En algún momento de este largo caos generalizado emergerá un horizonte
persuasivo y emotivo que vuelva a organizar el horizonte predictivo de las
sociedades. Y ojalá, cuando eso suceda, sea el imaginado por las clases
subalternas del mundo entero.
Próximamente
será publicado en Argentina (tanto en versión papel como en digital) el libro Álvaro
García Linera. Para lxs que vendrán: crítica y revolución en el siglo XXI.
Selección de conferencias, artículos y entrevistas (2010-2021), compilado por Ramiro Parodi y Andrés Tzeiman y
editado por el Centro Cultural de la Cooperación y la Universidad Nacional de
General Sarmiento. Dicho volumen reunirá una selección compuesta por 33
conferencias, artículos y entrevistas de Álvaro García Linera.
Desde Jacobin América Latina presentamos un adelanto de la entrevista
que los compiladores le realizaron al ex vicepresidente de Bolivia y que será
parte del libro. El fragmento que se puede leer a continuación realiza un
balance de las experiencias de la izquierda europea en la última década.
En este libro incluimos dos
conversaciones con dos de los principales referentes de la izquierda española (Pablo Iglesias e Íñigo Errejón). La atracción de ellos hacia tu
figura y hacia el proceso político boliviano es innegable. Al mismo tiempo, tu
voz circuló bastante por Europa occidental en general.
¿Qué aprendizajes sacás del
diálogo con Podemos y la izquierda española? ¿Qué potencias
y límites encontrás en el intento de apropiación que esos referentes buscaron
hacer de las experiencias latinoamericanas?
AGL
Fue una sorpresa muy grata saber
que en España había colectivos políticos que tenían un interés respecto de las
experiencias latinoamericanas en general y la boliviana en particular. Y, lo
más importante, sin miradas paternalistas. A diferencia de lo que sucedía en
otras ocasiones con la izquierda europea, incluso marxista, que se acercaba a
las luchas sociales latinoamericanas con un aire de paternalismo comprensivo,
los nuevos colectivos que se interesaron por los levantamientos sociales y
gobiernos progresistas venían a buscar claves para comprender e incidir de
mejor manera en su propia realidad.
Es decir, no llegaban a enseñar,
sino a aprender. Yo veía en el colectivo que luego se va a formar como Podemos
una apetencia por ir a encontrar claves que les permitan entender su propia
realidad, sabiendo que son realidades muy distintas, pero que en lo popular, en
la cualidad universalista de la construcción de lo popular en América Latina,
había claves para descifrar potencialidades de luchas universalistas, sociales,
comunitarias en el caso europeo. Traían una apetencia de cambios en su país, al
igual que otros colectivos que llegaron de Francia, Italia y Grecia.
Cuando se dan las movilizaciones
españolas de los indignados del 15-M, me sorprenden porque yo había estado un
poco antes en Madrid para dar una conferencia y, si bien se notaba un despertar
en la juventud, en conversaciones con distintos colectivos políticos no se
percibía aún el desplazamiento de las capas tectónicas que estallarían en los
siguientes meses poniendo en crisis el bipartidismo moderado español e,
incluso, los modos de representación política de una nueva generación.
Tiempo después, bajo el impulso
de la gran movilización social, comenzará a constituirse Podemos, lo que me
lleva a estar más atento a los vínculos con los compañeros de allá, no para
instruir o guiar nada, sino para entender lo que estaban haciendo, para
intentar escudriñar cuáles eran las tendencias y las posibilidades a futuro de
lo que estaba naciendo. Todo sucede muy rápido, llevando a Podemos a intentar
sobrepasar en representación parlamentaria al Partido Socialista Obrero Español
(PSOE) en las elecciones, el famoso sorpasso. Era una pequeña organización
que había explosionado. Un big bang político que se expandía de una
manera sorprendente, modificando y poniendo en riesgo el viejo sistema político
bipartidario del Partido Popular (PP) y el PSOE. Permanentemente recibía
información, preguntaba y consultaba. No me sentía en la capacidad de sugerir,
pero sí quería entender.
Cuando en 2016 no se logra
el sorpasso por una breve distancia en los escaños, viene el reflujo
de Podemos. Han hecho todo el esfuerzo para ganar electoralmente y llevar el
malestar social hacia una nueva representación política estatal, y al no lograrlo,
hay varias posibilidades para procesar este resultado. Una de ellas será el
«bajón», el repliegue fracturado de la organización, como finalmente sucedió.
Pero también había otras opciones, como la de seguir impulsando la movilización
unificada de la sociedad, mantener las banderas de agitación en torno a los
nuevos universales que se habían gestado en medio de la indignación colectiva
contra los poderes económico-políticos dominantes, mantener cohesionado en la
acción al núcleo dirigente, etc.; tal como lo hizo por ejemplo el MAS de Evo
después de las elecciones de 2002, cuando obtuvo el 20% de apoyo electoral, a
menos de un punto del ganador.
El riesgo de un desmoronamiento
moral resultante de una manera impulsiva de procesar la historia había sido también
una tentación nuestra en el año 2002, que logró ser reconducida por una
estrategia de asedio intensivo y de largo plazo al orden estatal dominante. Lo
sabíamos y podíamos prever ciertas consecuencias. Intenté reflexionar sobre
cómo convertir el 20% (que luego resultará una especie de cifra mágica de las
nuevas izquierdas: en Perú, con el Frente Amplio de Verónika Mendoza en 2016, y
en Chile en 2017, con Beatriz Sánchez, del Frente Amplio) en un sólido piso
para impulsar nuevas luchas políticas. La clave consistía en comprender
bien el momento histórico de la sociedad española, precisar si era una
excepcionalidad, es decir, una crisis estatal de corta o larga duración, y,
dependiendo de eso, tomar decisiones para convertir el pequeño o mediano invierno
que venía en un instante de fortalecimiento de tus estructuras de vínculo con
la sociedad, que se había visto conmovida con los sucesos políticos recientes,
para apuntalar una victoria a mediano plazo.
Recuerdo que ese era el criterio
que tenía: convertir esta victoria (que a la vez también era «derrota» por las
enormes expectativas que habían depositado en ganarle al PSOE) en un proceso de
acumulación para futuras victorias. Pero lo que sucedió fue totalmente
distinto. Comenzaron a surgir las pugnas internas, las distintas tendencias,
las peleas por centralizar, por cohesionar un aparato más partidario (ya muy
centralizado), por consolidar unos liderazgos en detrimentos de otros. Es
decir, una querella más de convento, encerrada y centrada en sí misma, abandonando
la política y el vínculo frente a la sociedad (sus expectativas y su
potenciamiento).
Vi eso como un gran error, que se
va a repetir luego en América Latina cuando no se sabe administrar el 20%
alcanzado. El 20% es un umbral político que, dependiendo cómo lo entiendes y lo
proyectes en la acción, puede conducir al gobierno, a una mayor transformación
social, o bien, a desaparecer.
El síndrome o punto de inflexión
del 20% no se supo conducir en el caso español. No hay recetas de cómo
administrarlo más allá de afirmar siempre: «No reduzcas la política a la pelea
interna de aparatos políticos; no centres lo acción política en la
competencia de líderes; reorganiza la lucha política en función de los agravios
y deudas reclamadas por la mayoría de la sociedad; fusiona la construcción de
liderazgo con la capacidad de acompañar y reivindicar esas demandas colectivas;
gana en la batalla diaria el modo de designar el orden de las cosas y los
horizontes de acción posibles, etcétera».
Lamentablemente, nuestros peores
temores se realizaron. Nos tocó ver a distancia cómo, poco a poco, ese gran
proyecto de Podemos se iba desmoronando, fraccionando, debilitando. Las veces
que pude ir a España intenté no tomar partido por ninguna de las dos
corrientes. Ni por la corriente de Pablo ni por la de Íñigo. De hecho, me reuní
con ambos y, más que recomendar algo, mis reuniones eran para oír qué estaban
pensando y meramente pedir que no gastaran tanta energía en la batalla interna,
ya que había mucho que hacer en las batallas reales de la sociedad como para
estar desaprovechando tanta energía en las cruzadas por el liderazgo. Pero mis
reflexiones eran muy respetuosas, pequeñas, puntuales, para no generar
susceptibilidades. Era su propia experiencia y yo simplemente era un compañero
entusiasmado con lo que estaba pasando allá.
Ciertamente la experiencia de
Podemos me ayudó a entender algunas cosas que habían pasado en Bolivia y que
habían permitido que no tuviéramos la debacle. También me permitió entender la
importancia de ciertos comportamientos individuales al momento de consolidar
liderazgos políticos en momentos muy tensos. Los comportamientos individuales
también pueden derivar en distintos cursos de la lucha política colectiva. No
es que el comportamiento individual es un tema meramente subjetivo o sin
importancia. En momentos de mucha intensidad de la vida política, una actitud
personal puede ayudar a ir hacia un lado o hacia otro. Una delicada trama de
moleculares convergencias emotivas, personales e ideológicas dan curso a tal o
cual acción colectiva.
RP / AT
Un espectro que recorre varias de
las conferencias de los años 2015, 2016, 2017 es el de lo ocurrido en Grecia
con la experiencia de Syriza. Fuiste haciendo por esos años varias
apreciaciones parciales al respecto, quizá sin la distancia de tiempo necesaria
para una reflexión más sustantiva. ¿Qué lecciones creés que deja esa
experiencia habiendo ya transcurrido algunos años?
AGL
La experiencia de Syriza fue otro
momento inicialmente muy grato. De hecho, me tocó conocer al expresidente
Alexis Tsipras en varios encuentros de la izquierda europea y el mismo
compañero solicitó reuniones, y yo encantado modifiqué agendas para poder
encontrarme con él. Representaba, junto con Podemos, los intentos europeos por
construir desde la izquierda una alternativa que supere el socialdemocratismo
liberal que había aniquilado la vitalidad social y cultural del continente.
Eran básicamente reuniones
informativas. Alexis nos contaba lo que estaba sucediendo allá y yo le relataba
lo que habíamos hecho acá. El interés fundamental de él en esos tiempos
radicaba en las acciones económicas que habíamos implementado para poder tener
un soporte económico soberano para políticas sociales redistributivas. Y yo le
informaba sobre el tema de la nacionalización de los hidrocarburos, la
electricidad, la elevación de los impuestos en la actividad minera,
etcétera.
Luego, después de un par de años
de todo eso, Tsipras alcanza la presidencia de su país, lo que nos alegró
muchísimo. Y claro, comenzó a comprimirse y a intensificarse el tiempo
político. Se dio que, en junio de 2015, justo unas tres semanas antes del
referéndum griego que rechazó las brutales condiciones de «rescate económico»
impuestas por la Unión Europea, se organizó en Grecia un encuentro mundial de
apoyo y solidaridad con su proceso político; y fuimos entusiasmados.
Me tocó exponer lo que había
pasado en Bolivia en unas reuniones más públicas. Yo ya traía en mente la
preocupación que tenía el presidente Tsipras sobre las medidas económicas.
Luego hubo una organización de un encuentro más cerrado donde había muchos
intelectuales. El que dirigía y encabezaba eso era Tariq Ali.
Eran encuentros que ya no eran públicos, en torno a qué podía hacer el gobierno
de Grecia para enfrentar el conjunto de grilletes con los que estaba siendo
asfixiado por la comisión económica europea, Angela Merkel, la «troika» (como
ellos le llamaban).
Fue interesante. Estuve todo un
día en esa reunión y luego tenía que regresar. Había mucha reflexión bastante
teórica, y no por eso menos importante, pero poco práctica. Había muchas
personalidades que se acercaron al tema de la gestión del Estado, pero desde
una mirada bastante libresca. Estuve oyéndolos durante varias horas y se veía
que muchos de los compañeros no entendían lo que era el Estado. No entendían
cómo funciona el Estado, tanto en su dinámica interna como en su síntesis
conflictiva de cómo es la sociedad.
Cuando me tocó exponer intenté
concentrarme (sin decir lo que tenían que hacer) en señalar que nosotros
enfrentamos problemas no iguales, pero cercanos, y tomamos estas decisiones.
Una de las cosas principales que les decía es que los empresarios, grandes y
extranjeros, se mueven bajo lógicas específicas de su actividad, y un Estado de
un gobierno progresista revolucionario no podía acercarse a las negociaciones
de una manera ingenua sobre el poder que tienen, ni aceptando su lógica de
negocios.
El mecanismo de relación con
ellos debía tener una dimensión de mutuo beneficio (para el Estado y para
ellos) pero absolutamente jerarquizada, porque ellos se guían por el beneficio
privado de pocos, y el Estado por el beneficio de toda la sociedad,
especialmente de las mayorías laboriosas. Y para ello había que definir el
marco de negociación jerarquizado. El gobierno del Estado, antes de concurrir
al encuentro, debería hacer saber su poder de presión, de conocimiento, de
legalidad, es decir, la fuerza de sus monopolios, para que, al momento de la
negociación, los empresarios ya sepan lo mucho que pueden perder, en términos
de ingresos económicos, de juicios, de prestigio de marca, etc. No hacer eso
era sencillamente ir a capitular.
Di el ejemplo de cuando éramos gobierno
y tuvimos que ir a negociar con Repsol, Total, BP y Petrobras. Es decir, con
tiburones del sector petrolero. Lo mismo hicimos con la telefónica italiana,
con las empresas eléctricas norteamericanas, del agua francesas, etc. En todos
los casos, antes de sentarnos a dialogar, mandamos a nuestros ejércitos de
auditores para revisar sus cuentas, auditar sus pagos de impuestos, verificar
sus deudas y sus juicios. Y una vez descubiertos el conjunto de errores,
fraudes y evasiones que involucraban centenares de millones de dólares y
juicios internacionales que podían llevarlos hasta la cárcel, una vez de haber
verificado este rosario de irregularidades, recién nos sentábamos con ellos. De
hecho, nos sentábamos haciéndoles saber (se encargaban los auditores) que
conocíamos sus fechorías. No solamente las sabíamos, sino que las habíamos
judicializado. Solamente ahí, sobre un hecho de fuerza, te sentabas con ellos y
negociabas.
Tenías de tu lado toda la
estructura estatal en funcionamiento, desplegada como poder de Estado, es
decir, como capacidad de poder legal, impositivo, comunicacional de Estado
focalizada sobre todas las fechorías que con seguridad cometen los grandes
empresarios; para empujarlos a que acepten un acuerdo de «mutuo» beneficio
(pequeño para ellos, pero beneficio al fin) con un huracán de procesos encima
de sus cabezas poniendo en riesgo su dinero, sus ganancias, su estabilidad, su
prestigio y hasta su propiedad. Esa es la manera de negociar con los
empresarios.
Si podíamos decirles algo, era eso
que habíamos aprendido con el tiempo en el manejo del Estado. El poder estatal
es una relación fluida que, si no se la ejerce desde uno de los bloques
sociales movilizados, en este caso desde las clases subalternas a través de su
gobierno y su voz en el referéndum, lo ejercerán otros, en este caso, los
banqueros alemanes y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Les decíamos que
ir al encuentro con la troika para ver si les van a dar un préstamo o a liberar
los cajeros automáticos no podía hacerse desde una posición de desventaja y de
petición. Ellos no se mueven políticamente en función de criterios morales, de
apoyo a la población o de conmiseración hacia los griegos. No, ellos se mueven
en función de la materialidad y terrenalidad de sus intereses.
Si vas a confrontarte y no tienes
los medios para poner en riesgo los medios que ellos tienen, te diriges a una
batalla perdida. La información que recopilábamos es que el pueblo griego
estaba prisionero y maniatado por el euro, manejado desde Bruselas, por las
deudas gestionadas por los banqueros alemanes. La pérdida de la autonomía del
Banco Central para tener sus propios recursos, la dependencia de los alemanes
para cualquier inversión era una locura producida décadas atrás a nombre de un
«europeísmo» gestionado por el Bundesbank y los ordoliberales. Estaban
amarrados del cuello y si ellos no le ponían otra soga al cuello de los
empresarios, no iban a poder cortar la soga que tenía el pueblo griego.
Mi exposición fue bastante dura y
algo brutal. Iba a quedarme solo dos días y tenía que ir directo al grano, e
intenté transmitir de la manera más camaraderil posible lo que había sido útil
para nosotros. Pero creo que ya todas esas reflexiones eran en vano. El aire a
impotencia, a no asumir riesgos estaba en las miradas de las autoridades
griegas. Cuando uno lee las reflexiones que hace el exministro de
Economía Yanis Varoufakis de cómo se dieron las negociaciones
con la troika, o cuando uno se entera por otras investigaciones sobre ese
momento decisivo para la apertura de nuevos cursos de acción de la política y
economía europeas, ve que las decisiones ya estaban tomadas incluso antes del
referéndum. Hasta ahí llegó mi cercanía, mi seguimiento y mi esfuerzo por tener
este vínculo con el proceso político griego de entonces. Después de mi regreso,
a las pocas semanas vino todo el descalabro del que, hasta el día de hoy, la
izquierda griega no se recupera.
Luego, he tenido vínculos con las
alas más radicales del movimiento, que estaban dentro del gobierno entonces y
que ahora están en una posición marginal, intentando recuperarse de las heridas
y trabajar desde abajo. Ya es un nuevo proceso de reconstrucción de la lucha de
largo plazo y desde abajo que va a tardar un buen tiempo.
RP / AT
¿Creés que nos dicen algo
las experiencias de la izquierda europea acerca de un
problema sobre el que venís pensando hace tanto tiempo: el de si la revolución
surge en el centro o en las extremidades del cuerpo capitalista?
AGL
Creo que esta preocupación que
mencionan está resumida en esa conferencia en Madrid con Pablo Iglesias
presentando el libro sobre la revolución de octubre. En el sentido de que toda
revolución parece estar condenada al fracaso… en tanto no halle el apoyo, el
refuerzo, la complementariedad y la articulación con otros levantamientos y
revoluciones en otros países del mundo. Eso va a suceder siempre, pero las
revoluciones que estallan, aun a riesgo de fracasar en su resultado final, pese
a su aislamiento, son la manera en que los pueblos conquistan sus derechos
localmente. No hay otra forma de conseguir derechos socialmente; así ha sido
siempre.
Los últimos trescientos años los
trabajadores urbanos, rurales, de las fábricas o de las casas han logrado
ampliar derechos o reconocimientos a través de estas experiencias fallidas en
su objetivo final, pero que en sus objetivos más inmediatos logran importantes
victorias, anclan derechos, preparando las condiciones de un nuevo
levantamiento.
Además, solo mediante estos
estallidos locales es posible imaginar que, en algún momento, algún día, se dé
una sincronización de muchos estallidos que le den un carácter más o menos
universal a un levantamiento que pudiera transformar las relaciones de vida y
de economía en la sociedad. Uno dice: «¿Cuándo podrá darse eso?» En uno, cien o
trescientos años. Nadie sabe. Las revoluciones son contingencias históricas.
Nadie puede decir cuándo estallarán; pero apuestas a que algún rato,
inevitablemente estallarán, y confías, peleas para llegar a esta sincronicidad
de levantamientos entre lo que Marx llamaba «extremidades» y «centro» del
capitalismo, que puedan articular otro universal-planetario con la capacidad de
trastocar el orden universal-planetario del capitalismo. En cada revolución
local está la esperanza de otra revolución. Si no se da en un momento, esperas
a que en el siguiente sí se dé. Algún día tendrá que darse.
Lo importante de estas
experiencias que se están dando ahora en Europa es que también ese continente,
así como Estados Unidos, se está moviendo después de un letargo social,
político y cultural de décadas. Buena parte de la estabilidad del «centro» ha
radicado siempre en la exacción y la asfixia de las extremidades del cuerpo
capitalista. El bienestar del Norte, no exclusivamente, pero también se
cimienta sobre la explotación y expropiaciones de los pueblos del Sur, a través
de precios de materias primas, el intercambio desigual, los flujos de la fuerza
de trabajo mundial, la proletarización de las «extremidades», la
externalización de los costos ambientales, la deuda externa, la fuga de
capitales, etcétera.
Durante un buen tiempo (de hecho,
los últimos cuarenta años de predominio neoliberal) el «centro» capitalista,
después de las derrotas del movimiento obrero organizado en sindicatos, no
vivió grandes conmociones. Hubo momentos importantes de lucha, pero eran más de
articulación de activistas y ONG, que ellos llaman «sociedad civil». Pero
recientemente hemos visto en el siglo XXI, y especialmente en la segunda
década, conmociones sociales en el Norte, crisis que afectan a las clases
subalternas. Es decir que atraviesan todo el cuerpo social (no solamente al
núcleo de los activistas), a la gente humilde, al obrero, al vecino, a la
empleada, al comerciante, al profesional medio.
La emergencia de populismos de
derecha, la fascistización del liberalismo extremo, la exacerbación de los racismos
y la propia debacle del «progresismo liberal» en los países del «centro»
capitalista hablan de un desplazamiento de las capas tectónicas de la sociedad.
La propia crisis del discurso del «fin de la historia» abrazando la
globalización y el libre mercado muestra que las antiguas tolerancias morales
se están resquebrajando. El asalto al capitolio norteamericano habla de un
profundo pavor conservador al declive de una época global, resultante de una
pérdida del horizonte de previsibilidad de las sociedades del capitalismo
avanzado.
Malestar social, incertidumbre
estratégica, apertura cognitiva, pasmo predictivo, crisis económicas, todos los
males que antes caracterizaban a las «extremidades» del cuerpo capitalista, van
también apoderándose gradualmente de las sociedades del «centro». En la
angustia que provoca esta cualidad liminal del tiempo histórico, todas las
sociedades se ven obligadas a sumergirse en un estupor sin destino. La
pandemia, el paro económico de 2020, los devastadores efectos del cambio climático
no hacen más que intensificar el desvanecimiento del horizonte predictivo de la
sociedad mundial. Lo que se sintió primero en las «extremidades», ahora llega
al corazón del cuerpo capitalista y produce una sensación de tiempo detenido,
de desapasionamiento con la utopía del mercado total.
Y en algún momento de este largo
caos generalizado, emergerá un horizonte persuasivo y emotivo que vuelva a
organizar el horizonte predictivo, imaginado, de las sociedades. Y ojalá,
cuando eso suceda, sea el imaginado, pugnado por las clases subalternas del
mundo entero.
Fuente: https://jacobinlat.com/2022/04/12/para-lxs-que-vendran/?mc_cid=3544943190
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