Por razones que sería largo
explicar, soy bastante escéptico en los logros de un movimiento dirigido a
cambiar la constitución peruana, en las actuales condiciones en nuestro Perú.
No estoy en contra de una nueva constitución, pero, para resumir brevemente, mi
escepticismo en el sentido de que ella sea garantía de un nuevo Perú, nace de
que no hay una columna vertebral ni cabeza que conciban, planifiquen y
potencien la lucha del pueblo, incluida la lucha por una nueva constitución.
Lograr esa cabeza y columna vertebral es una tarea estratégica a largo plazo
que demanda sacrificio y disposición a correr riesgos, incluso con pérdida de
vida, debido a la reacción violenta de las clases y Estado opresores. Es decir,
demanda la creación heroica a la que se refería Mariátegui.
La lucha por una nueva
constitución es un recurso táctico importante pero llamado a diluirse, incluso
si resulta triunfante en el recuento de votos, sin ese requisito de la visión y
acción estratégicas. La estrategia demanda incluso la prioridad de revivir las
hoy semi-difuntas organizaciones de la clase trabajadora, aplastadas por el
aluvión neoliberal. Dónde están hoy los sindicatos, dónde el movimiento
campesino organizado el cual, mal que bien, comandó y fue capaz de librar inmensas
y muchas veces victoriosas luchas por la tierra hasta los años 60. Incluso el
movimiento intelectual progresista actual está impregnado de neoliberalismo en
cuanto no ve más allá de lo que le permite sus anteojeras neoliberales y el
endiosamiento de la democracia abstracta, la que no pasa de ser una entelequia
bajo el sistema económico burgués y de la sociedad burguesa en general. Se
hacen extrañar, por ejemplo, los trabajos literarios de Alegría, Scorza,
Arguedas, Salazar Bondy, etc., los cuales, mucho más allá del posterior
relumbrón hueco de la literatura vargallosiana, anunciaban el surgimiento de
una elevada literatura nacional con profundo contenido social. Incluso en el
terreno político, el intelectualmente brillante movimiento social progresista
de Ruiz Eldredge y sus compañeros sería visto hoy como extremista e incómodo
para una izquierda que se afana en llegar a gobernar en la creencia de que
pueden modificar el estado burgués semi-colonial peruano y que tiene miedo y vergüenza
de definirse como socialista (¿comunista yo, nosotros, nuestro partido
revolucionario?? ¡Horror!! No somos terroristas, no somos comunistas. ¡Somos
demócratas!!, estamos en primera línea contra el terrorismo; acaso no
defendimos al estado y a la República contra el terrorismo cuando gobernaba
Fujimori??!! ¿Acaso no apoyamos a Alan, a Toledo, a Humala, etc. para salir de
la crisis, aunque fuese con la constitución de Fujimori??). Por eso, puede
parecer muy cuerdo ese llamado a centrarse en la reforma de la constitución,
pero ésta no pasará de ser una versión más de las muchísimas que en nuestra
historia republicana muestra el hueco contenido del activismo político
izquierdizante sin el norte de la lucha
por la realización de los intereses de la clase trabajadora, sea ésta obrera fabril,
campesina, o de los nuevos estratos de la fuerza de trabajo creados por el
desarrollo del capitalismo computarizado
especialmente en los llamados servicios.
Al ver el activismo político que
agita y amenaza como si tratara de tirar el libraco de la nueva constitución en
la cabeza de la pérfida burguesía, uno no puede menos que preguntarse: y ¿quién
se encargará de hacer cumplir la constitución? ¿O es que se piensa que la
constitución, como varita mágica, va a atontar y finalmente hacer humo al
imperialismo y a su servil burguesía semi- o neo-colonial? ¿En qué país
estamos? ¿Es que se cree que la constitución va a pulverizar al gran monopolio
minero, industrial y de servicios, y especialmente el monopolio del capital
bancario (extranjeros por lo demás, pues los “grandes” banqueros peruanos y la
“gran” burguesía peruana no son más que enclenques prestanombres del gran
capital imperialista)? ¿Es que se piensa que la corrupción que permea todo el
aparato estatal (y no solamente el gobierno) va a disolverse de muto proprio debido a que los corruptos
son observantes fieles de la ley?? (Para quien no se haya enterado de la
realidad de la corrupta semi-colonialidad peruana, le sería bueno leer
atentamente los trabajos de Durand publicados por el IEP y la U. Católica). Y
se dirá seguramente que el pueblo hará respetar la constitución. ¿Pero cómo? ¿Sin
cabeza y con un cuerpo malaguoso?
Argumentar los ejemplos
boliviano, chileno y mexicano como respaldando la lucha por la nueva constitución
es ignorar la especificidad de las luchas y desarrollos históricos de esos
pueblos. En todos ellos, sobrevivieron movimientos revolucionarios que, con
mayores o menores éxitos, no pudieron ser derrotados. En el caso boliviano es
conocida la importancia de los sindicatos y organizaciones campesinas; en el
caso mexicano, existió siempre una intelectualidad y partidos con un marcado
sentimiento nacionalista anti-imperialista, además del importante movimiento
campesino. En el caso chileno, el movimiento popular es heredero del movimiento
revolucionario reprimido por el pinochetismo y por ello pudo tener consignas y
movimientos reivindicativos claramente revolucionarios y progresistas aún en
medio de la violenta represión pinochetista. El caso peruano es otro. El
conjunto del movimiento popular aquí está descabezado, desorganizado en su
conjunto, su "dirección" si de ella se puede hablar, totalmente
subsumida en los vericuetos corruptos del parlamentarismo y legalismo
burgueses.
Es comprensible entonces que la mayoría
del pueblo peruano no crea más en los partidos políticos, incluidos los de
"izquierda". Pero eso no puede ni debe ser razón para negar la
urgencia de darle cabeza y columna vertebral a la clase trabajadora, a sus
organizaciones y aliados. La lucha por una nueva constitución y la lucha por
los derechos de los trabajadores y el pueblo en general no deben estar
desligadas de la persistencia en este trabajo organizativo, sacrificado y
altamente idealista, heroico y con fe en el mito mariateguiano. Pensar que sin
pensamiento ni acción consciente, coordinada y valiente, pensar que sólo con el
activismo y la agitación se va a crear consciencia y marchar al socialismo es
tremendamente irresponsable e históricamente condenado al fracaso, una vez más
al fracaso del espontaneismo.
Son cuarenta años de
neoliberalismo, es cierto, pero son también cuarenta años de una prédica
reformista electorera acobardada por la represión, que sirvió para adormecer al
movimiento popular y que logró sustituirlo con activismo reinvindicacionista
desligado de los intereses de la única clase social que hoy por hoy podría
emprender una lucha por la real transformación del Perú si tuviera la dirección
y organización requeridas por los grandes cambios históricos, insuflando y
englobando las luchas de las regiones y
las luchas sectoriales como aquellas
contra la represión de las mujeres -especialmente las de las mujeres
trabajadoras-, contra la hipocresía y la represión machista y de género, por la
satisfacción de sus demandas de salud, vivienda, alimentación, educación y otras.
Cuarenta años, pues, durante los cuales el reformismo electorero izquierdizante
sirvió para apuntalar el sistema burgués semicolonial, durante los cuales la
principal obsesión era hacerse del cargo burocrático parlamentario. Hay que
acabar con ese activismo sin norte y con el oportunismo liquidador del
movimiento popular y de la clase trabajadora.
¿Quién lo va a hacer? ¿Quién va a
reconstituir el partido de Mariátegui y las organizaciones, especialmente los
sindicatos, de la clase trabajadora? No va a ser por cierto una izquierda
embebida en los rituales congresísticos y leguleyos. La nueva cabeza, la nueva
columna vertebral sindical y frentista será decididamente obra de nuevos
actores, de jóvenes, de una nueva generación con el deseo profundo de luchar
por un Perú nuevo arriesgando incluso su bienestar y seguridad, una nueva
generación idealista como también lo fue en tiempo de Mariátegui y en la que él
puso sus esperanzas, sueños que no se concretaron por su partida y, sobre todo,
por el oportunismo y el arribismo que cundió entonces. ¿Quiere decir esto que
hay que esperar a tener la gran organización antes de luchar por las
reivindicaciones de los trabajadores y del pueblo en general? Por supuesto que
no. De lo que se trata es de combinar ambas tareas, de liquidar el
electorerismo y el activismo sin norte de clase, de estudiar nuestra realidad
pues el socialismo peruano no será calco ni copia sino producto de la
reflexión, del estudio y de la acción planificada para lograr el cambio. Y de
no tener vergüenza de tener ideales ni de llamarse socialista o comunista o
marxista. Dejemos al arribismo que se regocije con los títulos como señor
senador de la república, señor alcalde, dejemos que se chante al cuerpo y
deshonre esas bandas rojiblancas que satisfacen sus pequeños y mezquinos egos
caciquiles.
En cuanto al papel de la religión
en la historia del pueblo peruano, creo que hasta ahora el ensayo de Mariátegui
sobre el factor religioso, después de un siglo, no ha sido superado y sigue
totalmente vigente. Ese ensayo, de
validez universal, no es solo valioso por su penetrante análisis del factor
religioso en una determinada formación social, sino porque es también un
extraordinario ejemplo de la aplicación de la teoría marxista al problema de la
relación entre estructura y superestructura. En ese ensayo, su dominio del
método marxista de análisis de la realidad es brillante y es quizás lo más
valioso, junto a sus descubrimientos y conclusiones sobre la historia y
desarrollo del sentimiento religioso y de la religiosidad del pueblo peruano.
En las universidades, por ejemplo, los marxistas recurrían a las pocas
referencias explícitas de Marx que en sus obras mayores se encuentra respecto a
la relación entre literatura y la economía.
Y generalmente hacían referencia a las escuetas referencias de Marx al
brillo de la literatura griega clásica. Pues bien, en el ensayo mencionado,
Mariátegui hace un brillante análisis lógico-histórico de la religiosidad del
pueblo peruano y su relación con la organización económica del imperio incaico.
Un torpe intento de contraponer el método dialectico en filosofía y en su aplicación
a la historia, cree encontrar justificación en la distinción que hace Mariátegui
entre materialismo filosófico y materialismo histórico. Lo único que demuestra
ese aserto de Mariátegui es que él, contrariamente a lo que muchos sostienen, conocía
muy bien la filosofía dialéctica marxista y no la confundía con su aplicación
concreta al análisis de la sociedad. De
paso: quien pudiera sorprenderse por ese tratamiento objetivo, dialéctico, y
por la tipificación del incanato por Mariátegui como una economía
socialista, seguramente se
escandalizaría al enterarse que Frederick Engels (en su obra "Sobre la
Religión") sostiene y demuestra que la predica de Jesús y sus seguidores
fue una prédica socialista, que ellos fueron los primeros socialistas, pero que
su doctrina fue corrompida por charlatanes y aventureros y más tarde
entronizada como opresivo instrumento ideológico del imperialismo romano.
28/04/2022
Rebelde marxista
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