Por Leonardo
Boff
Petrópolis, RJ, Brasil
Vengo
sosteniendo que la crisis actual del capitalismo es más que coyuntural y
estructural. Es terminal.
¿Ha llegado el
final del genio del capitalismo para adaptarse siempre a cualquier
circunstancia? Soy consciente de que pocas personas sostienen esta tesis. Dos
razones, sin embargo, me llevan a esta interpretación.
La primera es la
siguiente: la crisis es terminal porque todos nosotros, pero particularmente el
capitalismo, nos hemos saltado los límites de la Tierra.
Hemos ocupado,
depredando, todo el planeta, deshaciendo su sutil equilibrio y agotando sus
bienes y servicios hasta el punto de que no consigue reponer por su cuenta lo
que le han secuestrado. Ya a mediados del siglo XIX Karl Marx escribía
proféticamente que la tendencia del capital iba en dirección a destruir sus dos
fuentes de riqueza y de reproducción: la naturaleza y el trabajo. Es lo que
está ocurriendo.
La naturaleza
efectivamente se encuentra sometida a un gran estrés, como nunca antes lo
estuvo, por lo menos en el último siglo, sin contar las 15 grandes diezmaciones
que conoció a lo largo de su historia de más de cuatro mil millones de años.
Los fenómenos extremos verificables en todas las regiones y los cambios
climáticos, que tienden a un calentamiento global creciente, hablan a favor de
la tesis de Marx.
¿Sin naturaleza
cómo va a reproducirse el capitalismo?
Ha dado con un
límite insuperable.
El capitalismo
precariza o prescinde del trabajo.
Existe gran desarrollo
sin trabajo. El aparato productivo informatizado y robotizado produce más y
mejor, con casi ningún trabajo. La consecuencia directa es el desempleo
estructural.
Millones de
personas no van a ingresar nunca jamás en el mundo del trabajo, ni siquiera como
ejército de reserva. El trabajo, de depender del capital, ha pasado a
prescindir de él. Esto significa una grave crisis social, como la que asola en
este momento a Grecia. Se sacrifica a toda la sociedad en nombre de una
economía, hecha no para atender las demandas humanas sino para pagar la deuda
con los bancos y con el sistema financiero.
Marx tiene
razón: el trabajo explotado ya no es fuente de riqueza; lo es la máquina.
La segunda razón
está ligada a la crisis humanitaria que el capitalismo está generando. Antes
estaba limitada a los países periféricos. Hoy es global y ha alcanzado a los
países centrales. No se puede resolver la cuestión económica desmontando la
sociedad.
Las víctimas,
entrelazadas por nuevas avenidas de comunicación, resisten, se rebelan y
amenazan el orden vigente. Cada vez más personas, especialmente jóvenes, no
aceptan la lógica perversa de la economía política capitalista: la dictadura de
las finanzas que, vía mercado, somete los Estados a sus intereses, y el
rentabilismo de los capitales especulativos que circulan de unas bolsas a otras
obteniendo ganancias sin producir absolutamente nada a no ser más dinero para
sus rentistas.
Fue el capital
mismo que creó el veneno el que lo puede matar: al exigir a los trabajadores
una formación técnica cada vez mejor para estar a la altura del crecimiento
acelerado y de la mayor competitividad, creó involuntariamente personas que
piensan. Éstas, lentamente van descubriendo la perversidad del sistema que
despelleja a las personas en nombre de una acumulación meramente material, que
se muestra sin corazón al exigir más y más eficiencia, hasta el punto de llevar
a los trabajadores a un estrés profundo, a la desesperación, y en algunos
casos, al suicidio, como ocurre en varios países, y también en Brasil.
Las calles de
varios países europeos y árabes, los "indignados” que llenan las plazas de
España y de Grecia son expresión de una rebelión contra el sistema político
vigente a remolque del mercado y de la lógica del capital. Los jóvenes
españoles gritan: «no es una crisis, es un robo». Los ladrones están afincados
en Wall Street, en el FMI y en el Banco Central Europeo, es decir, son los
sumos sacerdotes del capital globalizado y explotador. Al agravarse la crisis
crecerán en todo el mundo las multitudes que ya no aguantarán las consecuencias
de la superexplotación de sus vidas y de la vida de la Tierra y se rebelarán
contra este sistema económico que ahora agoniza, no por envejecimiento, sino
por la fuerza del veneno y de las contradicciones que ha creado, castigando a
la Madre Tierra y afligiendo la vida de sus hijos e hijas.
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