoneses y la perspicacia de la lucha pronto atrajeron fuerte oposición a la
guerra a nivel nacional.
El 9 de enero de 1905 cientos de miles de obreros,
estudiantes y pobres marcharon tras el liderazgo de un sacerdote, el padre
Gapón, suplicando al zar que les aliviara su pesada carga. Se toparon con
bayonetas y munición real, dejando en las calles a cientos desangrándose.
El Gran Ensayo General de 1905, como es conocido,
expuso una conflagración social de varios lados: los campesinos contra los
terratenientes, los obreros contra los patrones y prácticamente todo el país
(incluso algunos sectores de la clase media y capitalista) contra la monarquía.
Los marineros se amotinaron en el acorazado
Potemkin, los campesinos incendiaron mansiones en una séptima parte de las
zonas provinciales y una nueva frase había entrado en la conciencia de la
izquierda internacional, como la definió Lenin: “una organización de masas
peculiar se había formado, los famosos Soviets de Obreros Diputados, compuestos
de delegados de todas las fábricas".
Rosa Luxemburgo, una de las fundadoras de la
socialdemocracia del Reino de Polonia y Lituania, generalizó más allá de las
condiciones rusas, anunciando la "huelga de masas [como] la primera forma
natural e impulsiva de toda gran lucha revolucionaria del proletariado".
En medio de la revolución, floreció la izquierda
socialista. En los años previos al famoso Congreso del Partido Obrero
Socialdemócrata de Rusia de 1903, en el cual los bolcheviques y mencheviques
primero se unificaron y luego se dividieron -además de complicadas
negociaciones con importantes organizaciones judías, polacas, finlandesas y
otras organizaciones socialistas de base nacional- se contaban más o menos unos
diez mil miembros del partido en las diversas facciones. Durante el evento
conocido como el Congreso de la Unidad en la primavera de 1906, decenas de
miles se habían unido, y para el Congreso de 1907 del Partido Obrero
Socialdemócrata Ruso (incluyendo sus secciones nacionales), la afiliación había
ascendido a casi 150 000 miembros, a pesar de la brutal represión.
Tan aterrorizado estaba al principio que fue el
mismo zar quien cedió una concesión a la revolución, una especie de parlamento
juguete al que llamó “la Duma”. Al comienzo, a los trabajadores urbanos ni
siquiera se les concedió el derecho a voto, aunque la estructura fue
posteriormente enmendada de modo que cada dos mil propietarios podían elegir a
un delegado en comparación con uno cada noventa mil trabajadores. Esta oferta
débil era más de lo que Nicolás quería renunciar y no lo suficiente como para
aplacar la revolución, por lo que el Estado convirtió a Rusia en un cementerio
- quince mil ejecutados, veinte mil heridos, cuarenta y cinco mil exiliados. La
sangre ahogó el fuego, por el momento.
A principios de 1912, las huelgas volvieron a
aumentar hasta que se colmó el vaso en un pueblo siberiano llamado Lena, donde
las tropas zaristas arremetieron contra cientos de huelguistas. La clase obrera
surgió como un fénix de las cenizas, los partidos socialistas se expandieron
una vez más, y las huelgas proliferaron. En 1914, el diario socialista Pravda
tenía una circulación diaria de entre treinta y cuarenta mil ejemplares en un
país que, en su mayoría, era analfabeto.
El verano de 1914 fue testigo de ver llegar a Rusia
hasta el punto de ruptura: el status quo se había vuelto insoportable. Nicolás
declaró la guerra a Alemania el 19 de julio de 1914. Solo que esta vez, en
lugar de un conflicto más o menos contenido como lo fue con Japón en su
frontera oriental, la guerra con Alemania y el Imperio Austro-Húngaro trajo
hambre y pestilencia a las puertas de la monarquía.
Sin embargo, en los primeros días de guerra, una
ola patriótica entusiasta animó la posición del zar. Cientos de miles de
campesinos y jóvenes se apresuraron a unirse al ejército y las manifestaciones
nacionalistas plagaban las plazas de la ciudad y de los pueblos rurales.
Pero todos los conflictos que condujeron a 1905
fueron llevados pronto a un punto de ebullición. La Gran Guerra entregó
"tumbas llenas" a las masas rusas, en una escala casi imposible de
imaginar. La Primera Guerra Mundial presentó el espectáculo del sistema social
más atrasado y subdesarrollado en el continente a la cabeza en una lucha de
vida o muerte con la economía industrial más avanzada del mundo. Los resultados
fueron aterradores.
Tres millones de soldados del ejército imperial del
zar murieron, otros cuatro millones fueron heridos y unos tres millones de
civiles perecieron por causas relacionadas con la guerra, de una población de
alrededor de 175 millones. Frente a la tecnología militar de Alemania, el zar
envió a morir a cientos de miles de soldados mal armados y mal equipados. A lo
largo de los inviernos de 1915, 1916 y 1917, decenas de miles de soldados
simplemente murieron congelados en sus trincheras.
Mientras tanto, la corte real se hundía en nuevos
niveles de libertinaje. Un sacerdote místico llamado Grigori Rasputín se impuso
sobre la zarina Alejandra, exigiendo que su marido castigara a todas las
señales de deslealtad como Ivan el Terrible había hecho. Tal era su influencia
que los aristócratas rusos lo asesinaron con la esperanza de recuperar la influencia
sobre Nicolás y su política de guerra. Habiendo bebido durante muchos siglos
del pozo Real, los barones ahora temían que todos fueran envenenados por su
corrupto cadáver político. Como cuenta Tsuyoshi Hasegawa, la pareja Real
"se negó a entender el mundo exterior".
Como en 1905, los levantamientos campesinos
aumentaron a medida que la guerra se prolongaba, pero esta vez se concentraron
en una nueva forma. Esta vez, el conflicto era entre oficiales aristocráticos y
soldados campesinos en las trincheras. Cada vez que un oficial daba una orden
suicida contra el fuego alemán, no sólo estaba en juego la vida de soldados
campesinos individuales, sino también el futuro de la familia que dependía de
que sus hijos regresaran a sus hogares en busca de cuidado y trabajo. Además,
alimentar al ejército significaba el robo a las familias campesinas de su
sustento y de las semillas para las cosechas del próximo año.
Tal vez Nicolás, o al menos la monarquía, podía
haber sobrevivido a la ira creciente del campesinado, a las pérdidas militares
catastróficas y al descontento dentro de su propia clase. Sin embargo, se
levantaba un enemigo aún más poderoso. Porque así como la guerra llenaba las
trincheras de sangre, también llenaba San Petersburgo de proletarios. La misma
clase obrera que había combatido al régimen en 1905 y había sufrido
terriblemente por sus esfuerzos, era la base encargada de fabricar y distribuir
cada arma, cada bala, cada casco, cada vagón de los que dependían la guerra del
zar. Sin embargo, Nicolás no tenía más remedio que fortalecer a ese enemigo.
Hasegawa informa que entre 1914 y 1917, el número de
trabajadores y trabajadoras en San Petersburgo aumentó de 242 600 a 392 000, o
sea un 62 %, y que las mujeres constituían una cuarta parte del total. Las
huelgas retrocedieron en los primeros días patrióticos de la guerra; por
ejemplo, mientras en huelgas en 1914 participaron unos 110 000 trabajadores, el
9 de enero de 1915 sólo marcharon 2 600 en honor al domingo sangriento. Pero a
medida que el esfuerzo bélico se derrumbaba, la deserción proliferaba. En el
período de seis meses entre septiembre de 1916 y febrero de 1917, unos 589 351
trabajadores y trabajadoras participaron en huelga y alrededor del 80 % de
éstas eran huelgas políticas.
Además, en medio de este movimiento de masas, las
organizaciones socialistas tenaces construyeron una larga lucha para
implantarse entre los trabajadores. Miles de revolucionarios habían perdido sus
vidas en 1905 o en la represión posterior y miles más habían sido reclutados y
enviados al frente en un esfuerzo por purgar al movimiento obrero de los
organizadores endurecidos por la batalla. Se hecho, la policía zarista estuvo
peligrosamente cerca de erradicar a la izquierda socialista organizada en
varios puntos; sin embargo, las semillas de más de una docena de años de
confrontación, la organización clandestina del partido y la educación
socialista habían echado raíces.
A diferencia de Alemania y Francia, donde el
liderazgo de las organizaciones socialistas más importantes apoyó a sus propias
clases dominantes en la Primera Guerra Mundial, gran parte del movimiento
socialista ruso adoptó principios internacionalistas y en contra de la guerra.
En lo general, San Petersburgo estaba prácticamente repleto de socialistas y
revolucionarios organizados en grupos partidarios que operaban en diversos
estados de competencia y cooperación, incluidos los bolcheviques, los
mencheviques, los mezhraionts, los social-revolucionarios e incluso los
anarquistas.
Por supuesto, había algunos patriotas socialistas
bien conocidos, el más notablemente líder menchevique, Georgi Plejanov, el
"padre del marxismo ruso", que tanto Lenin como el
menchevique-internacionalista Julius Martov lo consideraban un mentor.
En general, las primeras semanas de 1917 se
acercaban a lo que Lenin sugirió como las condiciones previas para la "ley
fundamental de la revolución", o, en sus propias palabras: “Sólo cuando
las "clases bajas" no quieren vivir de la vieja manera y las
"clases altas" no pueden continuar de la vieja manera que la
revolución puede triunfar.”
La clase obrera del Imperio ruso no fue la única
que resistió las condiciones de la guerra. Karl Liebknecht rompió con la
dirección pro-guerra del Partido Socialdemócrata alemán y votó en contra de los
créditos de guerra en el parlamento, Luxemburgo escribió el panfleto Junius
contra la guerra desde la cárcel, los soldados franceses y alemanes declararon
una tregua unilateral de Navidad y el ala izquierda del partido socialista estadounidense
y los Trabajadores Industriales del Mundo (IWW por sus siglas en inglés) se
opusieron vehementemente a la unidad de guerra de Woodrow Wilson.
Pero la profundidad de la crisis social, económica
y militar en Rusia, la conciencia política y la organización de la clase obrera
(además de la creciente revuelta entre soldados, campesinos, estudiantes y
nacionalidades oprimidas) fue más lejos que cualquier otra en el mundo durante
el invierno de 1916-17.
Además de todo esto, una bella ilusión (si bien no
universalmente compartida, pero entonces bastante común) unió el amplio
movimiento anti-zarista. Es decir: corta la cabeza de la monarquía, y sólo
entonces la paz, la democracia y la prosperidad pueden venir a Rusia.
No pasaría mucho tiempo antes de que el movimiento
revolucionario ruso pusiera a prueba esa tesis. Febrero fue sólo el comienzo.
28/03/3027
Traducción: Antonio Galicia (Colectivo Siniestra)
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