PUBLICADO POR ACUARELA ON DOMINGO, 28 DE
ABRIL DE 2013
HECHIZOS
Los hechizos son los dispositivos de
poder que se hacen cargo del mundo –salud o educación, lenguaje o pensamiento,
seguridad o relación con la naturaleza- en nuestro nombre y por nosotros. Nos
fascinan y paralizan, convirtiéndonos en víctimas dispensadas de pensar y
creer, irresponsables. Canalizan nuestro malestar, a menudo contra un chivo
expiatorio, pero no dan ninguna respuesta de verdad a los problemas de fondo.
De hecho, ocultando sus condiciones, debilitando nuestras capacidades y
bloqueando toda posibilidad de transformación, los hechizos preparan en
realidad nuevos desastres.
Versión íntegra de la
entrevista aparecida en Público (28-2-2009).
Emmánuel
Lizcano (Madrid, 1950) imparte sociología del conocimiento en la UNED. Un
impulso libertario anima desde siempre su reflexión crítica, que explora los
vínculos entre formas de pensar y modos de vida buscando articulaciones
emancipadoras entre ambas. Su último libro se titula Metáforas
que nos piensan(Ediciones Bajo Cero/Traficantes de Sueños).
Los discursos hegemónicos sobre la crisis tratan de hacer pasar sus metáforas
por las cosas mismas. Así, nos imponen sutilmente descripciones de la realidad,
bloquean otras posibles miradas y suscitan sentimientos de miedo e impotencia.
Nos mantienen dormidos.
¿Por qué afirmas que los discursos sobre la crisis son parte de
la crisis misma?
En
primer lugar porque, como decía Zhuang zi, a las cosas las hacen los nombres
que se les dan. Y qué cosa sea –o deje de ser- eso que llamamos crisis depende
del modo en que se hable de ella. Pero, en segundo lugar, cuando la ‘cosa’ así
construida es una cuestión de fe, crédito y confianza –como son las cosas de la
economía del dinero-, el que esa fe se pierda o recupere depende en gran medida
de los discursos, de las maneras de hablar. La brecha entre lo que las
autoridades (económicas o políticas) pretenden que creamos y el crédito que estamos
dispuestos a darles sólo se puede salvar con palabras persuasivas: ésa es la
función de la ideología.
Analizas los discursos
a partir de las metáforas que ponen en juego, ¿por qué?, ¿qué nos permiten
entrever?
Las
cosas nunca son como son. Son como son para alguien, son como
son desde un cierto punto de vista. Sólo el ojo
de Dios –y el de sus impostores- las ve desde ningún lugar. Las metáforas nos
dicen desde qué perspectiva ve las cosas –o quiere que las veamos los demás-
quien habla de ellas. Aquél que consigue que se vea a Hamas como un ‘cáncer terrorista’ está sembrando la
legitimación posterior de los ‘bombardeos quirúrgicos’.
¿Cuál es la fuerza
real de las metáforas para generar conformidad y obediencia en los
comportamientos efectivos? ¿Nos creemos “literalmente” las metáforas?
Nos
creemos precisamente aquellas metáforas que no creemos que lo son; aquéllas que
creemos que son literalmente las cosas mismas. Cuando te responden con eso de
“Lo que dices está muy bien, pero los números hablan por sí mismos y lo que
dicen los números es que…”, te tapan la boca. O contestas con un “¡No! Lo que
en realidad dicen los números es que…”. En lo que no sueles caer es en que los
números no hablan, y menos aún por sí mismos. La creencia en la locuacidad de
las cifras forma parte de tus creencias hasta que no caes en que es una
metáfora que te está pensando a ti, cuando estabas creyendo que eras tú quien
la usaba para pensar por ti mismo. En general somos muy perspicaces para captar
la irracionalidad de las creencias ajenas a través de sus metáforas: ¿cómo
puede alguien sensato creer en una ‘virgen madre’ o en un ‘castigo del cielo’?
Pero nos tenemos por bien sensatos cuando creemos en ‘la voluntad de la
mayoría’ o en que hay ‘números naturales’. Como buenos creyentes, creemos que
creencias son siempre las de los otros.
Disciernes
fundamentalmente tres grupos de metáforas sobre la crisis en el discurso
mediático/político. Empecemos por lo que llamas “metáforas de naturalización”,
¿cuáles son?, ¿qué nos prescriben y qué nos impiden ver?
Cuando
se habla del “tsunami provocado por el desplome de los
fondos monetarios”, de la “sequía crediticia” o de “la fuerza del huracán financiero” se nos están presentando
fenómenos propiamente económicos como si fueran fuerzas desatadas de la
naturaleza. El primer efecto retórico consiste en anular toda responsabilidad
por la crisis. Nadie es responsable de los tsunamis o las sequías, luego nadie
es responsable de la crisis. Una vez construida así la irresponsabilidad
particular, queda el terreno abonado para declararnos responsables a todos en
general: ahora resulta que quien no consuma lo suficiente, contribuye a ahondar
la crisis. Un segundo efecto es inyectar miedo y resignación ante lo que se
construye como inevitable y universal. Nadie puede escapar a las leyes de la
economía, del mismo modo en que nadie escapa a la ley de la gravedad. El
segundo efecto se produce, como bien apuntas, en lo que estas metáforas impiden
ver. Si los fenómenos económicos son naturales, dado que naturaleza –como
madre- no hay más que una (la naturaleza), tampoco puede haber más
que una economía: la economía. Cualquier
alternativa (ya sea en términos de otros modelos económicos, ya en términos de des-economizar tantas facetas de la vida como nos han
economizado: “capital humano”, “coste de
la vida”, etc.) no puede ser sino un dislate, una quimera o ganas de hacer el
ridículo. Como decía Vargas Llosa, quien se oponga a las leyes de la economía,
que se tire por la ventana y verá si funciona o no la gravedad. Lo curioso es
que si en el novelista esa analogía trasluce ideología descarada, en el
bombardeo de metáforas como las anteriores por la prensa salmón es el propio
discurso de los expertos el que se revela intrínsecamente ideológico. Si se
leen los razonamientos económicos como argumentos novelísticos o como poesía
(aunque sea poesía de madera), tanta ‘expertez’ resulta un puro despropósito.
El segundo grupo son
las metáforas médicas. ¿Qué descripción de la crisis imponen? ¿Qué nos ponen
“ante los ojos”?
Una vez construidos ciertos movimientos del dinero como si fueran cosas, y aún
cosas naturales, una nueva vuelta de tuerca metafórica consiste en presentarlos
como organismos vivos. Más aún, como seres humanos dolientes necesitados de
solícitos cuidados médicos. La elevada exposición de los bancos –se nos ha repetido
machaconamente, con unas metáforas médicas u otras- a los activos
tóxicos ha
desencadenado una epidemia financiera que ha producido un efecto
contagio en la
economía real. La patología de la crisis requiere, pues, de un correcto diagnóstico que inyecte liquidez en grandes
dosis en el cuerpo de la economía para alimentar los flujos de capital, regenerar los fondos monetarios y potenciar las reservas de los depósitos. Así se evitará el estrangulamiento del crédito (que es su sistema
sanguíneo) y que proliferen las metástasis.
Poco importa, para la supuesta racionalidad económica, que todo este cúmulo de
metáforas médicas sea incompatible con la anterior aglomeración de metáforas
climáticas y geológicas. Como tampoco importa que también las metáforas médicas
sean incongruentes entre sí (¿intoxicación o contagio?, ¿metástasis o
estrangulamiento?). Lo importante es la superposición de efectos retóricos, la
fabricación de los sentimientos del personal. Miedo ante el huracán desatado,
compasión ante el enfermo… ¿quién es tan cruel como para negarse a que su
dinero/sangre se emplee en las urgentes transfusiones que paren la hemorragia a
chorros del paciente, aunque sea un paciente financiero?
Y, una vez más, están las perspectivas que estas metáforas bloquean. Si la economía
(o los flujos de capital, o el sistema crediticio) es el enfermo, no puede ser
la enfermedad. Si el diagnóstico es de estancamiento, parálisis o incluso
retracción del natural crecimiento económico que ahora yace
en la camilla, es que es ese crecimiento económico ilimitado el que sufre y no,
como algún malpensado hubiera podido sospechar, el que nos hace sufrir. No, el
crecimiento incesante (de los beneficios, del PIB, de la producción…), aunque
pudiera verse como un cáncer, no puede serlo, por la sencilla razón de que es
él quien tiene un cáncer.
Y, por último, hablas
de las metáforas de personificación, ¿cuáles son?, ¿qué función tienen?, ¿qué
efectos?
Este es el punto más interesante. Una vez naturalizado y humanizado, como
paciente, el tinglado económico (o sus componentes), ¿hay algo más lógico que
acabar de dotarle del resto atributos humanos? Así, se habla con toda
naturalidad de que los mercados castigan a las divisas, de que los parquets se
angustian o las
Bolsas responden con alegría, de cubrir las necesidades del mercado, de que el Ibexvive pendiente de Europa, de que las empresas tienen sed de liquidez o de que la crisis ha
demostrado que hay
que regular el comportamiento de los mercados. Lo que se cosificó, naturalizó y
medicalizó termina así adquiriendo rango de persona, persona ya autónoma que
siente y actúa como tú o como yo, con sus alegrías y depresiones, sus
necesidades y sus frivolidades, y hasta la capacidad racional de demostrar esto
o aquello. O sea, se convierte en un fetiche, es nuestro propio poder enajenado
que se independiza y se nos impone desde fuera como una voluntad inapelable e
implacable.
¿Son diferentes las
metáforas a izquierda y derecha sobre la crisis? ¿Y sobre los “remedios”?
No. No en el registro profundo del imaginario colectivo que hemos visto aflorar
en todas estas formas de hablar. Ambas fetichizan sin cesar. Aunque cada una
reclama más o menos poderes para uno u otro de los fetiches que ambas alimentan
(Mercado y Estado), las figuras de personificación son perfectamente intercambiables:
“Kuwait ha sufrido también el contagio” puede referirse
tanto al sufrimiento de la economía kuwaití, como al de su Estado. Las
desavenencias entre derecha e izquierda en torno al diagnóstico de la crisis, a la terapia a seguir y a los sacrificios que nos
exige no pueden dejar
de recordar las disputas que se dieron entre católicos y protestantes en torno
a cuál de las dos versiones del dios era la más verdadera. Los discursos de
izquierda no niegan, por ejemplo, la voluntad de los mercados, aunque –es decir,
precisamente porque- exigen ponerle coto mediante la
voluntad de
los estados. Una y otra sólo difieren en la condición del médico, en si la regeneración y la salvación del supuesto enfermo vendrán de un
“Mercado saneado” o de los “órganos del Estado”, en si menos mano
invisible del mercado
o más protagonismo del cuerpo social.
Muchos discursos nos
vienen a decir (aunque sea subliminalmente) que no hay afuera, que no hay
salida, que estamos secuestrados por un sistema que nos da la vida (consumo, etc.)
y cuya desaparición acarrearía la nuestra propia. Por tanto hay que “apretarse
el cinturón”. ¿Cómo analizas las metáforas que “hablan” en términos de unidad y
sacrificio?
Todo fetiche exige sacrificios. Nos creemos modernos porque no sacrificamos a ídolos
falsos. No, nosotros sacrificamos al único Dios verdadero.
¿Qué metáforas
críticas se utilizan entre quienes quieren erosionar la confianza y no
restaurarla, qué otras descripciones de la crisis sugieren?
No
abundan las metáforas críticas. Muchas de las críticas asumen las metáforas
fundamentales y se condenan a perpetuarlas. Plantearse, por ejemplo, maneras
alternativas de afrontar la crisis, de encararla o arrostrarla, es seguir
personificándola. Al prestarle rostro, al hacerle cara, seguimos
dando vida al fetiche. Hay quienes hablan, no de hacerle
frente, sino de darle la espalda. Así se
expresa el entorno del Movimiento de Parados y Precarios en Lucha francés, que
se agrupan en buen número con sus carritos de la compra repletos en las cajas
de algún gran supermercado, arman el lío, y se marchan sin pagar. Dar la
espalda a la mediación del dinero que el sistema postula como necesaria,
progresiva y universal es jugar a otro juego, en vez de refinar las reglas del
juego o patalear porque se pierde en el que se postula como único juego
posible. Los viejos anarquistas lo llamaban ‘acción directa’. A su manera, lo
están haciendo los millones de chinos se vuelven estos días al campo, dando la
espalda a esas ciudades en las que anida la crisis. O los peulo
los djola que
conocí en Senegal, que viven casi de espaldas a la crisis porque la mayor y más
importante parte de sus actividades corre por los márgenes de los flujos del
dinero.
¿Podemos jugar con las
metáforas del poder, darles la vuelta, volverlas contra ellos, hacerles decir
otra cosa (otros “contagios” ahora horizontales entre sujetos rebeldes, otros
“virus” de la revuelta, señalar hasta qué punto los “sistemas inmunitarios” son
a veces los enemigos del “cuerpo” al que protegen, etc.)?
Podemos,
y de hecho se está haciendo. La gente lo hace sin parar, y a menudo como casi
sin querer. El otro día sacaban en la tele a una señora que debía acabar de
quitarse los rulos; preguntada por la crisis, contestaba algo así como:
“¡Estaba visto! ¡Es que con esto de los neuros nos están volviendo locos!”. Los neuros,
¡qué gran hallazgo semántico! De manera más esforzada y sistemática, hay todo
un frente de economistas, sociólogos y antropólogos que, contra el fetiche del
crecimiento o el desarrollo (por sostenible que se postule), tan vapuleado por
la crisis, vienen proponiendo luchar por alcanzar cada vez mayores cotas de
de-crecimiento. Si el desarrollo es la enfermedad, y no el enfermo,
des-des-arrollarse es sanar; dejar de crecer es bloquear las metástasis. Son
bien significativos los términos con que este concepto se ha traducido a las
lenguas de los pueblos a los que se quería desarrollar. En wolof se nombra como “la voz del jefe”, en
el eton del
Camerún como “el sueño del blanco”. Metáforas que nos parecen de lo más natural
(¿cómo va ser malo crecer y desarrollarse?), para ellos son puras órdenes o
alucinaciones. Se puede jugar con las metáforas del poder, invertirlas o
pervertirlas. Pero también es muy instructivo prestar oído a otras metáforas
que se mueven en otros circuitos, alimentando formas de vida que no pasan por
la vida de las grandes abstracciones (mercados, estados, gestión, educación y
todas las terminadas en ‘-ión’, etc.).
Los quichuas hablan del ‘sumak kawsay’, el buen
vivir. Nada que ver con ese bien estar que sólo los estados (del bienestar) y
el buen estado de los indicadores económicos pueden aportar a sus súbditos.
‘Estar’ se está en establos, la ‘buena vida’ sólo podemos dárnosla nosotros a
nosotros mismos. La propia expresión castellana lo dice: “Darse la buena vida”.
*
El análisis de Emmánuel Lizcano sobre las metáforas de la crisis de extiende en
el artículo “Narraciones de la crisis: viejos fetiches con caras nuevas”
publicado en el último número de Archipiélago (83-84): www.archipielago-ed.com
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