Política, Sociedad 3 noviembre, 2018 Wilhelm
Reich
La clase obrera alemana acaba de sufrir una gran
derrota, y con ella, todas las fuerzas progresistas, revolucionarias,
generadoras de cultura, que persiguen los ya antiguos objetivos de liberación
de la Humanidad trabajadora. El fascismo ha triunfado y a cada instante
consolida sus posiciones por todos los medios a su alcance, principalmente a
través de la mutación guerrera que impone a la juventud.
Pero contra
la resurrección de la Edad Media, contra la política de rapiña imperialista,
contra la brutalidad, la mística y la servidumbre de los espíritus, por los
derechos naturales de los trabajadores y de los creadores, duramente afectados
por la explotación económica de que les hace objeto un puñado de magnates
financieros, por la abolición de este orden social criminal, el combate
continuará sin tregua. Pero la cuestión no está únicamente en su continuación;
reside principalmente en saber cómo y en cuánto tiempo nos llevará a la
victoria. Las formas en las que se ha efectuado la toma del poder por el
nacionalsocialismo han dado una lección que no se puede, en modo alguno,
olvidar: que para alcanzar los objetivos de la reacción política, no son
precisas frases, sino un saber efectivo, sin proclamas, pero con el despertar
de un auténtico entusiasmo revolucionario, sin aparatos de partidos
burocratizados, sino con organizaciones de trabajadores que practiquen
la democracia interna y que dejen el campo libre a toda iniciativa de las
tropas de combatientes concienciados. Nos han enseñado que la falsificación de
los hechos y los enardecimientos por sugestión superficial conducen con certeza
al descorazonamiento de las masas, desde que la férrea lógica del proceso
histórico revela la realidad.
El trabajo
sexológíco y político que he desarrollado durante años en el seno de las
organizaciones de trabajadores, particularmente entre los jóvenes, me ha
llevado a la convicción inquebrantable de que la clase a la que los dirigentes
«enviados por Dios» del Tercer Reich tildan de «subhumana» y hacen doblegarse
bajo su yugo, lleva dentro de sí el futuro de la Humanidad porque encierra más
cultura, honor, moralidad natural y ciencia de la verdadera vida que la que
exigen todos los mamotretos de la filosofía moral burguesa y las grandes frases
de la reacción política; se trata, desde luego, de otra cultura, de otro honor,
de otra moralidad, dado que no tienen un sórdido reverso en la práctica.
Si hoy día millones de
trabajadores abatidos, decepcionados, se abandonan a la resignación e incluso
se incorporan al fascismo, con más o menos convicción, no hay motivo sin
embargo para desesperarse. La convicción subjetiva con la que los millones de
partidarios de Hitler creen en la misión socialista del nazismo por más que
haya vertido sobre Alemania tantos horrores y miserias, no deja de ser un
aspecto fuertemente positivo. Nos oponemos al despliegue de esta fuerza
histórica si nos desembarazamos pura y simplemente del nacionalsocialismo como
de una obra de timadores y mistificadores, aun si es cierto que se encuentran
en él muchos timadores y mistificadores. Hitler no es un mistificador más que
objetivamente por el hecho de que agrava la dominación del gran capital;
subjetivamente es un fanático, convencido sinceramente, del imperialismo alemán
a quien un éxito colosal, objetivamente fundado, ha salvado del
desencadenamiento de la enfermedad mental que lleva dentro de sí. No sólo
nos encerramos en un punto muerto sino que vamos en sentido opuesto del
resultado pretendido si tratamos de ridiculizar a los dirigentes
nacional-socialistas mediante viejos métodos pasados de moda. Con
una energía inaudita y una gran habilidad han entusiasmado efectivamente a las
masas y conquistado al poder. El nació nal-socialismo es
nuestro mortal enemigo, pero no podremos combatirlo si no apreciamos sus puntos
fuertes en su justo valor y si no tenemos el coraje de
proclamarlo. Podemos olvidarnos de métodos mezquinos; la demagogia grosera es
siempre un signo de debilidad teórica y práctica y, al no conducir a nada, es
objetivamente contrarrevolucionaria. Lo que tenemos que decir y demostrar a los
millones de desanimados así como a los millones de nazis aún entusiastas que
tienen sentimientos socialistas es que la fuerza de los nacional-socialistas
reside en su convicción de una misión divina, pero que ésta no existe y que la
única cosa en juego es el imperialismo bélico; que sus organizaciones militares
son magníficas, pero que significan la aproximación del fin de la Humanidad y
que deben perseguir otros objetivos, aquellos a los que aspira arduamente el
simple S. A.: el derrocamiento del capital; que Hitler cree liberar al pueblo,
pero que tiene frente a él un destino inexorable:
el desmoronamiento del capitalismo que nosotros deseamos y que él jamás podrá
conjurar.
La aprehensión científica de los acontecimientos, incluso los
más candentes, trata de eliminar en la medida de lo posible las fuentes de
errores infinitamente múltiples que pueden deslizarse en la visión de las
cosas; por ello opera con lentitud y sólo puede seguir los acontecimientos a
demasiada distancia. A veces, los sojuzgados exigen a los trabajadores
científicos que concentren sus investigaciones en las cuestiones actuales. La
ciencia es la enemiga mortal de la reacción política. Pero el sabio que cree
salvar su existencia siendo prudente y «apolítico» y que aun viendo a los más
prudentes perseguidos y encarcelados, no sabe sacar su lección, no puede exigir
el que se le tome en serio y el participar más tarde en la reconstrucción
efectiva de la sociedad. Sus lamentaciones y su inquietud por la cultura son
sino desahogos sin convicción, si no sabe reconocer a través de los
acontecimientos que son precisamente su ciencia, su energía
científica, que faltan a aquellos en los que cifra sus esperanzas en el momento
de la catástrofe. Su apolitícismo es un elemento de la fuerza de la reacción
política y, al mismo tiempo, de su propia ruina.
Que
aquel que encuentre evidentes las argumentaciones de este escrito considere
cuidadosamente que las fuerzas progresivas de la historia han caído en gran
parte en terreno baldío, porque hay penuria de fuerzas debidamente formadas y
que los sabios se encierran en su aislamiento universitario y no se dejan meter
en vereda. Deseo vivamente una crítica científica de esta obra, hecha no por
aquellos que fabrican teorías sobre la existencia humana en una mesa de
despacho, sino por aquellos otros que extraen sus descubrimientos de la vida
real de los hombres mediante un contacto íntimo con ellos, como yo siempre me
he esforzado por hacer.
Este escrito ha sido elaborado en el curso del ascenso de la ola
reaccionaria que ha asolado Alemania en los años 1930-1933. En él se intenta
dotar de un mínimo de base
teórica al joven movimiento sexual-político aún poco desarrollado y separar del
caos de la reforma sexual algunos de los puntos más esenciales con los que se
pueda abordar prácticamente el problema. Se vincula a las tentativas anteriores
de desvelar el proceso de la economía sexual en nuestra sociedad; pero dado que
este proceso es tan sólo una parte de la dinámica global de la sociedad,
nuestra investigación se ha enfrentado igualmente con los problemas del
movimiento político general. A causa de los acontecimientos políticos de
Alemania no ha sido posible alcanzar la exhaustividad pretendida, que se desea
en todo trabajo científico general.
Esperar que la pedantería científica haya quedado satisfecha no
me ha parecido posible en los tiempos en que vivimos, tanto más cuanto que yo
tenía pocas esperanzas de renovar en los plazos previsibles los materiales que
había reunido a duras penas y que se perdieron en la catástrofe.
Me he esforzado en presentar este difícil tema de la manera lo
más sencilla posible, a fin de que la obra sea accesible incluso al funcionario
o trabajador medios. Soy consciente de que no lo he logrado totalmente. En el
caso de que la reacción política buscara vengarse del contenido de este trabajo
sobre el psicoanálisis o sus representantes, golpearía erróneamente. Freud y la
mayoría de sus alumnos rechazan las consecuencias sociológicas del
psicoanálisis y se emplean activamente en no sobrepasar el marco de la sociedad
burguesa. No son, pues, ni culpables ni responsables de que los políticos se
sirvan de los resultados científicos de la investigación psicoanalítica.
Recordemos por lo demás que, según una frase célebre, el arma de
la crítica no podrá reemplazar a la crítica de las armas. Si este trabajo está
capacitado para recorrer el difícil camino que conduce a la crítica de las
armas, habrá alcanzado su objetivo.
Fuente:
Prólogo a la primera edición de Psicología de masas del fascismo, de Wilhelm Reich, escrito en septiembre de 1933
Imagen
de portada: Benito Mussolini presidiendo el desfile de las juventudes
fascistas, Roma, 1934.
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