jueves, 4 de julio de 2013

MARIANO QUEROL: LA DANZA NOS HACE MÁS SEGUROS


Mariano Querol. Caricatura: Tito Piqué

Por: Susana Mendoza, Lima, jun. 21 (ANDINA). Mariano Querol es médico cirujano, sicoterapeuta, profesor emérito de Cayetano Heredia. Un hombre brillante. A sus 85 años, es actor. Nada menos que de la obra “El siquiatra y la bailarina”. Va los miércoles de junio en el centro cultural de PUCP.

¿Usted empezó a hacer danza adulto, por algo pendiente?
-Fue una evolución. De adolescente no bailaba bien. Y lo que a mi me impresionaba era la marinera norteña. Me enardecía. No sé por qué.

¿A qué se refiere que fue una evolución?
-De joven fui desenfadado para bailar durante muchos años, hasta que ya casado, mi mujer me decía que yo era muy “envarado” para bailar, o sea muy rígido; eso me preocupó. Luego cuando viajé a Estados Unidos, los gringos me hacían “corro” cuando bailaba. Eso me llamó la atención. Y luego cuando me divorcié mi propósito fue cambiar de vida.

¿Qué cambio?
-Decidí mejorar mi calidad de vida, y no porque mi mujer no haya sido una buenísima mujer sino porque el amor cambió en mí, me enamoré de otra persona después de 17 años de casado.

Se deprimió…
-Tuve cuadro de depresiones. Me dije tengo que mejorar, yo decidí esa situación. Así que dejé de fumar para engordar, tener más apetito, ser más atractivo, tener mejor ritmo sexual y también para empezar a bailar…

¿Qué tipo de baile?
-Un tiempo tuve una profesora de baile de salón, luego aprendí marinera limeña con Abelardo Vásquez que en esa época estaba muy enfermo y no era muy entretenido. Seguí curioso por aprender, y continué con marinera norteña. Pero luego empezó a dolerme mucho la columna, quizás por las caídas que tuve montando a caballo o porque hice boga de joven. Lo cierto era que me dolía la columna…

Dejó de bailar…
-No más bien me recomendaron hacer gimnasia y lo hice. Hasta que de casualidad empecé a bailar danza negra. Movía las caderas, y comencé a notar que mejoraba.

¿Qué baile le dio más satisfacción la marinera o la danza negra?
-Las dos me dieron lo suyo en su momento; pero un momento tuve un buen profesor de danza negra y nos íbamos con él a las peñas, a Chincha a bailar in situ y me sentía muy bien, la espalda casi no me dolía. Maravilloso. Pero el profesor tuvo problemas y dejé el baile. Así que otra vez empecé a buscar, pero esta vez escuelas de danza. Y llegué a Piso Quinto, de danzas afro caribeñas.

¿Por qué ha sido persistente con el baile?
-Primero porque me gustaba, y segundo porque me servía más que la acupuntura para atender mis dolores en la espalda. Después seguí danza moderna.

¿El baile le dio más conocimiento de su cuerpo?
-Me descubrí cada vez más.

Me sorprende su interés por conocer su cuerpo y manejarlo…
-La mayoría de personas se olvidan que tienen cuerpo, ni lo respetan, ni lo atienden, ni lo escuchan, ni nada…

¿La danza lo desinhibió?
-Hay una desinhibición con la danza. Por ejemplo la biodanza considera que la vida es una danza. A mi me desinhibió en presencia, en mi comodidad para moverme en los espacios públicos, a distinguir lo bonito de lo feo, a expresarme con mi cuerpo voluntariamente o espontáneamente.

¿Por qué cree que la gente se resiste a descubrir su cuerpo?
-Hay temor a mostrarse, a expresarse. La educación occidental es no mostrar: no se lo digas. Si te enamoras, no lo digas; si tienes cólera, no la muestres.

Del Mariano a los 40 años, al de 85 años ¿Cuál ha sido el mayor cambio?
-La edad, con todo lo que ello trae consigo; y las enfermedades, yo he tenido dos cánceres y eso maltrata emocionalmente.

¿El diagnóstico de cáncer le cambió la vida?
-He logrado no morirme para gozar más de la vida.

¿Piensa más en la muerte por esa razón?
-Yo pienso mucho en la muerte para simpatizar con ella, para que morir no sea algo terrible y angustiante. Tengo algo escrito. Uno empieza a morir cuando nace, si bien va creciendo se va acercando más a lo que es la muerte.

¿Le hubiera gustado ser bailarín?
-No. He participado en elencos no profesionales. Tuve muchas profesoras de danza moderna como Pachi Valle Riestra, Rosana Peñaloza y Mirella Carbone. Ellas integraron el grupo Pata de Cabra.

¿Se enamoró de alguna bailarina?
-De todas (risas)…

Usted ha tenido su jale…
-Debo haber tenido, pero no me daba cuenta, era lo peor. Recién ahora que veo mis fotos me doy cuenta que no estaba mal, pero antes me veía y no me gustaba. Hay una especie de narcisismo, pero del sano porque del malo ya estamos hablando del figureti.

¿Ahora está más atento a escuchar a la gente?
-Claro, y a escuchar, si se permite la expresión lo que dicen sus cuerpos, la expresión de su cara, ya hay más empatía…Pero como le contaba, llegué a la danza moderna porque buscaba la danza negra para mejorar la columna y mover mi cuerpo…

El movimiento pélvico es sano…
-Así es, por eso el coito es bueno, es uno de los mejores movimientos gimnástico que hay, y es de lo más relajante sobre todo si culmina como debe culminar, con orgasmo o con el propósito que culmine.

Usted me cuenta que se matriculaba en clases de baile, en danza porque no podía culminarlas porque los profesores se iban o dejaban de dictar he sentido que no hay constancia…
-Así es, en todo. Hasta en las terapias. Ocurre mucho en los países latinoamericanos porque no hay compromiso profundo. Con frecuencia sentía frustración porque a veces los grupos se deshacían…

¿Qué ha sido lo más contante en su vida?
-El estudio en todas sus formas. Me gusta la lectura, formarme en el lenguaje.

¿Se siente parte de una minoría?
-Si, claro. Y eso me produce tristeza.

¿Cuál ha sido su mayor deseo hasta ahora?
-Vivir bien, incluso mejor de lo que vivo, con mayor capacidad de gasto, con más contacto con gente interesante.

¿Hay algo que lo perturba todavía?
-Tengo mis fantasmas todavía. Uno de ellos, posiblemente, es no haber podido actuar en un lugar más acorde con mis capacidades. Me tortura, por ejemplo, pensar que si hubiera hecho mi carrera en Estados Unidos mi situación humana hubiera sido muy diferente: mucho más holgada, más reconocida. Aquí no hay reconocimiento de la cultura.

¿Por qué no se fue a otro país?
-Lo pensé, pero posiblemente haya un asunto psicológico. Mi madre, era anti peruana. Tremendamente. Rechazaba el país. Era racista. Muy inteligente. Pero bueno la relación con ella no fue buena, contrario a lo que fue con mi padre. Quizás por ir en contra de mi madre me quedé. Ella hizo que todos mis hermanos se fueran al extranjero.

Lo secuestraron en 1998 ¿Cuánto lo marcó esa experiencia?
-Marcó mi vida para bien y para mal. Fue muy fuerte. Tuve sentimientos de impotencia, de inseguridad, de minusvalía, que no vales nada como una mercadería.

¿Hay algún baile que quisiera aprender ahora que no haya aprendido?
-Con lo que hago es más que suficiente. Llegué e bailar muy bien la marinera, la danza negra.

¿Les recomendaría a los hombres que hagan danza?
-Por supuesto para que aprendan a ser más seguros, porque identifican la danza con la homosexualidad.

Actúa en la obra “El siquiatra y la bailarina” ¿qué es lo que más le ha sorprendido de este trabajo?
-La acogida de la gente. Y creo que una de las razones del éxito es la promoción que ha tenido; otra, la curiosidad sicológica: qué hace Mariano Querol ese tipo tan raro ¿Hará el ridículo? ¿Qué hace un siquiatra en eso? Es como si un cura se pusiera a bailar. Pero la gente la ve como una obra académica porque después de la obra hay un conversatorio en donde participan la mitad de los presentes. Creo que la gente quiere tener nuevas lecturas de los hechos. 

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