LA SALIDA
NO ESTÁ EN LAS ALTURAS
Por: Nicolás
Lynch
20. 12.
2017
El escándalo de corrupción que sacude el país y
atraviesa transversalmente a la clase política alcanza un punto de crisis
irremediable al haber tocado al Presidente de la República Pedro Pablo
Kuczynski. Por más que sus detractores fujimoristas y apristas no puedan
ocultar sus malas intenciones y sepamos de antemano que señalan al otro para
protegerse ellos, el núcleo del poder político ha sido tocado.
Este hecho, ha desatado así una crisis que se
define por la imposibilidad de continuar gobernando el Perú de la manera como
se venía haciendo. El catalizador de la crisis es la corrupción, definida como
el aprovechamiento privado de los recursos públicos desde posiciones de poder.
Curiosamente, el mismo fenómeno de corrupción que desató la crisis política
anterior, veinte años atrás, cuando la dictadura de Fujimori y Montesinos dejó
claras sus intenciones de permanecer en el poder más allá de promesas y plazos,
con un objetivo similar: continuar asaltando las arcas públicas.
El robo, como la forma privilegiada de ejercicio
del poder y la impunidad mafiosa para protegerlo, no solo tiene que ver con uno
o algunos gobernantes o con el régimen político, porque se dio ayer en
dictadura y hoy en democracia (Alberto Fujimori y Ollanta Humala presos,
Alejandro Toledo prófugo, Alan García y Keiko Fujimori investigados). Tiene que
ver con el Estado Neoliberal mismo que se instituyó con el golpe del cinco de
abril de 1992 y tuvo su partida de nacimiento con la Constitución ad hoc que se
impuso en 1993. La corrupción entonces, más allá de los antecedentes en la
tradición patrimonial republicana, está inscrita en esos dos hechos funestos.
Se trata por ello de una crisis estatal y constitucional. Su resolución
entonces no puede ni debe tener una resolución que no sea de cambio estatal y
constitucional.
Por eso digo que la crisis ha empezado pero no
tiene visos de terminar. Si la examinamos más detenidamente hasta ahora es una
crisis intensa pero localizada en las alturas. Es más, sus protagonistas, me
refiero al gobierno de PPK y la bancada fujimorista, ilusamente creen que va a
tener una resolución en estas alturas. La vacancia, por ello, más allá que deba
o pueda suceder, es una solución pegada con babas, ya que en el mejor de los
casos solo daría solución temporal a la crisis en las alturas.
Hay otros niveles de crisis que existen de manera
latente pero todavía no se han manifestado en forma activa. Me refiero a la
crisis económica y a la movilización popular. La primera reviste una
importancia central. Uno de los grandes triunfos hegemónicos ha sido hacernos
creer que el Perú ha tenido una época de auge económico. Pasado un cuarto de
siglo y más del ajuste de agosto de 1990 comprobamos que el crecimiento ha sido
muy importante pero el reparto mínimo, en especial la creación de trabajo con
derechos que es hoy menor que antes del ajuste. Esto se ha agravado con la crisis
del modelo primario exportador de minerales por la caída de los precios
internacionales de los mismos. Hoy dicen que estamos viviendo una recuperación
pero lo que en realidad sucede es un hipo en una crisis planetaria irresuelta
que en el mejor de los casos nos llevará, por menos tiempo, al crecimiento que
reproduce desigualdad.
La movilización popular, por otra parte, ha ido
activándose en los últimos años pero todavía de manera espasmódica y sin
continuidad en el espacio y en el tiempo. El ejemplo más notable, la huelga
magisterial de mediados de año, ha sido una excelente señal pero todavía no
marca una pauta. Podemos decir que hemos tenido acciones colectivas de
envergadura pero todavía no movimientos sociales duraderos que le den otro
talante al reclamo social y a su representación política.
Asimismo, la hegemonía ideológica que fue sustento
fundamental del neoliberalismo, está gravemente erosionada, en primer lugar por
la corrupción, quizás si el tema de mayor potencia para vaciar de contenido el mensaje
del poder. Pero también porque la promesa del “chorreo” no ha llegado a ser tal
y cada vez parece alejarse más. Ambas cuestiones rompen el encanto neoliberal.
Por esta razón más que por otras, el gobierno del Perú en los términos en que
se ha venido dando en este último cuarto de siglo ya no tiene futuro.
Por eso la crisis actual no tiene solución ni a
corto ni a mediano plazo, ni cambiando presidentes —más allá de que existan las
causales respectivas y deba hacerse— ni adelantando elecciones. Deben confluir
la movilización social con el deterioro económico y la crisis en las alturas,
para que pueda aparecer algo nuevo, una alternativa que plantee una manera
distinta de conducir el país. Por ello, señalo que este podrá ser el
tiempo de la crisis en las alturas que avanza como crisis del gobierno de PPK y
revela la crisis del régimen que nos legó la transición a la democracia del
2000, pero que debe madurar, hay que hacerla madurar, como crisis estatal y
constitucional para alumbrar algo nuevo y distinto que haga valer la pena el
próximo Bicentenario de la Independencia el 2021.
Esta crisis en las alturas, sin embargo, ha hecho
que avizoremos el encuentro, como pocas veces sucede, de la coyuntura con la
historia. Una coyuntura de ingobernabilidad con una oportunidad histórica de
darle salida a un bloqueo ancestral de nuestra política. Me refiero al carácter
ajeno a la sociedad peruana y a cada uno de nosotros que tiene esa estructura
vetusta que se llama república criolla. La forma republicana, la manera como se
encuentran el Estado con los ciudadanos en el Perú no nos pertenece. Esta
república no es nuestra república. De allí la necesidad de planear una
refundación republicana como única salida de fondo a la crisis actual. La
necesidad de refundarnos como república democrática para que los ladrones de
ayer y de hoy no sigan manejando a la entidad colectiva llamada Perú y, por lo
que nos toca, cada una de nuestras vidas.
Por ello, las consignas, aparentemente
maximalistas, de nueva Constitución para una refundación republicana, no son
tales, sino meras propuestas de caminos posibles y reales frente a los retos
del presente.
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