Publicado
por Francisco Umpiérrez Sánchez
lunes, 19 de marzo de 2018
El capitalismo está
cambiando a velocidad de vértigo y cada vez se muestra más superpoderoso. Y lo
está haciendo en su manifestación más externa, más aparente y más cercana. Pero
no separemos la apariencia del capitalismo de su esencia, no la veamos en su diferencia
sino en su igualdad. Recordemos entonces a Hegel cuando dice que la apariencia
es la esencia en la determinación del ser, esto, en su determinación
perceptiva. No sigamos representándonos la esencia del capitalismo en forma exclusiva como la contradicción que se
da en el seno del capital industrial entre capital y trabajo. Pensemos el
plusvalor como la cantidad de plustrabajo que genera el trabajo bajo todas las
formas del capital y que es apropiado por los capitalistas de las más diversas
formas. No sigamos atado a la noción de monopolio como aquella condición
económica donde con respecto a una determinada clase de producto hay una sola
empresa que la produce. Pensemos en los precios de monopolio como aquella
condición económica que se da en una empresa que produce su bien o servicio
para millones de consumidores y actúa en el mercado global. Pensemos que bajo
el dominio de la publicidad y el quehacer de los influencers en las redes
sociales el consumidor solo desea poseer una determinada clase de bien.
Comprendamos que las grandes marcas conocen la fidelidad de las grandes masas
sociales por sus productos, que su precio no corresponde a su valor, que está
por encima, y, por consiguiente, obtienen el plusvalor de una parte del salario
del consumidor. Igual que ocurre con el interés que paga un trabajador por el
crédito que pide para comprarse un automóvil o una vivienda: es parte de su
salario. Las grandes masas sociales están siendo enormemente explotadas no solo
en su trabajo, sino también cuando consumen. Por eso decía al principio que
deberíamos ver la esencia del capitalismo bajo la determinación del ser, esto
es, en su apariencia y manifestación externa, esto es, en el mercado.
Las grandes empresas
tecnológicas, Apple, Google, Microsoft, Amazon y Facebook, son las cinco
compañías más valiosas de la actualidad. Su revalorización bursátil es
sobrecogedora. Apple se ha revalorizado en un 46,11 % en 2017, Google en un 32
%, Microsoft en un 37 %, Amazon en un 56
%, y Facebook en un 53,6 %. Junto a las empresas financieras las empresas
tecnológicas están hegemonizando el poder de la globalización. Comparen esas
extremas revalorizaciones bursátiles con las raquíticas subidas salariales de
las grandes masas de la población mundial durante 2017 o con las pensiones.
Expresan de modo absolutamente explícito el enorme poder del capital sobre el
trabajo. Pero hay además un dato muy revelador: Facebook basa su negocio en la
publicidad. Y la publicidad constituye hoy
día una de las más destacadas herramientas en la formación de la
conciencia social. Luego su poder ideológico es inmenso.
Todas esas empresas
tienen que ver con el objeto y modo de consumo de las grandes masas de
población: los dispositivos móviles, los ordenadores, el uso de internet, el
comercio electrónico y la participación en redes sociales. De acuerdo con Marx
la percepción del objeto crea la necesidad del objeto. Pues bien, la publicidad
a través de las imágenes de los objetos no cesa de generar esa necesidad. Las
imágenes pertenecen al ámbito de la vida particular y no permiten que la gente
supere los marcos de la percepción. Las grandes marcas que a través de la
publicidad excitan la necesidad de las grandes masas sociales impiden el
desarrollo de la conciencia general. Y la conciencia general, la conciencia que
va más allá de la vida particular, es el único medio por el cual la gente se
puede pensar como clase social, como interés común, y nacer en ella la
necesidad de la rebelión contra el
estado de cosas existentes.
Dentro de las llamadas
redes sociales –sería adecuado llamarlas redes sociales capitalistas– cobran
especial importancia Facebook e Instagram. Facebook tiene 2.000 millones de
usuarios activos al mes, e Instagram 700 millones. La que crece de forma más acelerada
es Instagram. Es evidente que el poder de masas de estas redes sociales es
colosal. Es evidente igualmente que son monopolios y que su poder está por
encima de los Estados y más allá de ellos. Hablemos en especial de Instagram y
de cómo crea capitalismo. Piensen que el dinero es signo de trabajo. Piensen
además que si una persona ingresa más de 500.000 euros anuales, al no poder
gastarse toda esa suma en su consumo personal, el dinero restante, el ahorro,
se transforma en capital. Y el capital es el medio por el cual se succiona
trabajo ajeno. En Instagram hay unos protagonistas fundamentales: los
influencers. El objetivo principal de los influencers es ganar seguidores. Para
ello suben fotografías y videos de sus viajes, de sus casas, de su familia
incluido el perro, y de su cuerpo semidesnudo. No crean a Cristina Pedroche,
por ejemplo, cuando muestra su cuerpo desnudo y afirma que su cuerpo es suyo y
lo presenta como un acto de libertad. No lo hace como un acto de liberación y
mucho menos tiene el significado de una acción feminista, lo hace para aumentar
el número de sus seguidores. Con el aumento de sus seguidores en las redes
sociales, su cotización como prescriptora de las grandes marcas aumenta. Desde
que los influencers alcanzan la cifra de 250.000 seguidores su cotización
prescriptora ya ha alcanzado un buen nivel. Las grandes marcas empiezan a
fijarse en ellos y llegan a acuerdos publicitarios. Ahora cuando los
influencers suben una imagen, la acompañan con un post publicitario. Doy los
datos más escandalosos: Selena Gómez, con 123 millones de seguidores, ingresa
550.000 dólares por publicación, Kim Kardashian, con 101 millones de
seguidores, ingresa 500.000 dólares por publicación, y Cristiano Ronaldo, con
105 millones de seguidores, ingresa 400.000 euros por publicación. Pero ya teniendo 250.000
seguidores se puede ingresar entre 7.000 y 9.000 euros mensuales. Una bloguera
italiana llamada Priscila con solo 250.000 seguidores facturó 9 millones de
euros en 2017. Devastadora resulta esta
imagen del capitalismo. Sin trabajar, o trabajando muy poquito, hay personas,
como las mencionadas, que se hacen inmensamente ricos. Y el factor que lo hace
posible son los seguidores: las grandes masas de la población que viven
enajenadas: sin control consciente de lo que crean y sin poder sobre lo que
crean.
Pensemos solo en los 700
millones de usuarios de Instagram. No constituyen ninguna unidad. No están organizados. La unidad está en la
propia Instagram y en los influencers. Instagram no provee a los usuarios de un
valor de uso acabado: ofrece un espacio vacío. Son los millones de usuarios
quienes produciendo imágenes fotográficas y comentarios llenan ese espacio
vacío. Son los usuarios quienes hacen
que Instagram sea una realidad. Lo mismo sucede con Facebook. Estas
empresas dicen que su servicio es gratuito, pero no es así. En parte, porque
ofrecen solo un espacio vacío, y en parte, porque obliga a los usuarios a
consumir publicidad. Los usuarios de las redes sociales deberían sublevarse. No
deberían contribuir a fortalecer el capitalismo y a crear nuevos capitalistas.
Deberían organizarse. Deberían exigir derechos como usuarios. Como son los
principales productores de las redes sociales, deberían exigir a los
proveedores que una parte de la riqueza generada, aunque sea por vía
publicitaria, tuviera un destino social. No permitamos que las nuevas
tecnologías, un poderoso medio para producir personas más universales, produzca
la mayor enajenación de masas que ha creado la historia. La enajenación se produce
cuando aquello que se hace realidad por el concurso de las grandes masas
sociales, piénsese en los 2.000 millones de usuarios de Facebook, escapa a su
control consciente y terminan dominadas por dicha realidad.
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