11 Jun 2019, 5:00 am.
A medida que ha evolucionado
la globalización neoliberal en las últimas décadas, la industria de medios de
comunicación se ha afianzado como un poder global tan preponderante (y a veces
superior en su capacidad de influencia) como los Estados-nación.
Esta industria ya
no actúa como un intermediario o interlocutor entre las distintas tendencias y
fuerzas sociales que hacen vida en una sociedad determinada. Ni siquiera lo
hace a nombre de los partidos políticos o instituciones clásicas de la
democracia representativa contemporánea.
"Su poder,
ahora mismo, reside en su capacidad para influir en el poder: el poder de los
gobiernos, jueces y legisladores; el poder de la política; el poder de decisión
de los ciudadanos", resalta un artículo de Estefanía Avella y Omar Rincón en la revista Nueva
Sociedad.
Ya en el siglo
XVIII, los medios de comunicación eran catalogados como el "Cuarto Estado", por su influencia cada vez más
decisiva en los asuntos de gobierno en cierta condición de horizontalidad con
los poderes clásicos de la democracia moderna: el poder legislativo, ejecutivo
y judicial.
Tres siglos
después, esta descripción adquiere un mayor grado de realismo, toda vez que los
medios de comunicación pasan a ser un factor central en tiempos electorales y
en la definición de las inclinaciones políticas y culturales de la sociedad
global.
La industria de
medios, de igual forma, no escapa de la concentración y centralización que
actualmente vive el sistema capitalista como tendencia general.
Según el brazo
comunicacional del Foro Económico de Davos, sólo nueve corporaciones privadas (en su mayoría
estadounidenses) controlan el panorama de medios globales televisivos y
digitales. Entre las corporaciones más resaltantes se encuentran News
Corporation, Time Warner, Disney, Comcast, entre otras, que han copado casi a totalidad el tablero mediático.
La conclusión
política de este fenómeno es tan obvia como preocupante: la capacidad de
influencia del cartel mediático estadounidense es parcialmente incontenible por
parte de las instituciones clásicas del Estado-nación y de la democracia
contemporánea, logrando un enorme poder de penetración sobre las expectativas,
inclinaciones políticas, gustos y comportamientos culturales de la sociedad
global en su conjunto.
***
Pero sin lugar a
dudas estamos en una nueva etapa de este fenómeno de mediatización de la vida
política y social en general. Se le conoce como Big Data.
"Google es
más poderoso de lo que la Iglesia nunca fue", sentenció Julian Assange en alguna oportunidad. Quien hoy
está sufriendo diversas torturas por las razones que todos sabemos, ampliaba
esa hipótesis afirmando:
"¿Por
qué es más poderoso (refiriéndose a Google)? Porque antaño no era tan fácil que
el centro controlase a la periferia, puesto que en la Iglesia existía el
Vaticano, pero también representantes locales. En Google todo está mediado por
el centro de control, como si solo el Vaticano existiese, como si cada persona
tuviese contacto directo con un solo confesionario".
Las
transformaciones científicas y tecnológicas en tiempos recientes que ha
experimentado el capitalismo global, han hecho de la información un escenario
de batalla estratégico donde se disputan desde intereses políticos locales,
hasta grandes tendencias del tablero geopolítico actual.
Allí es donde
entra el Big Data, la última gran tecnología de procesamiento de datos
informáticos que está cambiando notablemente no sólo las capacidades para
influir en el comportamiento político, sino en la filosofía (y aplicación) de
la guerra moderna.
En una entrevista
realizada por el medio The Clinic al experto en Big Data, Martín Hilbert, éste
comentó sobre el uso de esta herramienta por parte de Donald Trump, a partir de
la infraestructura de Facebook, Google y otras compañías.
Hilbert afirmó:
"Claro,
esos son los datos que Trump usó. Teniendo entre 100 y 250 likes tuyos en Facebook,
se puede predecir tu orientación sexual, tu origen étnico, tus opiniones
religiosas y políticas, tu nivel de inteligencia y de felicidad, si usas
drogas, si tus papás son separados o no. Con 150 likes, los algoritmos pueden
predecir el resultado de tu test de personalidad mejor que tu pareja. Y con 250
likes, mejor que tú mismo. Este estudio lo hizo Kosinski en Cambridge, luego un
empresario que tomó esto creó Cambridge Analytica y Trump contrató a Cambridge
Analytica para la elección".
Hillbert complementó
argumentando que
"usaron
esa base de datos y esa metodología para crear los perfiles de cada ciudadano
que puede votar. Casi 250 millones de perfiles. Obama, que también manipuló
mucho a la ciudadanía, en 2012 tenía 16 millones de perfiles, pero acá estaban
todos. En promedio, tú tienes unos 5000 puntos de datos de cada estadounidense.
Una vez que clasificaron a cada individuo según esos datos, lo empezaron a
atacar. Por ejemplo, en el tercer debate con Clinton, Trump planteó un
argumento, ya no recuerdo sobre qué asunto. La cosa es que los algoritmos
crearon 175 mil versiones de este mensaje –con variaciones en el color, en la
imagen, en el subtítulo, en la explicación, etc.– y lo mandaron de manera
personalizada".
Por último, el
experto comentó:
"Por
ejemplo, si Trump dice estoy por el derecho a tener armas, algunos reciben esa
frase con la imagen de un criminal que entra a una casa, porque es gente más
miedosa, y otros que son más patriotas la reciben con la imagen de un tipo que
va a cazar con su hijo. Es la misma frase de Trump y ahí tienes dos versiones,
pero aquí crearon 175 mil. Claro, te lavan el cerebro. No tiene nada que ver
con democracia (…) te dicen exactamente lo que quieres escuchar".
***
Por otro lado,
esta tecnología también está cambiando las estructuras de la guerra moderna y su aplicación en el
terreno. Como dato material tenemos el lanzamiento del proyecto Jedi (2018),
con el cual el Ejército de los Estados Unidos plantea una nueva etapa de
"guerra algorítmica".
Este tipo de
guerra consistiría en una sinergia entre datos informáticos en zonas de
conflicto, inteligencia artificial militarizada y uso de drones y otros
armamentos a distancia, para identificar objetivos y mejorar las operaciones
terrestres y aéreas en países denominados "hostiles" a los intereses
geoestratégicos de los Estados Unidos.
En política, Dejar
estos espacios vacíos es un error estratégico.
El uso de la
tecnología de datos abre paso a nuevos métodos de guerra y combate militar,
donde la superioridad en el manejo de la información y el procesamiento de la
misma puede cambiar los equilibrios de poder en la guerra del futuro.
Contrario a los
parámetros clásicos de la guerra moderna, los combates del siglo XXI sustituyen
los enfrentamientos abiertos por los ataques quirúrgicos, la ventaja técnica
del armamento por el manejo informativo de la situación, y los bombardeos a
gran escala por la guerra cibernética o digital que pueda socavar la
estabilidad y el apresto del Estado víctima.
El uso de la
tecnología de datos ha logrado combinar, como en ninguna otra etapa de la
historia humana, las fronteras entre espionaje, política y guerra. Sobre ello
el ex funcionario de la CIA y la NSA, Edward Snowden, afirmó que el gobierno de los Estados Unidos tiende a
secuestrar y militarizar las innovaciones en el ámbito de las
telecomunicaciones, aprovechándose del deseo humano natural de comunicarse y
explotándolo para conseguir poder ilimitado.
Concretamente,
Snowden afirmó: "Tomaron nuestra capacidad nuclear y la transformaron en
el arma más horrible que el mundo había presenciado", argumentando que en
el siglo XXI se está observando la misma tendencia, pero con las ciencias de la
computación: "Su alcance es ilimitado... ¡pero las medidas de su
salvaguardia no! (...) Es a través del uso de nuevas plataformas y algoritmos
(…) que pueden cambiar nuestro comportamiento. En algunos casos, son capaces de
predecir nuestras decisiones, y también pueden empujarlas hacia diferentes
resultados", declaró Snowden.
También afirmó que
"tienen cientos y cientos de páginas de jerga legal que no estamos
calificados para leer y evaluar y, sin embargo, se consideran vinculantes para
nosotros. Y ahora estas instituciones, que son tanto comerciales como
gubernamentales, (...) lo han estructurado y afianzado hasta convertirlo en el
medio de control social más efectivo en la historia de nuestra
especie".
***
La relación entre
los gigantes tecnológicos de Google, Facebook y Amazon con el gobierno de
los Estados Unidos es simbiótica desde sus orígenes. Las sanciones recientes
contra la empresa de telecomunicaciones china Huawei, y el acompañamiento
a la retórica antirrusa luego de las elecciones de 2016, en las que resultó
electo Donald Trump, así lo confirman.
Estas
corporaciones tecnológicas concentradas forman parte del poder geopolítico
estadounidense y están siendo empleadas para sostener la hegemonía (en etapa de
crisis frente al ascenso de China y Rusia) del Imperio estadounidense.
Las consecuencias
materiales del poder de estas corporaciones no sólo concluye en las labores de
espionaje e inteligencia abusiva de la privacidad de los propios ciudadanos
estadounidenses, bajo la narrativa de mejorar la "lucha contra el
terrorismo". Va mucho más allá.
En términos
geopolíticos, este poder tecnológico se ha instrumentado para bloquear, en el
marco de una ofensiva global de censura, el funcionamiento de medios
alternativos, propiedad de "Estados rivales" como Rusia e Irán.
Recientemente, las
plataformas de Facebook y Youtube censuraron a la estatal rusa Russia Today y las iraníes
Press TV e Hispan TV, con el objetivo de reducir su audiencia y contrarrestar
las narrativas anti-hegemónicas que han venido surgiendo en los últimos años
desde centros geopolíticos enfrentados a Washington.
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Pero en lo que
corresponde a operaciones políticas e informativas en tiempos electorales,
estas grandes empresas también están transformando las herramientas de
influencia, captación de votantes y penetración en el electorado, a los fines
de solidificar determinadas inclinaciones políticas.
El caso más
resaltante y actual de este nuevo fenómeno fue el uso de WhatsApp en
la elección presidencial brasileña de 2018, que culminó con la
victoria del derechista Jair Bolsonaro.
El signo de esta
elección fue la desinformación, por un lado, y el uso del WhatsApp como una
notable herramienta para remodelar el comportamiento político y electoral de la
sociedad brasileña, por otro.
El medio The
Conversation relató cómo funcionó la estrategia: "Usando WhatsApp,
un servicio de mensajería propiedad de Facebook, los partidarios de Bolsonaro
entregaron una avalancha de desinformación diaria directamente a los teléfonos
de millones de brasileños".
Esto fue desarrollado a tal punto que "incluían fotos
ilustradas que retrataban a miembros del Partido de los Trabajadores que
celebraban con el comunista Fidel Castro después de la Revolución Cubana, clips
de audio manipulados para tergiversar las políticas de Haddad y verificaciones
falsas que desacreditaban las auténticas noticias".
"La
estrategia de desinformación fue efectiva porque WhatsApp es una herramienta de
comunicación esencial en Brasil, utilizada por 120 millones de sus 210 millones
de ciudadanos. Dado que los mensajes de texto de WhatsApp son reenviados y
reenviados por amigos y familiares, la información parece más creíble",
apuntó el medio.
***
Sin embargo, el
uso de estas nuevas estrategias no deben verse como hechos aislados.
Corresponden al portafolio de operaciones políticas y de propaganda de nuevo tipo de la
mediatizada derecha alternativa, capitaneada por el ex asesor de Donald Trump,
Steve Bannon.
Un artículo del
británico The Guardian sobre las estrategias de Bannon, recalcó el uso
de plataformas de Big Data como Cambridge Analytica para mejorar la penetración
de determinadas ofertas electorales, el empleo de la desinformación para
abrumar al adversario y la instrumentación de políticas de identidades audaces,
acompañadas de un discurso polémico, disruptivo y de impugnación al orden.
A escala política,
son diversas las lecciones que deben extraerse de estos nuevos fenómenos
sociales y el uso político que las fuerzas de extrema derecha le han dado en
época reciente.
Los canales de
comunicación han abandonado los espacios tradicionales (televisión, radio,
prensa, etc.) para abrir paso a nuevas tecnologías que ahora se introducen en
el consumo masivo de jóvenes.
Siendo así, la
estrategia para una comunicación nacional-popular, de orientación crítica y
movilizadora, debe hacer un uso creativo de estas herramientas para contrarrestar
el vaciamiento político que se propone desde la derecha.
La desconfianza en
los medios tradicionales debe asumirse como una realidad. Y ante eso, es
prioritario buscar en las nuevas tendencias culturales de la juventud, en sus
exigencias y aspiraciones colectivas, los insumos para disputar el sentido
común y los contenidos socioculturales e informativos que le dan forma.
Dejar estos
espacios vacíos es un error estratégico.
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