Ni por un segundo vayan a imaginar
que nos encaminamos hacia una era de energías renovables
TomDispatch.com
21-08-2013
Traducido del inglés para Rebelión
por Sinfo Fernández.
|
En todo lo referente a la energía y la
economía en la era del cambio climático, nada es lo que parece. La mayoría de
nosotros creemos (o queremos creer) que la segunda era del carbono, la Era del
Petróleo, será pronto reemplazada por la Era de las Renovables, al igual que el
petróleo lleva sustituyendo desde hace mucho tiempo la Era del Carbono. El
presidente Obama ofreció exactamente esta visión en un muy alabado discurso sobre
el cambio climático el pasado mes de junio. Es verdad, necesitaremos de los
combustibles fósiles un poco más, señalaba, pero muy pronto serán superados por
energías renovables.
Muchos otros expertos comparten este
punto de vista, que nos asegura que la creciente dependencia del gas natural
“limpio” combinado con ampliadas inversiones en energía solar y eólica
permitirá una transición suave hacia un futuro de energía verde en el que la
humanidad ya no arrojará dióxido de carbón y otros gases invernadero a la
atmósfera. Todo esto suena en efecto prometedor. Solo hay un pequeño
inconveniente: que no es, de hecho, el camino por el que
avanzamos. La industria de la energía no está invirtiendo de forma
significativa en energías renovables. En cambio, está dedicando sus beneficios
históricos a nuevos proyectos de combustibles fósiles que implican ante todo la
explotación de las denominadas reservas “no convencionales” de gas y petróleo.
El resultado es indiscutible: la
humanidad no está entrando en un período que estará dominado
por las energías renovables, sino que está iniciando la tercera gran era del
carbono: la Era del Petróleo y Gas No Convencionales.
Que nos estamos embarcando en una nueva
era del carbono es cada vez más evidente y debería perturbarnos a todos. En
cada vez más regiones de EEUU, y en un creciente número de otros países, se
está utilizando la fracturación
hidráulica –el uso de columnas de agua a alta presión para
desmenuzar las formaciones subterráneas de esquisto y liberar las reservas de
petróleo y gas natural atrapadas en su interior-. Mientras tanto, en Canadá,
Venezuela y otros lugares se está acelerando la explotación de
petróleos pesados a partir de carbón sucio y de las formaciones de arenas
bituminosas.
Es cierto que cada vez se construyen
más variedades de parques eólicos y solares, pero aunque parezca mentira se
espera que en las próximas décadas la inversión en extracción y distribución de
combustibles fósiles no convencionales supere, y mucho, al gasto en renovables,
al menos en una ratio de tres a uno.
Según la Agencia Internacional de la
Energía (IEA, por sus siglas en inglés), una organización intergubernamental
dedicada a la investigación, que tiene su sede en París, la inversión acumulada
en el mundo en extracción y procesamiento de nuevos combustibles fósiles
alcanzará un total de alrededor de 22.870 billones de
dólares entre 2012 y 2035, mientras que la inversión en renovables, energía
hidráulica y energía nuclear supondrá una cifra de unos 7.320 billones de
dólares. Para esos años, se espera que solo las inversiones en petróleo,
estimadas en 10.320 billones de dólares, superen el gasto dedicado a la energía
eólica, solar, geotérmica, biocombustibles, hidráulica, nuclear y cualquier
otra forma de energía renovable combinadas.
Además, como explica la IEA, una parte
cada vez mayor de esa asombrosa inversión en combustibles fósiles se dedicará a
formas no convencionales de petróleo y gas: arenas bituminosas canadienses,
crudo extrapesado venezolano, petróleo y gas de esquistos bituminosos,
depósitos energéticos situados en el Ártico y en las profundidades oceánicas, y
otros hidrocarburos derivados de reservas energéticas anteriormente
inaccesibles. La explicación de lo anterior es bastante simple. Los suministros
mundiales de petróleo y gas convencional –combustibles derivados de reservas de
fácil acceso que requieren de un procesamiento mínimo- están desapareciendo
rápidamente. Como se espera que la demanda mundial de combustibles fósiles aumente en un
26% de aquí a 2035, los combustibles no convencionales tendrán
que proporcionar una gran parte de la energía mundial.
En un mundo así, una cosa es segura:
las emisiones globales de carbono se dispararán más allá de nuestras más
desfavorables previsiones, lo que significa que las intensas oleadas de
calor serán habituales y que las escasas zonas vírgenes que nos quedan quedarán
aniquiladas. El planeta Tierra será un lugar mucho más duro y abrasador
–posiblemente a niveles inimaginables-. Desde esta perspectiva, merece la pena
explorar con más profundidad cómo es que hemos acabado en este atolladero, en
otra era del carbono.
La primera era del carbono
La primera era del carbono empezó a
finales del siglo XVIII, con la introducción de la máquina de vapor alimentada
con carbón y su aplicación generalizada a toda clase de empresas industriales.
El carbón, inicialmente utilizado para las fábricas textiles y las plantas
industriales, se empleó también para el transporte (barcos y ferrocarriles de
vapor), la minería y la producción de hierro a gran escala. En efecto, lo que
llamamos ahora Revolución Industrial se vio en gran medida posibilitada por la
creciente aplicación del carbón y la máquina de vapor a las actividades
productivas. Finalmente, el carbón se utilizaría para generar también
electricidad, un campo en el que sigue siendo dominante en la actualidad.
Esa fue la época en la que enormes
ejércitos de infortunados trabajadores construyeron los ferrocarriles
continentales y enormes fábricas textiles mientras proliferaban y crecían las
grandes ciudades industriales. Fue la era, sobre todo, de la expansión del
Imperio Británico. Durante un tiempo, Gran Bretaña fue el mayor productor y
consumidor de carbón, el principal fabricante del mundo, su primer innovador
industrial y la potencia dominante, y todos esos atributos estaban
inextricablemente conectados. A través del dominio de la tecnología del carbón,
una pequeña isla frente a las costas de Europa pudo acumular inmensas riquezas,
desarrollar el armamento más avanzado del mundo y controlar las rutas marítimas
del planeta.
La misma tecnología del carbón que dio
a los británicos esas ventajas globales también provocó a su paso una miseria
inmensa. Como señalaba el analista de la energía Paul Roberts en su obra The End of Oil , el
carbón que se consumía entonces en Inglaterra era de la variedad lignito pardo
“plagado de azufre y otras impurezas”. Cuando se quemaba, “producía un humo
acre y asfixiante que hacía que escocieran los ojos y los pulmones y ennegrecía
paredes y ropas”. A finales del siglo XIX, el aire de Londres y de otras
ciudades alimentadas con carbón estaba tan contaminado que “los árboles se
morían, las fachadas de mármol se deshacían y las enfermedades respiratorias se
hacían epidémicas”.
Para Gran Bretaña y otras primeras
potencias industriales, la sustitución del carbón por el petróleo y el gas fue
una bendición que permitió mejorar la calidad del aire, restaurar las ciudades
y reducir las enfermedades respiratorias. Desde luego, la Era del Carbón no ha
terminado en muchas partes del mundo. En China y en la India, entre otros
lugares, el carbón sigue siendo la principal fuente de energía, condenando a
sus ciudades y poblaciones a una versión siglo
XXI del Londres y Manchester del siglo XIX.
La segunda era del carbono
La Era del Petróleo empezó en 1859 con la
producción comercial iniciada en el oeste de Pensilvania, pero solo despegó
tras la II Guerra Mundial con el explosivo crecimiento de la propiedad del
automóvil. Antes de 1940, el petróleo jugaba un papel importante en la
iluminación y lubricación, entre otras aplicaciones, pero seguía estando
subordinado al carbón; después de la guerra, el petróleo se convirtió en la
principal fuente de energía del mundo. De 10 millones de barriles al día en
1950, el consumo global se disparó a 77 millones en 2000, una bacanal de
medio siglo quemando combustibles fósiles.
Un elemento fundamental en el
predominio mundial del petróleo era su estrecha asociación con el motor de
combustión interna (MCI). Debido a la superior portabilidad del
petróleo y a su intensidad energética (es decir, la cantidad de energía que
libera por unidad de volumen), lo convierte en el combustible ideal para MCI
versátiles. Al igual que el carbón alcanzó su importancia al alimentar los
motores de vapor, lo mismo sucedió con el petróleo al alimentar las crecientes
flotas de coches, camiones, aviones, trenes y buques del mundo. Actualmente, el
petróleo proporciona el 97% de
toda la energía utilizada en el transporte mundial.
La prominencia del petróleo se aseguró
también por su creciente utilización en la agricultura y en la guerra. En un
período relativamente corto de tiempo, los tractores alimentados con petróleo y
otras maquinarias agrícolas sustituyeron a los animales como fuente energética
fundamental en las granjas de todo el mundo. Una transición parecida se produjo
en el moderno campo de
batalla, con tanques y aviones accionados con petróleo sustituyendo
a la caballería como principal fuente de potencia ofensiva.
Esos fueron los años de la propiedad
masiva de automóviles, autopistas continentales, suburbios interminables,
centros comerciales gigantes, vuelos baratos, agricultura mecanizada, fibras
artificiales y –por encima de todo- de la expansión global del poder
estadounidense. Como EEUU poseía reservas inmensas de petróleo, fue el primero
en dominar la tecnología de la extracción y refinamiento del petróleo y el que
más éxito tuvo a la hora de utilizar el petróleo en el transporte, la industria
manufacturera, la agricultura y la guerra, destacando como el país más rico y
más poderoso del siglo XXI, una saga contada con gran deleite por el
historiador energético Daniel Yergin en The Prize .
Gracias a la tecnología del petróleo, EEUU pudo acumular niveles asombrosos de
riquezas, desplegar ejércitos y bases militares por todos los continentes y
controlar las rutas marítimas y aéreas del mundo, extendiendo su poder a cada
rincón del planeta.
Sin embargo, al igual que Gran Bretaña
experimentó las consecuencias negativas de su excesiva dependencia del carbón,
igualmente EEUU –y el resto del mundo- ha sufrido ya de diversas formas su
dependencia del petróleo. Para garantizar la seguridad de sus fuentes de
suministro en el exterior, Washington ha establecido tortuosas relaciones con
proveedores extranjeros de petróleo y ha combatido varias costosas y
debilitantes guerras en la región del Golfo Pérsico, una sórdida historia que
expongo en Blood and Oil . La
exagerada dependencia de los vehículos de motor para el transporte personal y
comercial ha dejado el país mal equipado para lidiar con las periódicas
interrupciones de suministros y los repuntes en los precios. Pero, sobre todo,
el inmenso incremento del consumo de petróleo –aquí y en todas partes- ha
producido el correspondiente
aumento de las emisiones de dióxido de carbono, acelerando el
calentamiento planetario (un proceso que empezó durante la primera era del
carbón) y exponiendo al país a los cada vez más devastadores efectos del cambio
climático.
La Edad del Petróleo y Gas No
Convencionales
El crecimiento explosivo de la
automoción y los viajes en avión, la suburbanización de partes importantes del
planeta, la mecanización de la agricultura y la guerra, la supremacía global de
EEUU y el comienzo del cambio climático: estos han sido los distintivos de la
explotación del petróleo convencional. En el momento presente, la mayor parte
del petróleo del mundo se produce aún en unos pocos cientos de gigantescos
campos petrolíferos en Irán, Iraq, Kuwait, Rusia, Arabia Saudí, los EAU, EEUU y
Venezuela, entre otros países; algún petróleo más se obtiene aún en
campos alejados de la costa en el Mar del Norte, el Golfo de Guinea y el Golfo
de México. Este petróleo sale del suelo en forma líquida y necesita
relativamente de escaso procesamiento antes de refinarlo para convertirlo en
combustibles comerciales.
Pero ese petróleo convencional está
desapareciendo. Según la IEA, los principales campos que actualmente
proporcionan la parte del león del petróleo mundial perderán las dos terceras
partes de su producción en los próximos veinticinco años, con un resultado neto
que se hunde desde 68 millones de barriles al día en 2009 a solo 26 millones de
barriles en 2035. La IEA nos asegura que el nuevo petróleo que se encuentre
sustituirá esa pérdida de suministros, pero que la mayor parte provendrá de
fuentes no convencionales. En las próximas décadas, los petróleos no
convencionales representarán una porción creciente de las existencias de
petróleo mundial, convirtiéndose finalmente en nuestra principal fuente de
suministros.
Lo mismo sucede con el gas natural, la
segunda fuente más importante de energía del mundo. La oferta global de gas
convencional, al igual que la de petróleo convencional, está reduciéndose y
cada vez dependemos más de fuentes no convencionales de energía, especialmente de
la proveniente del Ártico, los profundos océanos y las rocas de esquisto,
obtenidos mediante la fracturación hidráulica.
En cierto modo, los hidrocarburos no
convencionales son similares a los combustibles convencionales. Ambos están en
gran medida compuestos de hidrógeno y carbono, y al quemarse producen gran
calor y energía. Pero, a la larga, las diferencias entre ellos supondrán para
nosotros diferencias cada vez mayores. Los combustibles no
convencionales –especialmente los petróleos pesados y las arenas
bituminosas - tienden a tener una proporción más alta de
carbono e hidrógeno que el petróleo convencional, y por eso liberan más dióxido
de carbono cuando se queman. El petróleo del Ártico y de las profundidades del
mar necesita mayor energía para su extracción y, en consecuencia, provoca
emisiones de carbono más altas en su propia producción.
“Muchas de las nuevas variedades de
combustibles derivados del petróleo no se parecen en absoluto al petróleo
convencional”, escribió en
2012 Deborah Gordon ,
especialista en el tema en el Carnegie Endowment for International
Peace. “Los petróleos no convencionales tienen a ser pesados, complejos,
cargados de carbono y están encerrados en lo más profundo de la tierra,
estrechamente atrapados o unidos a la arena, el alquitrán y las rocas”.
Con mucho, la consecuencia más
preocupante de la naturaleza distintiva de los combustibles no convencionales
es su extremado impacto en el medio ambiente. Como a menudo se caracterizan por
ratios más altas de carbono y de hidrógeno, y por lo general necesitan mucha
más energía para poder extraerlos y convertirlos en materiales utilizables,
producen más emisiones de dióxido de carbono por unidad de energía liberada.
Además, muchos científicos creen que el proceso que produce gas de esquisto,
saludado como combustible fósil “limpio”, causa amplias
liberaciones de metano, un gas invernadero especialmente
potente.
Todo esto significa que mientras siga
creciendo el consumo de combustibles fósiles, se estarán arrojando a la
atmósfera grandes cantidades de C02 y metano que, en vez de reducir, acelerarán
el calentamiento global.
Y hay otro problema asociado con la
tercera era del carbono: la producción de petróleo y gas no convencional requiere de
inmensas cantidades de agua para las operaciones de fracturación, a fin de
extraer las arenas bituminosas y los petróleos muy pesados y para facilitar el
transporte y refinamiento de esos combustibles. Esto provoca una creciente
amenaza de contaminación
del agua , especialmente en las zonas de producción con
intensas fracturaciones y arenas bituminosas, además de una alta competitividad
y lucha por el acceso a los
suministros de agua entre perforadores, campesinos, autoridades
municipales y otros. Cuando el cambio climático se intensifique, la sequía será
la norma en muchas áreas y, por ello, la competición cada vez más feroz.
Junto con estos y otros impactos
medioambientales, la transición de los combustibles convencionales a los no
convencionales tendrá consecuencias económicas y geopolíticas difíciles de
valorar en este momento. Para empezar, la explotación de las reservas de
petróleo y gas no convencionales en regiones anteriormente inaccesibles implica
la introducción de tecnologías productivas de última generación, incluyendo las
perforaciones en el Ártico y en mares profundos, la fracturación hidráulica (hydro-fracking)
y el tratamiento de arenas bituminosas. Una de las consecuencias es que
alterará la industria global energética al hacer aparecer compañías innovadoras
que posean las tecnologías y determinación para explotar los nuevos recursos no
convencionales; al igual que sucedió durante los primeros años de la era del
petróleo cuando surgieron nuevas compañías para explotar las reservas
petrolíferas del mundo.
Esto ha quedado muy evidenciado en el
desarrollo del gas y esquisto bituminoso. En muchos casos, firmas más pequeñas
y arriesgadas, como Cabot Oil and Gas, Devon Energy Corporation, Mitchell
Energy y Development Corporation, concibieron y desarrollaron rompedoras
tecnologías. Estas y otras compañías similares fueron pioneras en
el uso de la fracturación hidráulica para extraer petróleo y gas de formaciones
de esquisto en Arkansas, Dakota del Norte, Pensilvania y Texas, desatando
después una estampida de las compañías energéticas más grandes para hacerse
también con su propio trozo del pastel en esas zonas. Para aumentar su
participación, las firmas gigantes están devorando a las de tamaño pequeño y
mediano. Entre las absorciones más destacadas tenemos la compra por
ExxonMovil en 2009 de XTO por 41.000 millones de dólares.
Esa transacciones ponen de manifiesto
un rasgo especialmente preocupante de esta nueva era: el despliegue de fondos
masivos por parte de las grandes de la energía y sus patrocinadores financieros
para adquirir participaciones en la producción de formas no convencionales de
petróleo y gas, con sumas que exceden enormemente las de inversiones
comparables, tanto en el campo de los hidrocarburos como en el de las energías
renovables. Para estas compañías está claro que la energía no convencional es
el próximo boom y, al igual que las firmas más
rentables de la historia, están dispuestas a gastar sumas
astronómicas para asegurar que continúan siendo rentables. Si esto significa
empezar a pensar que invertir en energías renovables es un timo, amén. “Sin un
esfuerzo que diseñe políticas concertadas” que favorezcan el desarrollo de las
renovables, advierte Gordon en el Carnegie, las inversiones futuras
en el campo energético “probablemente seguirán fluyendo de forma
desproporcionada hacia el petróleo no convencional”.
Es decir, habrá una preferencia
institucional cada vez más pronunciada entre las empresas energéticas, los
bancos, las agencias crediticias y los gobiernos por la producción de
combustibles fósiles de próxima generación, lo que aumentará la dificultad para
establecer frenos nacionales e internacionales a las emisiones de carbono. Esto
se hace evidente, por ejemplo, en el constante apoyo de
la administración Obama a las perforaciones en mares profundos y al desarrollo
del gas pizarra, a pesar de su pretendido compromiso con la reducción de las
emisiones de carbono. Es igualmente evidente en el creciente interés
internacional por el desarrollo de las reservas de petróleos pesados y
esquistos bituminosos mientras van recortándose las inversiones en energías
renovables.
Al igual que en los campos económico y
medioambiental, la transición del petróleo y gas convencional al no
convencional tendrá un impacto considerable, en gran medida todavía sin
definir, en los asuntos políticos y militares.
Las compañías estadounidenses y
canadienses están jugando un papel decisivo en el desarrollo de muchas de las
nuevas tecnologías a aplicar a los combustibles no convencionales; además,
algunas de las reservas de gas y petróleo no convencionales del mundo están
situadas en América del Norte. Todo esto sirve para reforzar el poder global de
EEUU a expensas de otros productores energéticos mundiales como Rusia y
Venezuela, que se enfrentan a la creciente competición de las compañías
norteamericanas y de estados importadores de energía como China y la India, que
carecen de recursos y tecnología para producir combustibles no convencionales.
Al mismo tiempo, Washington parece inclinarse más por
contrarrestar el ascenso de China a través del dominio sobre las rutas
marítimas globales y de reforzar sus lazos militares con aliados regionales
como Australia, India, Japón, Filipinas y Corea del Sur. Muchos factores son
los que están contribuyendo a este cambio estratégico, pero, por sus
declaraciones, está bastante claro que los altos funcionarios estadounidenses
lo consideran en gran medida una consecuencia de la creciente autosuficiencia
de EEUU en la producción energética y su precoz dominio de las tecnologías de
última generación.
“La nueva postura energética de EEUU
nos permite enfrentar [el mundo] desde una posición de mayor fortaleza”, afirmó
el asesor de seguridad nacional Tom Donilon en
un discurso
pronunciado en abril en la Universidad de Columbia. “Aumentar
los suministros de energía estadounidense sirve de amortiguador para reducir
nuestra vulnerabilidad ante las interrupciones del suministro global y nos
permite presentar un pulso más firme en la búsqueda e implementación de
nuestros objetivos internacionales de seguridad”.
Mientras tanto, los dirigentes de EEUU
pueden permitirse alardear de su “pulso más firme” en los asuntos mundiales
porque ningún otro país posee las capacidades para explotar recursos no
convencionales a tan gran escala. Sin embargo, al tratar de obtener beneficios
geopolíticos de la creciente dependencia mundial de esos combustibles,
Washington está invitando inevitablemente a que los demás contraataquen de
diversas formas. Las potencias rivales, temerosas y resentidas por su
asertividad geopolítica, incrementarán sus capacidades para resistir frente al
poder estadounidense; una tendencia ya evidente en la acelerada construcción
naval y de misiles de China.
Al mismo tiempo, otros Estados tratarán
de desarrollar su propia capacidad para explotar recursos no convencionales
mediante lo que podría considerarse una versión de la carrera armamentística en
el terreno de los combustibles fósiles. Esto necesitará de considerables
esfuerzos, pero esos recursos están ampliamente
distribuidos por el planeta y, con el tiempo, aparecerán seguro
otros productores importantes de combustibles no convencionales que desafiarán
la ventaja de EEUU en este campo (incluso aumentando la resistencia y
destructividad global de la tercera era del carbono). Tarde o temprano, gran
parte de las relaciones internacionales girarán alrededor de estas cuestiones.
Sobreviviendo a la tercera era del
carbono
A menos que se produzcan cambios
inesperados en las políticas y conductas globales, el mundo va a depender cada
vez más de la explotación de energías no convencionales. Esto, a su vez,
implica el incremento en la acumulación de gases invernadero y muy pocas
posibilidades de evitar el comienzo de catastróficos
efectos climáticos. Sí, también seremos testigos del progreso en el
desarrollo e instalación de formas renovables de energía, pero estás jugarán un
papel subordinado frente al desarrollo del petróleo y gas no convencionales.
La vida no va a ser muy satisfactoria
en la tercera era del carbono. Quienes confían en los combustibles fósiles para
el transporte, la calefacción y usos similares quizá puedan consolarse con el
hecho de que el petróleo y el gas natural no se van a agotar pronto, como
muchos analistas de la energía predijeron en los primeros años de este siglo.
Los bancos, las corporaciones de la energía y otros intereses económicos
amasarán sin duda asombrosos beneficios de la explosiva expansión de las
empresas dedicadas al petróleo no convencional y de los aumentos globales en el
consumo de esos combustibles. Pero la mayoría de nosotros no vamos a sentir
recompensa alguna. Bien al contrario. Tendremos que experimentar el malestar y
sufrimiento que acompañan al calentamiento del planeta, la escasez de los
disputados suministros del agua en muchas regiones y el destripamiento del
paisaje natural.
¿Qué puede hacerse para acortar la
tercera era del carbono y evitar lo peor de sus consecuencias? Exigir mayores
inversiones en energía renovable es esencial pero insuficiente en un momento en
que las potencias mundiales actuales están haciendo hincapié en el desarrollo
de los combustibles no convencionales. Hacer campaña para frenar las emisiones
de carbono es necesario, pero será indudablemente problemático, dada la
inclinación cada vez más profunda de las instituciones hacia la energía no
convencional.
Además de esos esfuerzos, es necesario
impulsar la divulgación de las peculiaridades y peligros de la energía no
convencional y demonizar a quienes deciden invertir en esos combustibles en vez
de en energías alternativas. En ese sentido, ya están en marcha diversos
esfuerzos, incluidas las campañas
iniciadas por los estudiantes para persuadir u obligar a los
administradores universitarios a que desinviertan cualquier aportación a las
empresas de combustibles fósiles. Sin embargo, esos esfuerzos son muy poca cosa
aún para identificar y resistir frente a los responsables de nuestra creciente
dependencia de los combustibles no convencionales.
A pesar de toda la charla del
Presidente Obama sobre la revolución de la tecnología verde, seguimos profundamente
atrincherados en un mundo dominado por los combustibles fósiles, y la única
revolución verdadera que hay ahora en marcha implica el cambio de un tipo de
esos combustibles fósiles a otro. Sin duda que es la fórmula ideal para la
catástrofe global. Para poder sobrevivir a esta era, la humanidad debe ser muy
consciente de las implicaciones de este nuevo tipo de energía y después dar los
pasos necesarios para comprimir la tercera era del carbono y acelerar la Era de
las Renovables antes de que nos extingamos a nosotros mismos de este planeta.
Michael T. Klare es profesor de
estudios por la paz y la seguridad mundial en el Hampshire College y
colaborador habitual de TomDispatch.com. Es autor de “ The Race for What's Left: The
Global Scramble for the World's Last Resources” (Metropolitan
Books) y en edición de bolsillo (Picador).
Fuente original: http://www.tomdispatch.com/post/175734/tomgram%3A_michael_klare%2C_how_to_fry_a_planet/#more
No hay comentarios:
Publicar un comentario