jueves, 7 de mayo de 2015

CERRO DE MANGO O APU MANGO



  Es sabido que la historia de un pueblo, de una cultura, perdida en el tiempo, muchas veces  su reconstrucción de pueblo viviente que fue, obedece más al lirismo del reconstructor ganado por la pasión de sentirse parte de él, el mismo que, basándose en los datos materiales que como restos en estado ruinoso todavía existen, como valiéndose de los relatos de los abuelos y bisabuelos, reconstruye con la imaginación, la cultura de una sociedad que constituye la raíz de su identidad nacional y su prolongación en el presente.

    Existen muchos estudios dispersos sobre la Cultura milenaria de Los Atavillos, pero todos ellos adolecen del sentir del espectador, desde afuera. En ellos se puede encontrar magníficos datos que pueden servir, interpretadas,  para componer  el cántico lírico de nuestro pasado; por supuesto, con la colaboración, que de boca en boca, y generación tras generación, que la narrativa de los abuelos nos hacen revivir imágenes de aquel esplendoroso pasado incaico.

  El Apu Mango.

  Comenzaré con esta bella canción andina, adaptada para conocer el goce y las tristezas del Apu Mango. Dice así:   
           
                                             Cerro de Mango, que triste estas,
                                             Cerro de Mango, me voy a ir;
                                             Cerro de Mango, te quedaras,
                                             Triste y llorando. 

  Cuando el Tawuantinsutyo, el Apu Mango vivía orgulloso de la laboriosidad y solidaridad en el trabajo agrícola de la colectividad de  los ayllus de los Atavillos. Los andenes, de finas pircas de piedra, cortadas y cocidas por los artesanos-agricultores, para sostener  a la mama pacha (madre tierra), con la sabia intención de hacerla bella y placentera para el trabajo, que robusteciera la alegría de la fatiga del  barbecho libre y jocundo, que correspondía perfectamente a su moral de productores agrícolas colectivas. Sus canales de regadío, de piedra, milimétricamente cocidas unas a las otras, educaban el recorrido del agua, de anden en anden, evitando desperdicios o provisoriamente, guardadas en magnificas lagunas de una bella arquitectura del cocido de piedras, donde el agua gozosa de su hermoso reservorio, esperaba su turno de salir y recorrer los campos del Ayllu, dándole el beso virginal de la fecundación y maduración de la semilla, que regresaría, con las manos llenas del cariño de la creación de la mama pacha para alimentar y nutrir  a sus hijos que la estiman y consideran en sumo grado.  Ante tanta poesía de la vida real, el Apu Mango vivía en una felicidad plena, y lo gozaba cuando el ayllu celebraba su fiesta colectiva, llevándole con sus canticos y sus danzas, las ofrendas del buen año del trabajo solidario, de la minga y el ayni, de la buena cosecha. Libaban con Apu Mango, la rica y nutritiva chicha de jora, deseándose recíprocamente en el abrazo a la mama pacha, que el año que viene, sería mucho mejor.

  Era el sueño hecho realidad, del hombre del ande. El Ayllu, su más elevada institución económica, política, social y religiosa. No conocía libertad más plena, ni poder más pleno, que en el Ayllu. 

  El Ayllu, era la célula económica del Estado del Tawuantinsuyo, es decir, era la razón de su existencia.

  Todo este maravilloso mundo andino del Tawuantinsuyu, con los golpes del conquistador extranjero, desaparecería, como acostumbran decir los abuelos, “borrando su rastro”. Es cierto. El conquistador español destruyó todo lo  sabiamente conseguido, después de un arduo trabajo de siglos, por el hombre indígena del Perú milenario. Por eso, los comuneros de ahora, que también ya se van extinguiendo, recogen en las frías alturas o en los valles cálidos del ande, muchas hiervas que contribuyen a la buena salud del cuerpo, los mismos, que seguramente, cuando el Tawuantinsuyo, estaban rigurosamente seleccionadas y se les cultivaban con el mismo aprecio que a la papa y el maíz. Mucho de esto y otros, se perdió. Las Crónicas de los eruditos curas españoles, que se esforzaron por rescatar muchos secretos de la vida y el alma del Tawuantinsuyo, sin bien son meritorias, no llenan, como lo llenaría el mismo indígena peruano, el portento de esa gran civilización Incaica.

LA TRISTEZA DEL APU MANGO.

  Con la conquista del Perú por los españoles, comenzaría para el Perú del Incario, el proceso de su conversión en el hombre de piedra. De impenetrable rostro para los extraños o el misti, pero cordial y solidario con los suyos. Con la conquista española llegó al Perú una nueva civilización, que tenía sobre el oro y la plata una consideración que para conseguirla no dudaban en matarse unos a otros, frente al asombro del indígena peruano, que adoraban a la mama pacha o madre tierra, la primera que se ofrece a ser fecundada por el trabajo del hombre. El indígena peruano desconocía el valor de cambio del oro y la plata, y solo lo explotaban para hacer con ellas artículos ornamentales.

  La nueva civilización de los conquistadores españoles crearon con las tierras del ayllu, los grandes latifundios de terratenientes españoles, convirtiendo al Ayllu en Reducciones indígenas arrinconados en las pequeñas fajas del ande, y dándole una nueva fecha de su constitución española, y agregándole a su original nombre quechua, el nombre de un santo tutor extranjero. Por eso, hoy, las Comunidades Campesinas, descendientes directos del Ayllu ancestral, se denominan: San Luis de Chaupis (La Perla), San Agustín de Pariac (Huayopampa), San Juan Bautista de Sumbilca, etc. 

  En el lugar de adoración de sus dioses o apus, el catolicismo español plantó Cruces y levantó Iglesias para la nueva adoración. No hay comunidad que no tenga su Iglesia. Una de las más antiguas del valle de Añasmayo, es el de la Comunidad Campesina San Cristóbal de Rauma, que data de 1600, la de San Luis de Chaupis, data de 1711, cuya fecha está en el frontis de la puerta de la iglesia. Fue así como los eclesiásticos españoles se apropiaron de las fechas paganas para celebrar la fiesta del nuevo señor, nuevo dios, importado de otra civilización. Esto se realizaba en el campo espiritual.

  En el terreno del Trabajo, el conquistador español, redujo al sabio agricultor indígena al miserable trabajo en las minas, mediante el enganche de la mita, obrajes, pongaje. Por eso, en tres siglos de dominio español, de doce millones de habitantes que tenía el Tawuantinsuyo, se redujo a tan solo tres millones. Las toneladas de los lingotes de oro y plata que enviaban del Perú al rey de  España, estaban manchadas de sangre y muerte indígenas. Y otro tanto, ocurría en el trabajo de las haciendas de los terratenientes españoles, donde el indígena peruano trabajaba reducido a condiciones que mejor lo tenía un esclavo.

  Los maravillosos andenes y canales de regadío, cayeron en una depresión extrema, convirtiéndose en aparatosas pircas y bruscas acequias, como las que existen hasta ahora.

  No había motivo acaso para que el Apu Mango no esté triste hasta la muerte. Por eso, en aquella canción: ”Cerro de Mango, que triste estas”, es el comienzo del llanto del ayllu, luego: “Cerro de mango, me voy a ir”, se va el ayllu a ser reducción indígena vigilada por el conquistador, prosigue: Cerro de Mango, te quedaras, triste y llorando”, son las lágrimas hacia adentro del ayllu en un medio que no es el suyo, que le ha sido impuesto, impuesto también una nueva religión de un trabajo esclavizado, que convirtió a su rostro sereno y risueño entre los suyos, en un rostro, frío como la piedra, que pareciera que no tiene alma.  Desde entonces hasta ahora, cuánto dolor y sufrimiento ha recorrido la sangre, los músculos y los huesos, generación en generación, del hombre del ande, que escéptico, su alma toda se llena en la frase: ¿para qué?, se aferra aún a no desaparecer en su Comunidad Campesina. 

  Lo que viene por delante, es responsabilidad toda de la generación en plena actividad, y de la generación que se prepara para tomar la posta de la historia nueva del Perú nuevo en el mundo nuevo.  

Héctor, Félix Damián
          06.05.15

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