Voces Contra el Imperio
05-11-2014
Luego
de la anarquía que sobrevino a la lamentable implosión de la Unión Soviética y
la desaparición del “fantasma del comunismo” que tanto asustó a Europa, pocos
creyeron que Rusia regresaría fuerte, amurallada y dispuesta a jugar un
importante papel en las arenas internacionales. EE.UU. nunca dejó de
considerarla como su mayor enemigo.
Solo
10 años duró la borrachera estadounidense y su fanfarronería unilateral que
sobrevino al fin de la URSS. “El fin de la historia y el último hombre” de
Francis Fukuyama [1] terminó siendo la peor charlatanería
producida durante la embriaguez de aquellos momentos. Ahora el turno ha tocado a
la hegemonía del imperialismo estadounidense.
Bajo
el liderazgo del nacionalista ruso Vladimir Putin, aquel pueblo eslavo pudo
despertar a tiempo del absurdo letargo al que fue sometido durante la
perestroika y los penosos años del mandato de Boris Yeltsin.
Tras
su llegada al poder en 2000, V. Putin supo poner orden en casa, revirtió el
proceso de desmantelamiento del Estado ruso y re-estatizó las industrias más
importantes y estratégicas de Rusia que habían sido privatizadas durante el
brutal intento de liberalización económica que dirigían asesores
estadounidenses entre 1990 y 1997. El líder ruso supo aprovechar al máximo el
potencial material y humano de su país para levantarlo de nuevo.
No
obstante, los estrategas estadounidenses sabían que esto tarde o temprano
sucedería, que Rusia despertaría como potencia económica y militar que nunca
dejó de ser, y retornaría su lugar en el liderazgo mundial. EE.UU. previó que
las grandes confrontaciones, como las libradas durante los años de la guerra
fría, volverían a estar sobre el tablero.
Desde
muy temprano, EE.UU. buscó implementar contra Rusia el plan diseñado por el ex
Consejero de Seguridad Nacional, Zbigniew Brzezinski, y que fue ampliamente
esbozado en su más publicitado libro titulado: “The Grand Chessboard” (El
Gran Tablero Mundial). El mismo consistía en arrebatar, una tras una, todas las
zonas de influencia de la antigua Unión Soviética, tales como Europa del Este,
los países bálticos, las Repúblicas del Cáucaso y Asia central; para finalmente
aislar a la Federación Rusia y rodearla de bases militares de la OTAN con
emplazamientos anti misilísticos capaces de destruir la capacidad de respuesta
misilística rusa ante una reacción desesperada de ese país.
Tras
la caída del campo soviético, EE.UU. hizo todo por apoyar a la nueva oligarquía
apátrida rusa y a las mafias del contrabando de armas y drogas que rápidamente
prosperaron en ese país. Los estadounidenses también financiaron a varios de
los nuevos partidos políticos (de derecha y extrema derecha) que nacieron en la
década de los 90, y a las ONG’s para mantener el caos en ese país.
De
la misma forma, EE.UU. armó y llevó al interior de Rusia y Chechenia a sus
buenos muchachos “free fighter” (luchadores por la libertad), en realidad
mercenarios yihadistas-musulmanes, que habían creado y dirigido entre 1970-1980
contra el gobierno de Mohamed Najubula en Afganistán. La intención de los
estrategas estadounidenses era destruir a Rusia desde dentro para retrasar su
resurgimiento, pero con ninguna de estas políticas tuvo éxito.
Actualmente,
EE.UU. y sus aliados de la UE intentan asfixiar a la economía rusa con
sanciones económicas creadas bajo la excusa de “castigar a Rusia por sus
implicaciones en la crisis de Ucrania”[2]. Sin embargo, todo parece
indicar que los estrategas ignoraron la autonomía estratégica que le brinda al
gigante ruso sus grandes capacidades productivas de hidrocarburos y la
inmensidad de sus tierras que también guardan ilimitadas reservas de otros minerales,
agua y tierras fértiles para la siembra, etc.
Lo
que nunca previeron todos, y especialmente la Unión Europea, es que el plan
Brzezinski terminaría por afectar más a las economías europeas [3] que
a la propia economía rusa cuyo intercambio comercial ascendía a más de 330.000
millones de dólares anuales [4], una cifra muy elevada e
importante si se considera la depresión económica que azota a la UE. Al
parecer, los estrategas occidentales tampoco previeron que Rusia terminaría por
estrechar, aún más, sus relaciones económicas, políticas y militares con la
República Popular China: la mayor economía del mundo [5] y
acercarse a los países Latinoamericanos.
El
plan Brzezinski terminó siendo el mayor fracaso político-conspirativo de la
historia de EE.UU.
El libro del ex Consejero estadounidense apelaba a la osadía
-o la estupidez- de pretender jugar al ajedrez precisamente con el país que
considera a éste como su deporte nacional. Semejante error estratégico.
Muy
tarde los estrategas estadounidenses alcanzaron a ver que habían subestimado
las capacidades del estratega ruso Vladimir Putin.
El
líder ruso ha demostrado ser un jugador político-militar excepcional,
calculador y paciente, que trazó los límites de occidente en Ucrania y en el
Medio Oriente.
Fuentes:
[1]
El fin de la historia, por Francis Fukuyama
[2]
La UE trata de castigar a Rusia
[3]
Los 6 países de Europa más afectados por las sanciones a Rusia
[4]
Quién sufrirá más por las sanciones
[5]
China: la mayor economía del mundo
Rebelión ha publicado este artículo con
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