domingo, 5 de enero de 2014

CRISIS TERMINAL: CINCO AÑOS DE DESPLOME DE LA SOCIEDAD OCCIDENTAL Y LO QUE NO APRENDIMOS DE LA CRISIS FINANCIERA GLOBAL DE 2008



Randall Wray · · · · ·

05/01/14

Hoy hablaré de las lecciones que deberíamos haber aprendido de la Crisis Financiera Global (CFG) y no aprendimos. Y así estamos, con cinco años de desplome de la sociedad occidental a la espalda.

Y sí, han leído ustedes bien. La crisis financiera quedó atrás. Hablaré de eso en los próximos días. Pero antes de hablar del futuro, comencemos pasando una breve revista al pasado reciente.

Para Washington y Wall Street (¿hay alguna diferencia?), la CFG no es más que un recuerdo remoto. Las decenas de billones de dólares (sin la menor exageración) comprometidos por el Tío Sam para rescatar a los bánksters constituyeron, se nos asegura, un gran éxito. La participación de Wall Street en el conjunto de los beneficios empresariales vuelve a ser superior al 40%. A los ricos les va de perillas, gracias. Nuestra clase en la elite anda rebosante de remuneraciones, beneficios, opciones de acciones y primas. De acuerdo con un nuevo estudio firmado por Andrew Sum, Ishwar Khatiwada, Joseph McLaughlin y Sheila Palma (de la Northeastern University), desde que empezó la “recuperación” en el segundo trimestre de 2009 los beneficios empresariales se llevaron el 88% del crecimiento del ingreso nacional. ¿Y los trabajadores? Bueno, consiguieron captar apenas un 1% de ese crecimiento, y aun así, sólo a cuenta del gasto asistencial (¡gracias al aumento de los costes de la sanidad!): los salarios y las remuneraciones reales cayeron por vez primera en una “recuperación”, algo sin precedentes históricos. Huelga decir que se trata también de una recuperación con desempleo: tampoco esa incapacidad para la creación de puestos de trabajo tiene ejemplo histórico.

Pero todo esto son cosas fáciles de pasar por alto para Wall Street, porque las mayores entidades financieras salieron del mal trago sin apenas un rasguño y han vuelto ya a las mismas prácticas –con idénticas recompensas— que causaron la CFG.  Por las buenas o por las malas, Wall Street ha conseguido esquivar también la re-regulación, pues la fláccida Ley Dodd-Frank evitó cualquier reforma fundamental. En cualquier caso, los republicanos han dejado claro que no tolerarán más financiación para las agencias públicas regulatorias, de modo que incluso las débiles reglas previstas en la Ley no entrarán nunca en vigor. Y hasta ahora –¡y bien que cruzan los dedos!— , ninguno de los maleantes de Wall Street ha sido procesado penalmente por delitos mayores. Ha habido, es verdad, algunos pleitos civiles, y se ha sacrificado a alguna que otra pieza criminal, como Bernie Maddoff, pero todos los grandes bánksters andan, no sólo libres, sino dirigiendo todavía sus organizaciones criminales (llamadas eufemísticamente  “bancos escriturados” con patente pública), asesorando a la Casa Blanca y reuniendo financiación para la próxima campaña presidencial.

Es decir, que la reforma financiera está más muerta que Elvis. Nada podrá hacerse hasta el próximo desplome causado por Wall Street. Lo que pasa es que yo soy un optimista empedernido –el desplome no tardará en llegar—, de modo que es hora de inventariar las lecciones que deberíamos haber aprendido de la CFG, a fin de preparar las reformas que deberían haberse adoptado.

1.- La Crisis Financiera Global no fue una “crisis de liquidez”

No lo fue. En una congreso reciente, uno de los funcionarios que participaron en el rescate me dijo que la crisis significó ni más ni menos que un “incumplimiento de pagos global”. La cuenta corriente del mundo entero se quedó corta por unos cuantos dolarcitos. El Tío Sam proporcionó la autorización de descubiertos y resolvió el problema. Bien está, si bien acaba (el funcionario del Tesoro usó esas mismas palabras). Como habría dicho mi abuelito, “pura tontería”. Lo que de verdad ocurrió es que las tasas de morosidad de los préstamos hipotecarios arriesgados se dispararon drásticamente mientras se desplomaban los precios inmobiliarios. Los megabancos echaron un vistazo a sus balances y se percataron, no sólo de que eran tenedores de productos hipotecarios basura, sino también de montañas de pasivos de otras megaentidades financieras. De repente se dieron cuenta de que todos los demás tenían probablemente balances tan malos como los suyos, de modo que se negaron a prorrogar esos pasivos a corto plazo. Y puesto que los Leviatanes andaban supremamente interconectados, cuando dejaron de prestarse dinero unos a otros, colapsó toda la pirámide del esquema Ponzi.

Llamar a eso una crisis de liquidez es necio. Fue insolvencia masiva a una escala bíblica lo que llevó al “pánico de liquidez” (en realidad, una negativa a refinanciar a los compañeros de fechorías: las empresas criminales siempre se basan en la confianza, ya saben). Los bancos no tenían buenos activos, sólo derivados basura de bienes raíces más empréstitos de unos a otros, todos ellos carentes de otro respaldo que el de la niebla del engaño. Bastó con que uno de los banqueros de ese casino mencionara el farol. Todos los banqueros buscaban a un mamón todavía más incauto, a fin de refinanciar la basura. Los únicos que quedaban a mano se sentaban (por así decirlo) en Washington. Y por eso se necesitaron decenas de billones de préstamo, gastos y garantías de la basura por parte de un Tío Sam, que actuó como mamón de último recurso para frenar la carnicería. (Como sabe cualquier jugador, si no has averiguado quién es el mamón de la mesa tras 5 minutos de juego, ¡el mamón eres tú!)

Todos los grandes bancos siguen siendo insolventes. Lo único que les mantiene abiertos es el respaldo suministrado por Tim Geithner y Ben Bernanke, así como la política de “extender y pretender” [1] adoptada por los reguladores. Como sabemos desde la crisis de las entidades de ahorro y préstamo en los EEUU de los 80, dejar abiertas instituciones insolventes no hace sino aumentar el tamaño del boquete, sobre todo cuando dejas a los gángsteres defraudadores en sus cargos, de modo que puedan llevar a cabo lo que mi colega Bill Black llama un “fraude de control”: el saqueo de la institución, a fin de pagar sus ciclópeas primas a los ejecutivos en la cúspide. ¿Les suena familiar? Como dice nuestro filósofo Yogi, es déjà vu una y otra vez. Pero lo vu esta vez es incomparablemente más grande que el déjà.

2.- Deberíamos haber aprendido que las garantías importan

Es decir, el proceso de determinar la fiabilidad crediticia del prestatario y la puesta por obra de incentivos que aseguren que los pagos se irán haciendo debidamente a su vencimiento. Todas las grandes instituciones implicadas en la financiación inmobiliaria eliminaron ese proceso en la última década. La hipótesis de los “mercados eficientes” decía que no lo necesitas realmente, porque los mercados descubrirán por sí mismos los precios adecuados de los préstamos titulizados; y el préstamo es mucho más fácil y barato, si no tienes que preocuparte de averiguar la capacidad financiera del prestatario. De ahí los Préstamos del Mentiroso y los Préstamos “NINJA” [ni ingresos, ni trabajo, ni activos, por sus siglas en inglés; T.]

Si se mira de cerca las últimas crisis financieras, se ve que la causa más común es el deterioro de los criterios de garantías. La disciplina de mercado no funciona, porque cuando alguna clase de activos se dispara al alza, los prestamistas esperarán que los precios de esos activos sigan subiendo. Los prestamistas prestarán más –en relación con el valor, con el ingreso actual y con el flujo presente de caja—, porque la revalorización de los precios de los activos hará buenos los préstamos. Si las cosas no van bien, los préstamos peden ser refinanciados, o puede disponerse del colateral vendiéndolo. Todo va a pedir de boca, hasta que alguien se pregunta por el Nuevo Vestido del Emperador. El descubrimiento de que el activo anda tan desnudo como el trasero del Emperador causa la reversión de la tendencia y, a continuación, el desplome de los precios, de modo que los prestatarios quedan en quiebra técnica y los prestamistas, en situación de insolvencia.

Ya me doy cuenta de que, conforme a las apariencias, diríase ahora que los bancos se han contraído, ponen en práctica criterios más severos y restringen el crédito a todo el mundo, salvo los más solventes. ¿Aprendieron la lección? Eso siempre pasa luego. Pero el asunto es que no ha habido reformas regulatorias y supervisoras significativas instituidas para lidiar con el próximo auge eufórico. Por eso se puede predecir que los criterios de garantías volverán a bajar la guardia –muy gradualmente al comienzo, para desplomarse después— entre los prestamistas resueltos a adoptar los criterios “ganadores” más laxos. La disciplina de mercado es siempre perversa: no hay préstamos cuando más se necesitan y no se exigen garantías cuando más se necesitan.

3.- Las entidades financieras no reguladas ni supervisadas públicamente evolucionan de manera natural hacia el fraude de control

Como dijo Willy Sutton respondiendo a la pregunta de por qué robaba bancos, “allí está el dinero”. Claro que lo suyo era a pequeña escala. De acuerdo con Bill Black, la mejor manera de robar un banco es poseerlo. Bueno, mejor aún dirigirlo: pregúntenle, si no, a Bob Rubin, o a Hank Paulson, o a Jamie Dimon, o Lloyd Blankfein, el que “hacía el trabajo de Dios”. La pistola alquilada del directivo puede desplumar al banco mucho más eficazmente que cualquiera de sus propietarios: la suma con la que puede llegar a hacerse un solo alto ejecutivo puede dejar pequeñas las cifras totales sumadas de todos los ladrones de bancos de la historia norteamericana reciente.

Y sin embargo, no queremos reconocer que hay fraude por doquiera que miramos. Sabemos que los bancos cometieron fraude crediticio a una escala sin precedentes históricos (la mejor estimación es que el 80% de todo el fraude hipotecario fue cometido por los prestamistas); sabemos que siguen cometiendo fraude en los desahucios (y que su creación, los MERS [Sistema de Registro Electrónico Hipotecario, por sus siglas en inglés; T.], ha dañado irreversiblemente los registros nacionales de la propiedad, al punto que se tardará una década en salir del lío); y sabemos que engañaron a los inversores para que compraran títulos tóxicos de desperdicio (sirviéndose de señuelos: substituyendo las peores hipotecas en los paquetes de títulos) para luego apostar ellos mismos contra los títulos fraudulentamente vendidos en los mercados de permuta de impagos credititos (CDS). Siempre que un investigador ha tenido el coraje de perseguir hasta el final a uno de esos bancos ha pasado lo mismo: se ha descubierto fraude y se ha llegado a un arreglo.

El fraude se convirtió en la práctica habitual en los negocios. Yo he comparado la cadena trófica financiera con la cebolla de Shrek: todas y cada una de las capas eran fraudulentas, desde los agentes inmobiliarios hasta los directivos empresariales y los notarios que estampaban su firma en el fraude, pasando por los tasadores e intermediarios hipotecarios que sobrestimaban el precio de la propiedad e inducían a los prestatarios a suscribir créditos que no podían permitirse, pasando por los bancos de inversión y sus entidades filiales que titulizaban las hipotecas y pasando, finalmente, por los administradores hipotecarios y los jueces que permiten a los bancos robar viviendas. Decir que se trata del mayor escándalo de la historia humana es quedarse corto.

4.—Lo peor es el enmascaramiento

Deberíamos saber desde los tiempos del Watergate que lo que realmente escuece es el enmascaramiento. Si pensáis en la cadena trófica de los bienes raíces, todo comienza con algún pobre diablo que hace de intermediario hipotecario desde una oficina improvisada en el garaje de su casa. Se le dice que si puede superarse e inducir a los prestatarios a pedir créditos más caros que lo que pueden permitirse, verá incrementadas sus recompensas. Los bancos de crédito crearon unos productos orwellianamente llamados “productos de asequibilidad” –a los que los enterados llamaban bombas de neutrones hipotecarias (diseñadas para estallar, matar al prestatario y dejar en pie la vivienda)— e instruyeron a los intermediarios para venderlos e ignorar los documentos habitualmente exigibles a la hora de realizar un préstamo (nóminas, estado de las cuentas corrientes, etc). ¿Por qué? Como dejó dicho Ollie North, “plausibilidad de la denegación”. ¡Caramba! ¡No sabíamos que a este tío en el paro podía resultarle asequible una casa de medio millón de dólares en Brookside Acres gracias a un explosivo préstamo hipotecario a tipos variables por el 120% del valor de la propiedad! ¡Este prestatario nos defraudó! (añádanse los oportunos mohines para redondear el efecto).

Una vez has realizado el Préstamo del Mentiroso, todos los pasos siguientes en la cadena de la financiación de la vivienda tienen que quedar salpicados. Y eso significa que toda transacción, toda valoración y toda firma que aparezca a lo largo del camino, hasta llegar a la estampada por el directivo del banco de inversión de turno es parte del enmascaramiento. Por no hablar del Presidente de la Fed de Nueva York –¿qué se habrá hecho de él?—, que tenía acceso a la contabilidad falseada de los bancos. ¿Y se acuerdan ustedes de aquellos “tests de stress” que pasaron todos los bancos, cuyos balances fueron por eso mismo certificados como excelentes por las autoridades públicas? ¿Quién fue el que firmó todo eso?

No es necesario acusar a nadie de conspiración. Basta apelar al interés propio individual (conocido también como “cubrirse el trasero”). Las únicas cuestiones que tenían que plantearse todos los que operaban en esa cadena eran éstas: ¿cómo puedo ganar unos dolarcetes? ¿Cómo puedo salir de este esquema Ponzi antes de que colapse? ¿Cómo puedo librarme de la cárcel? Bueno, ganaron sus dolarcetes, la mayoría no logró salir antes del colapso, pero el Tío Sam les cubrió las espaldas, y ahora están esperando a la prescripción legal de los delitos, mientras los altos mandos de la nación miran para otro lado. Y el tiempo corre…

Pero no hemos aprendido ninguna de estas lecciones. No hemos hecho las reformas. Dejamos que continuara el esquema Ponzi, dirigido, encima, por los mismos malhechores. Dejamos que contribuyeran con unos (estimados) 1000 millones de dólares a la campaña de reelección del presidente Obama. Y esperamos que la historia no se repita. ¿No es eso la definición clínica misma de la locura?

NOTAS: [1] ‘Extender y pretender’ es la consigna favorita de los banqueros cuando buscan esconder el hecho de que algunos grandes préstamos concedidos a alguna gran empresa o a algún Estado es convertido en “no-operativo”. En vez de admitir que han perdido sus fondos, conceden un segundo y aun un tercer o un cuarto préstamo a la parte efectivamente quebrada. Así, “extienden” los préstamos y “pretenden” que el servicio de los mismos está funcionando y al día.

Randall Wray es uno de los analistas económicos más respetados de Estados Unidos. Escribe regularmente en New Economic Perspectives y en Economonitor.com. Profesor de economía en la University of Missouri-Kansas City e investigador en el “Center for Full Employment and Price Stability”. Ha sido presidente de la Association for Institutionalist Thought (AFIT) y ha formado parte del comité de dirección de la Association for Evolutionary Economics (AFEE). Randall Wray ha trabajado durante mucho tiempo en el análisis de problemas de política monetaria, macroeconomía y políticas de pleno empleo. Es autor de Understanding Modern Money: The Key to Full Employment and Price Stability (Elgar, 1998) y Money and Credit in Capitalist Economies (Elgar 1990).

Traducción para www.sinpermiso.infopor: Miguel de Puñoenrostro

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