22-11-2014
Las manifestaciones, marchas y protestas tienen
acorralado y a la defensiva a Peña Nieto, ponen al desnudo su ilegitimidad y
acentúan su descrédito internacional.
The Guardian, del Reino Unido, y el New York Times lo
critican, al igual que The Economist y hasta la conservadorísima “gran
prensa” latinoamericana así como televisiones oficiales, como el canal 7
argentino denuncian los crímenes y la corrupción en México. En las clases
dominantes mexicanas y en el gobierno de Washington –sus amos y mandantes- hay
también tendencias evidentes a tomar distancia de un servidor que les está
resultando peligroso.
La protesta social en México parte ya de exigencia
de “¡Fuera Peña Nieto!” que es más que el reclamo de su renuncia voluntaria y
poco menos del “¡echémoslo a como dé lugar!”. Cuando los hogares populares
pasan estrecheces y soportan terribles carencias, la soberbia, la inconsciencia
social y la impunidad con que se exhiben la corrupción –como en el caso de la
Casa Blanca- añaden nueva leña al fuego. La venta de la mansión del escándalo
confirma por otra parte las acusaciones ya que, si la operación hubiera sido
cristalina y legal, ¿por qué anularla?
Existe por consiguiente el peligro de que Peña
Nieto, que está contra la pared, recuerde su feroz actuación en Atenco y
responda a los fascistas que en su partido le piden hacer lo que Díaz Ordaz:
matanzas masivas para imponer el terror estatal y ganar años en el poder. Pero
la situación política y social en los años 1968-69 era muy diferente, en México
y en el mundo.
El Estado mexicano era aún vigoroso y el aparato
estatal estaba unido detrás del presidente. La situación económica era próspera
y las exigencias sociales eran incipientes y, casi exclusivamente, de los
estudiantes y pocos sectores urbanos en un país aun mayoritariamente campesino.
Por otra parte, el levantamiento en armas de los obreros húngaros y polacos, en
los cincuenta, y el triunfo de la revolución cubana, así como las ocupaciones
de la fábricas y las gigantescas manifestaciones estudiantiles y obreras en
París, las ciudades italianas, argentinas, en Checoeslovaquia y las luchas
estudiantiles en México en 1968-69 hacían que las clases dominantes temiesen
perder el poder y, por lo tanto, recurriesen al ejército, que aún estaba
intacto y no corroído y destrozado por la infiltración del ala más agresiva e
ilegal del capital, el narcotráfico.
La represión aparecía entonces como una salida
posible, con más ventajas que costos políticos. Hoy, después del
desmantelamiento de las bases de la soberanía nacional y del propio Estado,
cuando México de facto está integrado a Estados Unidos y constituye un problema
interno para Washington, con un mundo en crisis prolongada, un aparato estatal
en desintegración y sin consenso ni base y el gobierno de Obama en crisis, una
respuesta asesina a la Díaz Ordaz aparece como una aventura aunque está lejos
de estar excluida. Recordemos cuando Washington, para evitar el triunfo de los
sandinistas en Nicaragua, querían que renunciase Somoza, cosa que éste se negó
a hacer en defensa de sus propios intereses de dictador pero poniendo en riesgo
los intereses de sus patrones. El mundo político no se rige por la lógica ya
que los intereses del gran capital chocan a menudo con los de los capitalistas
individuales y sus agentes.
Existe pues una posibilidad de que las clases
dominantes tiren lastre por la borda y busquen un reemplazante transitorio para
Peña Nieto con el apoyo de Washington. Las movilizaciones de los indígenas y
los trabajadores ecuatorianos derribaron tres presidentes, los trabajadores en
Brasil impusieron la renuncia de Collor de Melo, el Caracazo abrió el camino a
la liquidación del poder de la oligarquía venezolana y el pueblo boliviano echó
al presidente Sánchez de Losada y abrió el camino a elecciones limpias y a una
Asamblea Constituyente. Los capitalistas perdieron en buena medida el poder
político pero no la vida o sus bienes. ¿Por qué en México no podría haber una
alternativa de transición con un gobierno no de los partidos del régimen sino
de representantes de la que convoque elecciones general limpias y una Asamblea
Constituyente que anule todas la leyes antinacionales, antilaborales,
liberticidas y retrógradas impuestas por la alianza entre el PRI, el PAN, el
PRD y los partidos paleros para responder a las exigencias de las
transnacionales?
Hay que impedir una “solución podrida” con el PRI y
el Congreso al desprestigio de Peña Nieto e imponer una solución democrática y
de masas. Que no quede todo en la condena a unos cabeza de turco –Abarca, un
grupo de delincuentes, Aguirre, Peña Nieto- que permita reconstituir el bloque
en el poder y preparar nuevos crímenes de Estado. No basta con la fraterna
solidaridad del EZLN porque lo que se requiere urgentemente son propuestas,
ideas, análisis de perspectivas. No basta con la exigencia de la renuncia de
Peña Nieto si el gobierno queda en manos de los mismos. La unión entre todas
las resistencias, la confluencia como el 20 de noviembre de las protestas de
masas podría en cambio dar base a un Comité Unitario de Organización de la protesta
democrática, que se apoye también en las policías comunitarias, los gremios en
lucha, las autodefensas guerrerenses, las organizaciones de base de todo tipo y
en asambleas de cada comunidad, colonia o centro de trabajo.
¿Estados Unidos podría intervenir? Ya lo está
haciendo y lo hará cada día más si no debilitamos su poder en el país. ¿Qué los
candidatos a tener Casas Blancas despojando a los ciudadanos para enriquecerse
y los que usan los bienes del Estado como propios van a reaccionar? Lo hicieron
en defensa de Maximiliano y de Porfirio Díaz pero fue posible derrotarlos. La
alternativa no es pasividad y resignación para preservar la paz sino imponer un
cambio social o más asesinatos, más degradación, más pobreza, más sumisión a
Estados Unidos, más represión. No hay tercera opción.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso
del autor mediante una licencia
de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras
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