11/01/2019
En las dos últimas
décadas, tanto gobiernos de derecha como de izquierda redujeron la brecha entre
ricos y pobres, sacaron de la pobreza a millones de personas, mejoraron la
asistencia social, etc. El presidente del Banco Mundial afirmó en septiembre de
2018 que, en los últimos 25 años, más de mil millones de personas han salido de
la extrema pobreza y la tasa de pobreza mundial se hallaba en el punto más bajo
de su Historia.
Sin embargo, las
lecturas son diferentes entre unos y otros, para los gobiernos de izquierda
esto es algo “revolucionario”, pero para la derecha es simplemente más y mejor
mano de obra calificada y principalmente más consumidores. La izquierda
progresista se ufana de ello, cuando en realidad no han sido capaces de hacer
algo más, tan solo poniéndose al mismo nivel de la derecha. Los mismos
resultados, pero los unos lo leen como algo extraordinario y los otros como
algo necesario.
En todo caso, éste
es un mérito relativo para derechas e izquierdas, pues a medida que el estado
de bienestar de Europa ha ido bajando y la situación de China y EEUU ha ido
desmejorándose, los mercados han comenzado a reducirse y los gobiernos de las
periferias se han visto obligados a reducir las ayudas sociales.
Consecuentemente, los que salieron de la pobreza nuevamente están volviendo a
ella, como ya se ha visto en algunos países latinoamericanos: Brasil, Ecuador,
Bolivia. En otras palabras, el socialismo del siglo 21 logró una mejor
distribución y redistribución de la renta, pero no a nivel de los ingresos
propios, lo cual sí hubiera sido realmente revolucionario rompiendo la dependencia
hacia lo privado y lo estatal. El paternalismo de la izquierda distributiva y
de la derecha caritativa funciona un tiempo, pero luego se caen en los
interminables saltos cíclicos del capitalismo.
Lo que no pasa entre los ricos, pues si bien en este
periodo de bonanza económica mundial los empobrecidos salieron de la miseria
pero siguieron siendo pobres en última instancia, en cambio los ricos se
hicieron mucho más ricos de lo que ya eran. Los datos económicos señalan[1] que la desigualdad entre países se redujo mientras que
la desigualdad dentro de cada país aumentó, lo que quiere decir que fueron
básicamente los ricos de cada país los beneficiados, es decir, a nivel exterior
los países aparecen como mejores en su macroeconomía, pero a su interior la
situación es de mayor brecha entre ricos y pobres. En definitiva, si bien
disminuyó la pobreza aumentó la desigualdad entre unos y otros.
No contentos con ello, las élites económicas
neoliberales fueron exigiendo a los Estados pagar menos impuestos, con el
argumento de que esto beneficiará a los pobres, ya que ellos con más dinero
podrán hacer que les caigan gotas más gruesas. Algo que no sucedió así y tan
solo se aumentó la concentración en pocas manos, en aquellos países que bajaron
los impuestos. Sin embargo, lo que no se dan cuenta los economistas de la
derecha, es que la monopolización en el largo plazo perjudica a todos, en tanto
el capitalismo se deforma por la ampliación de la desigualdad con las
consecuencias que ello provoca. Y al contrario, el capitalismo se fortifica
cuando los ricos pagan más impuestos -según han demostrado algunos
economistas-, así por ejemplo, Peter Diamond premio nobel de economía y quizás
el máximo experto en finanzas públicas en el mundo. La lógica es sencilla:
cuando bajan los impuestos o se aplica el “capitalismo salvaje”, se produce una
mayor concentración del capital en pocas manos (OXFAM), lo que provoca que
hayan más pobres y como consecuencia menos trabajadores calificados y menos
compradores.
Esta mayor desigualdad perjudica a todo el sistema,
como vamos a ver con los siguientes datos que nos aporta el joven investigador
Trajan Shipley: “En Estados Unidos, el salario de los directores ejecutivos de
las 350 empresas más grandes era en 1965 20 veces superior al del empleado
medio; en 2012 era 273 veces superior. Mientras tanto, en China, al mismo
tiempo que millones de ciudadanos salían de la pobreza, la riqueza del 10% de
la población más rica aumentó a costa del 90% restante. […] En Estados Unidos,
la esperanza de vida bajó en 2015 por primera vez en más de 20 años, y la
diferencia entre la esperanza de vida entre los ciudadanos con salarios altos y
bajos sigue agrandándose. Esto es así porque parece existir una correlación
entre la desigualdad y una variedad de problemas sociales y de salud. Por si
fuera poco, la OCDE concluyó que la desigualdad afecta negativamente al
crecimiento económico, hasta el punto de que países como México o Nueva Zelanda
han llegado a perder diez puntos porcentuales de crecimiento económico como
consecuencia de la desigualdad en las últimas dos décadas. […] Más aún, en
Estados Unidos se ha constatado empíricamente la relación directa entre un
aumento de la desigualdad y el ascenso del populismo, especialmente el que pone
de manifiesto y ofrece un discurso que critica los efectos de la globalización,
principalmente el aumento de la competencia internacional y la pérdida de
puestos de trabajo industriales.[2]
Por ello, Diamond, en colaboración con Emmanuel Saez
-uno de nuestros principales expertos en desigualdad- han propuesto aumentar
los impuestos y calcularon que la tasa fiscal óptima seria de un 73 por ciento.
Aunque algunos han dicho que debe ser más alta, como Christina Romer, una
importante macroeconomista y exdirectora del Consejo de Asesores Económicos del
presidente estadounidense Barack Obama, quién estima que debería estar por
encima del 80 por ciento; como reporta un artículo del New York Times [3].
Irónicamente, el neoliberalismo es un peligro para el
capitalismo, y la socialdemocracia y el socialismo del siglo 21 su relativa
estabilidad.
Notas
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