LA MATRIZ REPRODUCTIVA DE LA SOCIEDAD ACTUAL
Nuevo Orden: Matriz comunitaria
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EL PARTO SANGRIENTO DEL SIGLO XXI
SOCIALISMO Y PODER - Parte VIII
Marcelo Colussi
¿Hay vacuna contra el racismo?
El racismo
no es un problema nuevo. La historia humana, para decirlo una vez más, ha sido
–y continúa siendo– una sucesión de
enfrentamientos. Enfrentamientos diversos, por cierto, entre los que el
conflicto étnico es uno más. Pero que tiene un peso muy especial, por cuanto
es el principal mecanismo
de segregación de
otro diferente. En
función de ese mecanismo, justamente, se pueden cometer las peores
tropelías amparados en la "justificación" de las diferencias.
¿Por qué,
muchas veces, atacamos lo distinto?, ¿por qué lo diverso atemoriza? Estas son
preguntas que pueden contestarse desde variadas
ópticas: social,
psicológica, antropológica. Pero
queda claro, desde ya,
que el ámbito
de su esclarecimiento corresponde primariamente al campo de las ciencias sociales; no hay
razón biológica que de cuenta de estos
fenómenos, y mucho menos que
los justifique. Si en algún
momento pudo pensarse
en un darwinismo
social con pretendido
carácter
científico donde
la supuesta selección
natural premiaría a los más
fuertes sobre los más débiles, eso se demuestra hoy como el grosero
ejercicio de un poder, como una práctica ideológica, muchas veces descarada.
"El
racismo y la discriminación racial constituyen una tragedia que continúa
ocasionando violencia contra muchos pueblos dondequiera que nos encontremos,
sea en países del Tercer Mundo o en los llamados países desarrollados",
expresaba la indígena maya-quiché
Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz y Embajadora de Buena Voluntad
de la UNESCO.
Es
cierto; es tristemente
cierto: estamos ante una tragedia.
¡Una tragedia de la
civilización! Porque ningún
ser humano en
desarrollo excluye "por
instinto" a otro
por su color
de piel, por sus características físicas externas.
Si bien
los avances de
la genética han
mostrado la arquitectura
primera del genoma
humano y su
indubitable universalidad, y
pese a que ya nadie en su sano
juicio puede volver a la retrógrada idea de "raza", el racismo
continúa. La raza –ya fue suficientemente dicho en
reiteradas ocasiones– no es un concepto biológico; es una construcción
ideológica. Por lo
tanto, el prejuicio discriminatorio que en
ella se basa
no tiene el más mínimo fundamento que pueda respaldarlo.
Como
toda noción ideológica,
tiene que ver
no con una lectura científica de la realidad sino con un
posicionamiento político, de ejercicio del
poder. En términos
científicos –para decirlo
casi con un
criterio de apelación a la
autoridad en el que le damos a la ciencia el valor de libro sagrado incuestionable– la
idea de "raza" y las supuestas
diferencias que se seguirían
de ella no
es sostenible. Las
diferencias humanas se ligan al orden histórico, simbólico,
social.
En todo
caso, las diferencias físicas constatables –pigmentación de la piel, del
cabello, color de los ojos, morfología externa– son datos que se dimensionan a
partir de su valorización cultural. Nada hay en el campo de la realidad
física que pueda
explicar, y mucho
menos justificar, cualquier forma
de discriminación.
Dicho
esto, sabido esto,
demostrado fehacientemente todo
esto, sin embargo la discriminación sigue siendo un hecho, un triste y
vergonzoso hecho –una "tragedia", para usar las palabras de la
Premio Nobel. Pero ¿por qué?
Quizá con
algo de ingenuidad
la reflexión nos
podría encaminar a pensar que
el racismo es connatural
al fenómeno humano,
es de orden genético. Es cierto que lo distinto
atemoriza… pero cuando somos adultos. En reiteradas ocasiones se realizó la
prueba de laboratorio en la que se colocaba a varios niños y niñas de entre dos
y cuatro años de edad, momento en
que han dejado
ya de ser
lactantes pero en que
aún no han incorporado
plenamente su cultura,
combinando distintas "razas": un "blanquito",
un "negrito", un "chinito". ¡Y ninguno discriminaba a
nadie! La discriminación racial
viene tardíamente, cuando
se asumen los valores de la civilización; vienen de
otro, vienen de los adultos.
En
el acmé del
positivismo decimonónico hubiese
sido concebible una explicación
desde lo genético
para el racismo,
y más aún,
para su justificación. Pero
no hoy, con
el desarrollo de
las ciencias sociales
que se ha registrado. La pregunta, sin embargo, sigue apuntando a la
facilidad, a la rapidez con que podemos caer en la discriminación étnica. ¿Por
qué esto
surge tan "fácilmente"? (Sólo
un ejemplo: los
alemanes –pueblo tradicionalmente instruido,
desarrollado– registra sin
dudas uno de los niveles más alto
de racismo que podamos recordar en la modernidad. Intelectuales teutones de
valía creyeron a pie y juntilla en la superioridad de la "raza aria";
y los alemanes no son, precisamente, unos estúpidos. Y pese a haber sido
derrotados en la Segunda Guerra Mundial y
a la cultura
de vergüenza social
que se edificó
en la post
guerra en relación al
nazismo, al día
de hoy no
ha desaparecido totalmente
entre la población la
noción de superioridad
"racial" (suele jugarse
con la expresión
"Deutschland über alle" –Alemania sobre
todos– en vez de
"Deutschland über alles" –Alemania sobre todo–, que es parte del
himno nacional). ¿Por qué
esa recurrencia de
la idea de
superioridad? Para muestra, ahí
están los grupos
neonazis persiguiendo
extranjeros. ¿Cuál es la vacuna contra
el racismo?
Lo
diverso regularmente atemoriza, aterra incluso. Permitiéndonos seguir usando
el idioma alemán,
dado que permite
mostrarlo de forma más
que evidente, lo
"no-familiar", lo "un-heimlich", puede
ser "siniestro" –"unheimlich"–. Ante
lo nuevo desconocido
puede haber varias
reacciones; investigar, descubrir
con un espíritu
casi aventuresco eso incógnito que se nos presenta. Pero otra
reacción muy común –quizá la más común, la más primaria– es la reacción
negativa: lo desconocido, lo no familiar, se antoja peligroso. ¿Siniestro?
Seguramente
los humanos somos más conservadores que aventureros, por
eso descubrir y
abrirse a cosas
nuevas cuesta tanto.
Es más fácil –angustia
menos– repetir, seguir
la rutina. Si
soy blanco, es más
fácil encontrar en
mi homólogo la garantía de
tranquilidad; de ahí
que mis amigos serán blancos, me caso con una blanca, hago que mis hijos
se junten con otros blancos. Pero eso no es genético. Es puramente cultural.
En
general, y esto
es lo digno
de destacarse, la
práctica discriminatoria del
racismo tiene lugar
desde el supuesto
"superior" (la raza aria,
los blancos, los
europeos "cultos") hacia
los considerados
"inferiores", de menor
cuantía, más "animalescos". Con
lo que se
juega un ejercicio de poder: el
poderoso discrimina al débil.
No se da nunca
a la inversa. Los que se tiñen el
cabello de rubio son los negros o los indígenas, pero es rarísimo ver un rubio
pintándose el pelo de negro.
En el
ideario socialista clásico la noción de discriminación étnica no estaba presente.
Por el contrario,
con una visión
europeísta incluso, en el
mismo texto de
Marx pueden encontrarse
referencias a la
necesidad de ir más
allá de este
tipo de contradicciones para dirimir
todo en el plano de la lucha de clases. Y más aún:
desde una posición eurocéntrica y de "hombre
blanco", pudo llegar
a decir cosas
que hoy, siglo XXI, podrían
verse como políticamente
no correctas, cuestionables. Los
prejuicios raciales también ahí se filtran. Para
muestra, valga citar un artículo suyo de 1853, "Futuros resultados
de la dominación británica en la India": "Inglaterra tiene que
cumplir en la India una doble misión: destructora por un lado y regeneradora
por otro. Tiene que destruir la vieja sociedad asiática y sentar las bases
materiales de la sociedad occidental en Asia". ¿Las sociedades "atrasadas"
deben seguir el modelo del Occidente
"desarrollado"? Pero… ¿cuál es la vacuna contra el racismo?
Si queremos
emprender una autocrítica sincera de nuestros postulados y valores más
profundos que nos posibilite avanzar en la construcción de un mundo nuevo, es
necesario retomar agendas olvidadas o poco
valorizadas por la
izquierda tradicional, entre ellas el tema étnico. Tomemos como ejemplo
una zona de tradición fuertemente indígena:
los pueblos que hoy constituyen
los países latinoamericanos. Herederos de
una tradición intelectual
de Europa (ahí
surgió lo que
entendemos por izquierda), los movimientos contestatarios del siglo XX ocurridos en Latinoamérica no
terminaron de adecuarse
enteramente a la
realidad regional. La idea
marxista misma de
proletariado urbano y
desarrollo ligado al triunfo de la industria moderna en cierta forma
obnubiló la lectura de la
peculiar situación de
nuestras tierras. Cuando
décadas atrás José Mariátegui, en
Perú, o Carlos Guzmán Böckler, en
Guatemala, traían la cuestión
indígena como un
elemento de vital
importancia en las dinámicas
latinoamericanas, no fueron
exactamente comprendidos. Sin caer
en infantilismos y
visiones románticas de
"los pobres pueblos
indios" ("Al racismo de los que desprecian al indio porque
creen en la superioridad absoluta y permanente de la raza blanca, sería
insensato y peligroso oponer el racismo de los que superestiman al indio, con
fe mesiánica en su misión como raza en el renacimiento americano", nos
alertaba Mariátegui en
1929), hoy día
la izquierda debe
revisar sus presupuestos en relación a estos temas. De
hecho, entrado el tercer milenio, vemos que las reivindicaciones indígenas no
son "rémoras de un atrasado pasado pre-capitalista o colonial" sino
un factor de la más grande importancia en la lucha que actualmente libran
grandes masas latinoamericanas (Bolivia, Perú, Ecuador, México, Guatemala). Sin
olvidar que Latinoamérica es una suma de problemas donde el tema del
campesinado indígena es un elemento entre otros, pero sin dudas de gran importancia, la actitud de autocrítica es lo
que puede iluminar una nueva izquierda.
Sin dejar
de considerar, desde
ya, que una
injusticia (la discriminación racial)
puede imbricarse con la otra
(la explotación económica), la cuestión del racismo es una
esfera de sentido con su lógica propia, no reductible a la diferencia social.
Siempre los conquistadores de "raza superior" han encontrado en la
diferencia étnica la justificación para explotar a los "inferiores",
pero sin embargo la discriminación racial funciona como mecanismo psicosocial-cultural autónomo,
con su dinámica
especial. Un blanco de escasos recursos también puede discriminar por
indígena o por negro a alguien que, quizá, tiene un mejor nivel económico.
"Seré pobre pero no
indio" puede escucharse
de más de
algún blanco pobre en
Latinoamérica.
En
orden a modificar
las situaciones de
injusticia que definen la realidad
cotidiana actual desde
ya que las
diferencias de clase
siguen siendo definitorias; pero
no podemos menos
que considerar como
de gran importancia el
campo del racismo,
otra tragedia humana
quizá de no menor relevancia
que aquélla. La
lucha por la
justicia incluye todo tipo
de opresión: económica, de
género, cultural. Si no
es así podemos caer en nuevas y sutiles formas de injusticia.
Hoy día las constituciones políticas de todos
los países reconocen y defienden
las diversidades étnicas;
las cartas fundacionales del sistema de
Naciones Unidas –instancia
supranacional por excelencia–
prácticamente tienen razón de ser en cuanto parten del hecho de la
enorme variedad de etnias
y culturas que
conforman la especie
humana y la más
que obvia necesidad
de su aceptación
y respeto entre
todas ellas. Pero más allá de toda esta intencionalidad,
el racismo sigue siendo un hecho. ¿Hay vacuna contra el racismo?
El fenómeno
de la discriminación no
se restringe a algún
país en especial, donde se podría
estar tentado de endilgar el fenómeno a "atrasos culturales". Por el contrario,
barre el mundo
por los cuatro
puntos cardinales.
Sociedades llamadas "desarrolladas", para
decirlo rápidamente, dan
las peores muestras de intolerancia
étnica. Así como
en Alemania, tal como
veníamos diciendo, hace
apenas unas décadas
se persiguió a los judíos por millones en nombre del sueño de superioridad
racial, en Estados Unidos el Ku Klux Klan sigue teniendo una considerable cuota
de poder y hasta no hace mucho tiempo linchaba a pobladores negros, en
Italia la Liga
del Norte propone
la separación del
sur
"subdesarrollado", en Austria
un partido neonazi
disputó recientemente el poder y
casi lo gana, sólo por dar algunos ejemplos. Aunque el anterior Secretario General
de la ONU
haya sido una
persona afrodescendiente (todo un
símbolo, definitivamente) el
apartheid a nivel
mundial sigue estando presente.
En
Guatemala una mujer
indígena, la más arriba
citada Rigoberta Menchú, se ha
hecho acreedora (no sin resistencias locales) a un Premio Nobel; paso
importante. Quizá a
principios de siglo,
o apenas algunas décadas atrás,
esto hubiera sido
inconcebible (todavía se
vendían las fincas con todo "e
indios incluidos"). Pero la discriminación étnica no ha desaparecido. ¿Hay
forma que desaparezca? Incluso podríamos ser más cáusticos en la pregunta: ¿hay
posibilidades reales que desaparezca?
Aunque se ha incorporado el neologismo "afrodescendiente" para
superar la discriminación de
los "negros", sabido
es que las poblaciones
de origen africano siguen siendo, por lejos, las más sufridas.
En la forma
en que queda formulado el interrogante pareciera que no hay mayores
alternativas: ¿será que el racismo está enraizado en la misma condición humana?
Por principios diríamos que no, pero ¿por qué es tan frecuente y cuesta
tanto eliminarlo? De todos
modos, pensemos en que
debe haber alternativas,
¿o es que
realmente hay "razas superiores"?
No debemos caer rápidamente en reduccionismos,
por más tentador que ello sea. Sería muy fácil colegir de lo que tenemos dicho
que el racismo, en cuanto
una de tantas expresiones de la agresividad, en
cuanto constituyente del fenómeno humano,
es inmodificable. Así
las cosas, no habría ya mucho por hacer. O ante cada nueva expresión discriminatoria resignadamente encogerse
de hombros por
encontrarnos frente a un hecho natural. No hay dudas que podemos
(debemos) apuntar a otras opciones.
La
población de una
etnia difícilmente establece
grandes amistades, o busca su
pareja, con gente de otra etnia. El amor es narcisista, es decir: yo amo en el
otro lo similar a mí; quizá por eso es tan difícil abrirse plenamente
a alguien muy distinto. Pero aunque
esto sea verdad en un nivel nada autoriza a que se aborrezca
al otro por ser diferente (otra lengua, otras costumbres, otra cosmovisión,
otro color de piel). Una actitud civilizada, aunque se estrelle a diario con
fuerzas jurásicas que ven en el otro
distinto siempre una
amenaza, debe apuntar
a ese ideal
de respeto.
No hay
vacuna contra el racismo, ni contra las injusticias. Pero hay la posibilidad
de establecer mecanismos
de convivencia que
nos permitan respetarnos;
y esos mismos mecanismos,
que no son
sino las leyes, códigos de
conducta que nosotros
mismos vamos creando,
felizmente no son definitivos, son perfectibles. En Cuba, luego de
la revolución, se estableció por ley que
una cuota de los cargos públicos de dirección debía ser
ocupada por camaradas de
color. Discriminación positiva, sin dudas, pero muy oportuna. Sólo
ese trabajo de educación, de concientización,
de generación de una nueva
cultura –dificilísimo, lo
sabemos– puede dar resultados con varias generaciones de esfuerzo.
Suprimir,
eliminar al otro distinto no es el camino. Ello, en definitiva, no
es sino alimentar
el ciclo de
violencia; y eso no tiene
fin. En nombre de
lo que sea
se puede discriminar
al otro distinto,
se pueden pedir limpiezas
sociales. Los motivos
sobran: ahora, niños de
la calle, después los drogadictos,
después los homosexuales... ¿Y después? ¿Seropositivos?, ¿habitantes
de barrios marginales?,
¿indígenas?, ¿negros? ¿Y después
gitanos, judíos, musulmanes, latinos, pobres, habitantes del Tercer Mundo...?
La lista no tiene fin. Y en algún lado de la lista estamos todos.
Lo
que queda claro
es que el
poder construye un
modelo cultural dominante que es
el que
se impone al
resto de la
sociedad. Esto no es
nuevo; desde Hegel
en adelante –y
por supuesto retomado
por el marxismo clásico–
sabemos que el
esclavo piensa con la
cabeza del amo. "Las
ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en
otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad
es, al mismo
tiempo, su poder
espiritual dominante",
expresó puntualmente Marx en "La ideología alemana". Entre otras cosas, hasta ahora, en todas las
sociedades, en todas las culturas
conocidas, el poder
se construyó en
términos masculinos, independientemente del
color de la
piel. También en
las clases explotadas el
machismo es un hecho. El poder es de los "machos". La ideología
dominante es machista, profunda y obstinadamente machista.
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