Escribe:
Milcíades Ruiz
Se va
acabando el otoño y nos acercamos a la fecha en que tendremos la noche más
larga del año. Es el fin del año andino y el comienzo de uno nuevo. La
dominación colonial impuso compulsivamente a la población aborigen la
celebración del año nuevo europeo en que el solsticio de invierno ocurre cuando
estamos en verano. Se van a cumplir 500 años de dominación y seguimos con el
implante cultural que no corresponde científicamente a nuestra geografía, pues
a diferencia del hemisferio norte, nuestro solsticio de invierno, ocurre cada
21 de junio.
El mundo
entero a tenido que adecuarse a esa homogenización de dominio. En nuestro país,
hasta la celebración del “año nuevo chino” que hacen los inmigrantes, es
destacado por los medios de prensa, pero se ignora el año nuevo andino, como
una forma de discriminación encubierta. Pero los peruanos ancestrales siempre
han mantenido la tradición y muchas veces a escondidas del régimen vigente.
Lo mismo
sucede con la expectativa de celebración de un bicentenario aciago para los
peruanos ancestrales, quienes en esa fecha perdieron su patria originaria en
forma definitiva. Los advenedizos se adueñaron de la conducción del territorio
nativo, dejando de lado a la población autóctona. No es casualidad que
actualmente tengamos en el Parlamento a un connotado descendiente de uno de los
trece de la Isla del gallo como “padre de la patria”.
En todo el
país, se añora el pasado porque el presente es aberrante. Basta ver los
noticieros para ver toda la podredumbre que emana la sociedad actual. ¿Puede
alguien negar que hoy, hay más desnutrición que en los tiempos prehispánicos?
¿Cuándo estuvieron mejor los campesinos: en la época prehispánica? ¿en el
virreinato? ¿en la república? ¿Hubo más delincuentes que ahora? Es obvio que el
modernismo ha traído muchos beneficios, pero los pueblos originarios han quedado
rezagados por la maldición de una dominación que no los deja avanzar.
A diferencia
de los países dominantes que trabajan la tierra con agricultura de precisión
digitalizada, ahorrando costos y esfuerzos; en nuestros andes se trabaja
todavía con herramientas prehispánicas. Vayan a las zonas rurales del sur y
encontrará a los campesinos trabajando con chaquitaclla, transitando puentes
artesanales de paja y durmiendo sobre piel de animales. ¿Es justo que los
dueños de casa, desplazados por los advenedizos vivan es estas condiciones? Si
no lo es, ¿Por qué permitimos tanta injusticia?
Sus
ancestros hicieron Machu Picchu, que se conserva como una maravilla mundial,
pero vemos a los descendientes sirviendo como bestias de carga a los turistas y
son otros, los que se benefician de los millones de dólares que genera esta
colosal herencia nativa. Se les moteja de “indígenas” a los campesinos de pura
sangre autóctona, despectivamente, pero ellos llevan consigo la herencia
genética que hizo posible el acervo arqueológico y cultural del cual todos los
peruanos nos sentimos orgullosos
Cuanto más
vil es el sistema que nos rige actualmente, mayor es el deseo de recuperar la
patria perdida. Por eso, no se extingue la añoranza por el Tahuantinsuyo y se
conserva el Inti Raymi como año nuevo andino que desde tiempos inmemoriales se
festeja como culminación de todas las cosechas, coincidiendo con el solsticio
de invierno. Siempre ha sido una fiesta de gratitud al sol por los beneficios
recibidos en la producción de alimentos, salud, clima y otras bondades.
Pese a la
segregación histórica, los nativos han preservado de una u otra forma, sus
fuentes idiomáticas, sus cultivos y crianzas autóctonas y sus valores sociales.
En Lima, se celebraba la “Fiesta de los Amancaes”, desde la colonia porque allí
se reunían los segregados, en las estribaciones de los cerros aledaños teñidos
de amarillo por la floración de esa planta silvestre en el mes de junio.
En
reconocimiento de la inocultable tradición aborigen de esta fiesta, el
presidente de la república, Augusto B. Leguía decretó en 1930, que el 24 de
junio de cada año se celebre como “Día del Indio” y se rinda homenaje en
escuelas e instituciones, a la población ancestral, estableciéndolo como
feriado no laborable. Pero su condición como siervo feudal no cambió.
Lejos de
devolverles sus tierras arrebatadas a la fuerza, seguían siendo despojados de
su heredad por parte de los descendientes de la dominación colonial y
republicana. El despojo de tierras generó una estructura feudal de tenencia.
Los terratenientes tenían como vasallos a los despojados, obligados a trabajar
gratuitamente en las tierras del amo. Las mujeres tenían que trabajar por
turnos en la casa del hacendado. El señor feudal era conocido como el
“gamonal”, en referencia a una planta parásita que vive a costa de otras.
Los que no
han conocido esta realidad, no se imaginan los escalofriantes sufrimientos de
los campesinos avasallados por los gamonales. La casta feudal tenía bajo su
control a los jueces, con la complicidad de los sacerdotes que siempre
reprendían a los nativos, parcializándose con los hacendados. Tenían sus
propias cárceles en la casa hacienda y allí castigaban y torturaban a los
nativos rebeldes. Los que reclamaban eran castigados sin misericordia.
Los
gamonales y sus hijos, violaban esposas e hijas de sus vasallos sin que fueran
sancionados. Cuando al gamonal le faltaba dinero, arrebatan bienes y ganado de
sus vasallos con cualquier pretexto y les imponían castigos totalmente
arbitrarios. La justicia era imposible. Muchos gamonales eran también senadores
y diputados influyentes del Congreso de la República, como también algunos
llegaron a ejercer la presidencia del Senado, de la Cámara de Diputados y hasta
ocuparon la presidencia de la república.
Con todo
este poder, se posesionaron de diversas empresas en todos los ramos de negocios
constituyendo una oligarquía política y económica, que corrompía líderes de los
partidos políticos para hegemonizar su poder. Estudiantes, intelectuales y
personalidades progresistas reclamaban por las calles y plazas, una reforma
agraria que reivindique al campesinado, pero los legisladores la impedían
porque defendían los intereses terratenientes. No había salida.
El triunfo
de la revolución cubana y su programa de confiscación de tierras y empresas
extranjeras, nos mostró que había otra opción, y se generó en nuestro país una
corriente política de optar por la lucha armada como solución frente al impase
político. Los campesinos prorrumpieron en los latifundios tomando las tierras
para recuperar lo que era suyo y la represión sangrienta no se hizo esperar. El
Ejército de Liberación nacional- ELN, incursionó en 1963, por Puerto Maldonado
para iniciar la guerra de guerrillas por una revolución agraria, y gobierno
popular. Javier Heraud cayó en esta tentativa.
En 1865,
precisamente en junio, se reiniciaron las acciones guerrilleras en la sierra y
selva central, como también en la selva de Cusco por parte de los combatientes
del MIR mientras los combatientes del ELN lo hacían en la selva de Ayacucho. El
júbilo fue inmenso entre el campesinado ayacuchano cuando se tomó la hacienda
Chapi, eliminando a los gamonales abusivos.
La represión
fue cruel y fueron los campesinos los que mayormente derramaron su sangre. Pero
este drama sangriento impactó la sensibilidad de los oficiales del ejército
enviado a develar la rebelión para que la oligarquía mantuviera su poder total.
Sorpresivamente, hicieron suyas las demandas de los guerrilleros caídos, y
encabezados por el general Juan Velasco Alvarado, resolvieron derribar el poder
de la oligarquía terrateniente. La insurrección se produjo el 3 de octubre de
1968, a un año de la muerte del “Che”, cuyo sacrificio también los impactó.
Asumieron el
gobierno siguiendo un proyecto diferente, establecido en el “Plan Inca” con el
fin de establecer una democracia de participación plena. En esos términos se
dio lo que llamaron Revolución Peruana de la Fuerza Armada. Iniciaron de
inmediato la recuperación y nacionalización de los recursos petrolíferos y
minerales en manos de empresas extranjeras. En junio de 1969, Velasco promulgó
la ley de Reforma Agraria con las siguientes palabras:
“Hoy,
en el Día del Indio, día del campesino, el Gobierno Revolucionario le rinde el
mejor de todos los tributos al entregar a la nación entera una ley que pondrá
fin para siempre a un injusto ordenamiento social que ha mantenido en la
pobreza y en la iniquidad a los que labran una tierra siempre ajena y siempre
negada a millones de campesinos.
Lejos de las palabras de vanos homenajes, el Gobierno Revolucionario
concreta en un instrumento de inapelable acción jurídica ese anhelo nacional de
justicia por el que tanto se ha luchado en nuestra Patria.
De
hoy en adelante, el campesino del Perú no será más el paria ni el desheredado
que vivió en la pobreza, de la cuna a la tumba, y que miró impotente un
porvenir igualmente sombrío para sus hijos. A partir de este venturoso 24 de
junio, el campesino del Perú será en verdad un ciudadano libre a quien la patria,
al fin, le reconoce el derecho a los frutos de la tierra que trabaja, y un
lugar de justicia dentro de una sociedad de la cual ya nunca más será, como
hasta hoy, ciudadano disminuido, hombre para ser explotado por otro hombre.”
Nadie creyó
que Velasco fuera capaz de esta proeza. Es más, se decretó amnistía para los
guerrilleros y se les invitó a participar del proceso. La izquierda estaba
desconcertada. No puede ser dijeron algunos y se pusieron en la oposición. Hoy
lo lamentan. La revolución iniciada fue traicionada desde adentro del gobierno
por acciones de la Central de Inteligencia Americana. Velasco fue depuesto y
volvió la podredumbre que hoy, nos agobia.
De este
modo, la reforma agraria quedó desactivada en sus inicios. Solo se cumplió la
primera fase de expropiación y adjudicación. Continuaba con la tecnificación y
gestión empresarial, conformando un enorme empresariado asociativo, en un nuevo
ordenamiento territorial sobre la base de Proyectos Integrales de Asentamiento
Rural- PIAR. Esta reforma fue saboteada y desvirtuada pero los enemigos de
ella, no pudieron revertir la devolución de las tierras ya en poder de los
campesinos.
Al
conmemorarse el 50 aniversario de la promulgación de la Reforma Agraria,
expreso mi reconocimiento a todos los que la hicieron posible, luchando por
años, desde abajo y desde arriba, en todas las formas, en todos los tiempos.
Muchos fueron perseguidos, encarcelados y murieron por ella. Lo menos que
podemos hacer, es rendirles el homenaje que se merecen.
Junio 2019
Otra información en https://republicaequitativa.wordpress.com/
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