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Sergio Rodríguez Gelfenstein
23/07/2020
Durante las últimas semanas se ha ido sembrando la
idea de que el mundo avanza inexorablemente a una nueva guerra fría, esta vez
entre Estados Unidos y China. La idea debería ser causa de investigación y
estudio, dadas las implicaciones que ello tendría para el sistema
internacional. En mi caso será motivo de un próximo artículo en días venideros.
Ahora, quería hacer notar los niveles de paroxismo
que permean al gobierno estadounidense en su afán de confrontar a China.
Así, el secretario de Estado Mike Pompeo
instó a las naciones de todo el mundo a rechazar al Partido Comunista de China
y crear una coalición para que asuma tal responsabilidad.
Llama la atención que la mayor potencia mundial esté pidiendo ayuda para hacer
frente a lo que considera su principal amenaza en el plano estratégico. Lejos
de ser expresión de fuerza, las declaraciones de Pompeo reflejan debilidad.
A pesar de que Estados Unidos ha tenido un
sostenido crecimiento de su gasto militar desde finales del siglo pasado -con
un breve intento de disminución durante el gobierno de Obama- la situación de
sus fuerzas armadas parecen no estar en un buen momento para confrontar a
China, mucho menos si ésta constituye una alianza con Rusia cuyo poder militar
supera a Estados Unidos en varias áreas.
Desde septiembre del año pasado se ha estado
filtrando información que da cuenta de un deplorable estado de los componentes
de las fuerzas armadas estadounidenses además de un acentuado deterioro moral
de sus soldados.
Una primera alerta en la flota de portaviones de
Estados Unidos fue dada por el Harry S. Truman, que no pudo navegar debido
a un fallo en su sistema de distribución eléctrica, que lo obligó a
permanecer en puerto. Otro desastre ocurrió en el Gerald R. Ford, del cual se
dice que es el más avanzado y costoso de la Marina de Estados Unidos. Este
navío que fue construido a un costo de 13 mil millones de dólares, fue botado
el 9 de noviembre de 2013, teniendo prevista su incorporación formal a la Amada
para ese año, pero no fue hasta 2017 que pudo concretarse su
disponibilidad operativa. Una de sus características más importante que lo hace
diferente a sus pares son los elevadores electromagnéticos de
armas avanzadas (AWE), que sirven para subir las bombas, misiles y otras
municiones hasta los hangares donde están las aeronaves. Pero a mediados del
año pasado en el Gerald R. Ford solo funcionaban 2 de sus 11 elevadores
de armas, según informó los
primeros días de octubre el Instituto Naval de Estados Unidos.
Ahora, se supone, que el barco estará en pleno funcionamiento en 2024 cuando el
fabricante se comprometió a que los ascensores estarías totalmente operativos
para 2018.
En ese mismo mes de septiembre se produjo el
colosal fallo de los sistemas de defensa antiaérea Patriot y Aegis de
fabricación estadounidense que no pudieron repeler los ataques lanzados el
14 de septiembre del año pasado contra dos refinerías de Arabia Saudí, porque
no cumplen con las características declaradas que dicen tener según fuentes
militares de Rusia e Israel. Por su parte, el general Joseph Dunford, jefe del
Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos insultando los conocimientos mínimos en
materia militar que puede tener cualquier especialista afirmó que "Ningún
sistema [de defensa antiaérea] es capaz de defenderse de una amenaza como
esa". Cabe destacar que el bombardeo fue realizado por fuerzas militares
irregulares yemeníes que distan mucho de ser el aparato de guerra regular de
cualquier potencia.
A mediados de ese mes, el mismo general Dunford
reconoció tras la reunión del Comité Militar de la OTAN en Eslovenia que en los
últimos años esa alianza ha venido perdiendo superioridad militar sobre Rusia
agregando que la ventaja de ese bloque militar sobre el país euroasiático
"se ha erosionado". Según Dunford, el reconocimiento de tal situación
obligó a que el alto mando militar de Estados Unidos se haya propuesto
desarrollar una nueva estrategia para la alianza militar que dirige Estados
Unidos.
En el plano moral, la situación no es mejor. Prueba
de ello es el suicidio de tres miembros de la tripulación del portaviones
George H.W. Bush ocurridos durante una semana en "incidentes separados y
no relacionados", según anuncio del alto mando naval el 25 de
septiembre. Los tres suicidios se suman a los dos que ya habían ocurrido
en el mismo portaviones en los últimos dos años, dando cuenta de una práctica
habitual entre los atribulados soldados que no entienden el supuesto rol que
juegan en defensa de su país y que deben recurrir a la coacción y las drogas
para sostenerse en el cumplimiento de sus misiones.
A esto se suma que muchos navíos de la flota
estadounidense fueron diezmados por la epidemia de COVID 19 a partir de abril
de este año sin que los servicios médicos militares hayan podido dar una
respuesta efectiva a tal contingencia. Ello derivó en la cuasi rebelión que se
produjo en el portaviones Teodoro Roosevelt, en el que hubo 430 infectados
entre los 2.000 marinos que conforman su tripulación. El informe de tal
realidad por parte del capitán Brett Crozier, comandante del navío, se filtró a
la prensa produciendo la baja deshonrosa del oficial que no hizo más que decir
la verdad de lo que ocurría y que se retiró del barco bajo aclamación de sus
subordinados.
Como señaló en su momento el portal venezolano
“Misión Verdad”, simultáneamente a este hecho también dieron positivo por coronavirus dos
marineros a bordo del portaaviones Ronald Reagan, existiendo dudas de si
otro portaviones, el Nimitz estuvo en la misma situación antes de desplegarse
en el Pacífico, mientras que el Carl Vinson, que está en mantenimiento en una
base del Pacífico de Estados Unidos, también reportó algunos casos.
Así, en algún momento de este año 4 de los 11
portaaviones nucleares de Estados Unidos estuvieron con limitada disposición
combativa por la incapacidad de controlar la epidemia, situación inédita en una
institución militar que se maneja bajo rígidas medidas de control y una gran
disciplina.
Citando al general John Hyten, vicepresidente del
Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, “Misión Verdad” señala que éste,
afirmó que lo ocurrido en el portaviones Roosevelt no es único. Lo intenta
explicar al decir que “Tenemos demasiados barcos en el mar. Tenemos demasiadas
capacidades desplegadas. Hay 5.000 marineros en un portaaviones de propulsión
nuclear” y advierte “Pensar que nunca volverá a suceder no es una buena forma
de planificar”.
Esta incapacidad en el manejo de la epidemia
configura una crisis mucho más profunda que abarca bases militares que están
comprometidas con los planes estratégicos de confrontación con China y Rusia,
afectando también a la industria militar estadounidense.
Según documentos obtenidos por la revista
especializada Defense News, tal situación ha llevado a que el alto mando de las
fuerzas armadas de Estados Unidos se propusiera reevaluar sus capacidades en la
perspectiva de una confrontación militar con China. Así, la secretaría de
defensa habría estado evaluando la reducción de 2 portaviones de su flotilla,
la paralización de la cantidad de destructores y cruceros a cambio de agregar
barcos no tripulados o con poca tripulación.
De esta manera, se estarían aceptando los planes
del actual secretario de Defensa Mark Esper quien ha formulado la idea de
desestimar el rol de los portaviones como elemento central de la fuerza de
agresión de Estados Unidos para irlos sustituyendo por naves aéreas y marítimas
no tripuladas “que pueden sacrificarse más fácilmente en un conflicto”. En esa
misma lógica se está estudiando la propuesta del nuevo jefe del cuerpo de
marines, general David Berger a fin de que este componente deje de ser una
fuerza autónoma para subordinarse operativamente a la Armada.
Si se produjeran estas modificaciones, la Armada
contaría con 9 portaviones en servicio, de los cuales 6 o 7 podrían estar
disponibles simultáneamente considerando que siempre se encuentra uno en
repostaje de combustible nuclear y uno o dos en el transcurso de mantenimientos
imprescindibles.
Incluso, en la hipotética situación en la que
Estados Unidos pudiera concentrar todos estos portaviones en los mares
adyacentes a China, abandonando sus misiones en el Golfo Pérsico, el
Mediterráneo y el Atlántico y, además, se le agregaran las fuerzas basificadas
en Guam, Japón, Corea y el resto del Pacífico, pareciera no ser suficiente para
una confrontación victoriosa en una guerra contra China para la cual, el hecho
bélico tendría características estrictamente defensivas.
Tomando nota de esta situación, en mayo de este año
en un informe del Servicio de Investigación del Congreso de Estados
Unidos (CRS, por sus siglas en inglés) se afirma que, si el país no
aumenta sus capacidades navales, el potencial de su Armada
podría eventualmente ser alcanzado y hasta superado por el de China.
El informe resalta que las fuerzas armadas chinas se han modernizado en los
últimos 25 años conduciendo a un aumento sustantivo de su capacidad combativa
naval, no solo en áreas adyacentes, también en zonas un poco más distantes.
Pero, no sería el único problema de Estados Unidos.
Una hipotética guerra contra China, lo llevaría a debilitar sus fuerzas en
otros escenarios de guerra, en particular en Asia Occidental y Europa. En la
primera de ellas, el necesario abandono de sus “responsabilidades” en la región
llevaría a la desaparición de Israel como fuerza que sostiene la política de
Estados Unidos, incapaz de enfrentarse a una coalición militar conducida por
Irán a la cual se plegarían varios países árabes y musulmanes. El cambio en la
correlación militar de fuerzas en la región, conduciría a un inevitable cambio
en la correlación de fuerzas políticas, incluso con el debilitamiento de los
aliados árabes de Estados Unidos.
En Europa, la doctrina militar de Estados Unidos ha
comenzado a cambiar, trasladando su foco desde las zonas occidentales con
costas en las cercanías del Atlántico a la fronteras directa con Rusia,
construyendo una gran alianza con los tres países bálticos (Letonia, Estonia y
Lituania), Polonia y Ucrania, naciones ancestralmente anti rusas y, en esa
medida naturales aliados de Estados Unidos en este escenario. A diferencia de
otros Estados europeos, estas países que en conjunto tienen una población de
casi 90 millones de habitantes, ocupan un territorio de más de un millón de km²
y poseen costas en el Mar Báltico y el mar Negro, profesan un identitario odio
irracional contra Rusia que los hace proclives a participar en cualquier
aventura estadounidense en la región.
Ello es lo que explica el traslado de un gran contingente
militar estadounidense de Alemania a Polonia, el fortalecimiento de la
presencia militar de la OTAN en los países bálticos y el apoyo al golpe de
Estado en Ucrania en 2014 para colocar un gobierno afín a sus intereses. Ante
el menor atisbo de agresión, Rusia se defenderá, obligando a Europa a tomar
posición en condiciones del abandono de las responsabilidades de Estados Unidos
en la OTAN, organización que virtualmente desaparecería si la potencia
norteamericana les exige a sus aliados europeos medidas agresivas contra Rusia,
como respuesta a un eventual apoyo de ésta a China tras una agresión
estadounidense.
Como ocurre con todos los imperios, su debilidad
radica en la gran extensión de territorio que debe controlar y en el que debe
actuar, solo una economía muy poderosa es capaz de soportar ese esfuerzo. La
situación de la economía de Estados Unidos no le permite sostener un conflicto
de dimensiones globales. El mismo sería un suicidio y el fin del imperio
estadounidense. Sus estrategas tendrán que estudiar con suma atención la
posibilidad de lanzarse en una aventura de este calibre, so riesgo de perder
definitivamente su condición de potencia mundial. En este escenario sólo les
quedaría el recurso de las armas nucleares. He ahí el peligro del momento que
vivimos.
22 de julio de 2020
https://www.alainet.org/es/articulo/208049
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