Escribe:
Milcíades Ruiz
Está cercano
el “Día de la Madre” y no pude evitar recordar a la madre de Javier Heraud, a
la mía y a la del sindicalista Luis Zapata Bodero, que al enterarse de que su
hijo querido había caído luchando en la guerrilla del ELN en Ayacucho, sintió
el desgarro emotivo que la estremeció de tristeza y llanto. Luego del golpe,
reaccionó con gran coraje y nos dijo: “Hay que seguir en la lucha”.
Hace 56 años
el calendario era como el actual. El día 12 de mayo de 1963 se celebró el Día
de la Madre, pero ese día la mamá de Javier Heraud como de muchos jóvenes
becarios que fueron a estudiar a Cuba, no recibieron el abrazo ni la llamada
telefónica que toda madre espera. Todas se preguntaban ¿Qué habrá pasado?
Ese domingo,
Javier Heraud, con uniforme verde olivo, dejaba atrás el río Manuripi en la
selva boliviana y caminaba por un sendero “entre pájaros y árboles” cargando
una ametralladora ZB30 rumbo a la frontera con Perú, cerca de Puerto Maldonado
para iniciar la guerra revolucionaria por una patria socialista. Tres días
después, el 15 de mayo, los medios de comunicación propalaban la noticia de la
muerte de Javier acribillado en una canoa en el lecho del río madre de dios. El
río era su otro yo, y expiró entre pájaros y árboles.
Es de imaginarse
la sorpresa y el inmenso dolor de su madre que lo creía en Cuba estudiando para
lo que había sido becado. Y las madres de quienes estábamos en la misma
condición de Javier clamando al cielo porque sus hijos becarios no estuvieran
en las mismas andanzas. “Tu hijo también está muerto y no va a volver” le
decían a mi madre, pero ella se aferraba a su esperanza de fe, en medio de su
tristeza. Ellas nos acompañan siempre en el pensamiento, asumiendo sufrimientos
de toda índole.
Al recordar
a Javier, pienso que tan solo somos un estado de la materia. Una glándula
genérica que, al ser impactada por las condiciones del entorno, segrega
pensamientos y sentimientos particulares. Es nuestra sensibilidad personal que
se procesa desde nuestra gestación. Podemos ser distintos, pero nos acoplamos
con nuestros similares. Espontáneamente nos nace cantar, reír o, luchar por un
ideal, solos o en compañía. Javier Heraud lo hizo y se incorporó a la Ilíada
revolucionaria de su época, sin saber que los dioses del Olimpo
dialéctico le tenían reservada una epopeya heroica.
Pero los
Apus de nuestra cordillera lo rescataron para nuestra historia y allí mora su
ejemplo, como el más puro paladín de los precursores del socialismo peruano.
Tenía apenas 2o años, cuando sus proezas poéticas ya eran reconocidas. Pero le
faltaba completar la epopeya en su parte más dramática. Coincidimos en este
escenario, junto con nuestras madres. Javier era un río y no tenía miedo de
morir entre pájaros y árboles, pero se atrevió a desafiar su designio, como lo
hicimos sus compañeros asumiendo el llamado histórico.
No estaba
solo cuando en 1961, una bandada de jóvenes, se posaba en la casona de la
Universidad de San Marcos para postular un mejor futuro, accediendo a una beca
de estudios ofrecida por la triunfante Revolución Cubana. El jolgorio juvenil
nos embargaba abrigando muchas ilusiones y partimos en el verano de 1962, rumbo
a la Habana. Al llegar encontramos una gran euforia popular. Eran los primeros
años de la construcción socialista y la efervescencia estaba en su punto más
alto.
En este
nuevo escenario, veíamos a todo el pueblo armado circular por las calles, ya
como soldados uniformados de verde olivo, ya como milicianos con uniforme jean
azul. Hermosas milicianas con pistola al cinto, boinas y botines militares,
hablando de los logros, de la guerra de guerrillas, de los combatientes, de Fidel,
de Raúl, del Che, Camilo Cienfuegos y muchas heroicidades.
Los afiches,
carteles y retratos de los guerrilleros estaban por todas partes y multitudes
llenaban extensas plazas para las conmemoraciones. Las delegaciones
revolucionarias de todo el mundo expresaban su admiración y las brigadas de
alfabetizadores recorrían los campos. Entre ellos algunos peruanos que llegaron
antes. La torrencial lluvia de la Revolución Cubana hacía reverdecer las zonas
áridas de la política Latinoamericana. Nosotros éramos los brotes y allí nos
encontramos con otros jóvenes de países hermanos.
La reforma
agraria, la nacionalización de los recursos naturales y de las industrias, la
escolaridad gratuita, con libros y uniformes para todos, atención médica
gratuita incluyendo medicinas. Ex trabajadoras domésticas estudiando medicina y
otras profesiones. Todo nos conmovía profundamente, impactando nuestra
sensibilidad. Imposible sustraerse a este escenario.
Fidel nos
visitó en nuestro alojamiento y junto con él, nos sentamos en el piso para
hablar de los estudios, de la revolución cubana, de la realidad peruana,
preocupándose porque tuviéramos todas las comodidades. Hasta ordenó se le
dieran zapatos nuevos al ver a un becario con las zapatillas rotas. Su
sencillez, su solidaridad con nuestra situación nos daba confianza para
conversar animadamente.
Por eso,
cuando al despedirse nos ofreció su ayuda a los que voluntariamente quisiéramos
prepararnos como combatientes de la revolución peruana, muchos becarios no
dudamos en apuntarnos. Unos cuantos prosiguieron como becarios. Pero ver a
Javier Heraud anotarse entre ente los aspirantes no podía pasar por alto. ¿Un
joven miraflorino, con modales cultivados, pasaría la prueba previa?
Había que
subir por las estribaciones a la montaña más alta de Cuba, el pico Turquino y
recorrer los campamentos guerrilleros de “Sierra Maestra”. Pero Javier no solo
se enroló, sino también animó a los otros poetas de su grupo de amigos hacer lo
mismo. Ellos siempre estaban juntos compartiendo sus afanes literarios.
Estaban, Mario Razzeto, Edgardo Tello, Pedro Morote, Rodolfo Hinostroza, Marco
A. Olivera. Todos muy jóvenes.
La mayoría
de becarios éramos de condición humilde, provincianos y acostumbrados a una
vida ruda. Algunos becarios provenían de la serranía donde caminar cerros es
común y sufrir los abusos gamonales no era raro. Teníamos sobrados motivos para
abrazar la causa revolucionaria, aunque ello nos cueste renunciar a la soñada
profesionalización y quizá, hasta la vida.
Mi
procedencia era campesina y ya, llevaba años de estudios en la carrera de
medicina. De modo que mi disyuntiva era: O solo lucho por mi beneficio personal
o lucho porque todos los de mi condición accedan al profesionalismo en una
nueva sociedad. Opte por lo segundo. Lo propio hicieron los demás al tomar su
decisión respectiva. Pero en el caso de Javier Heraud, resultaba difícil
entender su disposición a luchar por los pobres del Perú, abandonado sus
enormes posibilidades personales.
Creo que la
explicación está en su sensibilidad. Los poetas son los que expresan su
sensibilidad de la manera más elocuente. Los insensibles opresores, jamás
podrán ser poetas. Poetas hay muchos. Pero no todos tienen la sensibilidad
diferenciada del amor por los indefensos a tal punto de dar la vida por ellos.
Hace falta una fuerza conmovedora interior como la tenía Javier Heraud. Eso
marcó su designio.
Al llegar a
la frontera recibimos la mala noticia de que no tendríamos la ayuda
comprometida para llegar al teatro de operaciones. Una traición institucional
por ambición electorera puso en peligro la vida del conjunto guerrillero
dejándonos en abandono. Los Apus de la cordillera discutieron las alternativas
dialécticas, pero era necesario que Javier cumpla con su designio, o todos
moriríamos en el intento.
Hicimos
campamento en San Silvestre, y después de discutir soluciones, decidimos enviar
un comando especial en una misión muy riesgosa. Pedimos voluntarios y Javier se
apuntó. Traté de disuadirlo, pero todo fue en vano. Al despedirse me pidió mi
pistola y se la di con 30 municiones. Iba camino a su inmolación. El designio
se cumplió. Su muerte nos salvó de una masacre segura.
Los Apus de
la cordillera hicieron que su pecho ensangrentado emanara una diáspora de
flores de mil colores que se dispersaron elevándose para alojarse entre los más
pobres del pueblo que amó. Su nombre apareció entonces en las promociones
estudiantiles, en las solemnidades del mundo literario y muchos asentamientos
humanos como también centros educativos, llevan su nombre.
Al igual que
Mariano Melgar que respondió a su tiempo, Javier Heraud vive en el corazón de
nuestro pueblo. No ha muerto totalmente y su ejemplo sigue animando a nuestra
juventud. Está cumpliendo una misión de mayor alcance.
Este 15 de
mayo, hagamos algo más que un minuto de silencio, como retribución a lo que
Javier hizo por nosotros.
Mayo 2019
Otra
información en https://republicaequitativa.wordpress.com/
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