29-09-2017
Cada ser
humano alberga en su interior un demonio y un ángel. La misma persona, en
ciertas condiciones, es capaz de matar y en otras de dar su vida para rescatar
de la muerte a un desconocido. Nos apoyamos sobre cientos de milenios durante
los cuales otro ser humano que no fuese miembro de nuestra familia ampliada era
potencialmente un enemigo perteneciente a una especie diferente y podía ser
muerto y devorado pero también sobre unos miles de años de vida en comunidades
organizadas y de civilización.
La solidaridad, la defensa de la comunidad, el
altruísmo, están anclados en la minga, el tequio, el mano vuelta, el yo por ti
y tú por mí de los pueblos con una vieja cultura comunitaria que reaflora en
las circunstancias trágicas. Esta característica distingue a esos pueblos de
los de aquellos países que nacieron capitalistas y que se formaron con la suma
de individuos provenientes de todo el planeta que dejaban atrás sus raíces para
afirmar una individualidad prepotente sin la cual no hubieran podido sobrevivir
en medio de gente de otras culturas y otras lenguas.
El terremoto de 1985 y éste de 2017 sacaron a luz
un México semejante al de la Revolución mexicana por su aparente espontaneidad
y su carácter de “bola” pero ahora es un México mucho más maduro porque 1917 y
el cardenismo en los 1930 le dieron dignidad a los explotados y dominados. El
protagonismo popular y juvenil en 1985, la victoria de Cuauhtémoc Cárdenas en
1988, el levantamiento del EZLN en 1944, la victoria electoral de 2006 de López
Obrador, posteriormente, fueron hitos sobresalientes de la construcción de la
seguridad generalizada de que se puede enfrentar y vencer al poder estatal.
Una ética solidaria y humanitaria se impuso en esta
tragedia por sobre la competencia de todos los días con nuestros iguales y por
sobre la desconfianza diaria frente al desconocido, el temor al Otro y el
egoísmo que intenta inculcarnos la cultura capitalista.
Esa ética solidaria, como plantea Víctor Toledo en
nuestro periódico, barrió de golpe como un aluvión el individualismo y los
venenos de los grandes medios de información que deforman nuestros cerebros
desde la infancia hasta la vejez.
Las comunidades chiapanecas, poblanas, oaxaqueñas,
guerrerenses, morelenses y centenares de miles de jóvenes de la capital mexicana
que ni siquiera habían nacido en 1985 y no tenían, por lo tanto, memoria
individual sobre lo que habían hecho otros jóvenes en una contingencia similar,
respondieron a la memoria histórica profunda de la comunidad y al instinto de
clase de los trabajadores. Uno de los ejemplos más conmovedores en unos días
llenos de heroísmo anónimo lo dieron los familiares de los 43 estudiantes de
Ayotzinapa que formaron una brigada de rescate.
Llevados por su heroísmo y su altruísmo miles
olvidaron los prejuicios de clase, de género étnicos, culturales -en un país
donde el racismo y la xenofobia están a flor de piel y donde desgraciadamente
se baten los récords mundiales de asesinatos de mujeres- y se esforzaron
abnegadamente por salvar indígenas, mujeres y extranjeros explotados. Así, en
la acción solidaria, levantando escombros y rescatando seres humanos y animales
junto a miles de mujeres, indígenas y cientos de extranjeros de todas las
condiciones sociales, se reconocieron en los Otros. El Estado nuevamente quedó
al desnudo y la camarilla oligárquica que gobierna México volvió a demostrar su
incapacidad y su imprevisión.
Ahora intentará desactivar la bomba de tiempo de la
solidaridad y del nuevo nivel de conciencia de millones de personas porque lo
aprendido en el terremoto podría expresarse en 2018 en un aumento muy
importante del apoyo a Marichuy Patricio, en una fuerte abstención o en un
reforzamiento de la candidatura de AMLO.
Resistir es existir. Pero para cambiar la relación
de fuerzas sociales hay que organizar y transformar en fuerza lo que se expresó
en la ayuda solidaria.
Los alumnos de Arquitectura, como propone Ximena
Bedregal, deberían diseñar casas baratas y seguras que puedan ser edificadas
colectivamente por las comunidades. Ingenieros, arquitectos y médicos junto a
obreros de la construcción deberían presentar planes urbanísticos que combatan
la contaminación, agilicen el tránsito, creen áreas con parques y jardines y
proyectos para una recolección racional y el aprovechamiento de los residuos
domésticos.
Habría que crear Comités de Barrio o colonia, con
delegados por cuadra, elegidos directamente por los vecinos, que se reúnan
públicamente cada semana para discutir la reconstrucción, controlar a las
empresas constructoras y a las autoridades y evitar robos y despilfarros.
Esos mismos Comités podrían nombrar subcomités que
funcionen como policía comunitaria elegida en asamblea, combatan y reduzcan la
delincuencia y, sobre todo, den seguridad a las mujeres. Sería posible la
federación de dichos Comités de Barrio e incluso de manzana a escala de cada
delegación o municipio y habría que vigilar cuidadosamente que no sean
dominados por los partidos burgueses, todos cuales, por acción u omisión, son
responsables de las tragedias en 1985 y en 2017.
Porque, si bien los terremotos y otras calamidades
como las inundaciones pueden ser imprevisibles, los muertos y los daños no
tienen una causa natural y son simplemente el resultado de la especulación
inmobiliaria y de la inconsciencia, imprevisión, dolo o corrupción de las
autoridades.
Si queremos salvar a México, hay que desembarazarse
de un gobierno incapaz, dañino y represivo y sacar la vida de la gente de la
lógica del capitalismo que sólo se preocupa por las ganancias de los parásitos.
La conclusión de la experiencia
vivida debe ser discutir en asambleas cómo hacer para no dejar en manos de los
causantes de los desastres la reorganización de la vida en los centros
poblados. De esas asambleas debería surgir una organización masiva e
independiente de los trabajadores que incluya a los estudiantes y a los
artesanos y pequeños comerciantes que dieron su ayuda solidaria.
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