02-05-2015
En los regímenes capitalistas constitucionales las
elecciones periódicas sirven a las clases dominantes para elegir cuál sector de
ellas gobernará, para seleccionar y renovar el personal gobernante y para medir
la temperatura política, es decir, el nivel de conciencia, organización y
decisión de los sectores populares. Dado el control por el capitalismo y sus
agentes de los instrumentos de mediación -medios de comunicación, Academia,
escuelas, jerarquías eclesiásticas conservadoras, Justicia electoral- esas
elecciones supuestamente “democráticas” están viciadas desde su origen mismo
porque los sectores populares están en ellas en condiciones de inferioridad. Si
pese a eso desde fines del siglo XIX los trabajadores han luchado por el voto
universal o por elecciones libres es porque intentan siempre luchar incluso en
terreno adversario, en condiciones desfavorables, disputar centímetro a
centímetro las condiciones de dominación y explotación capitalistas, resistir y
defenderse por todos los medios.
Incluso en
el caso de ganar las elecciones, como mostró el Partido Comunista Italiano que,
con más del 33 por ciento de los votos en 1976 se derrumbó en poco tiempo, o
como demuestra hoy el caso de Syriza en Grecia, un mayor peso en las
instituciones capitalistas no modifica la relaciones de fuerzas entre las
clases ni reduce el poder de los financistas, banqueros, hacendados,
empresarios monopolistas, transnacionales ni de sus fuerzas represivas. Los
termómetros- las elecciones lo son- nunca modifican la situación del paciente
y, a lo sumo, lo animan o lo desaniman. Los enormes daños y desastres causados
por el capitalismo sólo desaparecerán con éste, con la creación de otro poder y
de otro tipo de relaciones sociales.
Para los
pobres, discriminados, explotados y oprimidos el participar o no en las
elecciones organizadas por el capitalismo allí donde ellos residen es sólo una
cuestión de táctica. En Venezuela, frente a la mitad de la población dirigida
por una derecha golpista, las elecciones deben servir para educar y separar del
frente reaccionario con argumentos fraternos a los que son simplemente
conservadores e ignorantes y aislar a los fascistas y agentes extranjeros. En
otros países donde aún hay cierta legalidad y donde los sectores
anticapitalistas y progresistas son minoritarios –como en Argentina, Paraguay o
Perú, o en los países de Europa meridional- las elecciones deben ser utilizadas
también para educar y organizar, demostrando la posibilidad de una alternativa
al capitalismo, para hacer contracultura. Si, de paso, se obtuviese alguna
posición electoral, ésta debe ser utilizada también como tribuna, como si uno
hablase parado en una caja de Coca Cola, para denunciar, para organizar, apoyar
las luchas sociales y proponer leyes favorables a las mayorías.
No existe la
vía electoral al poder ni mucho menos la posibilidad de construir poder popular
desde las instituciones capitalistas. Por eso, por ejemplo, es erróneo el sesgo
electoralista que le imprimió el Frente de Izquierda y de los Trabajadores
(FIT) en Argentina a su campaña. Ese electoralismo sólo le permitió tener unos
pocos votos y diputados más pero es insuficiente para hacer frente al hecho de
que la inmensa mayoría de la población apoya a partidos derechistas y
reaccionarios y acepta como natural la ideología capitalista.
Será siempre
mala, para la izquierda, una elección en la que no se explique qué sucede en
escala mundial, qué repercusiones tendrán esos hechos en el país, el lazo entre
las luchas locales y la resistencia antiimperialista en otros lugares del
continente y la necesidad y posibilidad de romper los lazos de dependencia y de
explotación construyendo una fuerza alternativa anticapitalista. Es ceguera
sectaria alegrarse por aumentar un punto el propio porcentaje cuando más del 90
por ciento del país y la inmensa mayoría de los asalariados votan aún por
diversas facciones capitalistas de derecha.
En países,
en cambio, como México donde no existe un Estado de derecho y la dictadura del
capital es cada vez más feroz y sangrienta, las elecciones sirven para
recomponer el frente maltrecho de la oligarquía y lograr la apariencia de
legalidad a la camarilla que dirige ilegítima e ilegalmente ese semiEstado. Si
en algún Estado de la República, como en Guerrero, es posible imponer el boicot
a esa maniobra y anular las elecciones mismas demostrando así el aislamiento
del régimen, participar en la farsa electoral equivale a respaldar a quienes
desde el gobierno, y en nombre del poder capitalista, están destruyendo las
bases mismas de la entidad nacional. Si, en cambio la relación de fuerzas en
otros Estados no permitiese el boicot, podría ser una alternativa el
abstencionismo con relación a las urnas tramposas junto con el activismo en la
realización de Asambleas, huelgas parciales, manifestaciones, todo
desarrollando la conciencia de la necesidad de construir órganos de democracia
directa, como las policías comunitarias, los grupos reales de autodefensa,
antinarco y contra la violencia estatal, gobiernos autónomos por voto
asambleario y revocación también asamblearia de los mandatos.
El objetivo,
en un período de elecciones que debería ser de consulta popular, pero es en
cambio de reorganización del poder de las clases dominantes, debe ser educar a
los sectores populares para la alternativa, mostrar que ésta es posible,
organizarla, darle cuerpo en realidades locales o regionales, golpeando así la
conciencia de los trabajadores y oprimidos de otras regiones menos organizadas
del país e, incluso, ayudando a los que en Estados Unidos mismo –en el terreno
de los patrones del gobierno mexicano- hoy se sublevan no contra una u otra
injusticia sino contra el Estado y el régimen racista, como en Baltimore.
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