Es
sabido que la historia de un pueblo, de una cultura, perdida en el tiempo,
muchas veces su reconstrucción de pueblo viviente que fue, obedece más al
lirismo del reconstructor ganado por la pasión de sentirse parte de él, el
mismo que, basándose en los datos materiales que como restos en estado ruinoso
todavía existen, como valiéndose de los relatos de los abuelos y bisabuelos,
reconstruye con la imaginación, la cultura de una sociedad que constituye la
raíz de su identidad nacional y su prolongación en el presente.
Existen muchos estudios dispersos sobre la Cultura milenaria de Los
Atavillos, pero todos ellos adolecen del sentir del espectador, desde afuera.
En ellos se puede encontrar magníficos datos que pueden servir,
interpretadas, para componer el cántico lírico de nuestro pasado;
por supuesto, con la colaboración, que de boca en boca, y generación tras
generación, que la narrativa de los abuelos nos hacen revivir imágenes de aquel
esplendoroso pasado incaico.
El Apu Mango.
Comenzaré con esta bella canción andina, adaptada para conocer el goce y las
tristezas del Apu Mango. Dice
así:
Cuando el Tawuantinsutyo, el Apu Mango vivía orgulloso de la laboriosidad y
solidaridad en el trabajo agrícola de la colectividad de los ayllus de
los Atavillos. Los andenes, de finas pircas de piedra, cortadas y cocidas por
los artesanos-agricultores, para sostener a la mama pacha (madre tierra),
con la sabia intención de hacerla bella y placentera para el trabajo, que
robusteciera la alegría de la fatiga del barbecho libre y jocundo, que
correspondía perfectamente a su moral de productores agrícolas colectivas. Sus
canales de regadío, de piedra, milimétricamente cocidas unas a las otras,
educaban el recorrido del agua, de anden en anden, evitando desperdicios o
provisoriamente, guardadas en magnificas lagunas de una bella arquitectura del
cocido de piedras, donde el agua gozosa de su hermoso reservorio, esperaba su
turno de salir y recorrer los campos del Ayllu, dándole el beso virginal de la
fecundación y maduración de la semilla, que regresaría, con las manos llenas
del cariño de la creación de la mama pacha para alimentar y nutrir a sus
hijos que la estiman y consideran en sumo grado. Ante tanta poesía de la
vida real, el Apu Mango vivía en una felicidad plena, y lo gozaba cuando el
ayllu celebraba su fiesta colectiva, llevándole con sus canticos y sus danzas,
las ofrendas del buen año del trabajo solidario, de la minga y el ayni, de la
buena cosecha. Libaban con Apu Mango, la rica y nutritiva chicha de jora,
deseándose recíprocamente en el abrazo a la mama pacha, que el año que viene,
sería mucho mejor.
Era el sueño hecho realidad, del hombre del ande. El Ayllu, su más elevada
institución económica, política, social y religiosa. No conocía libertad más
plena, ni poder más pleno, que en el Ayllu.
El
Ayllu, era la célula económica del Estado del Tawuantinsuyo, es decir, era la
razón de su existencia.
Todo este maravilloso mundo andino del Tawuantinsuyu, con los golpes del
conquistador extranjero, desaparecería, como acostumbran decir los abuelos,
“borrando su rastro”. Es cierto. El conquistador español destruyó todo lo
sabiamente conseguido, después de un arduo trabajo de siglos, por el
hombre indígena del Perú milenario. Por eso, los comuneros de ahora, que
también ya se van extinguiendo, recogen en las frías alturas o en los valles
cálidos del ande, muchas hiervas que contribuyen a la buena salud del cuerpo,
los mismos, que seguramente, cuando el Tawuantinsuyo, estaban rigurosamente
seleccionadas y se les cultivaban con el mismo aprecio que a la papa y el maíz.
Mucho de esto y otros, se perdió. Las Crónicas de los eruditos curas españoles,
que se esforzaron por rescatar muchos secretos de la vida y el alma del
Tawuantinsuyo, sin bien son meritorias, no llenan, como lo llenaría el mismo
indígena peruano, el portento de esa gran civilización Incaica.
LA
TRISTEZA DEL APU MANGO.
Con la conquista del Perú por los
españoles, comenzaría para el Perú del Incario, el proceso de su conversión en
el hombre de piedra. De impenetrable rostro para los extraños o el misti, pero
cordial y solidario con los suyos. Con la conquista española llegó al Perú una
nueva civilización, que tenía sobre el oro y la plata una consideración que
para conseguirla no dudaban en matarse unos a otros, frente al asombro del
indígena peruano, que adoraban a la mama pacha o madre tierra, la primera que
se ofrece a ser fecundada por el trabajo del hombre. El indígena peruano
desconocía el valor de cambio del oro y la plata, y solo lo explotaban para
hacer con ellas artículos ornamentales.
La
nueva civilización de los conquistadores españoles crearon con las tierras del
ayllu, los grandes latifundios de terratenientes españoles, convirtiendo al
Ayllu en Reducciones indígenas arrinconados en las pequeñas fajas del ande, y
dándole una nueva fecha de su constitución española, y agregándole a su
original nombre quechua, el nombre de un santo tutor extranjero. Por eso, hoy,
las Comunidades Campesinas, descendientes directos del Ayllu ancestral, se
denominan: San Luis de Chaupis (La Perla), San Agustín de Pariac
(Huayopampa), San Juan Bautista de Sumbilca, etc.
En
el lugar de adoración de sus dioses o apus, el catolicismo español plantó
Cruces y levantó Iglesias para la nueva adoración. No hay comunidad que no
tenga su Iglesia. Una de las más antiguas del valle de Añasmayo, es el de la
Comunidad Campesina San Cristóbal de Rauma, que data de 1600, la de San Luis de
Chaupis, data de 1711, cuya fecha está en el frontis de la puerta de la
iglesia. Fue así como los eclesiásticos españoles se apropiaron de las fechas
paganas para celebrar la fiesta del nuevo señor, nuevo dios, importado de otra
civilización. Esto se realizaba en el campo espiritual.
En
el terreno del Trabajo, el conquistador español, redujo al sabio agricultor
indígena al miserable trabajo en las minas, mediante el enganche de la mita,
obrajes, pongaje. Por eso, en tres siglos de dominio español, de doce millones
de habitantes que tenía el Tawuantinsuyo, se redujo a tan solo tres millones.
Las toneladas de los lingotes de oro y plata que enviaban del Perú al rey
de España, estaban manchadas de sangre y muerte indígenas. Y otro tanto,
ocurría en el trabajo de las haciendas de los terratenientes españoles, donde
el indígena peruano trabajaba reducido a condiciones que mejor lo tenía un
esclavo.
Los maravillosos andenes y canales de regadío, cayeron en una depresión
extrema, convirtiéndose en aparatosas pircas y bruscas acequias, como las que
existen hasta ahora.
No
había motivo acaso para que el Apu Mango no esté triste hasta la muerte. Por
eso, en aquella canción: ”Cerro de Mango, que triste estas”, es el comienzo del
llanto del ayllu, luego: “Cerro de mango, me voy a ir”, se va el ayllu a ser
reducción indígena vigilada por el conquistador, prosigue: Cerro de Mango, te
quedaras, triste y llorando”, son las lágrimas hacia adentro del ayllu en un
medio que no es el suyo, que le ha sido impuesto, impuesto también una nueva
religión de un trabajo esclavizado, que convirtió a su rostro sereno y risueño
entre los suyos, en un rostro, frío como la piedra, que pareciera que no tiene
alma. Desde entonces hasta ahora, cuánto dolor y sufrimiento ha recorrido
la sangre, los músculos y los huesos, generación en generación, del hombre del
ande, que escéptico, su alma toda se llena en la frase: ¿para qué?, se aferra
aún a no desaparecer en su Comunidad Campesina.
Lo
que viene por delante, es responsabilidad toda de la generación en plena
actividad, y de la generación que se prepara para tomar la posta de la historia
nueva del Perú nuevo en el mundo nuevo.
Héctor,
Félix Damián
06.05.15
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