Noam
Chomsky
ALAI
AMLATINA, 23/09/2016.- En los últimos tiempos, hemos aprendido mucho
sobre la naturaleza del poder del Estado y las fuerzas que impulsan sus políticas,
además de aprender sobre un asunto estrechamente vinculado: el sutil y
diferenciado concepto de la transparencia.
La fuente
de la instrucción, por supuesto, es el conjunto de documentos referidos al
sistema de vigilancia de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA, por sus siglas
en inglés) dados a conocer por el valeroso luchador por la libertad, el señor
Edward J. Snowden, resumidos y analizados de gran forma por su colaborador
Glenn Greenwald en su nuevo libro No Place to Hide (Sin lugar donde esconderse).
Los
documentos revelan un notable proyecto destinado a exponer a la vigilancia del
Estado información vital acerca de toda persona que tenga la mala suerte de
caer en las garras del gigante, que viene a ser, en principio, toda persona
vinculada con la moderna sociedad digital.
Nada tan
ambicioso fue jamás imaginado por los profetas distópicos que describieron
escalofriantes sociedades totalitarias que nos esperaban.
No es un
detalle menor el hecho que el proyecto sea ejecutado en uno de los países más
libres del planeta y en radical violación de la Carta de Derechos de la
Constitución de Estados Unidos, que protege a los ciudadanos de persecuciones y
capturas sin motivo y garantiza la privacidad de sus individuos, de sus
hogares, sus documentos y pertenencias.
Por mucho
que los abogados del gobierno lo intenten, no hay forma de reconciliar estos
principios con el asalto a la población que revelan los documentos de Snowden.
También
vale la pena recordar que la defensa de los derechos fundamentales a la
privacidad contribuyó a provocar la revolución de independencia de esta nación.
En el siglo XVIII el tirano era el gobierno británico, que se arrogaba el
derecho de inmiscuirse en el hogar y en la vida de los colonos de estas
tierras. Hoy, es el propio gobierno de los propios ciudadanos estadounidenses
el que se arroga este derecho.
Todavía
hoy Gran Bretaña mantiene la misma postura que provocó la rebelión de los
colonos, aunque a una escala menor, pues el centro del poder se ha desplazado
en los asuntos internacionales. Según The Guardian y a partir de
documentos suministrados por Snowden, el gobierno británico ha solicitado a la
NSA analizar y retener todos los números de faxes y teléfonos celulares,
mensajes de correo electrónico y direcciones IP de ciudadanos británicos que
capture su red,
Sin duda
los ciudadanos británicos (como otros clientes internacionales) deben estar
encantados de saber que la NSA recibe o intercepta de manera rutinaria routers,
servidores y otros dispositivos computacionales exportados desde Estados Unidos
para poder implantar instrumentos de espionaje en sus máquinas, tal como lo
informa Greenwald en su libro.
Al tiempo
que el gigante satisface su curiosidad, cada cosa que cualquiera de nosotros
escribe en un teclado de computadora podría estar siendo enviado en este mismo
momento a las cada vez más enormes bases de datos del presidente Obama en Utah.
Por otra
parte y valiéndose de otros recursos, el constitucionalista de la Casa Blanca
parece decidido a demoler los fundamentos de nuestras libertades civiles,
haciendo que el principio básico de presunción de inocencia, que se remonta a
la Carta Magna de hace 800 años, ha sido echado al olvido desde hace mucho
tiempo.
Pero esa
no es la única violación a los principios éticos y legales básicos.
Recientemente, el New York Times informó sobre la angustia de un juez
federal que tenía que decidir si permitía o no que alimentaran por la fuerza a
un prisionero español en huelga de hambre, el que protestaba de esa forma
contra su encarcelamiento. No se expresó angustia alguna sobre el hecho de que
ese hombre lleva 12 años preso en Guantánamo sin haber sido juzgado jamás, otra
de las muchas víctimas del líder del mundo libre, quien reivindica el derecho
de mantener prisioneros sin cargos y someterlos a torturas.
Estas
revelaciones nos inducen a indagar más a fondo en la política del Estado y en
los factores que lo impulsan. La versión habitual que recibimos es que el
objetivo primario de dichas políticas es la seguridad y la defensa contra
nuestros enemigos.
Esa
doctrina nos obliga a formularnos algunas preguntas: ¿la seguridad de quién y
la defensa contra qué enemigos? Las respuestas ya han sido remarcadas, de forma
dramática, por las revelaciones de Snowden.
Las
actuales políticas están pensadas para proteger la autoridad estatal y los
poderes nacionales concentrados en unos pocos grupos, defendiéndolos contra un
enemigo muy temido: su propia población, que, claro, puede convertirse en un
gran peligro si no se controla debidamente.
Desde
hace tiempo se sabe que poseer información sobre un enemigo es esencial para
controlarlo. Obama tiene una serie de distinguidos predecesores en esta
práctica, aunque sus propias contribuciones han llegado a niveles sin precedentes,
como hoy sabemos gracias al trabajo de Snowden, Greenwald y algunos otros.
Para
defenderse del enemigo interno, el poder del Estado y el poder concentrado de
los grandes negocios privados, esas dos entidades deben mantenerse ocultas. Por
el contrario, el enemigo debe estar completamente expuesto a la vigilancia de
la autoridad del Estado.
Este
principio fue lúcidamente explicado años atrás por el intelectual y
especialista en políticas, el profesor Samuel P. Huntington, quien nos enseñó
que el poder se mantiene fuerte cuando permanece en la sombra; expuesto a la
luz, comienza a evaporarse.
El mismo
Huntington lo ilustró de una forma explícita. Según él, “es posible que
tengamos que vender [intervención directa o alguna otra forma de acción militar]
de tal forma que se cree la impresión errónea de que estamos combatiendo a la
Unión Soviética. Eso es lo que Estados Unidos ha venido haciendo desde la
doctrina Truman, ya desde el principio de la Guerra Fría”.
La
percepción de Huntington acerca del poder y de la política de Estado era a la
vez precisa y visionaria. Cuando escribió esas palabras, en 1981, el gobierno
de Ronald Reagan emprendía su guerra contra el terror, que pronto se convirtió
en una guerra terrorista, asesina y brutal, primero en América Central, la que
se extendió luego mucho más allá del sur de África, Asia y Medio Oriente.
Desde ese
día en adelante, para exportar la violencia y la subversión al extranjero, o
aplicar la represión y la violación de garantías individuales dentro de su
propio país, el poder del Estado ha buscado crear la impresión errónea de que
lo que estamos en realidad combatiendo es el terrorismo, aunque hay otras
opciones: capos de la droga, ulemas locos empeñados en tener armas nucleares y
otros ogros que, se nos dice una y otra vez, quieren atacarnos y destruirnos.
A lo
largo de todo el proceso, el principio básico es el mismo. El poder no se debe
exponer a la luz del día. Edward Snowden se ha convertido en el criminal más
buscado por no entender esta máxima inviolable.
En pocas
palabras, debe haber completa transparencia para la población pero ninguna para
los poderes que deben defenderse de ese terrible enemigo interno.
Traducción
de Jorge Majfud
URL de este artículo: http://www.alainet.org/es/articulo/180465
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