08/01/2019
Marx habló de la desaparición del Estado y de la
Democracia en una etapa a la que llamó “el comunismo”, pero para que ello sea
posible había que pasar primero por el socialismo, teniendo como instrumento a
la dictadura del proletariado para poder lograrlo. En base a este concepto,
Lenin y demás marxistas en el mundo, han procedido a tomarse el Estado en el
intento de construir un Estado y una Democracia proletaria y/o popular, pero,
con las experiencias de lo que se ha denominado el “socialismo real” del siglo
20 y del “progresismo” en el siglo 21, está claro que fue un fracaso este
camino intermedio. La toma del Estado y de la Democracia Burguesa significó la
instauración de una Dictadura de la Burocracia del Partido, especialmente del
buró y de su líder; y no de ningún proletariado y peor de un “poder popular”,
sino el de una “dictadura corporativa”. El mismo Marx dijo, que una nueva
sociedad que nace dentro de la vieja arrastra consigo muchos defectos de la
vieja, pero igual creyó que había que hacerlo dentro de lo viejo en dos etapas.
Sin embargo, ahora se ha demostrado que lo evidente es en una sola etapa y de
fuera del viejo sistema.
Marx fue bueno para analizar los fenómenos políticos,
pero malo para dar salidas de transformación o de cambio. Marx, en el 18
brumario, La guerra civil en Francia, la Crítica del programa de Gotha,
constató que todas las revoluciones políticas no han hecho hasta entonces sino
perfeccionar la máquina del Estado, en lugar de “romperla, de demolerla”, y de
que no se trata de contentarse con “tomar posesión de ella”. Pero ese mismo
Marx no entendió lo que es romperla y demolerla, y lo que hizo es reemplazarla
con la dictadura del proletariado, la que supuestamente “se transforma en algo
que no es ya propiamente hablando un Estado”, como planteó en su famosa carta
de 1852 a Weydemeyer. Cuando de lo que se trata es de romper definitivamente
con el Estado y la Democracia, creando y viviendo desde ya en un otro sistema,
y no después o en una segunda etapa ilusoria.
Marx entendió bien lo que es el Estado y la
Democracia, pero se confundió en su aniquilamiento, y es ahí donde los
marxistas deberían corregir, para hacer “posible otro mundo”. La experiencia de
la Comuna demostró que la “democracia burguesa” no se convierte en
“proletaria”, sino que sigue siendo un Estado demoledor. Es necesario, decía el
propio Marx, la destrucción del Estado existente como una “excrecencia
parasitaria” de la sociedad, pero Lenin también repitió el mismo error cuando
cita la carta a Weydemeyer y dice que la dictadura del proletariado es la
“piedra de toque” que permite “probar la comprensión y el reconocimiento del
marxismo”, con ello creyendo que la Democracia es la “mejor forma del Estado
para el proletariado en régimen capitalista”.
Ante este fracaso, se han planteado otros tipos de
Estado, como por ejemplo el Estado Plurinacional por parte de grupos étnicos en
contrapartida al Estado-Nación y al Estado Mínimo empujados por la derecha;
pero las experiencias en Bolivia, Ecuador, e incluso podríamos incluir a
España, Suiza, y Bélgica, han sido otro fracaso. Entonces, la pregunta es: hay
que seguir buscando otro tipo de Estado y de Democracia, o, eliminar el Estado
y la Democracia por otra “forma de administración de la cosa” en la que “las
funciones públicas perderán su carácter político y se transformarán en simples
funciones administrativas”. Por tanto, habrá necesariamente que construir el
socialismo o hay que pasar directamente a construir “otra cosa”, y que no
precisamente sea el comunismo de Marx, e incluso se llame de otra forma, por
ejemplo: mutualismo.
Afortunadamente, hay quienes ya han entendido de
que lo revolucionario es superar el Estado, la Democracia, los Partidos
Políticos, y todo lo construido por el patriarcapitalismo o por la
civilización, aquí y ahora, construyendo el “nuevo mundo”. Hay algunas
experiencias que van teniendo resultados valiosos, con las deficiencias y
procesos que ello implica, pero ya están viviendo de otra manera, por ejemplo,
aquellas vivencias empujadas por los zapatistas y otras comunidades indígenas
de América, África y Asia; y en Occidente, por el Movimiento de Ecoaldeas y las
Cooperativas Integrales. Ellos han demostrado que sí es posible superar el
Estado y la Democracia, y han ido puliendo cada día su funcionamiento y
convirtiéndose en un referente de una vida en equilibrio consigo mismo, la
familia, el grupo social constituido y el grupo ambiental que los acoge.
Han entendido que la lucha no es por la toma del
poder Estado Nacional ni por ser parte de la Democracia que lo legitima, sino
el de rehacerlo todo bajo otras categorías y principios. Ellos han demostrado
que no se necesita ninguna dictadura del proletariado para “conducir al pueblo
entero al socialismo” ni para tener un “Estado burgués sin burguesía”. Han
demostrado que son falsas las teorías de que “ninguna revolución se ha acabado
de otra forma que por la dictadura de una clase”, ni que el proletariado es “la
parte más revolucionaria de la sociedad” o “por el papel que juega en la gran
producción, el proletariado es el único capaz de ser la guía de todas las
clases trabajadores explotadas pero incapaces de una lucha independiente por su
liberación”.
Este movimiento de ecoaldeas, ancestrales y
modernas, han demostrado que la revolución violenta no es el camino obligatorio
como decía Lenin, de que “la liberación de la clase oprimida es imposible, no
solo sin una revolución violenta, sino también sin la supresión del aparato del
poder de Estado creado por la clase dominante”. Han comprendido que no es
necesaria la dictadura del proletariado como el instrumento “tanto para
reprimir la resistencia de los explotadores como para dirigir a la gran masa de
la población”.
Sin embargo, y a pesar de todas estas experiencias
los marxistas-leninistas han seguido (y siguen) dándose contra la piedra desde
hace 100 años y continúan atrapados en los mismos mitos y dogmas. Y no sabemos
si algún día se darán cuenta, y pasarán a apoyar y ejecutar la “nueva vida”,
antes de que se mueran, como tantos marxistas que no pudieron saborearlo en su
cuerpo ni en su corazón.
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