La
naturaleza, teniendo en cuenta la necesidad de la conservación, ha creado a
unos seres para mandar y a otros seres para obedecer. Ha querido que el ser
dotado de razón y de previsión mande como dueño, así como también que el ser
capaz por sus facultades corporales de ejecutar las órdenes, obedezca como
esclavo, y de esta suerte el interés del señor y el del esclavo se confunden. Pág. 24
Lo
que prueba claramente la necesidad natural del Estado y su superioridad sobre
el individuo es que, si no se admitiera, resultaría que puede el individuo
entonces bastarse a sí mismo aislado así del todo como del resto de las partes;
pero aquel que no puede vivir en sociedad y que en medio de su independencia no
tiene necesidades, es un bruto o un dios. Pág. 26
Es preciso ver
ahora si hay hombres que sean tales por naturaleza o si no existen, y si, sea
de esto lo que quiera, es justo y útil el ser esclavo, o bien si toda la
esclavitud es un hecho contrario a la naturaleza. La razón y los hechos pueden
resolver fácilmente estas cuestiones. La autoridad y la obediencia no son sólo
cosas necesarias, sino que son eminentemente útiles. Algunos seres, desde el
momento en que nacen, están destinados, unos a obedecer, otros a mandar; aunque
en grados muy diversos en ambos casos. La autoridad se enaltece y se mejora
tanto cuanto lo hacen los seres que la ejercen o a quienes ella rige. La
autoridad vale más en los hombres que en los animales, porque la perfección de
la obra está siempre en razón directa de la perfección de los obreros, y una
obra se realiza dondequiera que se hallan la autoridad y la obediencia. Estos
dos elementos, la obediencia y la autoridad, se encuentran en todo conjunto
formado de muchas cosas que conspiren a un resultado común, aunque por otra
parte estén separadas o juntas. Ésta es una condición que la naturaleza impone
a todos los seres animados, y algunos rastros de este principio podrían
fácilmente descubrirse en los objetos sin vida: tal es, por ejemplo, la armonía
en los sonidos. Pero ocuparnos de esto nos separaría demasiado de nuestro
asunto.
Por lo pronto, el
ser vivo se compone de un alma y de un cuerpo, hechos naturalmente aquélla para
mandar y éste para obedecer. Por lo menos así lo proclama la voz de la
naturaleza, que importa estudiar en los seres desenvueltos según sus leyes
regulares y no en los seres degradados. Este predominio del alma es evidente en
el hombre perfectamente sano de espíritu y de cuerpo, único que debemos
examinar aquí. En los hombres corrompidos, o dispuestos a serlo, el cuerpo
parece dominar a veces como soberano sobre el alma, precisamente porque su
desenvolvimiento irregular es completamente contrario a la naturaleza. Es
preciso, repito, reconocer ante todo en el ser vivo la existencia de una autoridad
semejante a la vez a la de un señor y a la de un magistrado; el alma manda al
cuerpo como un dueño a su esclavo, y la razón manda al instinto como un
magistrado, como un rey; porque, evidentemente, no puede negarse que no sea
natural y bueno para el cuerpo obedecer al alma, y para la parte sensible de
nuestro ser obedecer a la razón y a la parte inteligente. La igualdad o la
dislocación del poder, que se muestra entre estos diversos elementos, sería
igualmente funesta para todos ellos. Lo mismo sucede entre el hombre y los
demás animales: los animales domesticados valen naturalmente más que los
animales salvajes, siendo para ellos una gran ventaja, si se considera su
propia seguridad, el estar sometidos al hombre.
Pág. 29
En
la constitución republicana se pasa de ordinario alternativamente de la
obediencia al ejercicio de la autoridad, porque en ella todos los miembros
deben ser naturalmente iguales y semejantes en todo; lo cual no impide que se
intente distinguir la posición diferente del jefe y del subordinado, mientras
dure, valiéndose ya de un signo exterior, ya de ciertas denominaciones o
distinciones honoríficas. Pág. 43
Y
en general, el ser formado por la naturaleza para mandar y el destinado a
obedecer, ¿deben poseer las mismas virtudes o virtudes diferentes? Si ambos
tienen un mérito absolutamente igual, ¿de dónde nace que eternamente deban el
uno mandar y el otro obedecer? No se trata aquí de una diferencia entre el más
y el menos; autoridad y obediencia difieren específicamente, y entre el más y
el menos no existe diferencia alguna de este género. Exigir virtudes a uno y no
exigirlas al otro sería aún más extraño. Si el ser que manda no tiene prudencia
ni equidad, ¿cómo podrá mandar bien? Si el ser que obedece está privado de estas
virtudes, ¿cómo podrá obedecer cumplidamente? Si es intemperante y perezoso,
faltará a todos sus deberes. Evidentemente, es necesario que ambos tengan
virtudes tan diversas como lo son las especies de seres destinados por la
naturaleza a la sumisión. Esto mismo es lo que hemos dicho ya al tratar del
alma. La naturaleza ha creado en ella dos partes distintas: la una destinada a
mandar, la otra a obedecer, siendo sus cualidades bien diversas, pues que la
una está dotada de razón y privada de ella la otra. Esta relación se extiende
evidentemente a los otros seres, y respecto de los demás de ellos la naturaleza
ha establecido el mando y la obediencia. (…) Lo mismo sucede necesariamente
respecto a las virtudes morales. Se las debe suponer existentes en todos estos
seres, pero en grados diferentes, y sólo en la proporción indispensable para el
cumplimiento del destino de cada uno de ellos. El ser que manda debe poseer la
virtud moral en toda su perfección. Su tarea es absolutamente a la del
arquitecto que ordena, y el arquitecto en este caso es la razón. En cuanto a
los demás, deben estar adornados de las virtudes que reclamen las funciones que
tienen que llenar. Pág. 44
Pero ¿quién podrá
entonces reunir esta doble virtud, la del buen ciudadano y la del hombre de
bien? Ya lo he dicho: el magistrado digno del mando que ejerce, y que es, a la
vez, virtuoso y hábil: porque la habilidad no es menos necesaria que la virtud
para el hombre de Estado. Y así se ha dicho que era preciso dar a los hombres
destinados a ejercer el poder una educación especial; y realmente vemos a los
hijos de los reyes aprender particularmente la equitación y la política.
Eurípides mismo, cuando dice: Nada de
esas vanas habilidades, que son inútiles para el Estado, parece creer que
se puede aprender a mandar. Luego, si la virtud del buen magistrado es idéntica
a la del hombre de bien, y si se permanece siendo ciudadano en el acto mismo de
obedecer a un superior, la virtud del ciudadano, en general, no puede ser
entonces absolutamente idéntica a la del hombre de bien. Lo será sólo la virtud
de cierto y determinado ciudadano, puesto que la virtud de los ciudadanos no es
idéntica a la del magistrado que los gobierna; y éste era, sin duda, el pensamiento
de Jasón cuando decía que “se moriría de miseria si dejara de reinar, puesto
que había aprendido a vivir como simple particular” No se estima como menos
elevado el talento de saber, a la par, obedecer y mandar; y en esta doble
perfección, relativa al mando y a la obediencia, se hace consistir
ordinariamente la suprema virtud del ciudadano. Pero si el mando debe ser
patrimonio del hombre de bien y el saber obedecer y el saber mandar son
condiciones indispensables en el ciudadano, no se puede, ciertamente, decir que
sean ambos dignos de alabanzas absolutamente iguales. Deben concederse estos
dos puntos: primero, que el ser que obedece y el que manda no deben aprender
las mismas cosas; segundo, que el ciudadano debe poseer ambas cualidades: la de
saber ejercer la autoridad y la de resignarse a la obediencia. He aquí cómo se
prueban estas dos aserciones.
Hay un poder
propio del señor, el cual, como ya hemos reconocido, sólo es relativo a las
necesidades indispensables de la vida: no exige que el mismo ser que manda sea
capaz de trabajar. Más bien, exige que sepa emplear a los que le obedecen: (…)
En el Estado no se trata de señores ni de esclavos; en él no hay más que una
autoridad, que se ejerce sobre seres libres e iguales por su nacimiento. Ésta
es la autoridad política que debe conocer el futuro magistrado, comenzando por
obedecer él mismo; así como se aprende a mandar un cuerpo de caballería siendo
simple soldado; a ser general, ejecutando las órdenes de un general; a conducir
una falange, un batallón, sirviendo como soldado en éste o en aquella. En este
sentido es en el que puede sostenerse con razón que la única y verdadera
escuela de mando es la obediencia.
No es menos cierto
que el mérito de la autoridad y el de la sumisión son muy diversos, bien que el
buen ciudadano deba reunir en sí la ciencia y la fuerza de la obediencia y del
mando, consistiendo su virtud precisamente en conocer estas dos fases opuestas
del poder que se ejerce sobre los seres libres. También debe conocerlas el
hombre de bien, y si la ciencia y la equidad con relación al mando son
distintas de la ciencia y la equidad respecto de la obediencia, puesto que el
ciudadano subsiste siendo libre en el acto mismo que obedece, las virtudes del
ciudadano, como, por ejemplo, su ciencia, no pueden ser constantemente las mismas,
sino que deben variar de especie, según que obedezca o que mande. Del mismo
modo, el valor y la prudencia difieren completamente de la mujer al hombre. Un
hombre parecería cobarde si sólo tuviese el valor de una mujer valiente; y una
mujer parecería charlatana si no mostrara otra reserva que la que muestra el
hombre que sabe conducirse como es debido. Así también en la familia, las
funciones del hombre y las de la mujer son muy opuestas, consistiendo el deber
de aquel en adquirir, y el de ésta en conservar. La única virtud especial
exclusiva del mando es la prudencia; todas las demás son igualmente propias de
los que obedecen y de los que mandan. La prudencia no es virtud del súbdito; la
virtud propia de éste es una justa confianza en su jefe; el ciudadano que
obedece es como el fabricante de flautas; el ciudadano que manda es como el
artista que debe servirse del instrumento.
Págs. 89-91
Ahora bien, el
ciudadano en general es el individuo que tiene participación en la autoridad y
en la obediencia pública, siendo por otra parte condición del individuo
variable según la constitución; y en la república perfecta es el individuo que
puede y quiere libremente obedecer y gobernar sucesivamente en conformidad con
los preceptos de la virtud. Pág. 107
Estando compuesta
siempre la asociación política de jefes y subordinados, pregunto si la
autoridad y la obediencia deben ser alternativas o vitalicias. Es claro que el
sistema de la educación deberá atenerse a esta gran división de los ciudadanos.
Pág. 145
Sin embargo, es
incontestable que debe haber alguna diferencia entre los jefes y los
subordinados. ¿Cuál será esta diferencia y cuál el modo de dividir el poder?
Tales son las cuestiones que debe resolver el legislador. (…) El mérito o el
vicio de una acción no se encuentran tanto en la acción misma como en los
motivos que la inspiran y en el fin de cuya realización se trata. Pág. 146
Nota.-
Estos párrafos corresponden a La Política, de Aristóteles (384-322
a.n.e), Ediciones Universales,
Bogotá, 270 págs., 12 x 17 cms., diciembre 2000
Hace 25 siglos el
gran pensador griego trató este tema de manera dialéctica, exhaustiva. Pero en
nuestra mamapacha aún se rechaza la relación interna de mando-obediencia. Más de un intelectual “de avanzada” actúa silenciando
que la única y verdadera escuela de
mando es la obediencia. (El mandar
obedeciendo maya-azteca) Su rechazo al respecto no es sino expresión de
nuestro torpe individualismo huachafo,
que las nuevas oleadas de activistas NOA
también enfrentarán y superarán. Por eso,
¡HAY, HERMANOS, MUCHÍSIMO QUÉ HACER!
Ragarro
26.12.14
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