David Harvey
13 agosto, 2020
Observatorio
de la crisis - 08/07/2020
Es posible que cuando salgamos de los tormentos infligidos
por COVID-19, nos encontremos con un panorama político en el que la reforma del
capitalismo esté presente.
Incluso antes de que el virus atacara habían algunos indicios
que proponían una mutación. Los líderes empresariales que se reunieron en
Davos, por ejemplo, oyeron algunas voces que les alertaban que debían reducir
la obsesión por los beneficios y el descuido por los impactos sociales y
medioambientales que produce el capitalismo. Ante la creciente irritación
pública, se les aconsejó que se protegieran en alguna forma de
"ecocapitalismo" o “capitalismo con conciencia”.
Tras cuarenta años de políticas neoliberales, con la
embestida del virus se ha puesto en evidencia el lamentable estado de la salud
pública. La austeridad aplicada a todo lo que no sean gastos militares o
subsidios a las grandes corporaciones (aunque sean inmensamente ricas) ha
dejado un sentir amargo y un creciente malestar entre la ciudadanía. Por el
contrario, la adopción de medidas por parte del estado para hacer frente a la
pandemia ha producido cierta esperanza entre la población.
El gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, ha dicho
recientemente que cuando salgamos de la actual crisis “no sólo se
requerirá reimaginar el horizonte económico, social y político, sino que
también deberemos reconciliar el interés del pueblo con el poder político”.
Para los que hemos vivido la pesadilla provocada por el virus en Nueva York
esta declaración, que implica la intervención del Estado, parece lógica.
Desgraciadamente, la salida de la crisis que propone Cuomo va
en otro sentido. El gobernador demócrata decidió que para “reimaginar” la
economía y las relaciones sociales era necesario reclutar a un selecto club de
multimillonarios integrado por Michael Bloomberg (para organizar los
análisis), Bill Gates (para coordinar las iniciativas de educación) y
el ex CEO de Google, Eric Schmidt (para recalibrar las
comunicaciones y las funciones gubernamentales).
Al parecer, la oleada democrática que se ha hecho evidente en
la calle aún no ha llegado con suficiente fuerza a las cúpulas del poder
político. Para Cuomo, la reconstrucción y reimaginación del sistema debe
amoldarse a las necesidades del capital y a lo que decida una élite capitalista
“progre”.
Las ciudades que necesitamos
Durante una larga historia de gobiernos burgueses, en Estados
Unidos ha habido periodos de reformas; a principios del siglo XX con gobiernos
liberales, el New Deal en los años treinta con Roosevelt y la llamada Gran
Sociedad con Johnson en los años sesenta. Parece que ahora, de nuevo, las
clases dominantes están construyendo un consenso para otra reforma
cosmética del sistema.
En ese contexto, se está pensando en reconstruir la vida
urbana a fin de promover no sólo formas más racionales –y ecológicas– de
desarrollo económico, sino también formas más adecuadas de organizar la vida
cotidiana.
Además de causar un daño directo incalculable a la calidad de
la vida cotidiana, el coronavirus también ha revelado la enorme cantidad
de podredumbre que hay bajo el brillo superficial el consumismo ostentoso, del
individualismo indulgente y de las intervenciones arquitectónicas
extravagantes.
Con este espíritu, las reflexiones del Consejo Editorial
del New York Times (NYT) sobre "Las ciudades que necesitamos"
invita a hacer algunos comentarios. El tema central es bastante simple: “Alguna
vez las ciudades funcionaron. Pero, ahora no funcionan. Tenemos que cambiarlas”.
Detrás de esto hay una visión algo nostálgica de una época en
la que "las ciudades norteamericanas eran el motor del progreso
económico de la nación, el escaparate de su riqueza y cultura, el objeto de la
fascinación y admiración mundial".
Para el NYT, “en aquellos buenos tiempos las ciudades
proporcionaban las claves para liberar el potencial humano; pues tenían una
infraestructura de escuelas y colegios públicos, bibliotecas y parques, agua
potable limpia y segura y buenos sistemas de transporte publico”, a pesar de
que estaban “deformadas por el racismo, desangradas por las ganancias de
las élites y afectadas por la contaminación y las enfermedades”, pero, por
encima de todo, esas ciudades “ofrecían oportunidades”.
Según el NYT, ahora el virus a puesto al descubierto
que "nuestras áreas urbanas están encadenadas por demarcaciones
invisibles e impermeables de enclaves de riqueza y privilegio, de bloques
separados por terrenos baldíos y viejos edificios donde los trabajos son
escasos y la vida es muy dura y a menudo demasiado corta".
La esperanza de vida en los suburbios más pobres es de sólo
sesenta años, en comparación con los noventa años de los barrios más ricos.
Para aclarar este punto, el NYT publicó mapas con las diferencias de esperanza
de vida en las ciudades de EEUU.
¿Todos juntos ahora?
Es indiscutible que las oportunidades de la vida dependen del
código postal de donde uno nace. La letanía de fracasos del sistema es
demasiado larga y está lejos de ser invisible, como observa el New York Times.
Durante el último medio siglo la infraestructura de las
ciudades se ha deteriorado considerablemente. Las escuelas públicas ya no
preparan a los estudiantes. Los trenes subterráneos no son confiables. El agua
tiene plomo en proporción alarmante. La falta de viviendas asequibles exige
extensos y tediosos viajes para los trabajadores de bajos salarios en un
transporte público que falla continuamente. Miles de personas sin hogar acampan
en las calles, en los autobuses y en el Metro. El mapa de las oportunidades
educativas muestra las diferencias de ingresos y de riqueza, lo que sirve para
cristalizar y profundizar las divisiones raciales y de clase.
La conclusión del Consejo Editorial del NYT es que "los
ricos necesitan mano de obra y los pobres necesitan capital. Y la ciudad
necesita de todos". Y todos “deberíamos unirnos para crear una
urbanización más satisfactoria y equitativa”.
Esta es una conclusión absurda porque lo que hace es
confirmar la primacía de las estructuras económicas que están en la raíz de la
mayoría de los problemas de la vida urbana contemporánea.
Sin duda, los ricos necesitan mano de obra porque es la mano
de obra la que los hace ricos. Pero es el capital el que se ha llevado la
riqueza producida por los trabajadores.
Es el capital el que ha reducido el trabajo a la precariedad,
a propiciado los desplazamientos tecnológicos, la desindustrialización y los
demás males que dejan a las ciudades con una población incapaz de sobrevivir
sin recurrir a la caridad de los bancos de alimentos y de los vales de comida.
Es el capital el que produce una población que no puede pagar el alquiler y
mucho menos pagar una hipoteca.
En los 80 Ronald Reagan sentenció "el estado no es
la solución a nuestros problemas, el estado es el problema". Bueno, yo
pienso que hasta que no nos demos cuenta de que "el capital no es la
solución de nuestros problemas, porque el capital es el problema” estaremos
perdidos.
El capital construye Hudson Yards y no
viviendas asequibles para los que tratan de sobrevivir con menos de 40.000
dólares al año. Mientras los capitalistas puedan hacer esto, todo intento de
reforma, por muy bienintencionado que sea, se verá absorbido por los ciclos de
acumulación del capital en beneficio de unos pocos.
El capital seguirá funcionando independientemente de las
inhumanas consecuencias sociales y ecológicas que produce, dejando a una
importante parte de población en situación de atroz pobreza .
Una melodía familiar
El New York Times, en una exhortación llena de esperanza,
apuesta por unos seres angelicales y desinteresados: "reducir la
segregación requiere que los americanos ricos compartan, pero no necesariamente
que se sacrifiquen" dice el Consejo Editorial del periódico.
La receta para los editorialistas es, "construir
vecindarios más diversos y desconectar las instituciones públicas de la riqueza
privada…. en última instancia, estas políticas enriquecerán la vida de todos
los estadounidenses haciendo que las ciudades en las que viven y trabajan sean
de nuevo un modelo para todo el mundo”.
Tengo ochenta y cuatro años, y he escuchado este tipo de
cosas demasiadas veces antes como para tomarlas en serio. En 1969, me mudé a un
Baltimore segregado un año después de que gran parte de la ciudad fuera
incendiada tras el asesinato de Martin Luther King.
No tardé mucho en cansarme de esa “sentida moralidad” – del
tipo que el New York Times resucita– la "ética" de aquellos que
ingenuamente creen que todo saldrá bien si los ricos de buena voluntad
reconocieran que nuestros destinos están entrelazados, por qué todos estamos
juntos en esta ciudad.
Escribí un libro sobre toda esta experiencia, Social Justice
and the City, en el que traté como abordar a largo plazo del problema urbano
del capitalismo. Aquí nos hallamos, cincuenta años más tarde, y pareciera que
estamos listos para repetir ingenuamente una creencia que comete exactamente el
mismo iluso error.
En aquel entonces estaba muy claro que el mercado capitalista
–que requiere de la escasez para funcionar– era el principal culpable de este
sórdido drama humano. Pensar en esos términos ayudó a explicar por qué casi
todas las políticas concebidas para el alivio de la desigualdad urbana terminan
siendo crucificadas por una contradicción subyacente.
Si nos dedicamos a la "renovación urbana" nos
limitaremos solo a desplazar la pobreza de los centros de lujo (ya por 1872
Engels explicó que esta era la única solución que la burguesía tenía para los
problemas urbanos). Ahora, si no aplicamos esta “solución” y nos quedamos de
brazos cruzados veremos cómo se produce una continua decadencia de la ciudades.
"Disimular el gueto" –como se llamó entonces– no ha
funcionado en ninguna parte. Y la dispersión de la población pobre tampoco ha
funcionado. Este último enfoque puede dispersar un poco el gueto, pero no
reduce los niveles de pobreza ni disminuye la discriminación racial.
La frustración con tales resultados llevó a la conclusión
política de que los pobres deben cargar con la culpa de su lamentable
condición, y por eso viven encerrados en distintas "culturas de la
pobreza". La única respuesta adecuada, dijo Daniel Patrick Moynihan, es
una "negligencia benigna".
Esta apreciación presagiaba el tropo neoliberal de la
responsabilidad personal y del espíritu emprendedor, una idea que culpa a las
víctimas, y que la vez evade el tipo de preguntas incómodas por los fracasos de
los políticos reformistas. Pocos especialistas examinaron las fuerzas que
gobiernan el corazón del sistema económico capitalista. (Moynihan resulta, por
cierto, ser el mentor político y modelo de Cuomo).
Turismo emocional
En esos días hay todo tipo de soluciones ideadas para
enfrentar los graves problemas urbanos… excepto las que combatan la economía de
mercado. Sin embargo, es la economía de mercado la que produce inevitablemente
una espiral de empobrecimiento como la a revelado crudamente por la pandemia.
Si el 40% de los 30 millones de personas – que ahora están
desempleadas – ganaban menos de 40.000 dólares al año, seguramente hay que
reconocer la bancarrota del capitalismo contemporáneo en cuanto a la
satisfacción de las necesidades humanas básicas.
La política neoliberal de responsabilidad personal y
formación de “capital humano” que se desarrolló en la década de 1970 sólo ha
demostrado ser una buen y conveniente método de dominación de la clase
capitalista. Esta estrategia le permitió huir de los fracasos reformistas de la
década de 1960, mientras que se llenaban a manos llenas las faltriqueras.
Es vital, por lo tanto, someter la base de nuestra sociedad a
un examen riguroso y crítico. Esta es una tarea inmediata. Pero permítanme
decir primero lo que esta tarea no implica.
A principios de los años 70, llegue a la conclusión que no se
trata de otra investigación empírica de las condiciones sociales de nuestras
ciudades. De hecho, cartografiar la patente de inhumanidad del hombre en
nuestra sociedad puede resultar contraproducente. Lo digo en el sentido que
esta actitud permite al liberal o la progresista pretender que ellos están
contribuyendo a una solución cuando en realidad lo que están haciendo es salvar
al capital. Este tipo de empirismo es irrelevante, aunque pueda hacernos ganar
un Premio Nobel.
Ya hay suficiente información disponible para proporcionar
todas las pruebas que necesitamos. Nuestra tarea no está en ese campo. Ni
tampoco en lo que puede llamarse "masturbación moral", característico
de montaje masoquista que muestran los medios de comunicación sobre las
injusticias diarias a las que se somete la población urbana.
No sirve de nada golpearnos el pechos y compadecernos antes
de replegarnos a nuestro espacio de confort. Esto también es
contrarrevolucionario, ya que sólo sirve para expiar la culpa sin obligarnos a
enfrentar los problemas fundamentales, y mucho menos a hacer algo al respecto.
Tampoco es una solución el turismo emocional que nos lleva a
trabajar “por los pobres por un tiempo" con la esperanza de que podamos
ayudarles a mejorar su suerte (ofreciéndonos, por ejemplo de voluntarios en un
comedor de beneficencia o haciendo donaciones a un banco de alimentos ,aunque
esto puede ser útil a corto plazo).
¿Y qué pasa si ayudamos a una comunidad escolar a construir
un lugar de recreo durante un verano? Lamentablemente sólo descubriremos que la
escuela va seguir deteriorando en el próximo otoño. Estos son los caminos que
no llevan a ninguna parte. Simplemente sirven para desviarnos de la tarea
esencial que tenemos entre manos.
Un nuevo marco
La tarea inmediata es ni más ni menos que la construcción
consciente de un nuevo marco político que aborde la cuestión de la desigualdad,
a través de una crítica profunda y exhaustiva de nuestro sistema económico y
social.
Necesitamos movilizarnos colectivamente para formular
conceptos, categorías, teorías y argumentos, que podamos aplicar a la tarea de
lograr una transformación social.
Estos conceptos y categorías no pueden ser formulados con
abstracción de la realidad social. Deben ser forjados de manera realista con
respecto a los eventos y acciones que se desarrollan a nuestro alrededor.
Las pruebas empíricas, los expedientes y las experiencias
adquiridas en la comunidad pueden y deben utilizarse. Y la ola de empatía
política que está creciendo en todos aquellos que han vivido la amenaza mortal
de la pandemia debe ser transformada en energía y organización revolucionaria.
Esa ola no llegará a nada si no se consolida.
Se dice que el virus no discrimina. ¡Pues no es cierto! La
mayoría de la población tiene que lidiar con dos terribles opciones; por un
lado el desalojo de su vivienda y la inanición por el desempleo o, por el otro,
mantenerse de los servicios básicos con riesgo para sus vidas en beneficio de
la ciudad y las redes de cuidado de los más ricos, y todo esto trabajando por
un mísero salario.
¿En qué código postal residen esos trabajadores? ¿Qué
proporción de ellos son gente de color, inmigrantes latinos y latinas? ¿ Poseen
portátiles sus niños?
Hay una angustiosa continuidad de miseria durante el último
siglo y medio. Seguramente es hora de romper con esta larga y bien conocida
historia. Necesitamos hacer una ruptura con el sistema, y trazar la creación de
formas de urbanización más democráticas y socialmente justas, animadas por una
economía política distinta y una estructura diferente de relaciones sociales.
Las disparidades que propugnaron los levantamientos urbanos
de la década de 1960 todavía están con nosotros. De hecho, son heridas más
profundas que nunca. Unos pocos meses más de encierro y es casi seguro que los
levantamientos volverán. Pero recuerden: "el capital no es la
solución, es el problema".
* Este artículo fue escrito en mayo, antes de que comenzaran
las protestas en curso.
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