Tambores de guerra
«Apoteosis de la guerra» (1871), Vasili Vereshchaguin
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FEBRERO 2018,
En un sentido, la ahora terminada
Guerra Fría fue, de hecho, una guerra mundial: las dos potencias representantes
de los sistemas imperantes en el momento del enfrentamiento (Estados Unidos y
la Unión Soviética) pusieron las armas; innumerables países del por entonces
llamado Tercer Mundo, los muertos. La confrontación, sin dudas, fue planetaria.
En sentido estricto: fue una guerra mundial.
Desde terminada la Segunda Guerra
Mundial en 1945, que causó alrededor de 60 millones de muertos, la cantidad de
víctimas registradas en todas las guerras que ha habido -¡y sigue habiendo!-
posteriores a esa fecha, supera holgadamente aquella cifra. Definitivamente la
guerra ha sido la constante en estas pasadas décadas.
La afirmación de que «ya no hay
guerras mundiales» tiene una carga eurocéntrica (en el sentido de «formulación
desde las potencias capitalistas de Occidente», Europa y Estados Unidos,
incluyendo quizá también a Japón): no hay guerra entre esos países, lo cual no
significa que las guerras no sigan siendo una triste realidad en el mundo. La
interrelación y fusión de capitales que sobrevino al Plan Marshall fue una
manera de entretejer redes capitalistas entre las naciones dominantes, asegurándose
el mutuo respeto. O, al menos, la convivencia libre de combates. Pero las
guerras no desaparecieron. ¡Ni remotamente!
Por el contrario, los conflictos
bélicos siguen siendo parte fundamental del sistema como un todo. En tal
sentido, representan 1) un gran negocio, y 2) permiten oxigenarse continuamente
al sistema-mundo del capital (para usar la expresión de
Wallerstein). Las guerras no son inevitables, pero en este marco del
capitalismo como sistema dominante, sí lo son.
Ahora se está hablando insistentemente
de una posible nueva conflagración planetaria. Los mortales de a pie -es decir:
la prácticamente totalidad de la población mundial- no tenemos mayores noticias
de esto, de lo que en verdad se está cocinando. ¿Qué plantes secretos tiene el
Pentágono? ¿Qué estrategia de largo plazo tienen pensado los grandes capitanes
de la economía global? Si las potencias capitalistas han decidido no volverse a
enfrentar entre sí (con la hegemonía militar absoluta de Washington que tomó a
Europa Occidental como su rehén nuclear y lidera esa coalición obligada que es
la OTAN), ¿por qué entonces la posibilidad de una guerra mundial, tal como
ahora pareciera posible?
En realidad, cuando hoy por hoy se
habla de «Tercera Guerra Mundial», se está haciendo alusión a la posibilidad de
un conflicto entre Estados Unidos y sus dos verdaderos rivales: la República
Popular China y la Federación Rusa, los únicos realmente en condiciones de
hacerle frente en el plano militar.
Las guerras que se libran hoy día son
todos conflictos internacionalizados. En todos, directa o indirectamente, están
presentes los intereses geoestratégicos de las principales potencias, ya sea
porque la venta de armas y/o la reconstrucción de lo destruido es un jugoso
negocio, ya sea porque esas guerras expresan las disputas político-económicas
por áreas de influencia con un valor global. Las interminables guerras del
África subsahariana (por el control de recursos estratégicos como, por ejemplo,
el coltán, u otros minerales estratégicos) o del Oriente Medio (por el control
del petróleo), son la manifestación de planes imperiales de dominación, donde
participan empresas de distintos países capitalistas llamados «centrales». Y
esas, sin ningún lugar a dudas, son guerras mundializadas. ¿Qué hacen soldados
europeos en Afganistán? ¿Qué hacen los portaviones estadounidenses en el Mar
Rojo? ¿Por qué fuerzas de la OTAN bombardean Libia o Egipto? O ¿cómo es posible
entender que fuerzas centroamericanas participen en misiones en África, de la
mano del ejército estadounidense?
Todos esos son conflictos mundiales.
Tras la fachada de la OTAN o de la ONU vienen las petroleras, las grandes
empresas euro-estadounidenses, las inversiones de la gran banca mundial. ¿No
son reparticiones mundiales esas, que recuerdan la Conferencia de Berlín de
1884/5, donde unas cuantas potencias capitalistas europeas se dividieron el
dominio del África?
Ahora, en forma alarmante, se nos
habla de una posible guerra mundial. ¿Llegaremos realmente al holocausto
termonuclear disparando los más de 15.000 misiles con carga nuclear? (cada uno
de ellos con una potencia destructiva 30 veces mayor a las bombas de Hiroshima
y Nagasaki) ¿Qué se juega en esa posible «nueva» guerra mundial?
Alguna vez dijo Einstein: «No sé si
habrá Tercera Guerra Mundial, pero si la hay, seguro que la Cuarta será a
garrotazos». Desgarrador, pero tremendamente cierto.
El poder nuclear que se desarrolló
durante la segunda mitad del siglo XX y lo que va del actual es impresionante.
De liberarse toda esa energía se produciría una explosión con una onda
expansiva que llegaría hasta Plutón, dañando severamente a los planetas Marte y
Júpiter, destruyendo toda forma de vida en la Tierra. Proeza técnica, pero que
no resuelve los principales problemas del mundo. Se puede destruir todo un planeta…
pero continuamos con niños de la calle, población hambrienta y prejuicios
milenarios. Algo no funciona en esa idea de progreso.
El sistema económico-político actual
-basado exclusivamente en el lucro empresarial individual- no ofrece ninguna
posibilidad real de arreglar la situación, porque en su esencia no existe la
preocupación por lo humano, la solidaridad, la empatía: lo único que lo mueve
es la sed de ganancia, el espíritu comercial, el negocio.
¡Y la guerra también es negocio! Da
ganancias…, aunque sólo a algunos, por supuesto. Ese es el grado de
insensibilidad al que llega el sistema vigente: matar gente, destruir la obra
de la civilización, producir hechos criminales… ¡es negocio! ¡Ese es el
espíritu que lo alienta! Todo es mercancía, absolutamente todo: la muerte, el
sexo, el amor, la comida, el saber, el entretenimiento, etc. ¡Eso es el sistema
dominante!
Por eso hoy día la posibilidad de una
nueva guerra mundial está abierta. Pero cuando se dice mundial, se
está hablando de la confrontación de la potencia dominante: Estados Unidos, con
quienes efectivamente le hacen sombra, Rusia y China. Y fundamentalmente con
esta última: el avance del yuan sobre el dólar es irrefrenable. Lo que se juega
verdaderamente en esta posibilidad de locura nuclear es la supremacía que vino
detentando el principal país capitalista del mundo hasta ahora, momento en que
empieza a ser seriamente cuestionado.
El capitalismo, en tanto sistema
planetario, y también su locomotora: la economía estadounidense, desde el año
2008 cursan una profunda crisis de la que no se terminan de recuperar. En ese
escenario, el auge de China y su incontenible pujanza, resulta una afrenta
insoportable. Ante ello, la posibilidad de una guerra funciona como válvula de
escape, como salida de emergencia. Aunque, por supuesto, la guerra no es
ninguna salida. Pero en un sentido, sí revitaliza al sistema global, obviamente
a favor de la élite dominante.
Hoy por hoy, el sistema capitalista
mundial, liderado por Estados Unidos, cada vez más está manejado por
inconmensurables capitales de proyección global, con megaempresas que detentan
más poder que muchísimos gobiernos de países pobres. Las decisiones de esas
corporaciones globales, en muchos casos exclusivamente financieras -en otros
términos: parásitos improductivos que viven de la especulación- tienen
consecuencias también globales. De todos modos, la crisis los golpea. Ello es
así porque el sistema económico basado en la ganancia no ofrece salidas reales
a los problemas. Si lo que cuenta es seguir ganando dinero a cualquier costo,
eso choca con la realidad humana concreta: vale más la propiedad privada que la
vida humana. ¿Vamos inexorablemente hacia una nueva Guerra Mundial entonces?
En esa lucha por mantener la
supremacía, o dicho de otro modo: por no poder un centavo de la ganancia
capitalista, la geoestrategia de Washington apunta a asfixiar por todos los
medios a sus rivales, a sus verdaderos rivales, que no son ni la Unión Europea
ni Japón, que es, sin vueltas de hojas, el eje Pekín-Moscú. La guerra,
lamentablemente, es una de las opciones, quizá la única, en esta lucha a
muerte.
Comentario marginal: hablamos de
civilización, pero por lo que se ve, la dinámica humana no ha cambiado mucho en
relación a la historia de nuestros ancestros: las cosas se siguen arreglando
-más allá de cualquier pomposa declaración- en relación a quién tiene el
garrote más grande. El pequeño -y desgarrador- detalle es que hoy, ese garrote
se llama misil balístico intercontinental con ojiva nuclear múltiple.
De darse un enfrentamiento entre los
gigantes, definitivamente se usaría material nuclear. Queremos creer que ello
no sucederá, pero no hay garantías. Los países que detentan armas atómicas son
pocos: Gran Bretaña, Francia, India, Pakistán, Israel (aunque oficialmente
declara no tenerlas), Corea del Norte, China, todos ellos en una escala
moderada, y en mayor medida, con infinitamente mayor capacidad destructiva:
Rusia y Estados Unidos. A la Unión Soviética la terminó asfixiando la carrera
armamentista; a Estados Unidos, el negocio de las armas le provee una muy buena
parte de su economía. Es obvio que la guerra alimenta al capitalismo. Pero
sucede que jugar con energía nuclear es invocar a los peores demonios.
No hay dudas que para esas
mega-empresas ligadas a la industria militar (Lockheed Martin, Boeing, Northrop
Grumman, Raytheon, General Dynamics, Honeywell, Halliburton, BAE System,
General Motors, IBM), todas estadounidenses, la guerra les da vida (¡y
dinero!). El problema trágico es que hoy, pese a las locas hipótesis de
«guerras nucleares limitadas» que existen en el Pentágono, si se desata un
conflicto, nadie sabe cómo terminará, y la citada expresión de Einstein puede
ser exacta. Jugar con fuego puede quemar, y aquí estamos hablando de un
megaincendio que abrasaría a la Humanidad en su conjunto.
Por eso es que en defensa de la toda la Humanidad y de nuestro planeta
debemos luchar denodadamente contra esa enfermiza, perturbadora posibilidad.
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