Pensamiento 28 noviembre, 2018 Friedrich Engels
Londres,
23 de abril de 1885 [1]
Me
pide usted mi opinión sobre el libro de Plejanov, Nashi Raznoglassya [Nuestras
diferencias]. Para dársela debiera haber leído el libro, y puedo leer en ruso
con bastante facilidad después de una semana de práctica. Pero hay semestres
enteros en que ello me es imposible; luego pierdo la práctica y me veo obligado
a reaprenderlo, por así decirlo. Así me ha ocurrido con Nuestras diferencias.
Los manuscritos de Marx, que le estoy dictando a una secretaria, me tienen
ocupado todo el día; por la noche llegan visitas a quienes, después de todo no
se puede despedir; hay que leer pruebas y contestar mucha correspondencia, y
finalmente están las traducciones de mi Origen [2], etc. (al italiano, al danés, etc.),
que se me pide revise, y cuya revisión no es a veces ni superficial ni fácil.
Pues bien, todas estas interrupciones me han impedido leer más de 60 páginas de
Nuestras diferencias. Si pudiera disponer de tres días terminaría con la cosa y
al mismo tiempo refrescaría mis conocimientos del ruso.
Entretanto
creo que es suficiente la parte del libro que he leído para enterarme más o
menos de las diferencias en cuestión.
Ante
todo, le repito a usted, que estoy orgulloso de saber que en la juventud rusa
hay un partido que acepta francamente y sin ambigüedades las grandes teorías
económicas e históricas de Marx, y que ha roto resueltamente con todas las
tradiciones anarquistas y levemente eslavófilas de sus predecesores. El mismo
Marx se hubiera sentido igualmente orgulloso si hubiese vivido un poco más. En
un progreso que será de gran importancia para el desarrollo revolucionario de
Rusia. Para mí, la teoría histórica de Marx es la condición fundamental de toda
táctica razonada y coherente; para descubrir esa táctica sólo es preciso
aplicar la teoría a las condiciones económicas y políticas del país en
cuestión.
Pero
para hacerlo es preciso conocer estas condiciones; y en lo que a mí respecta,
conozco demasiado poco acerca de la situación rusa actual como para presumir de
competencia, para juzgar los detalles de la táctica requerida por esta
situación en un momento dado. Además, desconozco casi por entero la historia
interna e íntima del partido revolucionario ruso, especialmente la de los
últimos años. Mis amigos narodovoltsy nunca me han hablado de esto. Y es un
elemento indispensable para formarse una opinión.
Lo
que sé o creo saber de la situación rusa me conduce a la opinión de que los
rusos se acercan a su 1789. La revolución debe estallar ahí
dentro de un tiempo; puede estallar cualquier día. En esas
circunstancias, el país es como una bomba cargada que sólo necesita se le ponga
una espoleta. Especialmente desde el 13 de marzo.[3] Este es uno de esos casos excepcionales en
que a un puñado de gente le es posible hacer una revolución,
es decir, hacer que con un pequeño empujón se derrumbe todo un sistema que
(para emplear una metáfora de Plejánov) está en un equilibrio más que
inestable, liberando, así de un golpe, en sí insignificante, fuerzas explosivas
incontrolables. Porque si alguna vez el blanquismo —la fantasía de revolucionar
toda una sociedad por acción de una pequeña conspiración— ha tenido cierta
justificación es, por cierto, en el caso de Petersburgo. Una vez que la chispa
toca la pólvora, una vez que han sido puestas en libertad las fuerzas y que la
energía nacional ha sido transformada de potencial en cinética (otra imagen
favorita de Plejánov, y muy buena), la gente que acercó la chispa a la bomba
será barrida por la explosión, la que será mil veces más fuerte que esa gente y
se abrirá camino por donde pueda, según lo determinen las fuerzas y
resistencias económicas.
Y
suponiendo que esa gente imagine que pueda tomar el poder, ¿qué importa? Siempre
que hagan el agujero que haga estallar el dique, la propia avalancha les
despojará de sus ilusiones. Pero si por casualidad estas ilusiones tuviesen por
resultado una fuerza superior de voluntad ¿por qué quejarse? La gente que
alardeaba de haber hecho una revolución veían siempre, al día
siguiente, que no tenían idea de lo que estaban haciendo; que la
revolución hecha no se parecía en lo más mínimo a la que les
hubiera gustado hacer. Esto es lo que Hegel llama la ironía de la historia,
ironía a la que escapan pocas personalidades históricas. Mire a Bismarck, el
revolucionario a pesar suyo, y a Gladstone, que ha terminado peleándose con su
adorado zar.
Para
mí, lo más importante es que en Rusia se dé el impulso, que la revolución
estalle. Sea esta o aquella fracción la que dé la señal, ocurra ello bajo esta
o aquella bandera, me preocupa poco. Si fuese una conspiración palaciega sería
barrida al día siguiente. Allí donde la situación es tan tirante, donde los
elementos revolucionarios se han acumulado en un grado tal, donde la situación
económica de la enorme mayoría de la población se hace cada día más imposible,
donde figuran todas las etapas del desarrollo social, desde la comuna primitiva
hasta la industria moderna, en gran escala y las más altas finanzas, donde
estas contradicciones son violentamente mantenidas juntas por un despotismo sin
precedentes, despotismo que se le vuelve cada vez más insoportable a la
juventud en que se unen el valor y la inteligencia nacionales: allí, una vez
lanzado un 1789, no tardará en seguirle un 1793.
Notas:
- [1] Carta escrita en francés.
[2] El origen de la familia.
[3] Primero de marzo (según el antiguo calendario) de 1881, día en que fue asesinado el zar Alejandro II.
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