En diciembre de 2015, mientras los españoles se disponían a votar en las
elecciones generales, el periódico El Mundo se planteaba una
pregunta inquietante: ¿qué le pasa por la cabeza a alguien para querer ser
Presidente?
La pregunta desata cierta preocupación y desasosiego considerando que el
liderazgo político tiene sus complicaciones secundarias: exceso de tareas,
responsabilidades que pueden abrumar, problemas que se multiplican hasta el
infinito, emociones negativas que se disparan, conflictos asegurados, críticas
y ataques que inevitablemente se recibirán, stress en grandes magnitudes,
rupturas personales y políticas, decepciones varias, frustraciones en buena
cantidad, mayor riesgo de enfermedades y hasta cierto envejecimiento más
acelerado…
¿Y entonces qué?
¿Qué tiene en mente el candidato cuando decide postularse?
¿Cual es la psicología del líder político?
El reportaje de El Mundo comienza explorando
las respuestas a esa pregunta brindadas por los cuatro principales candidatos
de aquel momento:
·
Pedro Sánchez, del PSOE, dijo que pensaba en
sus hijas y en el cambio climático.
·
Mariano Rajoy, del PP, dijo que ser Presidente
era algo excepcionalmente destacado.
·
Albert Rivera, de Ciudadanos, dijo que para
tener un país feliz hacía falta un país feliz y que él mismo era muy feliz.
·
Pablo Iglesias, de Podemos, dijo que se veía
capacitado para el cargo y que alguien tenía que hacerlo.
Claro que estas respuestas son brindadas rápidamente y sin pensarlo
demasiado, además de que son presionadas por el hecho de que van a ser
publicadas y leídas. Son auténticas, sí, pero son solo una pequeña muestra de
la dimensión motivacional que está detrás del liderazgo del dirigente político.
Por eso el periódico continúa su reportaje incluyendo las voces de algunos
psicólogos entre los cuales estoy yo mismo. ¿El objetivo de escuchar voces
profesionales? Pues ir más allá de las motivaciones conscientes de los propios
líderes. Y tener una visión más cercana acerca de la psicología de este
peculiar tipo de líder que es el político.
Motivaciones inconscientes del
liderazgo político
El reportaje de El Mundo se titula ¿Qué le pasa por la cabeza a
alguien para querer ser presidente del Gobierno?. A continuación la
transcripción textual de gran parte del mismo:
“…’Hay tres tipos de motivaciones que llevan a una persona a ser
candidata: las motivaciones políticas, las que generalmente se expresan en
entrevistas y tienen que ver con su ideología, su partido político y su visión
de los problemas más importantes que hay que resolver; las motivaciones
conscientes o semi-conscientes que van más allá de la política, que pueden ser
pensadas por la persona, a veces habladas con su círculo familiar o amistoso, a
veces fantaseadas… pero que por lo general no llegan al plano público; y las
motivaciones inconscientes, desconocidas hasta para el propio candidato.
Generalmente provienen de las zonas más primarias de nuestro cerebro y suelen
girar en torno a los deseos de poder, dominio, jerarquía y aspectos similares
que vienen desde el fondo de los tiempos impresos en nosotros mismos y en
cierto oscuro y primitivo espíritu de manada que necesita producir líderes. Las
tres se complementan y a veces luchan entre sí, como en todas las actividades
humanas’.
El análisis es de Daniel Eskibel, experto en psicología política para
campañas electorales y autor del blog Maquiavelo y Freud. Él
identifica al menos seis tipos de personalidad política.
Las personalidades políticas
1. Autoritario. Es respetuoso con las jerarquías. Suele elogiar a
quienes ostentan cargos más importantes que él, pero al mismo tiempo es muy
competitivo con sus pares y dominante con quienes están por debajo. Valora la
dureza, la resistencia y la agresividad política.
2. Narcisista. Busca ser el centro de atención en las noticias, en las
reuniones y en todos los eventos políticos. Es convincente, seductor y
carismático. Demanda lealtad de parte de los demás pero rara vez la concede en
reciprocidad. Tiene un sentido de grandiosidad rayano en el exhibicionismo en
cuanto a sus ideas, sus proyectos y su personalidad.
3. Manipulador. Es frío y calculador y generalmente no se deja detener
por reparos éticos. Para él ganar lo significa todo, y lo demás es negociable: el
fin justifica los medios. Es muy hábil para observar a las personas con las que
interactúa. Y rápidamente descubre sus intereses y explota sus debilidades para
poder obtener réditos políticos.
4. Obsesivo. Trabaja duro y es minucioso y preciso. Su capacidad de
trabajo y su profesionalismo suelen brillar mucho más que su personalidad. Hace
las cosas a consciencia y manteniéndose dentro de sus parámetros éticos. Su
proceso de toma de decisiones es lento pero seguro. Toma en consideración
factores complejos y hace esfuerzos extraordinarios para evitar errores.
5. Paranoide. Es reservado, desconfiado y muy atento a los posibles
significados ocultos tras las palabras o las acciones de los demás. Muchas
veces duda de la lealtad de quienes le rodean, y con facilidad cree que otros
forman alianzas en su contra. Es frecuente que se sienta perjudicado por otros,
y las teorías conspirativas le resultan generalmente razonables más allá de las
evidencias.
6. Totalitario. Es raro de encontrar en los contextos democráticos
porque demanda obediencia absoluta de parte de sus subalternos. Cree en su
propia infalibilidad y ejerce el poder haciendo que le teman o le respeten casi
religiosamente. Es un fanático, obliga a que hagan un culto de su personalidad
y rechaza todos los hechos que contradigan sus ideas o decisiones.
No hay tipos perfectos y puros’, aclara Eskibel. Cada político tiene predominio
más o menos claro de uno de los tipos con rasgos complementarios de otra
categoría. El equilibrio (o no) define a cada uno.
‘Comparto la idea de los rasgos narcisistas, hasta me atrevería a decir
sociopáticos, de muchos políticos aunque no suele ser la característica más
presente en los máximos dirigentes. Creo que hoy en día el mundo de la política
gira en torno a la búsqueda de poder en detrimento de la ideología que la
caracterizaba y motivaba antaño’, aporta Isolde Broseta, psicóloga
especializada en terapia cognitivo-conductual.
Según Sergio García, psicólogo experto en intervención social, todas las
personas tenemos ‘ciertos rasgos psicopáticos que nos ayudan a salir adelante’,
y son buenos o malos dependiendo de la función que desempeñamos. ‘Que un actor
sea exhibicionista es normal, que lo sea un loco no tanto. Un asesino en serie
puede tener un rasgo que le empuja a despedazar un cadáver, el mismo que ayuda
a un cirujano a extirpar un tumor. Lo mismo ocurre con el narcisismo o la
autoestima de los políticos’.
Escribía el psicólogo americano John Gartner que unas elecciones siempre
las gana el candidato más hipomaníaco, ‘las personas con la grandiosidad para
creer que están destinados a liderar el mundo libre, la energía necesaria para
montar una campaña implacable y el carisma para inspirar a millones de
personas’.
García establece una diferencia entre el candidato que tiene un proyecto
para el país y el que tiene un proyecto individual. ‘No es lo mismo querer
cambiar tu país que querer ser presidente por el mero hecho de serlo. Es
entonces cuando comienza el desgaste, hay más estrés, menos sueño…Y a eso
contribuyen las estructuras del poder, la presión de la oposición, el nunca
estar seguro del fuego amigo’.
La enfermedad del poder y el cerebro de
reptil
‘Un buen día desconoces al político por el que tanto has trabajado. Ese
mismo con el que hiciste tantos planes, con el que viviste tantas situaciones
difíciles. Ese con el cual luchaste palmo a palmo durante tanto tiempo. Ese con
el cual ganaste las elecciones y que ahora tiene un cargo de gobierno. ¿Qué
pasó?’, se pregunta Eskibel.
La respuesta la bautizó David Owen como síndrome Hubris o
la intoxicación del poder. Lord David Owen, neurólogo que fue también ministro
de Sanidad y de Exteriores del gobierno británico, concluye que ‘las presiones
y la responsabilidad que conlleva el poder terminan afectando a la mente’.
Escribió el libro En la enfermedad y en el poder e identificó
los síntomas del delirio de los grandes líderes políticos: una exagerada
confianza en sí mismos, desprecio por los consejos de quienes les rodean y
alejamiento progresivo de la realidad. Aquí se llamó el síndrome de la
Moncloa.
‘Llega un momento en el que uno piensa: Mi vida no es mía, pertenece a
la función que ocupo’, explica Sergio García. Y cambia su forma de actuar.
‘Lo ves solo, aislado, sin escuchar, sin contacto con la gente,
agresivo, cometiendo errores que nunca creíste que pudiera cometer, cada vez
más rodeado por incondicionales que solo dicen que sí, incondicionales ciegos.
Lo ves rumbo al abismo electoral y no sabes cómo ayudarlo. Menos aún sabes por
qué diablos pasó eso. ¿Cuándo cambió? ¿Por qué?’
Eskibel se responde a sí mismo apelando a lo que algunos investigadores
llaman el cerebro de reptil, una estructura cerebral
idéntica al de cualquier lagarto que controla comportamientos primitivos, ‘que
empuja hacia el dominio, la agresividad, la defensa del territorio, la
auto-ubicación en la cúspide de una jerarquía vertical e indiscutida’.
‘El aislamiento del poder es una actitud donde pesa sobremanera el
cerebro de reptil’, insiste el psicólogo uruguayo. ‘Este es mi territorio, acá
mando yo, estoy por encima de todos, si llegué aquí es porque soy más capaz que
ustedes, si sé más que ustedes entonces no pierdo tiempo escuchándolos, y
además no quiero que nadie llegue a amenazar este poder ni siquiera en el
futuro, por lo tanto no dejo que nadie se acerque, solo dejaré que se aproximen
aquellos que hagan los correspondientes rituales de sometimiento y sumisión’.
– ¿Se puede mitigar?
– Tal vez sí, pero antes de que el cerebro de reptil asuma el mando. Lo antes posible.”
Así finaliza el reportaje del periódico español El Mundo.
– Tal vez sí, pero antes de que el cerebro de reptil asuma el mando. Lo antes posible.”
Así finaliza el reportaje del periódico español El Mundo.
En la mente del candidato
Por cierto que la mente del candidato es un universo fascinante. Y es
complejo comprender por qué una persona lucha, a veces desesperadamente por
conquistar un cargo que sabe que le traerá enormes problemas y dolores de
cabeza.
Me refiero al que honestamente aspira a ese cargo, no al que
conscientemente es impulsado por motivaciones corruptas o antisociales. Ese
otro tipo de líder político tiene un perfil psicológico diferente que ya
abordaremos en otro momento.
Lo cierto es que el candidato honesto tiene una serie de motivaciones
conscientes que lo impulsan hacia la lucha por el poder. Y por detrás de ellas
también tiene motivaciones inconscientes que desconoce en sí mismo. El poder es
uno de los conceptos centrales que anudan muchas de tales motivaciones en su
psicología.
¿Un consejo para candidatos derivada de esta introducción a la
psicología del líder político?
“Conócete a ti mismo”, como dice el célebre aforismo atribuido a Sócrates.
Conoce no solo tus zonas iluminadas sino también, y especialmente, tus zonas
oscuras.
Trabaja en equipo, además. Rodéate de los mejores. Escucha consejos. Medita tus decisiones.
Trabaja en equipo, además. Rodéate de los mejores. Escucha consejos. Medita tus decisiones.
Y cuídate siempre de tus impulsos primitivos, en especial cuando vas logrando
posiciones de liderazgo y notoriedad en el mundo político. Recuerda que en el
interior de todos los seres humanos espera agazapado nuestro cerebro de reptil,
siempre dispuesto a dar un zarpazo buscando más y más poder.
No hay comentarios:
Publicar un comentario