Catástrofes
En cada catástrofe personal o social, el
suelo desaparece bajo nuestros pies. Por supuesto hay daño y destrucción del
mundo, pero el hundimiento desvela también horizontes que antes no estaban a la
vista. Por tanto, la catástrofe es a la vez derrota y derrotero. Agotamiento de
una lógica y posibilidad de un desplazamiento. Crisis de sentido y antesala de
la creación. Encrucijada donde nada es posible y todo es posible.
Ramón Fernández Durán
26feb 2011
Entrevista aparecida el 26 de febrero
de 2011 en el diario Público. La versión completa será publicada en el número
9-10 de la revista Espai en Blanc (mayo 2011).
Franco Ingrassia es psicoanalista e investigador. Se mueve
entre diversos saberes y campos de actividad. Integra el Laboratorio de Análisis Institucional
de Rosario. Coordina el
proyecto Estéticas de la Dispersión. Ha publicado artículos en revistas de España,
Italia, Inglaterra, Chile y Argentina. Colabora en Planeta/X, un proyecto cultural asambleario que acaba de
cumplir 15 años y que es motor de, entre otras cosas, una revista de cultura y
pensamiento y un sello discográfico. Fue invitado recientemente a Madrid por
el centro cultural Matadero, dentro del programa de residencias del proyecto
El Ranchito, para impartir una
serie de talleres públicos sobre “pensar (en) la dispersión”.
Los lazos sociales que establecemos
resultan cada vez más inestables, débiles y heterogéneos. Toda experiencia compartida
se despliega hoy sobre un fondo de contingencia, fragilidad e incertidumbre. La
hipótesis de la dispersión trata de hacer legible ese nuevo fondo de lo social.
Es el tipo de experiencia social que
produce la hegemonía del mercado, cuando el Estado pierde su función reguladora
y estructuradora de las relaciones intersubjetivas. En el pasado reciente, el
Estado moldeaba lo social en configuraciones estables, adaptadas al régimen
productivo fordista, mediante instituciones (llamadas “disciplinarias”) como la
familia, la escuela, el hospital, el cuartel, la fábrica, la prisión, etc.
Ellas moldeaban las subjetividades, es decir, los modos de vida. Eran estas
marcas institucionales, en su permanencia, las que definían quién era cada uno,
las que ligaban ciertos cuerpos a ciertos nombres, tareas y lugares sociales. Y
contra estos anudamientos y moldeamientos –en muchas ocasiones injustos y
opresivos- se desplegaban las políticas emancipatorias modernas que eran, antes
que nada, políticas de alteración de los órdenes estatalmente establecidos.
Por el contrario, hoy el mercado está
constantemente ensamblando y desensamblando los vínculos en función de su
incesante búsqueda de la maximización del beneficio. La alteración se convierte
en la norma y la estabilidad en la excepción. Eso es la dispersión.
¿Cómo afecta a nuestras vidas
cotidianas?
Por un lado, crece una cierta
sensación de ser como náufragos a la deriva, sin capacidad de incidencia sobre
nuestro rumbo, aferrados a recursos que encontramos desarticulados, en
flotación, pero sin los cuales no podríamos subsistir. El acceso a la salud, la
vivienda, la cultura, el trabajo o la experiencia amorosa se vuelven precarios,
intermitentes, sujetos a composiciones tan contingentes como las condiciones en
las cuales deben desplegarse.
Por otro lado, la dispersión se
traduce también en un tipo de experiencia subjetiva caracterizada por el
desborde y la saturación. La experiencia más habitual de la navegación en la
web es un ejemplo claro de esto: vamos arribando cada vez a más enlaces que nos
conducen a la apertura de nuevas pestañas que a su vez nos vinculan con nuevos
enlaces hasta que al final ya no sabemos a qué atender. La sensación de que
nuestra vida se ramifica en infinitas diferencias va de la mano con el malestar
que provoca la creciente dificultad para articular estas diferencias en una
composición de sentido más o menos regulable, legible u orientable.
Una ventana abre otra y luego otra y
luego otra, pero ninguna se cierra. De ahí que nos sintamos constantemente
desbordados.
Exacto. Y de este modo nos vemos
arrojados a una suerte de incesante bricolaje existencial. La primacía de la
inestabilidad multiplica los estímulos ante los que hay que responder y nos
obliga a un trabajo de constante actualización de nuestra lectura del medio en
el que nos movemos (porque, apenas logramos orientarnos, la cosa vuelve a
cambiar y hay que reajustar dicha orientación).
¿Cómo es nuestra relación con el otro
en la dispersión?
En condiciones estatales, el otro es
mi semejante en tanto que comparte conmigo el espacio de la ley que regula
nuestra interacción. Somos semejantes en tanto que estamos sujetos a la
misma ley. No hay nada en las condiciones de mercado que instaure algo similar.
Según la lógica neoliberal, el único modo de hacer legible el comportamiento
humano es suponiéndole la búsqueda del máximo beneficio como motor. Por tanto,
el otro deja de ser mi semejante y se convierte en un recurso a
instrumentalizar o en un simple obstáculo a mi recorrido. Los mercados
contemporáneos pueden ser pensados como territorios de la guerra de todos
contra todos, como territorios donde las acciones de defensa de un confort
“interior” ficcional se combinan con un reverso de hostilidad generalizada
hacia todo lo que sea considerado exterior.
¿Ayuda la hipótesis de la dispersión
a explicar el auge actual de las nuevas derechas?
Puede aportar
esto: buena parte del discurso de las nuevas derechas resulta de una posición
reactiva ante la dispersión. Ante la precarización de la existencia singular y
social, las nuevas derechas instituyen una ficción identitaria “estable”. Ante
la volatilización de los vínculos, proponen la reactivación de un conjunto de
códigos culturales “tradicionales” que –de modo falso pero no por ello
ineficaz- operan con la ilusión de una restitución de la continuidad entre el
pasado y el presente. Estas respuestas reactivas exceden el campo que solemos
identificar con las “nuevas derechas” y se difunden como riesgo de cierre
identitario incluso en experiencias colectivas que se inician bajo premisas
ideológicas bien distintas.
¿Y tiene algo que decirle a la
izquierda?
Las diversas culturas políticas de la
izquierda, tanto las provenientes de las grandes luchas obreras y populares del
siglo XIX y la primera mitad del XX como las experiencias antiautoritarias de
la segunda mitad del XX, comparten el supuesto de la primacía de la estabilidad
sobre la inestabilidad en lo social y el papel central del Estado en este
proceso de estabilización. De ahí que el problema de la ocupación o destrucción
del Estado esté en el núcleo de la elaboración de sus estrategias.
La hipótesis de
la dispersión viene a poner en cuestión justamente la idea de que lo social
está estructurado y que el agente principal de esta estructuración sea el
Estado. Ello implica una necesidad de analizar mucho más detalladamente el modo
en que el mercado genera procesos de ensamblaje y desensamblaje de los lazos
sociales y una apuesta mucho más fuerte a los procesos de autoorganización que
emergen como fuentes de producción de vida colectiva más allá de las
operatorias mercantiles y estatales.
Ello no implica
que el Estado desaparezca del radar de preocupaciones ni que deban eliminarse
del repertorio de acción los procedimientos críticos o de ruptura, sino que lo
que queda destituida es la premisa de que el Estado sea la fuente principal de
ordenamiento de toda situación y de que toda política igualitaria pase
necesariamente por un proceso previo de ruptura o de transformación de dicho
ordenamiento.
¿Qué papel tiene entonces el Estado
en condiciones de dispersión?
El Estado se
encuentra en un proceso más o menos abierto de redefinición de sus funciones:
la apuesta neoliberal consiste en que pase de ser el regulador general de los
dispositivos institucionales que estructuraban la sociedad a constituirse en un
dispositivo generador de “entorno de mercado” (clima propicio para las
inversiones, intervención sobre movimientos colectivos o construcciones
culturales que “distorsionen el libre juego de la oferta y la demanda”, etc.).
Según otra
línea, más intervencionista en lo social, se trataría de constituir al Estado
en un agente que funcione dentro del juego del mercado pero con algunos privilegios
particulares, como por ejemplo la capacidad de desarrollo de normativas que, si
bien ya no tendrían potencia suficiente para constituirse en precedentes sobre
los cuales se desplieguen las dinámicas sociales y económicas, podrían incidir
sobre las mismas con un peso no desdeñable.
Y podría
pensarse en una tercera línea de investigación práctica de nuevas formas de
estatalidad que apuestan a una hibridación con los procesos de
autoorganización, recomponiendo la idea de la construcción de lo común como un
proceso que articula una esfera pública que excede el ámbito específico de
actuación del Estado.
¿Cuál sería entonces el desafío
político en condiciones de dispersión?
La dispersión no es un enemigo, sino
el nuevo fondo de lo social a partir de cual debemos tomar las decisiones
individuales y colectivas. El desafío no es hoy, como podía ser en los años 60,
luchar contra los papeles y los lugares previamente asignados para nosotros por
la maquinaria estatal, ni tampoco la toma del poder, sino más bien la
autoproducción -de forma constante y a través de la creatividad- de los modos
en los que queremos vivir allí donde la dispersión tiende a destituir las
configuraciones que osan establecerse. En condiciones de dispersión no hay
cadenas que romper, sino experiencias colectivas que componer y sostener en
entornos altamente variables, de modo que, posiblemente, la cuestión pase por
pensar en términos de autoorganización y de políticas igualitarias.
¿Podrías ponernos ejemplos concretos?
Las diversas experiencias de
autoorganización que en Argentina tuvieron un pico de visibilidad en 2001-2002,
pero que continúan construyéndose hoy por vías más subterráneas –modos de
cooperación y decisión asamblearia en las empresas recuperadas y los
movimientos campesinos, formas de intercambio más justas y sustentables en las
redes de economía solidaria, procesos de desarrollo de democracia directa para
la construcción de la trama urbana, espacios de libre acceso a la producción
estética en los colectivos culturales autogestionados, modalidades
participativas de construcción de la información en los medios sociales de
comunicación, etc.-, dan cuenta de experiencias donde no se trata tanto de
romper las cadenas, sino de crear y sostener formas de vida igualitarias en
condiciones de dispersión.
¿Tiene sentido
hoy el eje izquierda/derecha? ¿Tiene en general para ti algún sentido nombrarse
“de izquierdas”?
Tal vez sea un sentido
muy genérico, pero mi primera impresión es que la idea de “izquierda” articula
toda una serie de luchas por la igualdad acontecidas en diferentes momentos
históricos en la cual yo creo que vale la pena intentar inscribirse. Pero parte
de esa misma tradición, al menos como yo la entiendo, implica que la política
siempre está en otra parte. La izquierda siempre llevó la política allí donde
se suponía que no debía suceder (del mundo de los amos al de los esclavos, de
los ámbitos de la nobleza a los espacios populares, del parlamento a la
fábrica, de las instituciones a la calle, del espacio público al espacio
privado, etc.). Así que se trata, necesariamente, de una paradójica tradición
experimental, una línea de continuidad que implica su propia innovación. Y esto
conduce a trabajar en situaciones no codificadas donde el eje izquierda/derecha
puede no resultar operativo como recurso de orientación, porque, justamente, la
experimentación implica la construcción de experiencias sin modelo que
necesariamente conllevan una interrogación de dicha codificación.
Para seguir profundizando:
Pensar en la dispersión (encuentros con Franco Ingrassia en Madrid, diciembre 2010)
Arrancamos sobre todo desde una sensación. La sensación -cotidiana, íntima, política- de que la realidad está como en desintegración. De que conservar cualquier vínculo requiere un esfuerzo casi sobrehumano. De que lo colectivo o lo común se nos hace muy cuesta arriba o, directamente, tarea imposible. De que las cosas no acumulan, ni sedimentan. De que no hay tiempo para casi nada. De que volvemos a empezar desde cero una y otra vez. Es como si estuviéramos viviendo en una catástrofe que tuviera lugar poco a poco, a cámara lenta.
La invitación es pensar juntos esas sensaciones, como un problema que no es privado ni pasajero, sino una marca de nuestra época. Un problema colectivo y común, aunque a cada unos nos afecte también personal o íntimamente, cuando vemos cómo se deshacen los vínculos afectivos sin que haya ninguna ruptura de por medio, cuando nos sorprendemos estudiando largamente la propia agenda tratando de localizar un hueco libre, cuando nuestra propia atención estalla en mil pedazos.
Empezamos por ponerle un nombre al problema: lo llamaremos dispersión. Y os proponemos pensarlo como una especie de “nuevo suelo” de la vida contemporánea, que resulta de las inmensas transformaciones que ha conocido el mundo desde hace cuarenta años. Un suelo que, a diferencia de otros en el pasado que (para bien o para mal) daban marcos de referencia y un lugar en el mundo, casi más bien se parece a unas arenas movedizas:
en las que vivir y elaborar sentido a la propia vida exige el esfuerzo constante y agotador de hacer y rehacer constantemente las cosas.
en las que todos buscamos una intensidad del vínculo con los otros que trascienda el simple conectar/desconectar que es hoy la posibilidad más cómoda, más fácil.
en las que los proyectos políticos de transformación social están metidos en un verdadero impasse, desorientados en un mundo que, no dejando de cambiar, no se deja cambiar.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Y desde esas arenas movedizas, qué podría significa pensar juntos, cómo se hace lo común, cuál puede ser el papel de una institución, qué posibilidades de emancipación nos brinda el arte, son algunas de las preguntas.
La apuesta de estos talleres es tomarnos en serio esta hipótesis de la dispersión y tratar de pensar a fondo hasta dónde nos lleva. Lo haremos con la ayuda de Franco Ingrassia, activista e investigador independiente de Rosario (Argentina) que lleva algunos años ya pensando y procurando pelear desde ahí. En diálogo y conversación con distintas personas implicadas en experiencias vivas en la ciudad de Madrid que lidian día a día con la dispersión: prácticas políticas, institucionales, estéticas, de pensamiento, todo junto y revuelto, etc.
Los talleres son abiertos y gratuitos, todo el material que se genere ensanchará el procomún protegido por alguna licencia creative commons. Y se realizarán en el CSA La Tabacalera, un espacio ideal para aterrizarlos porque precisamente allí la dispersión estalla con toda su potencia y también sus problemas (la dificultad de lo común, de la organización, de la contaminación…).
Pensar juntos, abrirse a lo no sabido y a la escucha de los otros, como un desafío a la dispersión que nos confina a “cada cual en su mundo”. Pensar la dispersión, no desde la nostalgia de lo centralizado u homogéneo, sino sobre todo desde el propósito de inventar caminos para entenderla, habitarla, intervenir en ella. Desde el deseo político de promover más y más capas y planos de autoorganización social, esto es, más“autodeterminación existencial colectiva”.
Si desea continuar la lectura vaya al siguiente enlace: http://pensarenladispersion.wordpress.com/
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