49 millones de brasileños votaron en primera vuelta al candidato
presidencial Jair Bolsonaro. Y esto ocurrió a pesar de
varios factores contundentes que parecían alineados en su contra:
·
Un
presupuesto de campaña electoral bastante limitado y modesto.
·
Carencia
de estructura partidaria y territorial de respaldo.
·
Un
candidato con antecedentes políticos grises y poco relevantes.
·
Declaraciones
explosivas que parecían dinamitar su propia campaña.
·
Muy
dura campaña negativa en su contra.
El triunfo de Bolsonaro
convierte su liderazgo político en un fenómeno digno de ser estudiado de manera
objetiva. En las siguientes tesis intento por lo menos acercarme a la
comprensión de este fenómeno.
UNO: El relato de la ley y el orden derrotó al relato del golpe
Las elecciones presidenciales
2018 en Brasil estuvieron marcadas por dos grandes relatos que se disputaron la
mente de los potenciales votantes. Ellos fueron el “relato del golpe” y el
“relato de la ley y el orden”.
Las campañas electorales, y la
política toda en definitiva, están atravesadas por relatos. Se trata de narraciones que cuentan una cuádruple historia:
la del candidato, la de su partido, la del gobierno saliente y la de la
sociedad misma en la cual la campaña se desarrolla.
Cada narración está contada
desde un ángulo propio e intransferible que se identifica con determinados
actores políticos, sociales, económicos, religiosos o culturales. Pero al mismo
tiempo cada narración aspira a ir más allá, salirse de esos límites y persuadir
a otros segmentos sociales.
La vocación última de cada
relato es que la mayoría de los votantes lo adopte, lo haga suyo, lo incorpore
a su mente y lo use para ordenar y comprender la realidad.
Pero…¿por qué las personas
habrían de hacer suyo uno de estos relatos?
Pues simplemente porque es una necesidad psicológica fundamental del ser
humano.
La realidad en sí misma es
inasible, inaprensible, fugaz, fragmentaria. La realidad como tal es un caótico
flujo de estímulos contradictorios que van y vienen, que surgen para luego
desaparecer. La realidad, además, es demasiado inabarcable como para ser
comprendida por un ser humano aislado.
Es entonces que llegan los
relatos y ayudan a comprenderla, a darle un sentido.
Relatos que son producciones colectivas, por cierto.
En el caso de Brasil los
relatos predominantes fueron los dos señalados anteriormente. Dos narraciones
antagónicas y excluyentes.
El “relato del golpe” comenzaba
contando que los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) habían
sacado de la pobreza a millones de personas que habían sido siempre las más
postergadas en la historia del país. Y que justamente por eso los sectores más
poderosos estaban ejecutando un golpe de estado destinado a revertir tales
avances. Golpe de estado impulsado por sectores económicos, políticos,
mediáticos y judiciales y que tenía como grandes hitos la destitución de la
Presidenta Dilma Rousseff y el encarcelamiento de Lula, máximo líder del PT y del país.
El “relato de la ley y el
orden”, por su parte, comenzaba contando que en los últimos años la vida de los
brasileños estaba siendo destruida por tres flagelos mortales: la corrupción
política, la crisis económica y la delincuencia. Y que justamente por eso era
imprescindible poner un freno radical ante tales flagelos. Un freno que
implicara ley y orden, mano dura, autoridad fuerte y un liderazgo como el de
Bolsonaro que no le temiera a nada ni a nadie.
¿Cómo explicar que el segundo
relato haya sido más persuasivo que el primero para los votantes brasileños?
Básicamente por dos razones:
1.
Su
eje principal eran los temas que la gente percibía como sus principales
problemas: corrupción, crisis económica e inseguridad. Mientras tanto el otro
relato ponía el eje en cuestiones político-partidarias e ideológicas más
alejadas de la conversación social.
2.
Era
un relato más simple, más fácil de comprender y de transmitir a otros. En una
campaña electoral esto es sinónimo de jaque mate.
DOS: Bolsonaro conectó mejor con el miedo y el
enojo de los votantes
Las emociones
mandan en la toma de decisiones, aún en las que son en
apariencia más frías y racionales. Inclusive en la decisión de voto. Y los
relatos que se disputan la mente de los electores en cada campaña son, desde el
principio, disparadores de emociones.
Acá nos encontramos con el
segundo factor del triunfo de Bolsonaro: no solo protagonizó el relato más
persuasivo sino que además conectó mejor con las emociones de los votantes.
Esas emociones eran
principalmente dos: enojo y miedo.
Los brasileños estaban muy
enojados con la corrupción que desde hacía ya años venían viendo en la
política. Enojados, fundamentalmente, con el gobierno del PT.
Al principio, hace ya unos
cuantos años, parecía que los casos de corrupción que salpicaban una y otra vez
al gobierno no terminaban de pasarle factura al partido de gobierno. Y menos a
Lula, el líder político más popular del país durante mucho tiempo. Pero el
goteo de la corrupción rompió el blindaje y se derramó por todas partes. Así el
enojo fue creciendo, incontenible.
Mientras amplios segmentos
sociales percibieron que “las cosas iban bien” (por ejemplo que millones de
personas salían de la pobreza y se incorporaban al mercado de trabajo y de
consumo), buena parte del electorado brasileño seguía votando al PT. Pero
cuando la crisis económica y la crisis de la seguridad pública comenzaron a
golpear directamente su vida cotidiana, entonces el enojo estalló
definitivamente. Enojo contra los gobiernos del PT en quienes estos sectores
vieron la responsabilidad de los tres grandes males: corrupción, crisis
económica y delincuencia.
Al mismo tiempo fue creciendo
el miedo entre amplias capas de la sociedad. Miedo a la delincuencia y miedo a
los efectos de la crisis económica. No miedos genéricos o abstractos sino
miedos concretos, específicos. Temor a las consecuencias personales directas
que podían causarles esos problemas.
Enojo y miedo, pues.
Y Bolsonaro supo escuchar esas emociones y darles un gran espacio en su
comunicación política. Los brasileños se vieron en el espejo de Bolsonaro,
vieron sus propias emociones reflejadas en su mensaje.
Ya sabes: son las emociones las que mueven el voto.
TRES: El PT se estrelló contra su propia
política de alianzas
Una ley no escrita de la
política dice que muchas elecciones se ganan o se pierden en la mesa de
negociaciones. Por eso la política de alianzas de cada formación
política es un asunto crucial.
Una manera simplista, y
equivocada, de ver las alianzas es considerar que se trata de sumas matemáticas
de apoyos. Pero la realidad es más compleja. Algunas sumas en realidad suman,
pero otras restan. Y todo depende de las metas políticas, de la adecuada
valoración de la realidad y del conocimiento del público objetivo.
En el caso de Brasil las
políticas de alianzas de los candidatos beneficiaron a Bolsonaro y perjudicaron
al PT. A saber:
·
Durante
varios años el PT intentó sumar aliados que tarde o temprano resultaron grandes
dolores de cabeza. Tenemos que recordar, por ejemplo, a su aliado Michel Temer.
Acompañó a Dilma Rousseff como su candidato vice presidencial y luego jugó un
rol decisivo en la destitución de la Presidenta y en los acontecimientos que
precipitaron la caída del PT en la opinión pública.
·
Simultáneamente
el PT fue dejando por el camino a algunas de sus propias figuras así como a
potenciales aliados. Y desembarcó en las elecciones de 2018 aislado y en medio
de una notoria división y fragmentación de las fuerzas políticas que van desde
el centro hasta la izquierda.
·
Por
su parte Bolsonaro prefirió restar para sumar, ubicándose en una posición
radical que paradójicamente fue más verosímil levantando sus banderas en
soledad que si hubiera “sumado” aliados. Una estrategia similar a la seguida
por Mauricio Macri en las presidenciales de Argentina del año 2015, cuando
evitó aliarse con Sergio Massa para levantarse en solitario como la gran
alternativa frente al kirchnerismo.
Leyendo lo ocurrido en domingo
con el diario del lunes, podemos concluir que la actitud de Bolsonaro parándose
en solitario como la antítesis del PT fue el movimiento estratégico más
rentable electoralmente. Con el mismo diario del lunes podemos señalar que era
el PT quien necesitaba buenos aliados y no los encontró o no los buscó o no los
supo ver al quedar encerrado dentro de sus propias limitaciones estratégicas.
CUATRO: El liderazgo político ni se transfiere
ni se construye en un mes
Pasan los años y sigue
sucediendo lo mismo una y otra vez, y la mayor parte de los líderes políticos
sigue creyendo que “esta vez no va a ocurrir”. Me refiero a esos líderes que
designan a su sucesor, nombran a quien los va a representar en la campaña electoral
en la que no pueden participar.
El elegido de Lula para
sustituirlo como candidato presidencial fue Fernando
Haddad. Pero la gente no vota a un candidato solamente porque es el
elegido por el líder. Más allá de los votantes duros que son incondicionales,
la gente vota personas. Personas. Y aún los simpatizantes de un partido pueden
optar por quedarse en su casa y no ir a votar si “su candidato” no les agrada,
no les atrae, no les convence o no les mueve.
Los desbordes
narcisistas están siempre en agenda en materia política. Y los
grandes líderes suelen creer honestamente que son tan grandes que basta su
señal indicando a un candidato para que millones miren y voten a ese candidato.
Pero por extraordinario que sea el líder, al final del día su honesta creencia
no es mucho más que desborde narcisista.
Con el agravante de que también
ocurre otra cosa: casi siempre se equivocan.
Y el error, otra vez, puede atribuirse al narcisismo.
Porque cuando un liderazgo
político se extiende a lo largo de los años, el narcisismo del líder va
desplazando sutilmente (y a veces no tan sutilmente) a quienes podrían ser sus
sucesores. Muchas veces los desplazados son los mejores, los más destacados,
los que podrían tener un futuro político más luminoso. Por eso mismo son
desplazados. Porque la parte oscura e inconsciente del líder teme que ese
posible sucesor se convierta en realidad en un competidor.
Entonces: Lula “nombra” a
Haddad como su candidato, lo elige. Pero los ciudadanos perciben que, más allá
de los discursos y la parafernalia electoral, Haddad no es Lula. Y no lo votan
como votarían a Lula. Contando además con que muy probablemente el elegido no
sea el mejor sino simplemente el preferido dentro de las limitaciones del
momento presente. Que resulta claro que son limitaciones producidas por otras
decisiones anteriores.
Pero hay algo más grave y más
erróneo: la decisión de Lula es tan tardía que apenas le deja un mes a Haddad
para hacer campaña y construir liderazgo. ¡Un mes! Está claro que el liderazgo
político no se transfiere hacia otra persona por voluntad propia. Y mucho menos
en tan poco tiempo como un mes.
¿Por qué una decisión tan importante
es tan tardía?
Supuestamente la estrategia del PT era agotar hasta el último resquicio de
posibilidad de que Lula fuera autorizado como candidato a pesar de estar preso.
Lo cual contradice violentamente el relato del golpe que narraba el propio PT desde
hacía ya tiempo.
Si el PT creía realmente en su
propia narrativa del golpe, ¿cómo podía imaginar que la candidatura de Lula
sería habilitada en tal contexto?
Imposible.
La única explicación a tamaña desproporción parece anidar, otra vez, en el
narcisismo del líder. Solo en ese terreno era posible argumentar que había un
golpe de estado “blando” en marcha, que ese golpe incluía la presencia de Lula
en la cárcel pero que al mismo tiempo los golpistas lo habilitarían como
candidato presidencial.
El narcisismo es una fuerza
potente en todos los líderes políticos. Una fuerza sin la cual jamás llegarían
a ser lo que son. Pero al mismo tiempo una fuerza que propicia su derrota
final.
CINCO: El ataque político contra Bolsonaro lo
benefició más que a nadie
Las declaraciones violentamente explosivas de Bolsonaro dieron
la vuelta al mundo. Expresiones a favor de las dictaduras, de la tortura, de la
discriminación contra mujeres, negros, gays e indígenas. Afirmaciones
intolerantes, implacables, ofensivas.
Esta debilidad del candidato
estaba expuesta a simple vista: bastaba con recuperar algunas de sus palabras.
Estaban allí: en los periódicos, en las radios, en la televisión, en las redes
sociales, en los mitines. Una debilidad frente mismo a los ojos y los oídos de
todos los brasileños.
Esto motivó que varios sectores
sociales y políticos emprendieran un ataque político contra Bolsonaro cuando
comenzó a hacerse evidente que tendría mucho mayor fuerza electoral que la
prevista. Y lo atacaron con fuerza, golpeando una y otra vez sobre esa
debilidad tan expuesta y tan evidente. Parecía lógico, pero no lo era.
¿Acaso era necesario atacarlo a
Bolsonaro para intentar frenarlo?
Pues sí. Era imprescindible, en especial para el PT.
Es que el ataque político es parte legítima del arsenal de toda campaña. Pero
debe hacerse bien.
Una visión tradicional acerca
del ataque político dice que hay que atacar la debilidad del adversario. Sin
embargo esta clase de ataque casi siempre fracasa. Porque esa debilidad está,
justamente, frente a los ojos de todos. Y sus votantes conocen esa debilidad
pero lo votan a pesar de ella. Entonces atacar la debilidad es llover sobre
mojado: carece de efecto, solo es más de lo mismo.
Y así fue.
El ataque contra las declaraciones repudiables de Bolsonaro cayó en saco roto.
Quienes simpatizaban con él no
lo hacían por desconocer esas declaraciones sino a pesar de las mismas. Una
parte de ellos las compartían (conviene recordar que solo el 13 % de los
brasileños está satisfecho con la democracia según el Latinobarómetro 2017).
Otra parte de sus simpatizantes las minimizaban, dándoles otro encuadre,
ubicándolas en otro contexto o reformulando su sentido e intenciones. Y aún
otra parte de ellos las rechazaban pero sin que ello invalidara la fortaleza
que veían en Bolsonaro y las coincidencias con él en otros planos.
Distinto habría sido el
escenario con un ataque contra su fortaleza, contra el punto de
anclaje entre él y sus simpatizantes. Eso sí habría sido un misil en la línea
de flotación. El ataque contra su debilidad, en cambio, solo sirvió para
encrespar aún más a sus adversarios, a quienes ya estaban en contra de él.
Encresparlos era legítimo, por cierto. Pero no movía la aguja del sismógrafo
electoral y menos lograba evitar el triunfo de Bolsonaro.
SEIS: La imagen del herido le ganó a la imagen
del preso
Cada campaña electoral tiene un
par de imágenes visuales que por su propia potencia le dan un marco referencial
a la campaña y a cada acontecimiento de la misma.
En la campaña presidencial 2018
de Brasil esas dos imágenes fueron:
Lula en la cárcel
Bolsonaro acuchillado
La imagen de Lula en la cárcel podía
tener una cualidad positiva solamente para sus más acérrimos partidarios.
Positiva porque mostraba, según el relato del PT, al más grande líder político
de Brasil detenido injustamente en un proceso anti democrático de golpe de
estado soft, light, blando o encubierto. Mostrarlo preso, en imágenes y
palabras, era confirmar el relato.
El problema es que esa imagen
solo confirmaba el relato de quienes ya creían en ese relato. Alimentaba a los
convencidos, pero con ellos no bastaba para ganar la elección.
¿Qué veían los demás en esa
imagen?
Pues la confirmación de lo lejos que había llegado la corrupción política.
Veían un hombre que había sido poderoso y ya no lo era.
Veían un político preso por acusaciones de corrupción.
Veían a un ex Presidente que primero los había ilusionado y luego los había
decepcionado.
Llegaban al fondo mismo de su desconfianza en la democracia. Y cuando se llega
a ese fondo emerge la tentación autoritaria, como ya sabes.
En cambio la imagen de Bolsonaro acuchillado tenía
otra cualidad más positiva.
La persona herida, la víctima, genera una inmediata reacción de solidaridad y
simpatía. No importa si es una persona desagradable o antipática. No importa si
es alguien que piensa radicalmente distinto. No importa si es alguien lejano o
desconocido. Nada de eso importa ante el herido.
¿Qué vieron millones de personas
en Bolsonaro acuchillado?
Vieron al herido, al atacado, al golpeado.
Vieron a una persona de carne y hueso, un ser humano real, una persona
vulnerable.
Vieron a una víctima de la delincuencia.
Frente a esa imagen era más probable que muchas personas bajaran sus defensas
psicológicas, sintieran algo de pena y de compasión, y hasta se sintieran más
próximos a Bolsonaro.
En la batalla de las imágenes
que también es la campaña electoral, la imagen del herido derrotó por amplio
margen a la imagen del preso.
Todas las campañas electorales dejan enseñanzas
Tanto Lula como Bolsonaro
generan posicionamientos políticos apasionados y disparan emociones intensas.
El desafío es tratar de indagar a través de los posicionamientos y de las
emociones para comprender las enseñanzas que nos deja la campaña presidencial
2018 en Brasil. Porque todas las campañas electorales dejan enseñanzas.
A partir de las tesis de este
artículo sobre el triunfo de Bolsonaro, me permito extraer algunas conclusiones
y hacerte algunas sugerencias básicas para tu próxima campaña electoral:
1.
Comunica
sistemáticamente un relato que explique con simplicidad la narrativa del
candidato, de su partido, de su sociedad y del gobierno saliente.
2.
Detecta
las emociones del electorado, entra en contacto con ellas e incorpóralas a tu
comunicación política.
3.
Construye
una política de alianzas que sea congruente con tus objetivos políticos y con
tu mercado electoral.
4.
Vigila
y mantén a raya tu narcisismo para que no precipite tu caída cuando más
poderoso te sientas.
5.
Si
vas a atacar a tu adversario, ataca su fortaleza y no su debilidad.
6.
Dedica
un tiempo a decidir cual será la imagen visual más representativa de tu
campaña.
Las seis tesis de este artículo
no explican por sí solas el resultado electoral. Pero pueden ser una ayuda
orientadora.
Y las seis sugerencias anteriores tampoco te aseguran ninguna victoria. Pero
también pueden ayudar.
49 millones de brasileños
votaron a Jair Bolsonaro.
Y volvieron a demostrar, como antes y de modo diferente lo habían hecho los 30 millones de mexicanos que votaron a Andrés Manuel
López Obrador, lo fascinante que es la psicología del voto.
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