Con motivo del 1° de Mayo, Día Internacional del Trabajo
El papel del trabajo en la transformación del hombre ¡en mono!
01-05-2014
En el año 1876 Federico Engels presentaba su ensayo "El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre" *
. Explicaba ahí cómo el trabajo cumple la histórica misión de ir
creando un ser cualitativamente nuevo a partir de una especie anterior.
Es decir: el trabajo como actividad creadora comenzaba a transformar la
naturaleza y abría un capítulo novedoso en la historia. Nunca hasta ese
entonces –dos millones y medio de años atrás según lo que hoy día las
ciencias arqueológicas pueden establecer– un animal había modificado
consciente y productivamente su entorno. La actividad de las hormigas,
de las abejas o de los castores, grandes "ingenieros" por cierto, no
puede ser considerada una acción laboral en sentido estricto. Todas
estas especies repiten desde tiempos inmemoriales su carga genética, no
inventan nada nuevo, no se "desarrollan" y jamás, desde hace millones de
años, evolucionaron en la forma de realizar su producción (los
hormigueros o los panales son iguales desde siempre). Fue cuando
nuestros ancestros descendieron de los árboles y comenzaron a tallar la
primera piedra cuando puede decirse que hay "trabajo" en sentido humano,
como actividad creadora, como práctica que transforma el mundo natural y
va transformando al mismo tiempo a quien la lleva a cabo. Y desde que
arrancó esa primera actividad con el primer homo habilis –en
África, en lo que hoy es el norte de Tanzania– la evolución ha sido
continua y a velocidades cada vez más aceleradas. En esa perspectiva,
entonces, el papel del trabajo –como lo afirmara Engels– ha sido
fundamental: fue la instancia que "creó" al ser humano. Pasamos de monos
a seres humanos por el trabajo.
Es en esa lógica que tiene sentido entonces lo dicho por Hegel: "el trabajo es la esencia del ser humano".
Gracias al trabajo dejamos de ser monos, nos civilizamos, dejamos atrás
el mundo animal y fuimos construyendo un ámbito enteramente simbólico:
fue quedando modulado / superado / “pervertido” el instinto
reemplazándose por la cultura.
La historia del ser humano,
en definitiva, es la historia en torno a cómo fue organizándose ese acto
tan especial, tan fundamental y definitorio que es el trabajo. Desde
que nuestra especie pudo producir más de lo que necesitaba para
sobrevivir, desde que hubo excedente, empezaron los problemas. Alguien
–el más fuerte, el más listo, el más sinvergüenza, no importa– se
apropió del excedente y surgieron las diferencias de clase social. Y así
venimos hace ya varios milenios, a los tropezones, entre luchas a
muerte entre poseedores y desposeídos, entre guerras y violencia ("la violencia es la partera de la historia" dijo
Marx). Los que quedaron como propietarios en esta lucha de clases –sean
amos esclavistas, casta sacerdotal, señores feudales, o más
recientemente burguesía industrial, accionistas, banqueros, etc.– no
ceden ni un milímetro de sus privilegios. Por otro lado, las grandes
mayorías perjudicadas, que son los verdaderos productores de la riqueza
social, los auténticos trabajadores –esclavos, campesinos pobres,
obreros industriales, asalariados de toda laya (inclúyanse ahí los
trabajadores intelectuales), etc.– arrancan beneficios y mejoras en sus
condiciones de vida sólo a través de una lucha denodada contra sus
opresores. Esa es la dinámica de la vida social. Si el trabajo es la
esencia de nuestra existencia, tal como están las cosas lo menos que
puede decirse es que sea placentero para las enormes mayorías
trabajadoras. Mientras el trabajo siga siendo explotado por alguien
–enajenado, para decirlo con el término de los clásicos, alienado–
seguirá siendo una pesada carga para quien lo hace.
Esa es
la historia de los trabajadores a través de estos 10.000 años desde que
podemos reconstruir medianamente la historia: quien realmente produce,
quien trabaja y crea la riqueza de las sociedades, está excluido de su
aprovechamiento. Parece mentira que pequeñas minorías sean las que se
apropian del producto del trabajo de enormes mayorías, pero esa es
nuestra historia como especie. Hasta ahora no parece muy cierta esa
máxima de "el trabajo hace libre", perversamente instalada en el campo
de concentración de Auschwitz donde miles y miles de judíos fueron
forzados a trabajar como esclavos hasta su muerte por los nazis. En
estas condiciones de sociedad con clases sociales, ¿de qué nos libera el
trabajo?
El mundo moderno basado en la industria que
inaugura el capitalismo hace ya más de dos siglos ha traído cuantiosas
mejoras en el desarrollo de la humanidad. La revolución
científico-técnica instaurada y sus avances prácticos no dejan ninguna
duda al respecto. Si bien es cierto que en los albores de la industria
moderna las condiciones de trabajo fueron calamitosas, no es menos
cierto también que el capitalismo rápidamente encontró una masa de
trabajadores que se organiza para defender sus derechos y garantizar un
ambiente digno, tanto en lo laboral como en la vida cotidiana. El
esclavismo, la servidumbre, la voluntad omnímoda del amo van quedando
así de lado. Los proletarios asalariados también son esclavos, si
queremos decirlo así, pero ya no hay látigos.
Ya a mediados
del siglo XIX surgen y se afianzan los sindicatos, logrando una
cantidad de conquistas que hoy, desde hace décadas, son patrimonio del
avance civilizatorio de todos los pueblos: jornadas de trabajo de ocho
horas diarias, salario mínimo, vacaciones pagas, cajas jubilatorias,
seguros de salud, regímenes de pensiones, seguros de desempleo, derecho
de huelga. A tal punto que para 1948 –no ya desde un incendiario
discurso de la Internacional Comunista decimonónica o desde encendidas
declaraciones gremiales– la tibia Asamblea General de las Naciones
Unidas proclama en su Declaración de los Derechos Humanos que “Toda
persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a
condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección
contra el desempleo. Toda persona que trabaja tiene derecho a una
remuneración equitativa y satisfactoria que le asegure una existencia
conforme a la dignidad humana. Toda persona tiene derecho al descanso,
al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración
del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas.” Es decir: se consagran los derechos laborales como una irrenunciable potestad connatural a la vida social.
Vemos así que hacia las últimas décadas del pasado siglo esos derechos
ya centenarios podían ser tomados como puntos de no retorno en el
progreso humano, tanto como cualquiera de los inventos del mundo
moderno: el avión, el televisor o la computadora. Por cierto, estos
avances sociales no son sólo patrimonio socialista: las conquistas
laborales son ya mejoras de la humanidad toda. Pero las cosas cambiaron
últimamente. Cambiaron en forma demasiado drástica, a gran velocidad. Y
cambiaron a favor de las pequeñas minorías que manejan el mundo
perjudicando a la mayoría de la población mundial, al amplio campo de
los trabajadores.
Con la caída del bloque soviético hacia
fines del siglo XX el gran capital se vio triunfador. En realidad no fue
que terminó la historia ni las ideologías: ganaron las fuerzas del
capital sobre las de los trabajadores, lo cual no es lo mismo. Ganaron, y
a partir de ese triunfo comenzaron a establecer las nuevas reglas de
juego. Reglas, por lo demás, que significan un enorme retroceso en los
avances sociales que mencionábamos. Los ganadores del histórico y
estructural conflicto –las luchas de clases no han desaparecido, aunque
no esté de moda hablar de ellas– imponen hoy más que nunca las
condiciones, las cuales se establecen en términos de mayor explotación,
de pérdidas de conquistas por parte del mundo de los trabajadores. En
otros términos, a fines del siglo XX y comienzos del XXI se llegó a
condiciones de vida como en el XIX. La manifestación más evidente de
este retroceso es la precariedad laboral que vivimos, la que se presenta
disfrazadamente con el oprobioso eufemismo de "flexibilización"
laboral.
Todos los trabajadores del mundo, desde una obrera
de maquila latinoamericana o un jornalero africano hasta un consultor
de Naciones Unidas, graduados universitarios con maestrías y doctorados o
personal doméstico semi analfabeto, todos y todas atraviesan hoy el
calvario de la precariedad laboral ("flexibilización", para usar el
término de moda).
Aumento imparable de contratos-basura
(contrataciones por períodos limitados, sin beneficios sociales ni
amparos legales, arbitrariedad sin límites de parte de las patronales),
incremento de empresas de trabajo temporal, abaratamiento del despido,
crecimiento de la siniestralidad laboral, sobreexplotación de la mano de
obra, reducción real de la inversión en fuerza de trabajo, son algunas
de las consecuencias más visibles de la derrota sufrida en el campo
popular. El fantasma de la desocupación campea continuamente; la
consigna de hoy, distinto a las luchas obreras y campesinas de décadas
pasadas, es "conservar el puesto de trabajo". A tal grado de retroceso
hemos llegado, que tener un trabajo, aunque sea en estas infames
condiciones precarias, es vivido ya como ganancia. Y por supuesto, ante
la precariedad, hay interminables filas de desocupados a la espera de la
migaja que sea, dispuestos a aceptar lo que sea, en las condiciones más
desventajosas. Así las cosas, no se ve por ningún lado que el trabajo
"nos haga libres".
Según datos de Naciones Unidas 1.300
millones de personas en el mundo viven con menos de un dólar diario (950
en Asia, 220 en África, y 110 en América Latina y el Caribe); hay 1.000
millones de analfabetos; 1.200 millones viven sin agua potable. En la
sociedad de la información y la comunicación, la mitad de la población
mundial está a no menos de una hora de marcha del teléfono más cercano.
Hay alrededor de 200 millones de desempleados y ocho de cada diez
trabajadores no gozan de protección adecuada y suficiente. Lacras como
la esclavitud (¡esclavitud!, en pleno siglo XXI: la Organización
Internacional del Trabajo reporta cerca de 30 millones), la explotación
infantil o el turismo sexual continúan siendo algo frecuente. El derecho
sindical ha pasado a ser rémora del pasado. La situación de las mujeres
trabajadoras es peor aún: además de todas las explotaciones mencionadas
sufren más aún por su condición de género, siempre expuestas al acoso
sexual, con más carga laboral (jornadas fuera y dentro de sus casas),
eternamente desvalorizadas (“¿Tu mamá trabaja? No, es ama de casa”… ¿?).
Según esos datos, también se revela que el patrimonio de las 358
personas cuyos activos sobrepasan los 1.000 millones de dólares –que
pueden caber en un Boeing 747– supera el ingreso anual combinado de
países en los que vive el 45% de la población mundial. Trabajar,
pareciera, no libera de mucho. Por eso, ante ese trasfondo patético,
resalta como una más que apetecible salida ser deportista profesional, o
narcotraficante. Ser mafioso ya no queda tan mal; se gana bien y no se
trabaja… Incluso se puede tener fama y gloria, y con suerte… ¡hasta se
aparece en las revistas de farándula! ¡O en las listas de Forbes!
En definitiva: en las condiciones en que el gran capital ha comenzado
este nuevo milenio con un triunfo a escala planetaria que lo hace sentir
imbatible, el trabajo, en todo caso, más bien nos transforma en monos,
nos torna más animales. Y ante ello se ofrece como una salida
infinitamente más atractiva para cualquier trabajador el negocio del
narcotráfico: se gana mucho más trabajando muchísimo menos.
Pero la historia no está terminada. Creer eso es tan arrogante como la
equiparación de "Hombre" con "Ser Humano", tal como decíamos al
principio del texto.
Estas últimas décadas fueron de
retroceso para los trabajadores, ello es evidente. Pero la lucha sigue.
Nadie dijo que la lucha fuera fácil. Si miramos la historia queda claro
que sólo con enormes sacrificios se van cambiando las cosas. Y sin
dudas, aunque hoy pareciera que nos acercamos más al mono debido a estos
retrocesos sufridos, de nosotros, de nuestras luchas depende recuperar
el terreno perdido y seguir avanzando más aún como trabajadores, y como
especie en definitiva. Recordemos las palabras de Neruda: "podrán cortar todas las flores, pero no detendrán la primavera".
Por tanto, hoy como ayer, y quizá más que nunca: "Trabajadores de todos los países: ¡uníos!"
Nota
* “ Die Rolle der Arbeit bei der Menschenwerdung des
Affen”, en realidad, mal traducido, pues el texto de Engels habla de la
“humanización” del mono, y no equipara “ser humano” (Mensch) con
Hombre, lo cual, como pasa con la traducción de marras, no deja de
repetir el modelo de arrogancia machista: la especie “Ser Humano”
(Mensch) está compuesta por hombres… ¡y mujeres!
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario