La aniquilación de Yemen
The Oil
Crash
06-04-2018
Queridos lectores
Durante los ocho años de singladura de este blog,
en numerosas ocasiones nos hemos referido al riesgo evidente de colapso que
corría Yemen por culpa de su prácticamente total dependencia en las
exportaciones de petróleo y lo abrupto que había sido el peak oil en ese
país, que hacía prever que hacia 2014 ya no exportaría petróleo (como mostraba
esta gráfica de Gail Tverberg en 2013):
Javier Pérez escribió una de las últimas notas
aparecidas en este blog sobre Yemen, a la cual el puso el significativo
título de "Yemen,
la próxima guerra". No se equivocó Javier en absoluto al prever que
Yemen sería escenario de una guerra próxima, que de hecho estalló el año
siguiente al de su artículo, en 2014. Una guerra cuyas causas últimas eran el
enorme crecimiento de la población en un país con escasa capacidad de producir
alimentos y que por tanto los importaba masivamente, usando para ello los
beneficios del petróleo, que estaban menguando rápidamente.
Sin embargo, como suele pasar en estos casos, poca
gente reconoce la importancia de estas causas últimas en el problema yemení. La
radicalización de la población cuando las cosas van muy mal, que bien
anticipaba Javier, ha llevado a la explosión de múltiples conflictos, y las
ramas de esos conflictos no dejan ver el árbol del declive energético. La
presencia de multitud de grupos tribales y de viejos intereses contrapuestos en
una nación que surgió en realidad de la unión de dos (Yemen del Norte y Yemen
del Sur) han hecho de Yemen un caldo de cultivo idóneo para la proliferación de
facciones, hasta seis diferentes, que se disputan el control del país. Por si
eso fuera poco, la injerencia de Arabia Saudita (al mando de una putativa
coalición de países de la región, y que está fuertemente respaldada por Estados
Unidos, Turquía, el Reino Unido y Francia) ha servido para incrementar
enormemente el caos, atacando al bando que parecía más fuerte, el hutí, y que
hubiera podido hacerse rápidamente con el control de la mayor parte del país si
Arabia Saudita no hubiera comenzado sus bombardeos en 2015.
Podría parecer que Arabia Saudita y sus aliados
occidentales tenían un gran interés en favorecer al gobierno legítimo del
presidente Hadi y evitar el crecimiento de la influencia iraní en la zona (pues
nominalmente Irán apoya a los hutíes). Sin embargo, a la luz de los últimos
eventos parecería que el mayor interés de esa improbable coalición es mantener,
a modo de excusa, una situación de conflicto enquistado mientras se destruye de
manera sistemática el Yemen y su población. Algo muy similar a lo que se ha
hecho con Siria, donde se ha mantenido el espantajo del Estado Islámico durante
tanto tiempo como se ha podido (hasta que Rusia dio un puñetazo al tablero)
como medio para justificar el castigo a la población local.
En el caso de Yemen la situación tiene unas
dimensiones tan dantescas que se podría casi calificar de genocidio
planificado. De
los 29 millones de yemeníes, calcula Naciones Unidas que un 75% —unos 22 millones—
necesita ayuda humanitaria, incluyendo unos 11 millones que necesitan ayuda
urgente para sobrevivir. Hay casi 18 millones de personas que no saben
cuándo será su próxima comida, incluyendo más de 8 millones en riesgo de
desnutrición. Encima, en un país donde hay poca agua potable se están
produciendo brotes de cólera y disentería, que agravan las condiciones de vida
de la población.
Y en ese terrible contexto de necesidad exterior,
perfectamente previsible teniendo en cuenta que Yemen importaba la mayoría de
sus alimentos, la
coalición internacional que lidera Arabia Saudita ha impuesto un estricto
bloqueo de los puertos de Yemen con el pretexto de evitar el desembarco de
armas y otros suministros de origen presuntamente iraní que estarían yendo a
parar a manos hutíes y de algunas otras facciones consideradas extremistas. Lo
curioso es que las condiciones del bloqueo se imponen sobre la cantidad de
toneladas métricas que se dejan descargar en los puertos yemenitas. Por ese
motivo no son pocos los que dicen que lo que se está ejecutando es una
deliberada campaña de exterminio de la población yemenita vía una hambruna
deliberada. Entre tanto, los países líderes de la coalición se han embarcado en
una masiva campaña de propaganda para contrarrestar las noticias negativas que
llegan de Yemen. Pero en realidad lo más eficaz es el ninguneo prácticamente
absoluto de la crítica situación del país en los medios de comunicación
occidentales, que casi no hablan de esta crisis y lo poco que lo hacen tratan
el problema de manera demasiado somera como para que la población occidental
comprenda el alcance y la gravedad de lo que está pasando.
La enorme tragedia yemení debería servirnos para
aprender varias lecciones valiosas.
La primera es que los gobernantes de los países más
poderosos del planeta son capaces de cualquier cosa con tal de mantener un
determinado statu quo, incluso si eso implica la destrucción deliberada de las
infraestructuras de un país y la aniquilación de su población. No se puede
decir que sea una lección realmente novedosa, pero en pocos casos como en el de
Yemen se puede observar con toda su crudeza y plenitud la absoluta falta de
escrúpulos con los que esos gobernantes, movidos por espurios motivos, pueden
llegar a actuar, y hasta dónde están dispuestos a llegar.
La segunda lección es que, en el proceso global de
declive energético, sin duda se va a intensificar la propaganda y la desinformación.
Eso es lo que hace que poca gente reconozca los signos de nuestro declive.
Incluso en los países occidentales hay un general y progresivo deterioro de las
condiciones de vida de la mayoría, pero se justifica esta pérdida material con
una plétora de excusas y medias verdades que son comúnmente aceptadas. Y con
respecto a los países que están mucho más abajo que nosotros en la curva de
declive, se encuentran y difunden en los noticieros confortables explicaciones
ad hoc para justificar su degradación y consolarnos pensando que "a
nosotros no nos puede pasar eso".
Por último, la tercera lección es que, una vez que
empiezan los problemas, las rencillas y conflictos tribales impiden reconocer
cuál es la causa última de tanta miseria y dolor. Los problemas se presentan de
manera polarizada, típicamente como una dicotomía con dos opciones que en
realidad no explican ni resuelven nada, y que
llevan a que muchos se comporten como la hormiga que se pasea debajo de la
manzana sin nunca encontrarla. Una tendencia, la de las falsas dicotomías y
las rencillas tribales, en la que muchos países occidentales parecen estar ya
embarcados, y España en ese sentido no es una excepción. Un grave error que nos
hace vulnerables y manipulables. Lo cual es preocupante, porque si en algún
momento los psicopáticos amos del mundo deciden que nosotros seguimos en la
lista de los prescindibles estaremos perdidos.
Pero, tranquilos, eso que ha pasado en Yemen no
puede pasar aquí. ¿Verdad?
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