Reflexiones sobre una larga historia de encubrimientos.
07-02-2015
Introducción
Estamos
transitando el último acontecimiento (por ahora) de esta historia iniciada con
la explosión en la Embajada de Israel y la reciente muerte del Fiscal Alberto
Nisman, 23 años después.
No se trata
de sumar más opciones a la investigación detectivesca o sembrar nuevas
hipótesis judiciales.
Es probable
que nunca sepamos las características de lo ocurrido, más allá de que la
justicia acuse a tal o cual persona, institución o país. Ello hoy se debate
entre el oficialismo y la oposición y sirve para dirimir sus cuentas de corto
plazo aunque aporte muy poco a una comprensión cabal de lo que está ocurriendo.
El problema
central, que está en el eje de estas reflexiones, tiene que ver con el marco en
el que se inscriben tanto los atentados a la Embajada de Israel y a la AMIA y
sus encubrimientos como la acusación, por parte del Fiscal Nisman, a la Presidenta,
su Canciller y un grupo de argentinos como encubridores del atentado a la AMIA,
y la muerte posterior del propio Fiscal.
Lo
gravitante, a lo que tenemos que responder como militantes del campo popular,
es acerca de los intereses que se mueven en torno a este conjunto de
acontecimientos y su evolución.
Lo hacemos
convencidos de la confusión que reina en la propia militancia donde corremos el
riesgo de prestar mayor atención a voces enemigas que al avasallamiento de
nuestra propia soberanía.
Adentrarnos
en la búsqueda de los responsables de estos hechos es identificar a quienes
están en el origen y la actualidad del saqueo a nuestros recursos y la
explotación de nuestros trabajadores. Ubicarlos es encontrar la clave de
nuestra dependencia y de quienes son los actores interesados en mantenernos
disciplinados y sometidos a sus designios mientras ellos se enseñorean sobre
nuestra Patria, sus trabajadores y el conjunto del pueblo.
Los
atentados – Muchas denuncias y pocas investigaciones
El 17 marzo
de 1992 fue el atentado a la Embajada de Israel y el 18 de julio de 1994
ocurrió lo propio en la sede de la AMIA, Mutual Israelita.
Ambos
atentados sumaron más de un centenar de muertos. Esa cifra solo es superada
–para toda la segunda mitad del siglo pasado- por la masacre producida por
militares y civiles gorilas, en junio de 1955, cuando bombardearon la Plaza de
Mayo y sus alrededores.
Sobre los
atentados es mucho lo que se ha hablado y denunciado y muy poco lo realmente
investigado. En aquellos tiempos gobernaba Carlos Menem. Desde los inicios fue
quedando claro que ambos hechos no podían ser desvinculados de cuestiones
internacionales. Uno de los comentarios más fuertes, que se fue instalando en
la prensa, era que se trataba de una “factura” de algunos países del Medio
Oriente, enfrentados a Israel. ¿El motivo? Que Menem habría incumplido con el
compromiso de facilitarles información sobre el misil –Cóndor– que la Argentina
estaba experimentando. Proyecto que la presión los estadounidenses, junto a la
decisión política de Menem de mantener relaciones carnales con ellos, llevó a
desmantelar.
De ese
enfoque surgieron la “pista siria”, un atisbo –abortado– de una “pista
pakistaní” y… por fin la “pista iraní”. Esta fue la que finalmente adoptó
Menem, consolidó Eduardo Duhalde y profundizó el kirchnerismo, en todos los
casos con la anuencia de la inmensa mayoría de sus respectivas oposiciones y de
los principales medios de prensa.
Pero hubo
otra versión que, apenas fueron apareciendo pruebas, fue rápidamente silenciada.
Según la misma tales atentados estarían vinculados a una “interna” israelí o un
hecho accidental, en el caso de la Embajada, producido por un acopio de
material explosivo dentro de ese edificio.
Recordemos
que el 4 de noviembre de 1995 fue asesinado el Primer Ministro Israelí, Isaac
Rabin, promotor -junto a Yasser Arafat- de los Acuerdos de Oslo (13 de
setiembre de 1993). Acuerdos fuertemente cuestionados por los sectores más
reaccionarios y belicistas de la política israelí, a los que también se vincula
con el asesinato de Rabin.
El “atentado
a la Embajada de Israel” que dejara un saldo de 29 muertos y 242 heridos fue la
primera manifestación de esta trágica saga que se está desarrollando, desde
hace más de dos décadas, en nuestro territorio.
Inmediatamente
después del hecho, las declaraciones de los diplomáticos israelíes trataron de
instalar la responsabilidad de Irán mediante la explosión de un coche-bomba en
la puerta de la Embajada, procurando desvirtuar todos los indicios y las
declaraciones de los primeros testigos que señalaban la existencia de una
implosión.
La
maleabilidad de los funcionarios del Gobierno y la Justicia de nuestro país y
su escaso espíritu patriótico hicieron que se terminara aceptando el criterio
de una explosión exterior y el coche-bomba. Pero antes ocurrieron algunas
cuestiones que permiten afirmar la existencia de encubrimientos que durante
largos años impusieron e imponen esa lógica.
Entre otras
varias responsabilidades vale la pena detenerse en el rol de nuestra Suprema
Corte de Justicia, natural instancia jurisdiccional por tratarse de la sede
diplomática de un país extranjero.
En el
expediente había criterios encontrados acerca del lugar de la explosión. Los de
la Policía Federal y Gendarmería indicaban que se había producido en el
exterior, un perito de oficio y otro del Ejército la ubicaban en el interior
del edificio. Para zanjar la duda Corte solicitó a la Academia Nacional de
Ingeniería otro peritaje. La tarea, a cargo de 3 ingenieros estructuralistas y
con metodologías diferentes, fue concluyente: La explosión se produjo en el
interior. Ese peritaje fue hecho público por la Corte en setiembre de 1996.
Desde el
gobierno de Israel se rechazaron esas pericias alegando “que se quería culpar a
las víctimas”. Vinieron las presiones y denuncias de antisemitismo. La Corte
comenzó a retroceder y realizó una audiencia “reservada” (15-5-97) para
“compatibilizar pericias”. Dicha audiencia no alcanzó sus objetivos. Fue
resignando tareas de instrucción y en mayo de 1999, mediante una “acordada”,
dio por cierta la versión del coche-bomba, sin acusar al gobierno de Irán. No
siguió investigando. Los encubridores habían logrado su objetivo.
El “atentado
a la AMIA (Mutual Israelita)” producido el 18 de julio de 1994 dejó un saldo de
85 muertos y alrededor de 300 heridos.
Los
criterios utilizados para que nunca se pudiera investigar y determinar
responsabilidades son conceptualmente semejantes a los aplicados al caso de la
Embajada. Se plantaron pruebas (nuevamente un coche-bomba) y se eligió un
responsable (el Estado de Irán); lo demás son farragosos trámites e
impugnaciones judiciales que permiten que el encubrimiento funcione.
Como en este
caso intervenía la Justicia Federal y no la Suprema Corte, como en el caso de
la Embajada, las cosas tuvieron más “idas y venidas”.
Desde el
primer momento, apareció con un protagonismo mayor la inteligencia israelí,
actuando –casi inmediatamente- en el mismo escenario de los hechos. Nuevamente,
la inconsistencia de las pruebas respecto a las acusaciones formuladas hizo que
las investigaciones se fueran derivando hacia cuestiones secundarias de la
llamada “conexión local”. Todo ello culminó en un laberinto de falsedades y
corrupciones, que terminó cuando, en setiembre de 2004, el Tribunal Oral
Federal Nº 3 (TOF 3) ordenó la nulidad de lo actuado. Los acusados de haber
participado en el ataque de la AMIA recuperaron su libertad. El Juez instructor
Juan José Galeano fue apartado de la causa. Idéntico proceder se adoptó
respecto a 2 de los 3 fiscales intervinientes, Gabriel Müllen y José Carlos
Barbaccia; el tercero, Alberto Nisman, continuó en sus funciones. Los
funcionarios judiciales separados, junto al Presidente de la DAIA (Delegación
de Asociaciones Israelitas Argentinas), Rubén Beraja, y otros involucrados,
fueron procesados.
Luego de la
separación del juez Galeano, la causa quedó en manos de Rodolfo Canicoba
Corral. Se designó al Fiscal Alberto Nisman al frente de la Unidad Fiscal de
Investigación para la AMIA (UFI-AMIA). En estos últimos 10 años el Fiscal
Nisman fue la voz cantante de dicha “investigación”. Se apoyó en la misma
información que había utilizado Galeano y siguiendo la “pista iraní” pidió,
junto al Fiscal Marcelo Martínez Burgos, el 25 de octubre de 2006, el
procesamiento de 8 iraníes, acusando al gobierno iraní como responsable de su
planificación y a Hezbollah de ejecutarlo.
Aquí también
el encubrimiento funcionó, en este caso con mayor incidencia que en el caso de
la propia Embajada, porque continuó el “guión” de una acusación preparada desde
los intereses de potencias imperiales y sus servicios de inteligencia,
particularmente la MOSSAD (agencia de inteligencia israelí) y el FBI.
El
acompañamiento del gobierno a las políticas imperialistas de aislamiento de
Irán y los virajes producidos
Argentina
“acompañó” la política norteamericana de colocar al Estado de Irán en el “ojo
de la tormenta” como “eje del mal” con las acusaciones que anualmente hacían
Néstor y Cristina Kirchner en las Naciones Unidas y con el hecho de dejar en
manos del dúo Stiuso-Nisman las investigaciones. Stiuso fue hasta hace poco el
director general de Operaciones de la Secretaría de Inteligencia. Durante 6
Asambleas Generales de las Naciones Unidas, el kirchnerismo (Néstor en 2007,
Cristina en 2008 / 2009 / 2010 / 2011 y 2012) atacó a Irán haciéndolo
responsable de los mencionados atentados. De esta manera se comportaba en línea
con las políticas de Estados Unidos e Israel, que tenían como propósito el
aislamiento de Irán.
Hasta aquí
la relación del dúo Stiuso-Nisman y el gobierno transitaba pacíficamente, con
una amplia apoyatura y aval del gobierno. Cabe recordar que, en Julio de 2004,
Gustavo Béliz, Ministro de Justicia de Néstor Kirchner, confrontó con Stiuso y
tuvo que renunciar. Allí, Beliz mostró una foto de Stiuso -lo que le valió un
juicio penal- y dijo que Stiuso le hacía mucho mal a la Argentina ya que
“manejaba un ministerio de seguridad paralelo que operaba como la Gestapo”.
Hacia el año
2012 se fue consolidando el cambio de política del kirchnerismo respecto al
Estado de Irán. El 27 de enero del año 2013, los cancilleres de Argentina e
Irán firmaron en la ciudad de Adís Abeba, Etiopía, el Memorándum de
Entendimiento, procurando una salida a la situación planteada entre ambos
países, a través de una Comisión Internacional de Juristas.
Israel
siempre se opuso a ese acuerdo, los Estados Unidos no lo cuestionaron y la
comunidad judía –en la Argentina- tuvo posiciones ambiguas.
Eso pasó
cuando los Estados Unidos también viraban su propia posición, ante sus
necesidades estratégicas -entre otras razones por el retiro de sus tropas de
Irak y Afganistán- de aflojar la tensión con Irán. Ello tomó estado público
cuando el vicepresidente norteamericano, Joe Biden, propuso negociaciones
directas entre Estados Unidos e Irán en la Conferencia de Seguridad de Munich
el 13 de febrero de 2013. Esto ocurría prácticamente en simultáneo con la firma
del Memorándum de Entendimiento, que nunca tuvo principio de ejecución.
Esta coincidencia
de fecha y reorientación política tiene dos lecturas: una que la Argentina
también en este caso “acompañó” la política estadounidense. Dos, que “leyó mal”
sobre las razones estratégicas de los cambios estadounidenses y avanzó sin
reparar en las consecuencias de su viraje.
A partir de
allí la relación con el tándem Stiuso-Nisman se fue tensando. Nisman se opuso
al Memorándum de Entendimiento. A eso hay que agregar que, al mismo tiempo
–cuestiones de orden interno, como el haber proporcionado informaciones
incorrectas sobre el lanzamiento de la candidatura de Sergio Massa por fuera
del oficialismo- también contribuyeron al deterioro de las relaciones respecto
de Stiuso.
Por ese
entonces la Argentina ya comenzaba a tener dificultades económicas, fundamentalmente
en el sector externo. La caída de los precios internacionales de los productos
primarios afectó a nuestro país y la falta de divisas se hacía evidente. El
gobierno creyó que podía obtenerlas restableciendo vínculos con los mercados
financieros internacionales, a pesar de las críticas que la Presidenta les
venía formulando en foros internacionales. En ese camino se pagaron varios
juicios que teníamos ante el CIADI; se acordó el pago al Club de París de una
deuda que veníamos arrastrando desde mucho tiempo atrás; se negoció el pago
–sin reparar en los denunciados “daños ambientales”- de una indemnización a
REPSOL por la nacionalización de YPF. La “frutilla del postre” era lograr que
los reclamos, ante la justicia norteamericana, de los bonistas que no habían
entrado en los canjes (2005/2010) fueran aplazados. Ello dependía de que la
Suprema Corte de los Estados Unidos aceptara una apelación argentina. El fallo
negativo (junio 2014) fue un duro golpe a la estrategia del gobierno argentino.
El no-pago de sentencias anteriores, dictadas por el juez Thomas Griesa de
Nueva York, hizo que la Argentina entrara en un “default selectivo”.
El gobierno
argentino endureció su posición. Buscó y logró diversas apoyaturas
internacionales para sus denuncias contra ese tipo de fondos. Llevó el tema
hasta la Asamblea General de las Naciones. En todos los foros logró
significativos apoyos. Ello, obviamente no benefició su posición respecto al
sionismo-imperialismo. Debemos tener presente que Paul Singer, uno de los
principales “fondos buitre” es un reconocido financiador del sionismo y los
sectores más reaccionarios de los Estados Unidos.
En medio de
estas controversias Argentina fortaleció sus vínculos con Rusia y China. Con
esta última, los acuerdos comerciales y financieros de corto y largo plazo le
están permitiendo a nuestro país sobrellevar la compleja situación que
atraviesa. Así es, por ejemplo, como los swaps (un intercambio de divisas:
pesos por moneda china que puede cambiarse por dólares) con China contribuyen a
mantener un buen nivel de reservas en el Banco Central. Las inversiones y
actividades chinas en sectores claves (hidrocarburos, transporte, represas,
minería) implican una nueva relación estratégica que privilegia estos vínculos
sobre los tradicionales con los Estados Unidos.
Esto fue
colocando progresivamente a nuestro país en una vereda distinta al bloque de
las potencias occidentales.
Fortaleciendo
esa misma tendencia, en el reciente mes de diciembre, la Presidenta ordenó
cambios en la conducción de la Secretaría de Inteligencia, donde colocó a Oscar
Parrilli, un funcionario de su más absoluta confianza. Ello derivó en una
“limpieza” que dejó afuera a Jaime Stiuso –después de 42 años– del aparato
oficial de inteligencia.
Este
conjunto de elementos dan sustento al “combo” que explica la “molestia” de los
países occidentales respecto a la actual política internacional de nuestro
país.
Atentado de
París - Las horrendas dudas sobre su autoría y la actitud del gobierno
argentino
Arranca el
presente año con un contexto internacional donde encontramos a Estados Unidos
procurando redefinir su política exterior y adecuando su situación militar a
las nuevas condiciones. Con Francia como principal aliado y colocando los
mayores esfuerzos en encontrar la forma de contrarrestar la creciente
influencia china. Sabe que además de Ucrania, en Europa, es en el Medio Oriente
donde hoy se despliegan las principales estrategias. Luego del fracaso en
Siria, por los vetos de Rusia y China en el Consejo de Seguridad y por la
resistencia encontrada al interior de ese país, está repensando su estrategia.
En ella, ese extraño engendro llamado Estado Islámico tiene un rol importante,
al igual que las denominadas “células dormidas” de Al Qaeda.
En ese
marco, se produjo en París, el 7 de enero, el ataque a la revista satírica
Charlie Hebdo, con un saldo de 19 muertos (12 de ellos periodistas que
integraban la redacción de dicho medio).
Diversos
factores intervienen para que se produzcan este tipo de situaciones.
Componentes religiosos, económico-sociales y geopolíticos deben ser
considerados a la hora de analizar ese hecho.
La condena
fue universal. Solo lo aplaudió el Estado Islámico, esa extraña fuerza en cuya
preparación, fortalecimiento y acciones hay fuertes y naturales sospechas de
que estrategias norteamericanas e israelíes algo que tienen que ver.
El mundo que
emergió de la Segunda Guerra Mundial, el mundo de la Guerra Fría, fue el reino
de la bipolaridad. Estados Unidos y la Unión Soviética fueron sus
protagonistas. En términos generales el resto se alineaba en alguno de los
bandos de esos grandes decisores universales, en función de las “áreas de
influencia” acordadas en Yalta, al final de aquella guerra.
Luego vino
la implosión de la Unión Soviética, se impuso la unipolaridad estadounidense y
la creencia occidental de que ese momento sería eterno.
Pero las
aberraciones culturales e históricas, la injusticia sobre la que estaba
construida y la propia crisis del sistema capitalista –en el que se sustenta–
hicieron que se abrieran paso manifestaciones de multipolaridad. Otros actores
comenzaron a pesar y viejas reivindicaciones de todo tipo ocuparon el escenario
mundial.
Ahora el
“enemigo” no era uno y fácil de identificar. Para sostener sus intereses y
mantener su hegemonía Estados Unidos alimentó conflictos y desató guerras.
Junto a sus aliados de la OTAN invadió y ocupó territorios. Algunos casos
fueron: Irak, 1990 y 2003; Somalia, 1993 y 2002; Yugoslavia, 1995 y 1999;
Sudán, 1998; Afganistán, 1998 y 2001; Pakistán y Yemen 2002; Libia, 2011. Solo
en Irak hubo más de un millón de muertos. En muchos de esos casos se enarboló
la bandera de la democracia y los derechos humanos como causal que justificara
la intervención. Se le incorporaba otro “guión” que parecía un libreto que el
Presidente George Bush puso al servicio de aquellas intervenciones militares.
Se trata de lo sostenido en los 90 por el filósofo Samuel Huntington, en el
sentido que los futuros enfrentamientos estarían sustentados –más que en
problemas ideológicos o entre estados– en un “choque de civilizaciones”. Según
esa idea, ahora las cuestiones religiosas se irían instalando en el centro de
muchos conflictos.
Para el
decadente occidente, el islam se fue transformando en una poderosa fuente de
confrontaciones. Para evitar un choque directo nada mejor que tomar compromisos
con las fuerzas islámicas. Esto se hizo bajo distintas formas, ya sea
promoviendo alguna de sus formas de organización o exaltando sus propias
contradicciones, en este último caso aprovechándose de las históricas
diferencias entre entre sunnitas y chiitas. Así fue como apoyaron a Bin Laden y
su Al Qaeda, cuyo poder luego tratarían de debilitar. En tiempos más cercanos
están apoyando al Estado Islámico, y lo utilizan para sus propios fines respecto
a Siria e Irán, aunque temen por su desarrollo futuro.
De todos
estos elementos se alimenta esto que suele denominarse “extremismo islámico”.
Es uno de los modos que utiliza, la estrategia sionista y norteamericana, para
producir hechos o atentados de “falsa bandera” (operación encubierta para ser
atribuida a quienes no son sus responsables), que sirven a sus intereses. Esta
es la principal lógica para entender lo ocurrido en París cuando recién se
iniciaba el año.
Este hecho,
definido por las usinas comunicacionales como “un atentado contra la libertad
de prensa” y producido en París, la “capital de los derechos humanos”, debería
tener un efecto notable. Así fue y en lo que puede considerarse como “una
explotación del objetivo” se hizo la gigantesca Marcha de París. Marcha que fue
transmitida de forma permanente y en directo por los canales de televisión
argentinos.
Si bien las
informaciones sobre la cantidad de participantes no son coincidentes, no caben
dudas que se trató de una movida imponente, numéricamente hablando. No parece
exagerada la apreciación de muchos periodistas en el sentido que se trató de
una marcha tan o más importante que la realizada con motivo del fin de la
ocupación de París por parte de los nazis, en la Segunda Guerra Mundial. Se
habla de 1,5 a 3 millones de franceses, en su inmensa mayoría, legítimamente
preocupados por su futuro. Son parte de una sociedad acorralada por una pinza
de la que no logran zafar. La crisis económica cuyo final es un horizonte al
que no pueden llegar y los riesgos de una violencia cuya causa no logran
descifrar aunque una creciente islamofobia les hace creer que tiene que ver con
la creciente presencia de inmigrados musulmanes. Esto último, aunque negado en
el discurso oficial, está omnipresente en la vida cotidiana. Ello llega a tal
punto que una novela -“Sumisión”- que salió a luz el mismo día de los atentados
ironiza con la ficción de un Presidente musulmán para el año 2022.
Si lo dicho
vale para la mayoría de un pueblo que -altivo en su gesto y temeroso en su
alma- se movilizó el domingo 18 de enero, no puede decirse lo mismo de la
cabecera de dicha movilización. Allí primó la hipocresía de la dirigencia de
una cincuentena de estados. Allí estaban las máximas autoridades de varios
estados integrantes de la OTAN y responsables de miles y miles de asesinatos en
varias intervenciones armadas contra pueblos diversos. Dejando en claro el modo
en que se usa una vara diferente para medir las muertes si se trata de víctimas
occidentales o de otros pueblos. Tampoco faltaron aquellos que ocupan sillones
presidenciales, en países emergentes de lo que se conocía como el Tercer Mundo,
que fueron electos en “democracias a la occidental” después de haber aceptado
las reglas de juego impuestas por esas invasiones militares o dominaciones
imperiales.
La foto de
esa cabecera –publicada por el diario Le Monde– la muestra fuera de la
movilización, ajena al pueblo allí presente y “para la galería”. Ella es una
muestra y símbolo de esa contradicción.
En la
decadencia del occidente desarrollado, en la miseria y el dolor de sentirse
violados e invadidos –que los pueblos musulmanes sometidos padecen
cotidianamente– se encuentra el campo fértil para reclutar las desesperaciones
juveniles que alimentan al “terrorismo” que cínicamente dicen combatir.
Es por eso
que la mayoría de la dirigencia de la Marcha de París está manchada con sangre.
Hizo bien la
Presidenta, si lo ordenó, en no permitir que el Canciller asumiera la
representación del país en la misma. Aunque después de la muerte de Nisman, la
propia Presidenta aludió a su presencia.
Pero los
hechos de París no se agotaron en esa marcha y la muerte de quienes habrían
sido sus ejecutores.
Mientras
tanto, adolescentes de algunas escuelas del París suburbano pobladas por hijos de
inmigrantes pobres provenientes de países musulmanes, se negaron a rendir
homenaje a las víctimas; el Papa Francisco sostuvo que las religiones merecen
respeto –ya que forma parte del respeto que merecen las personas que las
practican y las naciones que las asumen– y que “no se puede insultar la fe de
los demás” y los redactores sobrevivientes de la masacre a la revista Charlie
Hebdo sacaron un número extra, del que sostienen haber vendido 7 millones de
ejemplares, con una imagen nuevamente satírica de Mahoma que, en nuestro país,
acompañó vergonzosamente –en una reciente edición– la Revista Noticias.
Mientras
todo eso acontece trascienden algunas informaciones que provocan horror. Se
trata de opiniones en algunos casos, afirmaciones y pruebas en otros, sobre los
responsables del atentado realizado en París.
Julian
Assange -el fundador de Wikileaks- refugiado en la embajada de Ecuador en
Londres, quien diera a publicidad comunicaciones oficiales que afectan a muchos
estados y dirigentes, proporciona algunos detalles que es bueno tener presente.
Assange afirma que Francia tiene responsabilidad, por acción u omisión, en el
atentado. Por omisión, por la escasa o nula eficacia preventiva. Lo más grave es
que plantea que es posible que los servicios franceses dieran protección a los
atacantes para facilitar el ataque. Lo explica en el hecho de que ello
legitimaría sus escandalosas intervenciones en Libia, Siria y otros lugares.
Para la
francesa Red Voltaire y el diario norteamericano McClatchy, los hermanos
Kouachi, responsabilizados por las autoridades francesas del ataque, fueron
reclutados por el francés David Drugeon, miembro de los servicios de
inteligencia franceses. En noviembre de 2014 la cadena norteamericana Fox News
anunciaba la muerte de David Drugeon con motivo de ataque con drones, en Siria,
reivindicando que trabajaba para los servicios secretos franceses.
Paul Craig
Roberts, un conservador norteamericano de 75 años quien fuera Subsecretario del
Tesoro en la Administración Reagan, lo ocurrido en París fue una operación de
“falsa bandera” destinada a fortalecer el dominio norteamericano sobre Francia
y ponerle cuerpo a la amenaza terrorista. Sostiene que el documento
perteneciente a uno de los “Kouachi”, encontrado “casualmente” en el lugar de
los hechos, confirma la perspectiva en el sentido que la responsabilidad
atribuida a los “islámicos” Kouachi está fundada en una mentira que los
“pueblos occidentales estúpidos van a creer”.
El
Presidente Recep Tayyip Erdogan de Turquía ha hecho responsable al MOSSAD. Es
un dato a tener en cuenta, a pesar de que dicho presidente no sea santo de
nuestra devoción por reprimir al pueblo turco y a los revolucionarios kurdos
del PKK.
Entre
nosotros, la periodista Stella Calloni, autora de un irrebatible trabajo sobre
el “Plan Cóndor” en nuestra región, sostiene que es común que las potencias
occidentales apelen a estos mecanismos. Ella nos recuerda que hace pocas
semanas la Corte Penal Internacional aceptó la participación de Palestina en su
seno, con el voto afirmativo de Francia. Situación que es un problema para
Israel, por las denuncias que lloverán sobre ese Estado. Según Calloni esta
podría ser una “devolución de favores” al estado francés por haber apoyado esa
decisión. Quienes niegan el rol del imperialismo en el mundo, y ridiculizan con
el mote de “teorías conspirativas” cualquier análisis que vincule las disputas
dentro de un país con las grandes disputas geopolíticas, deberían revisar sus
posiciones, especialmente si políticos y analistas de tan diversas filiaciones
ideológicas han planteado la posibilidad de un atentado de “bandera falsa”.
Todo lo
anterior lleva a reflexionar sobre el hecho de que lo que se denomina
“terrorismo islámico” está en gran parte controlado por las grandes potencias
occidentales que lo utilizan al servicio de sus intereses.
Independientemente
de si el lector se convenció de que los servicios secretos actuaron por omisión
o acción en el atentado de París, hay algo que es innegable: el atentado fue
aprovechado por los gobiernos de los países que manejan el mundo. No es muy
atrevido pensar que el “atentado de París” y los hechos que lo rodean fueron un
detonante para la producción de diferentes acciones posteriores. En este punto
ya señalamos algunas de ellas, sucedidas en Francia, inmediatamente después del
atentado. Pensamos que lo desencadenado pocos días después en nuestro país con
las denuncias y muerte de Nisman, no es totalmente ajeno a ese atentado.
La extraña
denuncia del fiscal Nisman y su no menos extraña muerte
Este marco
internacional profundiza lo que ya venía aconteciendo con el cambio de
conducción en la Secretaría de Inteligencia.
Ese “combo”
hizo que los jugadores locales de un ajedrez cuyas piezas se mueven desde otros
lugares, tuvieran que acelerar jugadas. Esto explica la oportunidad en que el
fiscal Nisman solicitara –en plena feria judicial– la citación a indagatoria de
la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner, del Canciller Héctor Timerman y
otros ciudadanos argentinos, acusándolos de encubrimiento del atentado a la
AMIA.
Los vínculos
de Nisman con la Embajada de los Estados Unidos son conocidos. Nisman era
indiscutiblemente un agente de intereses extranjeros; era un funcionario
traidor con todas las letras.
La
importancia de esos atentados para la política de los Estados Unidos lo da el
hecho que, según los cables de Wikileaks, hay 196 cables –muchos de ellos
“secretos” o “clasificados”– intercambiados entre la Embajada de Buenos Aires y
el Departamento de Estado de EEUU, vinculados a esos acontecimientos. Allí
están las pruebas sobre la relación de los intereses estadounidenses con el
Fiscal Nisman. La investigación sobre dichos cables le permite afirmar a
Santiago O´Donnell, autor de “Argenleaks” y “Politileaks” que “Nisman le
anticipaba dictámenes a la Embajada, que inclusive los mandaba a corregir, y él
los corregía. En los Wikileaks también hay registros de los pedidos de
disculpas de Nisman a la embajada norteamericana por no anticipar determinados
movimientos”.
Respecto a
Stiuso, tampoco caben dudas de sus vínculos con la MOSSAD y los servicios
estadounidenses (CIA y FBI). El propio Nisman no ocultaba el hecho de que las
informaciones sobre la “pista iraní” se las proporcionaba Stiuso, a quien se
las hacían llegar servicios de inteligencia extranjeros.
Es por ello
que el encubrimiento sobre el atentado a la AMIA se produjo por parte del
propio Fiscal, que tomó como propias las informaciones de estos servicios.
Todas ellas estaban fundadas en el famoso coche-bomba que habría explotado en
la puerta de acceso de la AMIA, conducido por un autoinmolado yihadista del
Hezbollah, quien respondía a directivas del Estado de Irán. Información que se
corresponde con el “guión” elaborado desde el inicio por los servicios de
inteligencia de Estados Unidos e Israel. Dicha “prueba” fue cuestionada
inclusive por las primeras informaciones proporcionadas por la Policía y la
Gendarmería.
La
inconsistencia de las pruebas llega al punto de que la mayor parte de las
investigaciones periodísticas (Salinas, Levinas, Lanata-Goldman) descartan las
pruebas sobre la “pista iraní”. Un conocido opositor al gobierno, Jorge Lanata,
publicó en la revista Perfil de noviembre de 2006 que “en las 113.600 fojas del
expediente usado por Nisman para acusar no hay nada”.
A la hora de
calibrar las razones de este exabrupto judicial hay que recordar que según la
acusación del Fiscal Nisman los objetivos prácticos del “encubrimiento” serían:
poner fin a las “circulares rojas” (el instrumento que tiene INTERPOL para
detener sospechosos), que impiden a los iraníes acusados salir de su país a
cambio de una mejora en el comercio bilateral. Las “circulares rojas” siguen
vigentes y Argentina nunca pidió su levantamiento. Si bien es cierto que en el
“punto 7” del Memorándum de Entendimiento se decía: “Este acuerdo, luego de ser
firmado, será remitido conjuntamente por ambos cancilleres al Secretario
General de Interpol en cumplimiento a requisitos exigidos por Interpol con
relación a este caso”. En lo que respecta al comercio con Irán, efectivamente
creció, pero ello ocurrió antes del 2012 y la firma del mencionado Memorándum.
Nisman trabajaba con información provista por servicios, que muy probablemente
estuvieron implicados en el atentado o por lo menos en su encubrimiento. Su
interés estaba en que la responsabilidad de los mismos cayese en Irán, u otro
de los estados enemigos de los yankis e Israel. Nunca tuvo interés en
investigar nada.
Esta saga de
acontecimientos no terminó con la acusación de Nisman, producida el 15 de
enero. El domingo 18 apareció muerto, con un tiro en la cabeza, en el baño de
su departamento.
Su muerte
ocurrió en una de las Torres de Puerto Madero. Un barrio hermético,
supuestamente seguro, donde residen poderosos –de todo tipo– en una mezcla que
haría las delicias del autor de “Cambalache”.
Si el lugar
es llamativo, la forma en que aconteció el hecho también lo es. El arma,
aparentemente usada, traída por un subordinado; rastros del disparo que no se
encuentran en las manos del difunto; puertas y entradas llamativamente fáciles
de abrir; custodios que poco custodian; funcionarios de roles ambiguos que
rápidamente dicen que fue “suicidio”. En fin… detalles detectivescos que
pululan por las pantallas televisivas y los comentaristas de todo tipo que poco
aclaran y mucho oscurecen.
Todo lo
dicho sobre el lugar y la forma podría ser menor si no tuviéramos en cuenta la
oportunidad en la que muere este “personaje”. Fue un domingo y al día siguiente
debía concurrir al Congreso para presentar las pruebas sobre las cuales se
asentaba la denuncia sobre la Presidenta, el Canciller y un grupo de personas
acusadas de encubrimiento del atentado a la AMIA. El diario La Nación aceptó en
una nota titulada “Según juristas, a la acusación de Nisman le costará probar
el delito” que la denuncia es insostenible. Naturalmente, la oposición igual
aprovecha para golpear al gobierno.
La muerte
del Fiscal, inédito acusador de la Presidenta, fue la que no solo potenció al
hecho investigado, sino que transformó su muerte en una cuestión internacional
de primer orden. La denuncia en sí no hubiese tenido demasiado efecto si el
fiscal no estuviese muerto. Llamativas miradas internacionales se posaron sobre
nuestro gobierno, desacreditando al Estado Argentino por su supuesta
responsabilidad, por acción u omisión, sobre ese hecho. Los principales diarios
del mundo y diversas organizaciones se hicieron eco –críticamente– de esta
muerte. El Secretario General de las Naciones Unidas ha ofrecido colaboración
técnica para investigarlo. Estados Unidos han solicitado una “investigación
completa e imparcial”. Desde el Estado de Israel llovieron críticas.
Desde el
punto de vista de la política interna de nuestro país no quedan dudas de que lo
acontecido incomoda al gobierno. Más allá de lo que luego se pueda determinar,
es indudable que en el imaginario colectivo se trata de un hecho delictivo del
cual el gobierno difícilmente pueda “despegarse” totalmente.
Parece que
estamos asistiendo a una “operación de inteligencia” pero… ¿qué es una
operación de inteligencia? Se trata de acciones desarrolladas principalmente
por Estados que tienen por objetivo producir hechos que parecen haber sido
llevados a cabo por otros. Esta muerte y los propios atentados,
publicitariamente muy usados aunque escasamente investigados, forman parte de
esas “operaciones de inteligencia”, que obviamente no solo involucran a los
agentes de inteligencia.
Es por eso
que, por la envergadura de los actores más importantes y más allá del “éxito”
de la tarea judicial, es posible pensar que descifrar la verdad es una
perspectiva que difícilmente podamos ver.
Las
diferentes y contradictorias apreciaciones que tuvo la Presidenta sobre la
forma en que se produjo la muerte de Nisman ejemplifican el nivel de confusión
en el que se mueve el gobierno. Sin embargo el contexto de sus últimas
presentaciones parece asomarse a la complejidad de responsabilidades que aquí
se señalan, aunque insiste en que no se puede pensar en su encubrimiento dada
las múltiples denuncias y acciones en contra del Estado de Irán.
Ideas para
seguir
Vemos la
necesidad de analizar algunas informaciones y reflexionar sobre las mismas para
evitar que sean los enemigos de nuestro pueblo los que nos digan qué pasó, qué
tenemos qué pensar y hacer.
Sí tenemos
muchas preocupaciones.
Ellas nacen
de un hecho fundamental: Las agencias imperialistas, sus voceros y propaladores
pagos, ingenuos o “idiotas útiles” contribuyen a moldear un pensamiento
funcional a quienes nos someten con el objetivo de disciplinar nuestros
comportamiento y tener mejores condiciones para profundizar el saqueo y la
explotación.
Nos preocupa
el hecho de que la muerte trágica del Fiscal Nisman sea utilizada para
reivindicarlo. La tragedia humana no modifica el hecho de que fue un agente al
servicio de un “guión” elaborado desde las usinas imperialistas, uno de cuyos
objetivos fue el encubrimiento sobre un atentado que debía investigar.
Nos preocupa
la islamofobia, una forma de racismo, que se está instalando. Las diferentes
culturas merecen todo nuestro respeto. Es lamentable que se las denigre cuando
de su seno nacen fuerzas antiimperialistas que procuran luchar contra el
sistema de dominación.
Nos preocupa
y nos alarma la denuncia contra militantes populares como Yussuf Khalil, Fernando
Esteche y Luis D’Elía. Vemos dicha acusación como una advertencia al conjunto
de la militancia que se viene manifestando en oposición al sionismo y al
imperialismo por la reiteradas masacres y genocidios que practican. En el marco
de las llamadas políticas antiterroristas que el imperio despliega, dichas
acusaciones se constituyen en una “espada de Damocles” sobre la militancia
popular. La vigencia de la Ley Antiterrorista, elaborada por el FMI, es uno de
los instrumentos legales que tiene el Estado para esos fines.
Nos preocupa
que la situación en la que estamos sea la antítesis de las certezas que –desde
hace más de dos décadas- reclaman los familiares de las víctimas. Además,
lamentablemente, hay sectores del campo popular que han hecho propia las posiciones
de nuestros enemigos, sectores que se centran en un análisis y políticas
puntuales escapando al problema de fondo, mientras se ignora el ataque a
militantes del campo popular.
La
corrupción, mentiras y encubrimientos que rodearon a las presuntas
investigaciones han ocupado el lugar de la verdad. Sólo cuando el pueblo
recupere la plenitud de su soberanía éstos y otros hechos semejantes podrán ser
investigados y habrá una inteligencia al servicio de esa soberanía.
Argentina
está metida en un berenjenal de difícil solución. Una auténtica salida, aunque
de muy difícil realización, es recuperar el derecho a decir y sostener la
verdad. Eso supone poner en cuestión lo “investigado” desde el inicio, incluida
–obviamente- la autoría de los atentados. De lo contrario la verdad seguirá
oculta entre los escombros de la Embajada y la AMIA. El país seguirá pendiente
de enfrentamientos en los que no tiene decisión y de injerencias que violan
nuestra soberanía y que, desde el principio, obstruyeron las posibilidades de
una real investigación, colocándose en el papel de víctimas y contribuyendo al
encubrimiento de lo ocurrido.
Ello seguirá
así mientras la política continúe subordinada a las encuestas y los asesores de
imagen ocupen el lugar de los estadistas.
Esperamos
que cada compañero, desde su lugar de militancia, elabore las propuestas y
modos de acción más eficaces para responder a estas provocaciones que van
contra los intereses de la inmensa mayoría de los argentinos.
Firman este
artículo: Roberto Perdía, Carlos Aznárez, Héctor Carrica, Norman Briski,
Vicente Zito Lema y Facundo Guillén
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