Una victoria peligrosa
13-04-2016
Ocurrió lo que se preveía. La derecha pudo cantar
victoria luego de los comicios peruanos del 10 de abril. Aunque el proceso
electoral registró irregularidades notables y se anotaron innegables muestras
de fraude, la elección puesta en marcha concluyó con la victoria de Keiko
Fujimori, con un 39.1% en la primera vuelta, contra un 24.2% de Pedro Pablo
Kuczynski, y un 16.5% de Verónica Mendoza; de acuerdo a los estimados
oficiales.
Que la Fujimori obtendría el primer lugar en la
consulta, y que su paso a segunda vuelta era seguro, muy pocos lo ponían en
duda. Era una posibilidad palpable, y una amenaza concreta que había que
enfrentar a partir de una dura lucha ideológica y política y a través de una
clara pedagogía de masas. Quizá si el porcentaje fue más alto de lo supuesto -debió
bordear un máximo de 34%- pero los cinco puntos de diferencia bien pueden
atribuirse a las cédulas marcadas con su signo, e introducidas ilegalmente en
las ánforas antes del proceso dominguero; tal como se denunció en algunos
lugares de votación en Chiclayo, e incluso en el Consulado del Perú en Roma.
El segundo lugar -y eso también era previsible- fue
alcanzado por PPK, una versión peruana de Sánchez de Lozada, el pintoresco ex
presidente boliviano radicado en USA luego de su destitución. El porcentaje que
alcanzó fue mayor de lo originalmente supuesto porque se nutrió de la migración
de electores que no aceptaban a Keiko, pero tampoco se animaban a votar por “la
izquierda”.
Verónica Mendoza, quien representó más
calificadamente este espectro electoral, descendió ligeramente en los estimados
iniciales, alcanzando algo más del 16%. Logró, sin embargo, una significativa
victoria en 7 regiones del sur andino y una relativamente alta votación en
Arequipa y en el oriente peruano. En Cajamarca, en solitario, se impuso
Gregorio Santos, el encarcelado líder regional que registraba inmensas
limitaciones para desplegar su campaña por falta de libertad y de recursos. Su
victoria local, y los casi 4 puntos que alcanzara su candidatura presidencial,
reflejan un nivel de aceptación que no puede ser subestimado.
¿Cómo explicar ocurrido? En primer lugar al hecho
que durante cinco años, contando con ingentes recursos económicos, Keiko
Fujimori recorrió el país construyendo su imagen, levantando su estructura
partidista y reclutando adeptos en uno y otro confín, sin que nadie la
enfrentara. Un sector de la Izquierda, en todos esos años, bajó la guardia
respecto a ella y no la combatió ni denunció como la expresión de la Mafia más
corrupta y asesina que envileciera la vida nacional. Concentró sus fuegos
contra el Presidente Humala, achacándole a él todos los males.
Ningún deslinde político ni ideológico se hizo en
Lima. Ni en el norte y centro del país. Por el contrario, se la dejó correr
sola, suelta en pampa y con sus talegas llenas. He ahí el resultado.
Abandonado el campo de la discusión política, se
dejó la lucha a la voluntad de masas aisladas y sin recursos, que debieron
enfrentar los retos del momento en las más precarias condiciones. Pero lo
hicieron con honor. De ese modo, allí caló la denuncia contra la Mafia, y ella
se proyectó hacia una fuerte votación por Verónica y Santos. Donde hubo luchas
-en Tintaya, Tia Marìa o Conga- las masas supieron distinguir, y derrotar la
campaña del keikismo.
Sólo en la recta final el país pareció tomar
conciencia del peligro que acechaba. Y eso explica la inmensa movilización
humana del 5 de abril, y el que ella se replicara en casi todas las capitales
del interior del país. El deslinde, sin embargo, fue episódico e insuficiente.
No debió ser materia de un día de entusiasmo, sino la expresión de una campaña
intensa, cotidiana, de años de lucha en todos los terrenos. Esa fue una tarea
que no se cumplió.
La falta de unidad de los sectores democráticos fue
el segundo gran factor. No se trataba solo de forjar “la unidad de la
izquierda” –que era importante- sino de construir la más amplia unidad del
pueblo para enfrenar a la Mafia y batirla. Eso pasaba por ganar a todos los que
pudieran venirse a nuestras filas y neutralizar a las “fuerzas intermedias”
para que no jueguen sus propias cartas. Eso tampoco se hizo. Ni se logró unir a
todos, ni se pudo neutralizar a nadie.
Hay que rescatar, sin embargo, la campaña de
Verónica Mendoza. Nació de la nada y creció con ínfimos recursos. Ganó
voluntades y llegó a muchos. Tuvo un discurso democrático y más bien
progresista. Y se proyecta, a partir de lo vivido, como una fuerza
significativa y en ascenso. Y tendrá una representación parlamentaria que,
aunque pequeña, luce cohesionada y combativa. Bien puede ser la base de una
recuperación futura, a condición que supere el entrampamiento, el sectarismo y
los prejuicios que la maniataron.
Una expresión lamentable de la campaña fue el hecho
que, en buena parte de ella, las distintas fuerzas -convencidas como estaban
que la Fujimori ganaría la primera vuelta- se empeñaron no en derrotarla, sino
en ocupar el segundo lugar para enfrentarla en la ronda de junio. Así, en lugar
de hacer causa común en la lucha contra la Mafia, se mordieron entre ellos y se
descalificaron mutuamente. ¿El pago? Todos bajaron su potencialidad electoral y
el Keikismo alcanzó absoluta mayoría: 65 de 130 congresistas en la Cámara
Unica.
Con esa proporción -independientemente incluso del
balotagge de junio- la Mafia Fujimorista resurge y recupera casi todo su Poder.
Y constituye la amenaza más grande y peligrosa que se cierne sobre el país.
Y aquí hay un tercer factor. ¿Cómo se explica que
una fuerza que en el nivel parlamentario alcanzara solo un tercio de los votos,
tenga la mitad más uno de los congresistas? Sólo por los mecanismos
fraudulentos que regularon el proceso electoral. ¿Una prueba? En Cajamarca, el
Partido de Santos obtuvo el 40% de los votos a nivel congresal. Ganó a todos. Y
tendría derecho a 4 de 6 parlamentarios de la región. Pero como ese Partido a
nivel nacional no “pasó la valla” -es decir, obtuvo menos del 5% de los votos-
no tendrá ningún congresista y los 4, serán adjudicados a Keiko. Ella se
beneficiará, también, con los votos “nulos y blancos” al ser estos considerados
“válidamente emitidos”. Se repartirán, entonces, proporcionalmente, entre
todos. Los de mayor votación, tendrán más. Keiko a la orden.
Este tema del “mínimo legal” -5%- fue usado también
como una trampa. Originalmente se situó en el 7% de los votos. Y se mantuvo
como exigencia hasta que quedó claro que García no llegaría a él. Entonces, se
bajó a 5. García llegó al 5.6%, y alcanzo 6 parlamentarios.
¿Cuáles serán las consecuencias de lo ocurrido?
Está claro que esta elección no es sólo una pérdida para el Perú. Es también
una derrota para el proceso emancipador latinoamericano. Incluso la política
exterior peruana tendrá un rumbo antibolivariano y servirá para enfrentar al
movimiento anti imperialista de nuestro continente. Eso constituirá, objetivamente,
un retroceso a lo actuado por el Perú en el escenario exterior en el último
quinquenio.
La segunda ronda -el 5 de junio- se definirá entre
dos opciones malas. Una –la de PPK- objetivamente pro yanqui en todos sus
extremos. Y la otra, una Mafia que haría del Perú un país ingobernable. ¿Por
quién votar? Bien podría decirse que no hay alternativa. Por eso, no se
necesitará que nadie lo diga, lo disponga, o acuerde, o lo ordene. Cada
ciudadano sufragará en su momento determinando, a su juicio, cuál es el enemigo
peor que debe ser vencido.
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