PUBLICADO POR ACUARELA ON DOMINGO, 28 DE
ABRIL DE 2013
HECHIZOS
Los hechizos son los dispositivos de
poder que se hacen cargo del mundo –salud o educación, lenguaje o pensamiento,
seguridad o relación con la naturaleza- en nuestro nombre y por nosotros. Nos
fascinan y paralizan, convirtiéndonos en víctimas dispensadas de pensar y
creer, irresponsables. Canalizan nuestro malestar, a menudo contra un chivo
expiatorio, pero no dan ninguna respuesta de verdad a los problemas de fondo.
De hecho, ocultando sus condiciones, debilitando nuestras capacidades y
bloqueando toda posibilidad de transformación, los hechizos preparan en
realidad nuevos desastres.
Esta vez tocó martes.
Creo que la sección irá oscilando de día, pero publicaré cada dos semanas. Aquí
os dejo la versión completa de la entrevista a Concha Fernández Martorell
aparecida en Público el 10 de noviembre de 2009.
Concha Fernández Martorell es profesora de filosofía. Durante
años, fue Directora del IES Mediterrània del Masnou. Ahora imparte clases en el
IES Menéndez y Pelayo (Barcelona). Es autora de varios ensayos sobre filosofía
contemporánea. En 2008 publicó El aula
desierta; la experiencia educativa en el contexto de la economía global (ed. Montesinos).
Hay estereotipos que no sólo bloquean el
pensamiento, sino que también difunden la sospecha y la desconfianza,
paralizando cualquier acción colectiva. Así son sin duda los clichés que se han
apoderado de nuestra mirada sobre la escuela: “jóvenes bárbaros”, fruto del
“hedonismo de la sociedad” que erosiona “la cultura del esfuerzo” y la
“autoridad del profesor”, etc.
¿Qué significa “el aula desierta”? ¿Qué quieres poner al lector
ante los ojos con esa metáfora tan potente? ¿No te parece que más que desierta,
la escuela esta llena de estereotipos que sería recomendable vaciar antes de
empezar a reflexionar sobre ella?
Traté de buscar una imagen que pudiera mostrar la dimensión de
la utopía escolar que se está preparando desde la política educativa a escala
global: su objetivo es vaciar el aula de los valores educativos emancipatorios
tan duramente conquistados, presididos por el conocimiento y el arte como
creaciones humanas compartidas. Puede resultar una metáfora excesiva,
precisamente porque estoy hablando de un espacio vital muy rico y complejo que
hay que proteger de ese proceso de desertización a que está expuesto. Esto es
lo que pretendo: sacudir al lector desde el principio, que se sienta incómodo
al tragarse todos los tópicos que desbaratan la institución escolar y están
vaciando el aula, mientras nadie atiende al abandono, a la deserción y a la
renuncia por parte de todos.
¿Cómo está siendo la transformación neoliberal del entorno
escolar?
El lenguaje que se está desarrollando en torno a la educación ha
cambiado y no oculta su procedencia. Está muy claro de donde vienen los
términos cuando se habla de “gestión”, tanto de centros como del aula, de
“estrategias de aprendizaje” y de “planes estratégicos”; es evidente lo que se
está diciendo cuando se afirma que la escuela, igual que una empresa, deberá
rendir cuentas de sus resultados; también está muy claro qué se pretende de los
conocimientos cuando se los presenta articulados en competencias, como lo que
el alumno tiene que adquirir para ser competente. Sin embargo, todo aparece
como natural y nadie cuestiona estos términos que a mi me suenan totalmente
inoportunos para el ámbito educativo; aplicar los parámetros de la empresa y
del mercado al espacio de la educación no solamente es desvirtuar las
condiciones del pacto político con respecto a la escolarización de todas las
personas, sino también en relación a la idea de educación como ayudar a crecer
¿Qué tiene que ver esta milenaria relación del alumno con su maestro con la
“gestión del aprendizaje”?
La administración es la que tiene que “gestionar” (el dinero
público y todas las disposiciones necesarias), las ideas y las prácticas
educativas ya las llevan a cabo los profesionales de la enseñanza. Parece que
se quieren invertir los términos: los profesores gestionando el aula y desde
las instancias políticas y expertas emitir las ideas, es decir, la ideología.
La cuestión de fondo reside en algo esencial que he tratado de
visualizar en mi libro: el aluvión de informes y de informativos sobre el
fracaso escolar, el bajo rendimiento académico, la violencia en las aulas y la
pérdida de autoridad, ha venido a preparar el terreno para implantar una nueva
política educativa.
Desde mi punto de vista, dos interrogantes están latentes en
esta nueva política educativa y podrían formularse así: ¿por qué no someter a
la escuela a las mismas presiones del rendimiento empresarial? Competitividad
entre los centros; medición de resultados abstractos, independientes del
entorno social, económico y cultural; direcciones con poder de decisión para
poner orden en los claustros y acabar con la inoperancia del sistema
asambleario; introducir al profesor en el circuito mercantil empresarial (horas
extras, puestos reservados). O también: ¿cómo no se nos había ocurrido que la
escuela es un enorme campo de negocio todavía sin explotar? Las empresas pueden
colaborar con los proyectos educativos; las entidades privadas pueden gestionar
de manera eficaz sus servicios racionalizando medios económicos; un poco de
publicidad es favorable si a cambio se reciben materiales educativos…
¿Cómo se ha llegado hasta aquí?
La labor educativa está fundada en la confianza y este es uno de
los pilares que ha fallado. Se ha roto la complicidad necesaria entre el
profesor y el alumno, imponiendo la distancia a través del miedo. Sabemos muy
bien que esta pérdida de confianza se transmite con enorme facilidad y cuando esto
ocurre la relación se bloquea; el elemento transmisor es el miedo y el miedo
genera agresividad como arma defensiva. El círculo se alimenta a sí mismo
imparable. Es necesario reflexionar sobre la situación para distanciarse, para
ver el problema desde fuera y tomar un camino diferente que nos resitúe a
todos. Restablecer la relación alumnos-profesores-padres. Sin el entendimiento,
la complicidad y la confianza el espacio educativo se enrarece.
El alumno, a pesar de lo que se dice, sigue siendo el primer afectado,
todo lo que le pasa, todo lo que hace, a pesar de su apariencia desafiante, es
producto del miedo. Miedo a ser abandonado otra vez, a ser agredido de nuevo,
para protegerse ha desarrollado una dura coraza defensiva que destroza todo lo
que roza. También el profesor tiene miedo, miedo a enfrentarse a la verdadera
realidad del alumno, a la inseguridad que le provoca todo el sistema, a su
propia precariedad, y oculta su miedo haciéndose temer. Por último, los padres
ocultan el miedo a sus hijos y a sus propios desiertos agrediendo el único
espacio que está en condiciones de atenderle, la escuela.
Esta situación ha llevado a plantear de manera muy equívoca el
tema de la autoridad. El profesor se ha visto desposeído de autoridad
intelectual personal por las propuestas constructivistas y competenciales, la
propia administración desconfía profundamente de los profesores; para paliar la
situación se ofrece esta categoría de “autoridad pública” que constata que no
tiene autoridad personal y que jamás puede sustituir la capacidad del profesor
para ganarse la confianza de los alumnos, su reconocimiento y respeto a través
de la superioridad que le confieren sus conocimientos, su capacidad para
ejercer de consejero y tutor y aportarle seguridad.
¿Cuál es tu crítica del constructivismo como actual lenguaje de
las reformas educativas? ¿El esquema constructivista es ya una realidad en las
aulas o sólo en los programas? ¿No crees que el constructivismo toma su fuerza
de una legítima insatisfacción ante el esquema copiar-repetir-memorizar que
tantos hemos padecido? ¿En favor de qué otra concepción de la enseñanza
criticas el constructivismo?
El problema del constructivismo no está en la investigación
teórica sobre el fenómeno del aprendizaje, que es una conjetura razonable entre
otras muchas, sino en el intento de aplicarla de forma generalizada a todo el
sistema educativo, como si esa fuera la única forma de aprender y de entender
los conocimientos. Pero ahora habría que hablar de un concepto más actual, que
llena todas las programaciones de todas las materias en todo el sistema
educativo, desde la primaria hasta la universidad: las competencias. Desde este
punto de vista, todo el entramado educativo se centra en el aprendizaje como
acto individual, en la relación que tiene el alumno respecto al material con el
que trabaja; la idea de educación, así como el papel del profesor, quedan
drásticamente disminuidos. Evidentemente, el niño no aprende por sí solo sino a
través de un material proporcionado por las instancias educativas, programado y
pautado por la política educativa. El objetivo es, por tanto, desplazar el
ángulo de influencia y esquivar la figura del profesor, que es considerado un
obstáculo: su función queda reducida a mantener el orden en el aula. De ahí la
pérdida de autoridad personal e intelectual de la que hablábamos antes y la
necesidad de otorgarle autoridad por ley.
Es cierto que el constructivismo trata de superar el esquema
memorístico y repetitivo, por otra parte cuestionado hace ya mucho tiempo. Sin
embargo, para mostrar que aprender es un fenómeno más amplio y puede tener
otros enfoques, no era necesario cargarse todos los valores de la educación.
La forma en que todo esto se ha llevado a cabo es también muy
criticable. A los profesores se les hace adaptar todos sus conocimientos y
prácticas didácticas a un nuevo enfoque sin mostrarles en qué consiste. Se
reciben unos cuantos mails, se ofrece una conferencia en horas no lectivas, se
publican unos cuantos documentos muy generalistas en internet y se supone que
en el siguiente curso todo el mundo está “educando en competencias”. Es
ridículo. En otros países el profesorado cuenta con periodos de tiempo de
trabajo en los cuales libra de sus horas lectivas para poder formarse en las
nuevas propuestas y también ellos pueden colaborar con aportaciones. En ese
caso el profesor se ve totalmente implicado en su trabajo, no es un simple
objeto de transmisión de proyectos educativos que se dictan desde las
instancias políticas y expertas.
Me preguntas si critico el constructivismo en favor de otra
concepción de la enseñanza. Por supuesto que tengo una idea global de la
educación, un proyecto propio que tal vez algún día me propondré diseñar en
serio, de momento en mi libro solo he trazado ideas sueltas. Te diré sólo dos
pequeños comentarios: primero, la idea hermenéutica de que el lenguaje y el
tiempo histórico atraviesan y constituyen al ser humano, que son sus principios
vitales, me parece un buen punto de partida, ahí el conocimiento y la educación
se unen en el presente vital que experimenta el alumno en el aula. Los
conocimientos no son datos almacenados en la red que podamos tomar en cualquier
momento, sino el constitutivo de la vida social e individual; cada ser humano
es recipiente vivo de los avatares históricos. Segundo: educar para el futuro,
como se dice a menudo, no tiene sentido, el futuro será lo que nosotros
queramos y seamos capaces de crear.
En cierto momento, contrapones la manera de pensar de un experto
(que busca eficacia, buena gestión, técnicas y estrategias adecuadas) y la de
un filósofo (que se pregunta por el sentido, problematiza y complejiza…). La
escuela-empresa pretende educar expertos. ¿Debería la escuela emancipadora
enseñarnos a ser un poco filósofos entonces? No es, desde luego, un saber que
ayude en la vida, de hecho te la hace más difícil (aunque más plena).
La filosofía es un saber transversal e interdisciplinar, y estos
son conceptos muy queridos por los programas de enseñanza. Sin embargo ¿por qué
se desprecia tanto a la filosofía y sólo a base de muchas luchas del
profesorado conseguimos que se mantenga en el bachillerato? La filosofía, desde
Platón hasta Kant, ha hecho hincapié en la necesidad de “saber pensar” para
“saber actuar”, términos que también usan los programas competenciales, aunque
los filósofos ven claramente la necesidad de unir los conceptos a los
contenidos, para poder pensar en algo. Tampoco aquí los pedagogos han pedido
opinión a los filósofos y siguen pensando que la filosofía estorba en la
secundaria.
Insistes en la importancia del papel de los afectos y lo
afectivo en la enseñanza, muy a contracorriente de todas las críticas actuales
que condenan la escucha, la empatía o la comprensión como elementos-clave de
una “pedagogía sesentayochista” que supuestamente contribuye a desarticular el
aula. ¿Cuál es la importancia de lo afectivo? ¿Por qué?
Necesitamos la afectividad como el alimento y esto es algo que
la historia racional de Occidente ha olvidado. Racionalmente nuestra sociedad
es muy potente y emocionalmente un desastre. Si no se trabajan los afectos y el
mundo emocional, no se podrán cambiar las condiciones. Es un tema de
investigación enorme precisamente porque no sabemos nada, pero te diré un par
de cosas: los alumnos más necesitados de afecto son los que menos invitan a
ello, los más airados, esquivos y realmente antipáticos, precisamente por el
abandono en el que viven, solo hace falta que les dirijas una mirada de
comprensión, les preguntes directamente qué les pasa, les dejes hablar, les
hagas una caricia, para comenzar a deshacer el caparazón que se han creado; por
otro lado, nuestra sociedad está muy lejos de aquel proverbio Zen que
aconsejaba “combatir la violencia con dulzura” y creo que es imprescindible,
especialmente para tratar con menores, tener muy en cuenta esta máxima, la
afectividad es, realmente, el único antídoto contra el comportamiento
indeseable, eso sí siempre desde la actitud resuelta y decidida del adulto que
sabe lo que está pasando en el camino a la deriva de un alumno.
Aunque suene arcaico y platónico, sólo se puede acceder al
conocimiento a través del amor y únicamente es posible transmitir y comunicar
algo a los demás por mediación del amor. Algo muy diferente a la “gestión” del
aula. Cierto que la gestión se puede programar y la afectividad no.
Evidentemente las autoridades educativas quieren tener control de lo que se
hace y ese es el problema, pues con sus parámetros no hay educación en sentido
pleno. Es como en el arte, hay un plus que no está explicitado en ninguna
parte, ningún crítico lo puede manifestar ni toda la técnica del mundo lo
posee, pero sin ese ingrediente indescriptible no hay arte.
Se diría que la escuela se desertiza porque se desentiende
(voluntariamente o por simple incapacidad) de gran parte de la vida de los
chicos (lo que les pasa en el exterior del aula). Todo aquello de lo que se
desentiende vuelve como un boomerang y estalla en el aula. Pero sin embargo tu
llamas a (re)construir una escuela-oasis que, abandonando las “utopías
escolares”, los proteja precisamente del afuera. ¿Es posible trazar una
frontera entre oasis (adentro) y desierto (afuera)? ¿No podría darse una relación
no destructiva entre adentro y afuera?
Por supuesto que es muy importante la relación con el exterior.
Los institutos tienen que ser verdaderas instituciones en sus respectivos
pueblos o barrios. Lugares vivos que participen en las actividades comunitarias,
ofrezcan sus bienes culturales al entorno, pequeños santuarios del conocimiento
y el arte que acaben despertando la admiración, el respeto y el afecto de los
alumnos y de la comunidad. Esto fue lo que intenté en mis años de directora y
creo que conseguimos crear un ambiente interior de ilusión y respeto mutuo, de
participación en actividades conjuntas y creaciones propias; de cara al
exterior, la relación con la comunidad se potenció enormemente y la labor del
instituto tuvo un reconocimiento público, lo cierto es que la matrícula del
centro aumentó de forma espectacular.
Por otro lado, creo que es importante cuidar mucho lo que ocurre
dentro del instituto, que al menos en su interior las cosas funcionen, que el
alumno viva el centro como un lugar seguro y en el que se puede expresar con
libertad, a pesar de que afuera todo vaya mal. Al menos puede contar con un
referente. No podemos cambiar el mundo desde el espacio de nuestra pequeña
institución, pero cada uno puede hacer lo que realmente considere válido en su
ámbito concreto de influencia y esperar que actúe la pregnancia.
Hay algo que me ha gustado mucho y en lo que me encuentro muy
reconocido (no creo ser el único): cuando explicas que los problemas de
atención (otra forma de deserción del aula) son insalvables si la enseñanza no
ayuda al chico a encontrar “un rincón que sea verdaderamente suyo”, un punto a
partir del cual pueda “enlazar con el mundo”, sentirse concernido, implicado en
él. ¿Podrías desarrollar un poco más esto?
La escuela tiene que ofrecer un espacio en el que poder crecer,
un lugar donde no todo esté condicionado y programado. Los niños y jóvenes
adquieren su formación y personalidad a partir de todo tipo de vivencias, desde
un poema o un experimento hasta las palabras de un profesor, y en la
posibilidad de poder expresarse e interactuar. Además a la escuela obligatoria
acuden todos y no se puede pretender que todos aprendan exactamente las mimas
cosas con los mismos contenidos y salgan con idénticas competencias. Esta
programación uniforme es absurda y, precisamente, lo que hay que ofrecer es un
espacio en el que los conocimientos circulen y los alumnos puedan “manifestar”
sus inquietudes. Hay que esforzarse en que todos se lleven de la escuela algo
que amen, que despierte su admiración, porque ese es el punto de arranque para
comenzar a sentirse partícipes de lo que se hace en la escuela y fuera de ella.
En este sentido, cuéntame la experiencia del Aula de Filosofía
en el IES de Masnou, ese “espacio en el que pasaban cosas” (de donde salen por
ejemplo las ilustraciones del libro). ¿Cómo funcionaba? ¿Quién se implicó? ¿Qué
cosas pasaban?
Pretendía abrir ese espacio del que hablábamos en el que los
conocimientos aparecen unos junto a otros, procedentes de los intereses de los
alumnos al hilo de la marcha de nuestras actividades lectivas. El aula se iba
llenando con sus aportaciones y se ponían en comunicación cosas muy diversas,
algunos trabajos eran realmente buenos, los alumnos brillantes encontraban un
lugar donde poder lucir su imaginación y creatividad. Pero, en muchos casos,
participaban también los alumnos más descolgados, ese espacio les permitía
traer un pequeño recorte, cuatro frases que formaban una vieja sentencia de
sabiduría popular y que les había llamado la atención; a veces traían su papel
medio arrugado como queriendo seguir siendo pasotas, pero una vez lo habían
comunicado a los demás y habían explicado porqué habían elegido aquello se
sentían bien de haber participado y se animaban a traer algo mejor presentado.
Yo lo viví como una experiencia muy positiva, que convivía con las actividades
concretas que tenía que trabajar en los distintos programas.
El cine se ocupa regularmente de tratar la problemática juvenil
y escolar: Thirteen, Elephant, La clase… ¿Alguna ficción te ha dado qué pensar sobre tu experiencia
cotidiana como docente?
He visto casi todas estas películas que tratan, aunque sea un
poco de lejos, el ámbito de la educación. Me interesa mucho el punto de vista
del cine porque es una manera muy diferente de presentar las cosas. Con el cine
se crea casi inevitablemente un fenómeno de identificación y la reflexión que
hace es a otro nivel. Una película que me influyó mucho mientras escribía el
libro fue Hoy
empieza todo de
Tavernier. Cuando te sitúas en el aula cada día es nuevo y diferente y la labor
que podemos aportar los profesores es, precisamente porque tratamos con
jóvenes, el compromiso de que todo está por hacer.
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