Por Dragan Plavsic*
No hace falta decir que el año 2024 es muy diferente de la Rusia de
1917. Sin embargo, los temas de lo que podría llamarse el “espíritu esencial”
del libro. Estado y la Revolución de Lenin siguen plenamente vigentes: el
Estado no es neutral sino un órgano de opresión de clase; y una fuerza
independiente de la clase trabajadora es el mejor antídoto contra ese estado
represivo
A 100 años de la muerte de Vladímir Illich Uliánov
Uno de los momentos decisivos en la vida política
de Lenin fue un día de 1914, cuando conoció la noticia que el Partido
Socialdemócrata de Alemania había votado en el Reichstag a favor del Estado
Imperial y por tanto a favor de una guerra entre imperios.
El impacto de esta traición fue tan grande que
Lenin inicialmente pensó que la noticia era falsa. Después de todo, el Partido
Alemán había sido desde los días de Marx y Engels, el partido socialista más
grande, e incluso el principal del mundo… y sus líderes habían votado
repetidamente contra la guerra en los congresos internacionales, y habían
prometido hacer todo lo “humanamente posible” para impedir que estallara la
guerra.
Inevitablemente, su traición (y otras traiciones en
otros países europeos) plantearon algunas preguntas importantes.
¿Cómo fue que los socialistas alemanes,
aparentemente partidarios del pensamiento revolucionario de Marx y Engels,
votaron a favor de apoyar a su propio Estado en una guerra imperialista?
¿Cómo fue que llegaron a identificarse con su
propio Estado, en lugar de oponerse a él? ¿Este cambio no indicaba esto un
error fatal en su comprensión del «Estado»?
Los socialistas como Lenin que dedicaron su
atención a la «cuestión del Estado» pronto se encontraron ante una visión que
sigue siendo muy familiar hoy en día; el Estado sería una institución
esencialmente neutral.
Esta visión es compartida por los conservadores que
afirman que el Estado sirve al «interés nacional» y que «estamos todos juntos
en este barco».
Esta concepción, en el caso del reformismo
socialdemócrata sostiene que con las reformas adecuadas, el Estado neutral
puede servir imparcialmente al bien común.
Entonces, Lenin que tenía en su punto de vista muy
diferente sobre este tema cardinal decidió en el verano de 1917 escribir su
famoso libro El Estado y la revolución, para desmantelar la visión dominante de
la existencia de un Estado neutral
¿Es el Estado neutral?
Lenin, citando abundantemente los escritos de Marx
y Engels, utilizó tres argumentos clave.
El primero fue un argumento histórico, cuya irónica
sutileza merece más apreciación de la que generalmente recibe.
Lenin explicó que no era una mera coincidencia que
los «estados» surgieran en la historia cuando las sociedades primitivas,
apátridas y todavía comunales estaban comenzando a romperse. En otras palabras,
los Estados surgieron en el mismo momento en que el «bien común» real se estaba
volviendo imposible. ¿Porque?
Porque éste era un momento de la historia en que
las sociedades se estaban fragmentando en intereses sociales opuestos, en
clases irreconciliablemente opuestas; en otras palabras, entre aquellos que
poseían los medios para producir riqueza y aquellos cuyo trabajo debía ser
explotado para producir esa riqueza. ¿Cómo podría haber un «bien común»
sustancial cuando las relaciones sociales se habían vuelto tan
irreconciliablemente antagónicas?
Además, para que sociedades tan profundamente
divididas no se vieran sumidas en una guerra civil perpetua entre clases
opuestas, se necesitó una autoridad especial para evitar lo que Marx llamó “la
ruina común de las clases en contienda”.
Así que, para mantener a raya los antagonismos de
clase potencialmente autodestructivos, esta autoridad especial, este «Estado»,
tendría que desplegar una fuerza armada separada de la sociedad, una fuerza
armada que fuera leal sólo a la clase dominante.
El análisis histórico nos permite concluir que el
Estado no puede servir al «bien común» porque su existencia misma como Estado,
su razón de ser, presupone una sociedad cuyos antagonismos sociales se han
vuelto irreconciliables.
El aparato armado del Estado es, por tanto, la
expresión exterior de un problema esencial: la inalcanzabilidad de un bien
común en una sociedad dividida en clases.
El segundo argumento que utilizó Lenin fue el
argumento de clase, con el que estaba estrechamente asociado.
Un simple vistazo superficial a la historia nos muestra que los Estados siempre han sido Estados de las clases económicamente dominantes, de los propietarios de los medios para producir riqueza; un hecho duro y claramente visible durante las crisis, cuando la «neutralidad» se abandona sin contemplaciones en favor del apoyo al opresor.
Este registro histórico no es casualidad ya que la
clase propietaria de los medios de producción está en la mejor posición,
materialmente hablando, para mantener la lealtad del ejército estatal, los
recaudadores de impuestos y los sacerdotes.
Por tanto, el Estado es la expresión más
concentrada de la clase dominante. Es la clase dominante, en una forma
especialmente organizada, que tiene como objeto gestionar sus asuntos comunes.
No es neutral porque no puede ser neutral. Por definición, el Estado es un
órgano para la opresión de una clase sobre otra.
El argumento final que utilizó fue crucial para
comprender su propuesta de una alternativa revolucionaria al Estado.
Lenin argumentó que por la forma en que opera el
Estado – y por su carácter específico – los socialistas no pueden simplemente
“apoderarse del estado y utilizarlo por la autoemancipación de la clase
trabajadora.
Pero, ¿Porque?
Porque la característica estructural que define al
Estado es que sus diversas funciones son llevadas a cabo por «cuerpos
especiales de individuos» que actúan separados del resto de la sociedad, más
que por la sociedad en su conjunto.
Tomemos, por ejemplo, la visión convencional de la política.
Para esta concepción la política sería de dominio exclusivo de un «cuerpo
especial de personas» conocido como «políticos» elegidos para un “lugar
especial” llamado Parlamento, “donde se hace la política legítimamente”.
Desde ese punto de vista, organizaciones como Stop
the War y la Asamblea Popular simplemente no realizan política «real». En el
mejor de los casos, se les reconoce condescendientemente como «grupos de
presión»; en el peor de los casos, son tratadas como políticamente ilegítimas.
Esta objeción de los políticos profesionales no
solo se refieren a lo que dicen estas organizaciones, sino también, de manera
crucial, al hecho que el ejercicio de la política no debería ser un asunto de
masas, porque la política no debería ejercerse más allá de los estrechos
confines de Westminster.
Lenin también le dedicó especial atención a los
poderes coercitivos del Estado. En particular, observó cómo la defensa de la
sociedad era asumida por un «cuerpo especial de personas armadas» llamado
ejército (comandado, por un cuerpo aún más específico de personas llamadas
generales), un ejército separado y distinto del resto de la sociedad (basta ver
cómo los soldados están uniformados y viven acuartelados). La defensa ya no es,
como antes, una función de toda una sociedad; ahora es la función política de
un Estado separado de la gente.
Leer: En torno al centenario de
la muerte de Lenin
De esta manera, el ejército sirve como arma de la
clase dominante, listo para ser desplegado contra la clase trabajadora cuando
sea necesario. Por eso, en toda situación revolucionaria, es urgente responder
a una pregunta: ¿qué se puede hacer para separar al ejército del Estado y
trasladar su lealtad a la sociedad en general, al pueblo?
De hecho, para las clases dominantes de todo el
mundo, no hay espectáculo más aterrador que un ejército que renuncia a su
estatus especial y confraterniza con un pueblo en rebelión.
Por lo tanto, la forma misma en que funciona el
Estado, su carácter mismo de coto funcional de «grupos especiales de personas»,
plantea preguntas cruciales: ¿puede un Estado, entendido de la manera
convencional, servir realmente a los intereses de la clase trabajadora?
Tristan Tzara y Lenin jugando al ajedrez
Y, si los trabajadores tomaran el poder en una
revolución, ¿cómo podrían ejercerlo si el poder continuara, en la práctica,
ejercido por estos «cuerpos especiales de personas» que desempeñan las
funciones especiales del Estado? ¿No terminarían los trabajadores cediendo su
poder revolucionario a un Estado que le es extraño?
Al resaltar esta incompatibilidad esencial entre el
Estado y la democracia obrera, Lenin llegó a una conclusión política decisiva e
irresistible: si los trabajadores realmente quieren tomar el poder en sus
propias manos, tendrían que destruir o “aplastar” el estado.
Esto suena dramático, y lo es, pero lo es sólo
porque es implacablemente democrático. Y es implacablemente democrático porque
concibe a la sociedad en su conjunto que se reapropia de las funciones que
alguna vez ejerció antes que «cuerpos especiales de personas» conocidos como
«el Estado» se transformara en un aparato para el dominio exclusivo de unos
pocos.
Esto plantea una pregunta clave, ¿qué pensaba Lenin
que debería hacerse para reemplazar al Estado?
¿Qué es una revolución socialista?
En febrero de 1917 el zar fue derrocado. Un
gobierno provisional asumió el poder y anunció su intención de librar a Rusia
del gobierno autocrático feudal e introducir una democracia liberal al estilo
occidental.
Al mismo tiempo, había surgido un poder muy
diferente en los barrios obreros de las ciudades industriales de Rusia en la
forma de consejos de trabajadores (soviets), o asambleas laborales elegidas
democráticamente. Durante la revolución, los consejos de trabajadores tomaron
el control de las fábricas y las localidades circundantes, mientras que la
autoridad del estado se reducía con cierta rapidez.
A pesar del creciente poder de los consejos de
obreros, la facción de los bolcheviques moderados que dirigían el Partido antes
del regreso de Lenin del exilio se negaron a exigir la destitución del Gobierno
Provisional. En cambio, le ofrecieron un apoyo condicional.
Esta facción no veía que los consejos de
trabajadores eran instituciones embrionarias de un nuevo sistema de
autogobierno popular, al contrario esperaban utilizarlas como un medio para
obligar al Gobierno Provisional a cumplir las promesas democráticas liberales
que había hecho al asumir el poder.
Por tanto, el regreso de Lenin a Rusia en abril fue
decisivo. Llegando denunció la actitud complaciente con el Gobierno
Provisional. En cambio, abogó por una oposición intransigente al Estado y,
trabajó para que los consejos de trabajadores arrebataran el poder al gobierno
provisional, una demanda resumida en la consigna “todo el poder para los
soviets”.
Vladimir Lenin durante una inspección de tropas en 1919
En esencia, Lenin defendía la transformación de una
revolución burguesa liberal en una socialista, o la reapropiación por parte de
los consejos de trabajadores de los poderes y funciones que el Estado había
expropiado originalmente a la sociedad.
Confiando en el apoyo de los militantes
bolcheviques Lenin ganó el Partido para una revolución que fuera más allá de
los límites que imponía la burguesía: la Revolución de Octubre.
Fue esta experiencia revolucionaria
la que Lenin analizó (junto con un estudio exhaustivo de Marx y Engels) en las
páginas de El Estado y la revolución.
En su conocido texto hay un mensaje clave: «Estado»
y «revolución» son opuestos estrechamente interrelacionados. No se puede
entender qué es una revolución (y actuar en consecuencia) sin entender qué es
un Estado, y no se puede entender qué es un Estado (y responder en
consecuencia) sin entender qué es una revolución.
Todo esto nos retrotrae a la traición de los
socialistas alemanes de 1914, cuya historia ofrece el reflejo inverso de la
visión de Lenin sobre el Estado y la revolución; porque cuanto más el partido
alemán se identificaba con el Estado, más abandonaban el principio
revolucionario, y cuanto más abandonaban el principio revolucionario, más se
identificaban con el Estado.
La intervención de Lenin en abril de 1917 fue
decisiva porque acabó con una lógica esencialmente reformista, que había estado
ganando terreno incluso entre los propios bolcheviques.
Desde una perspectiva posrevolucionaria a más largo
plazo, el autogobierno popular que Lenin imaginaba surgir durante una
revolución obrera ya no sería un Estado en sentido convencional.
¿Cómo podría serlo si sus funciones debían estar en
manos de los consejos de trabajadores elegidos democráticamente?
Sin embargo, Lenin describió ese autogobierno
revolucionario en términos claramente transicionales, como un “semiestado”, o
simplemente como un “estado proletario”. Ese pensamiento transicional era
importante por dos razones prácticas.
Aunque Lenin sostenía que asambleas democráticas de
masas, como los consejos de trabajadores, deberían actuar inmediatamente para
reapropiarse de las funciones estatales, también era consciente que los
trabajadores tendrían que aprender de la experiencia del autogobierno y, de
hecho, recibir formación para ello.
Por lo tanto, para contrarrestar las dañinas
consecuencias de la sociedad de clases, se necesitaría tiempo (técnicamente
hablando, un período de transición) para que los trabajadores adquirieran y
desarrollaran nuevas capacidades para nuevas experiencias. Sería en el curso de
este proceso revolucionario, a medida que la sociedad se reapropiara de sus
poderes originales, que el Estado convencional se extinguiría paulatinamente
Pero también había una razón porque era correcto hablar de transición: ¿cómo afrontaría el nuevo gobierno revolucionario la inevitable amenaza de la contrarrevolución? La historia había demostrado ampliamente (como lo demostraría nuevamente durante la Revolución Rusa) que un opresor caído es tan peligroso como una bestia herida.
Por lo tanto, Lenin argumentó que la función clave
del Estado como órgano para la opresión de una clase por otra seguiría siendo
necesaria, pero con una diferencia fundamental: esta vez, sería el proletariado
el que tendría que reprimir a la burguesía para derrotar a la
contrarrevolución, Su derrota entonces sería un anticipo de la desaparición del
Estado.
El Estado y la Revolución es un texto clave. Su
preocupación inmediata fue la traición de los socialdemócratas alemanes y el
curso futuro de la Revolución Rusa. Pero su valor duradero, aunque arraigado en
ese momento, se extiende mucho más allá de su tiempo histórico. Lenin pudo
comprobar la importancia mundial de los consejos de trabajadores y entendió en
que en esa forma de organización política se encontraban los cimientos para una
sociedad nueva, sin Estado y autónoma.
¿Pero algo de esto es relevante hoy?
No hace falta decir que la Gran Bretaña de 2024 es
muy diferente de la Rusia de 1917. Sin embargo, los temas de lo que podría
llamarse el “espíritu esencial” del libro Estado y la Revolución de Lenin
siguen plenamente vigentes: el Estado no es neutral sino un órgano de opresión
de clase; y una fuerza independiente de la clase trabajadora es el mejor
antídoto contra ese estado represivo
En una Gran Bretaña, cuyo estado de ánimo se estuvo
radicalizando con Jeremy Corbyn, a llegado la hora de revertir los 40 años de
neoliberalismo que ha infectado a la sociedad de manera corrosiva con la lógica
de competencia en todos los ámbitos de la vida, desde la recogida de basuras
hasta el NHS.
La transformación neoliberal de Gran Bretaña fue
una victoria de la clase dominante; su desaparición será una victoria nuestra.
Sin embargo, un rechazo del neoliberalismo por
parte de la quinta economía más grande del mundo constituiría, un desafío
importante al orden mundial actual y al papel del Estado británico en él.
El Estado y la clase dominante británicos no van a aceptar de brazos cruzados semejante desafío a su poder nacional e internacional.
De esto se deduce que una izquierda que pone todas
sus cartas en el Parlamento (Westminster) es una izquierda que luchará en
terreno hostil… y perderá. Porque esta forma de hacer política significa
conducir la política de los acuerdos en los estrechos y egoístas términos del
Estado y de la clase dominante británica.
El rechazo a esos términos y la correspondiente
acción de masas fuera del Parlamento, donde la clase trabajadora puede ejercer
plenamente su fuerza, son esenciales si se quiere limitar la brutal maquinaria
del Estado británico.
Es en medio de un movimiento de masas donde una
organización revolucionaria encuentra el mejor lugar para luchar y vencer.
Es allí donde la teoría del Estado de Lenin puede
plasmarse en una realidad actuante. Es allí donde se pueden probar y comprobar
el mejor camino a seguir por el movimiento en su conjunto. Y es allí donde una
organización revolucionaria puede comenzar a cumplir lo que Lenin consideraba
una función clave: “debemos elevar la espontaneidad al nivel de la conciencia”.
Fuente: https://loquesomos.org/un-libro-imprescindible-de-lenin-el-estado-y-la-revolucion/
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