05-05-2014
Quien
quiera evitar ser esclavo debe tener la mente lúcida e intentar comprender
cabalmente la relación de fuerzas sociales y cuáles son los puntos débiles y
las contradicciones del capitalismo mundial. Por eso y en los límites de este
espacio intentaré resumir esquemáticamente los trazos principales de la
situación político-económica mundial actual.
China es la primera potencia comercial del planeta
(acaba de superar a Estados Unidos) pero es militar y políticamente débil y es
el principal sostén del dólar y de la hegemonía de Estados Unidos con sus
inversiones y sus compras de bonos estadounidenses. Además, es un país
capitalista y tiene un gobierno nacionalista y pragmático. Su economía depende
de las exportaciones a Estados Unidos y a la Unión Europea, que están en una
crisis prolongada (sobre todo la U.E) y no puede desarrollar inmediatamente su
interior campesino y la productividad introduciendo alta tecnología que
aumentaría el desempleo y las desigualdades sociales cuando actualmente tiene
260 millones de desocupados (4.8 por ciento). Su desarrollo industrial salvaje
ha contaminado gravemente el agua, el aire, el ambiente y ha aumentado también
la brecha entre los trabajadores, que tienen salarios miserables y los
multimillonarios “comunistas”. La huelga actual de 40 mil obreros en una sola
empresa en un país donde no hay sindicatos autónomos y las huelgas son ilegales
muestra la explosividad de la actual situación social china. Rusia es también
un país capitalista tecnológicamente atrasado y con una población (de apenas
165 millones de habitantes) que envejece y se reduce. Mantiene un gran arsenal
atómico pero su economía es frágil ya que depende, cada vez más, de la
exportación de recursos no renovables (gas y petróleo). La corrupción de la
burguesía rusa, nacida del despojo mafioso de los bienes nacionales cuando el
derrumbe de la Unión Soviética así como el régimen autocrático y represivo
basado en la nostalgia por la Rusia imperial zarista, colocan también al
gobierno de Putin del lado de la conservación del capitalismo.
Por su parte, los demás gobiernos de los países
capitalistas llamados “emergentes” ni forman un bloque sólido ni tienen
regímenes progresistas o gobiernos favorables a los intereses de los
trabajadores. La prueba la tenemos en Los Pinos o en las políticas de Turquía,
Sudáfrica, Brasil. La Unión Europea, que es también una potencia comercial
mundial sólo inferior a China, política y militarmente es sierva de Estados
Unidos incluso en un grado de sumisión tal que la lleva a actuar en contra de
sus propios intereses inmediatos, los cuales deberían inducirla a no agravar su
crisis creando un conflicto con Rusia, su abastecedor de petróleo y gas o a
buscar un acuerdo con China para construir una moneda mundial de referencia que
desplace al dólar. De este modo, la hegemonía de Estados Unidos se debilita
desde hace décadas pero sigue subsistiendo gracias al simple hecho de que
Washington dispone de más armamentos y fuerzas militares que todos sus
adversarios juntos y, además ningún gobierno es antiimperialista pues el
imperialismo es la política del capital financiero al cual todos están ligados.
No hay, por consiguiente, nada más absurdo que
confiar en que el euro pueda darle un golpe mortal al dólar o que el yen lo
reemplace (¡desvalorizando, de paso, todos los activos chinos en el exterior y
sus enormes reservas mismas!). No hay nada más utópico que esperar que el
debilitamiento de Washington venga de la acción coordinada de sus competidores
capitalistas “emergentes” (China, Rusia, India, los BRICS). La esperanza en una
supuesta acción antiimperialista de los Estados y los gobiernos capitalistas
“progresistas” -ligados por otra parte al mercado mundial y al capital
financiero internacional que en los países “emergentes” domina la parte fundamental
de la economía-, olvida los intereses vitales que unen a todos ellos con el
imperialismo y el hecho fundamental de que dichos Estados y gobiernos preservan
el capitalismo, es decir, a los oligarcas, empresarios y financieros. Aunque
tengan roces con Washington, su enemigo mortal es sólo el anticapitalismo de
los trabajadores.
En los últimos 40 años el movimiento obrero ha
sufrido enormes derrotas, las izquierdas tradicionales (ex comunistas y ex
socialistas) son, como dijo León Blum, “médicos de cabecera del capital” y,
aunque hay más obreros y asalariados que en cualquier otra fase de la
humanidad, los grupos anticapitalistas y socialistas se cuentan en todo el
mundo apenas por decenas de millares. Todas las luchas son defensivas y la idea
misma de una revolución social parece cosa del siglo XIX… Pero hacia ese siglo
se desplaza hoy el capitalismo reconstituyendo los horrores de la época de
Dickens con su política de hambre sólo sostenible por la represión y con la
eliminación gradual de las conquistas sociales del siglo XX arrancadas por el
proletariado y por el miedo del capital a sus objetivos socialistas.
Este primero de mayo hubo grandes manifestaciones
sólo donde los gobiernos las organizaron, como en Rusia, Cuba, Venezuela.
Otras, en cambio, independientes de los gobiernos, como en Argentina, fueron
importantes, pero contaron sólo con decenas de miles de participantes. Pero no
por eso se puede decir “adiós al proletariado” ni creer, como el ideólogo
kirchnerista Laclau, que la lucha de clases ya no existe y, por lo tanto, los
obreros querrían ante todo conservar el puesto de trabajo, es decir, su propia
explotación. Las revoluciones no las hacen los revolucionarios sino las masas
que quieren conservar, como Zapata, un mundo que el gran capital destroza y
torna cada vez más horroso. Se hacen no tanto para construir un futuro incierto
sino para no seguir hundiéndose en la barbarie.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso
del autor mediante una licencia de Creative
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respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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