viernes, 4 de octubre de 2024

PLEJÁNOV RESPONDIENDO A LUNACHARSKI SOBRE LA BELLEZA, LO OBJETIVO Y LO DECADENTE EN EL ARTE

 


viernes, octubre 04, 2024 

«Cuando expresé los conceptos aquí expuestos, el señor Lunacharski me hizo varias objeciones. Examinaré ahora las más importantes.

En primer lugar, se extrañó de que, al parecer, yo reconociera la existencia de un criterio absoluto de la belleza. Pero tal criterio no existe. Todo fluye, todo cambia. Y también cambian, por cierto, los conceptos que los hombres tienen de la belleza. Por eso, no podemos demostrar que el arte contemporáneo está atravesando efectivamente una crisis de fealdad. 

A esta objeción contesté y contesto diciendo que, en mi opinión, no existe ni puede existir un criterio absoluto de la belleza [64]. Los conceptos que el hombre tiene de la belleza cambian indudablemente con el curso del proceso histórico. Pero si no existe un criterio absoluto de la belleza; si todos los criterios con que se la enjuicia son relativos, ello no significa que carezcamos de toda posibilidad objetiva de juzgar si una obra artística está bien hecha. Supongamos que el artista quiere pintar una «mujer de azul». Si lo que ha representado en su cuadro se parece realmente a esa mujer, diremos que ha logrado pintar un buen cuadro. Pero si en lugar de una mujer vestida de azul vemos en su lienzo varias figuras estereométricas coloreadas en diversos lugares con manchas azules más o menos densas y más o menos burdas, diremos que ha pintado cualquier cosa menos un buen cuadro. Cuanto más corresponde la ejecución al intento, o, empleando una expresión más general, cuanto más corresponde la forma de una obra artística a su idea, más afortunada es esa obra. Ahí tiene usted una medida objetiva. Y sólo porque tal medida existe podemos afirmar que los dibujos de Leonardo da Vinci, pongamos por caso, son mejores que los del pequeño Temístocles, que emborrona papeles para distraerse. Cuando Leonardo da Vinci dibujaba a un viejo con barba, le salía un viejo con barba. ¡Y cómo le salía! Al contemplarlo no podemos por menos de exclamar: ¡parece vivo! Pero cuando a Temístocles se le ocurre pintar a un viejo barbudo, lo mejor que podemos hacer para evitar malentendidos es poner debajo: esto es un viejo barbudo y no otra cosa. Al afirmar que no puede haber una medida objetiva de la belleza, el señor Lunacharski pecaba de lo mismo que pecan tantos ideólogos burgueses, incluidos los cubistas: de extremo subjetivismo. No comprendo en absoluto cómo un hombre que se llama marxista, puede caer en semejante error. Debo añadir, sin embargo, que aquí empleo el término «belleza» en un sentido muy amplio, tal vez demasiado amplio. Pintar un hermoso cuadro que representa a un anciano no significa pintar un anciano hermoso, es decir, bello. La esfera del arte es mucho más vasta que la esfera de «lo bello». Pero en toda su amplitud puede aplicarse con igual comodidad el criterio por mí indicado: la correspondencia entre la forma y la idea. El señor Lunacharski afirma −si no le he entendido mal− que la forma también puede corresponder exactamente a una idea falsa, con lo que yo no puedo estar de acuerdo. Recordemos la obra de De Curel «La comida del león» (1898), basada, como sabemos, en la falsa idea de que las relaciones entre el patrono y sus obreros son las mismas que las existentes entre el león y los chacales que se alimentan de las migas que caen de su regia mesa. ¿Podría De Curel haber reflejado con fidelidad en su drama esta falsa idea? ¡De ningún modo! La idea es falsa, porque se halla en contradicción con las verdaderas relaciones entre el patrono y sus obreros. Presentarla en una obra artística es desfigurar la realidad. Y cuando una obra artística desfigura la realidad se trata de una obra desafortunada. Por eso, «La comida del león» está muy por debajo del talento de De Curel, y por la misma razón la pieza «A las puertas del reino» (1895) está muy debajo del talento de Hamsun. 

En segundo lugar, el señor Lunacharski me reprochó un exceso de objetivismo en la exposición. Al parecer, estaba de acuerdo en que el manzano debe dar manzanas y el peral, peras. Pero hizo la observación de que entre los artistas que adoptan el punto de vista de la burguesía los hay vacilantes y que a ésos hay que convencerlos y no dejarlos sometidos a la fuerza espontánea de las influencias burguesas. 

Para mí, ese reproche es menos comprensible que el primero. En mi conferencia dije y demostré −así quisiera creerlo− que el arte contemporáneo se halla en decadencia [65]. Como causa de este fenómeno, ante el cual no puede permanecer indiferente ninguna persona que ame de verdad el arte, señalé la circunstancia de que la mayoría de los artistas actuales mantienen el punto de vista de la burguesía y son completamente refractarios a las grandes ideas emancipadoras de nuestra época, ¿Qué influencia, pregunto yo, puede tener esta indicación sobre los vacilantes? Si la indicación es convincente, entonces debe impulsarles a adoptar el punto de vista del proletariado. Y eso es todo lo que se le puede exigir a una conferencia dedicada a examinar el problema del arte, y no a exponer y defender los principios del socialismo. 

Aunque no en último lugar, el señor Lunacharski, que considera imposible demostrar la decadencia del arte burgués, cree que yo habría procedido de un modo mucho más racional si hubiese opuesto a los ideales burgueses un sistema armónico −me parece que ésa ha sido la expresión usada por él− de conceptos contrarios. Y comunicó a su auditorio que ese sistema será elaborado con el tiempo. Tal objeción rebasa ya definitivamente mi capacidad comprensiva. Si ese sistema ha de ser elaborado, es evidente que aún no existe. Y si no existe, ¿cómo podía oponerlo yo a las concepciones burguesas? El socialismo científico moderno constituye, sin duda, una teoría perfectamente armónica, con la ventaja, además, de que ya existe. Pero, como ya he dicho, sería sumamente extraño que yo, al ponerme a dictar una conferencia sobre «el arte y la vida social», me dedicase a exponer la teoría del socialismo científico moderno, por ejemplo, la de la plusvalía. Sólo es bueno lo que aparece en el momento oportuno y en el lugar que le corresponde». (Gueorgui Plejánov; El arte y la vida social, 1913)

Anotaciones de la edición:

[64] «No es el caprichoso antojo de un gusto exigente lo que nos sugiere el deseo de hallar valores estéticos originales, no sometidos a las vanidades de la moda ni a la imitación borreguil. El sueño creador de una belleza única e imperecedera, la imagen de la vida, la que «salvará al mundo», iluminando y regenerando a los descarriados y a los caídos, se nutre en la exigencia imprescriptible del espíritu humano de penetrar en los profundos arcanos de lo absoluto». (V. I. Speranski; El papel social de la filosofía, introducción, 1913)

Quienes razonan de este modo están obligados por la lógica a reconocer la existencia de un criterio absoluto de la belleza. Pero quienes así razonan son unos idealistas a carta cabal, mientras que yo me considero un materialista no menos cabal. No sólo no acepto la existencia de una «belleza única e imperecedera», sino que ni siquiera comprendo qué sentido se puede atribuir a las palabras «belleza única e imperecedera». Más aún. Estoy convencido de que ni los propios señores idealistas lo comprenden. Todas las disquisiciones acerca de semejante belleza no son sino pura «retórica».

[65] Me temo que también aquí pueda producirse una confusión. La expresión «en decadencia» es utilizada por mí, como era de esperar, en el sentido de todo un proceso y no de un fenómeno aislado. Este proceso no ha terminado aún, como tampoco ha terminado el proceso social de la caída del régimen burgués. Por eso, sería peregrino pensar que los actuales ideólogos burgueses son totalmente incapaces de producir obras destacadas. Tales obras, como es natural, también son posibles ahora. Pero las posibilidades de que aparezcan disminuyen fatalmente. Además, hasta las obras destacadas llevan ahora el sello de la época de decadencia. Tomemos como ejemplo, aunque sólo sea, la citada trinidad rusa: si el Sr. Filosófov no tiene nada de talento para nada, la Sra. Hippius tiene, en cambio, cierto talento artístico, y el Sr. Merezhkovski es incluso un artista de gran talento. Pero es fácil comprobar que su última novela «Alejandro I de Rusia» (1911), por ejemplo, ha sido echada a perder definitivamente por su manía religiosa, la cual es, a su vez, un fenómeno propio de una época de decadencia. En tales épocas, hasta los hombres de gran talento no dan todo lo que podrían dar si las condiciones sociales fueran más favorables.

 Anotaciones de Bitácora (M-L):

En cuanto al tema del decadentismo, Lunacharski siempre opinó en un sentido muy parecido a Plejánov. En una crítica al simbolista francés Maurice Maeterlinck dijo en una ocasión:

«Los decadentes son un producto natural de la sobreproducción del proletariado inteligente. Este es el arte de los perdedores. Miles de hijos de campesinos y artesanos arruinados son enviados desde las provincias a los grandes centros; estos miles de jóvenes a menudo no encuentran ingresos ni la oportunidad de recibir una educación completa; se apiñan en áticos, alimentados por el lujo inaccesible de los barrios ricos, sueñan con la fama, reemplazando su ausencia con una presunción inflada, y la ausencia de felicidad con alcohol y libertinaje barato. La bohemia siempre ha tenido tendencia a soñar y a enojarse, pero nunca ha habido tanta bohemia como la que hay hoy. Compitiendo entre sí, todos estos poetas, músicos, escultores y pintores intentan gritar y reoriginalizarse unos a otros ¡y qué flores silvestres del falso arte no surgen en este suelo insalubre, en esta atmósfera insalubre!

Aislado de la vida pública, privado de la alegría de ser, atormentado por el orgullo y la competencia, el artista proletario soñador inventó la decadencia con su hipertrofia de personalidad, extravagancias absurdas y a veces sucias, idealismo atrofiado y ensoñaciones vacías; inventó esta mezcla de intensa originalidad y melancolía de una criatura insatisfecha, y de repente los monstruos burgueses le extendieron los brazos: la adaptación mutua rápidamente comenzó a ocurrir, y una musa delgada, susurrando historias enfermizas, reinó sobre nuestro Parnaso.

No hay duda de que la decadencia es sumamente típica de todo lo moderno, como el llamado modernismo. Aunque a veces contiene elementos directamente opuestos a la lenta decadencia, todos los modernistas están, en un grado u otro, infectados con su espíritu de cementerio, o al menos le rindieron homenaje en su época». (Anatoli Lunacharski; Maurice Maeterlinck. Una experiencia de caracterización literaria, 1902)

En otra ocasión, recalcó lo siguiente sobre qué peligros comportó la irrupción del fenómeno del decadentismo en el arte moderno:

«La pintura debe estar exenta de ideas: ésta es la creencia de los pintores de nuestros días. La idea de «literarismo» arruina al pintor; es una invasión ilegal de un arte en el ámbito de otro. La pintura trata de colores, primero de formas, y luego el resto es una mezcla innecesaria, a veces dañina. En su entusiasmo, los defensores de «pintar por pintar» están incluso dispuestos a declarar que es perjudicial para un pintor ser un psicólogo profundo, un experto en la vida, un personaje original y, más aún, un filósofo. Los teóricos más inteligentes y moderados de la nueva dirección dirán: que todo esto lo tenga el pintor, pero eso no tiene nada que ver con la pintura como tal. ¿Importa si está escrito naranjas o melocotones? ¿Atardecer o amanecer? También le es indiferente el contenido pictórico de una imagen, ya sea que tenga o no contenido psicológico, moral, social o filosófico. ¿Cómo se hace esto? ¿Es agradable a la vista? ¿Cómo se planteó y resolvió el problema pictórico-técnico? (...) Vemos degeneración y decadencia en esto. De esto no se sigue que los degenerados y decadentes no puedan aportar nada nuevo o interesante en su campo. Pero el hecho de que ocupen una parte significativa del grupo artístico sugiere una profunda enfermedad en el arte, uno de cuyos síntomas es el deseo indispensable y absurdo incluso entre los artistas sanos de pasar por excéntricos enfermos». (Anatoli Lunacharski; Exposición de pinturas de la Unión de Artistas Rusos, 1907)

En realidad, por diversas razones, Plejánov mantuvo durante toda su vida varias polémicas con Lunacharski. Una de ellas se reflejó en el artículo «Nuestros intentos modernos de fundar religiones libres del elemento «sobrenatural» (1910), dedicado a cuando «el señor Lunacharski», sumándose al grupo de los llamados «constructores de Dios» −del cual también formó parte Gorki, Bazárov o Bogdánov−  difundió la idea de «una religión sin Dios», llegando a proclamar, por ejemplo, que «la religión es el sentimiento de conexión de un individuo con un principio superior», y por tanto, «el socialismo científico es la más religiosa de todas las religiones, y un verdadero demócrata es la persona más profundamente religiosa», siendo el revolucionario, según él, «la persona más profundamente religiosa». Huelga aclarar que años después, Lunacharski y Gorki agradecieron tanto a Plejánov como a Lenin por la ayuda prestada para escapar de tales teorizaciones místicas. 

Pese a un breve periodo de acercamiento a los bolcheviques, a partir de 1912 Plejánov desertó definitivamente al campo menchevique tanto en lo organizativo como en lo táctico, lo cual no pudo dejar de tener repercusiones en otros campos. En este sentido, era inevitable que dentro de sus grandes investigaciones esta cosmovisión menchevique del mundo se reflejase también en sus artículos de arte, llegando a autocensurar sus antiguas obras como denunció Lenin:

«El primer trabajo de Plejánov sobre Chernishévski fue publicado en 1890-1892 en forma de artículos en los fascículos 1 a 4 del boletín político y literario Sotsial-Demokrat. (…) Acerca de esta edición Lenin escribió: (…) «En su libro sobre Chernishévski, Plejánov ha apreciado plenamente la importancia de Chernishévski y aclarado su posición respecto de la teoría de Marx y Engels».  (…) En octubre de 1909, en la editorial «Shlpóvnik salió un nuevo libro de Plejánov acerca de Chernishévski sustancialmente revisado y aumentado. El libro fue escrito cuando Plejánov había pasado ya a las posiciones del menchevismo; en varias postulaciones importantes Plejánov abandona sus apreciaciones anteriores en lo concerniente a Chernishévski, vela el espíritu democrático revolucionario de éste, su intransigencia en la lucha contra el liberalismo, por la revolución campesina. No antes de octubre de 1909 y no más tarde de abril de 1911 leyó este libro Lenin, que hizo en el texto y en los márgenes varias acotaciones y observaciones. Lenin cotejó minuciosamente el texto del libro con el del primer artículo de Plejánov en «Sotsial-Demokrat» y señaló las importantes formulaciones que habían quedado intactas y las que habían sido modificadas en comparación con el texto del artículo». (Prefacio a «Obras completas», Tomo 52, Cuadernos filosóficos, 5 edición rusa)

Este proceso ambivalente entre el viejo Plejánov y el nuevo Plejánov lo resumió muy bien uno de los expertos soviéticos en Plejánov a la hora de explicar cómo, si bien su caída en el revisionismo afectó en no pocas ocasiones a sus evaluaciones estéticas, no supuso el fin de la creación de obras de valor de este:

«Lenin nunca identificó el oportunismo político de Plejánov con sus escritos filosófico-estéticos. En una carta a Gorki del 24 de marzo de 1908, Lenin observó que en el ámbito de la filosofía, en la lucha contra los machistas, «Plejánov, en el fondo, tiene toda la razón al estar contra ellos». Lenin subrayó firmemente la invalidez de los intentos de predicar viejas tonterías reaccionarias bajo el pretexto de criticar el oportunismo táctico de Plejánov. Tampoco hay que pasar por alto la complejidad de la evolución de las opiniones sociales de Plejánov. Incluso cuando ya era menchevique, Plejánov, para citar a Lenin, «ocupaba una posición especial y se apartó del menchevismo muchas veces». La evolución política de Plejánov hacia el menchevismo dio lugar a un fortalecimiento de los aspectos débiles de su estética y sin duda afectó a sus opiniones crítico-literarias. Sin embargo, la posición especial de Plejánov sobre estas cuestiones le permitió, incluso después de 1903, producir una serie de obras excelentes y expresar mucho valor en el ámbito de la filosofía y la teoría del arte y la literatura −los artículos «El drama francés y la pintura francesa del siglo XVIII desde el punto de vista sociológico» (1905), «El movimiento proletario y el arte burgués» (1905), «El arte y la vida social» (1913), «Henrik Ibsen» (1906), «La ideología de nuestro filisteo actual» (1908) y «Sobre el libro de D. V. Filosofov» (1909)−. Y durante este período es inevitable notar y apreciar debidamente su lucha por el materialismo en la estética, contra el naturalismo y la decadencia, por las tradiciones realistas progresistas y por el arte auténtico y figurativo». (Introducción de V. Shcherbina a las «Obras filosóficas escogidas», Tomo V, 1981)

Entre tanto, Lunacharski, continuó siendo un bolchevique que rompió progresivamente con las ideas filosóficas del empiriomonismo de Bogdánov, sin embargo, siempre guardó un gran respeto y admiración hacia Plejánov por sus diversos trabajos. En su obra «Plejánov como crítico literario» (1930), Lunacharski aseguró que, para él, este legó «la base de la crítica de arte marxista» y que toda desviación de su núcleo de análisis supone normalmente «un gran riesgo». Advirtió que si bien no había que buscar en sus textos unas «sagradas escrituras» e incluso con el tiempo es muy seguro que fuera obligatorio que «se revisen muchas cosas en el pensamiento de Plejánov», en lo fundamental consideró que lo más urgente no era retocar sus conclusiones artísticas sino difundirlas.

Según el testimonio de Lunacharski en su obra «Lenin y Plejánov» (1928) corrobora que Lenin también tuvo especial debilidad por Plejánov debido a su gran talento: «Lenin sentía una reverencia asombrosa por el talento de Plejánov». Tal es así, relató, que «durante mi época de trabajo bajo su dirección en Ginebra, tuve exactamente la impresión que, al condenar los errores políticos de Plejánov −su salida del bolchevismo−, Lenin, sin embargo, sigue considerándolo la mente socialista más notable de nuestro país y el líder ideológico más deseable de la clase obrera, si, por supuesto, volviera a el camino correcto». 

Esta «redención ideológica» nunca llegó, todo lo contrario, sin embargo, aun habiendo leído «El testamento político» (1918) de Plejánov, un panfleto escrito antes de morir y de contenido contrarrevolucionario de arriba y abajo, con todo, Lenin en «Una vez más acerca de los sindicatos» (1921) siguió proclamando que había que rescatar las mejores obras del viejo Plejánov: «Creo oportuno señalar para los jóvenes miembros del partido que no se puede ser un comunista consciente, de verdad, sin estudiar −precisamente estudiar− todo lo que escribió Plejánov sobre filosofía, pues es lo mejor de toda la literatura internacional del marxismo».  

Fuente: https://bitacoramarxistaleninista.blogspot.com/2024/10/plejanov-respondiendo-lunacharski-sobre.html#more

 

 


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