Parásito & huésped[1]
A mis maestros
de la III generación del socialismo peruano
Vivo en conversación con los difuntos/
y escucho con mis ojos a los muertos.
Así escuchamos y bien leemos a don Francisco Gómez de Quevedo y Villegas (1580-1645). Pero… ¿es lógico ese modo de entender la relación
entre vivos y muertos? Para el pensar metafísico, que juzga los hechos,
estáticos y fragmentados, es absolutamente ilógico. Más para la lógica
dialéctica, esa manera de interactuar entre vivos y muertos, es completamente
natural.
Ver, escuchar, conversar, esto es, leer, tiene en el príncipe
de los líricos una connotación histórico-natural. Vista, oído y lengua. Tres
sentidos que superando la limitante (tacto) fusionan el pasado con el presente.
El hombre actual conversa (diálogo activo: preguntas y respuestas) con hombres de
otras épocas. Lo aparentemente absurdo se revela como inteligible
porque señala procesos ineludibles para la supervivencia de la especie (continuidad
en la discontinuidad de la progenie).
La vida se prolonga en los muertos porque los muertos
hablan a través de sus obras. Si repasamos la historia universal, observaremos
que el éxito de la especie humana reside en que se sirve del consejo de los
muertos. Desde tiempos inmemoriales el hombre avanza conversando y escuchando[2] a las generaciones extintas. La
lectura es un hecho activo y no pasivo. El
hombre conserva y niega algo de la palabra viva de los difuntos porque fecunda o
corrige sus “asuntos” o problemas actuales.
Pero, como esa relación, entre vivos y muertos, no es
cualquier plática ni mucho menos cualquier oída. Ponemos en escena la figura
literaria de parásito & huésped.
Todo parásito vive del huésped, en lo espiritual como en lo material,
una relación unidireccional de alimentación. Sin embargo, esa relación no
indica una prescindencia futura inevitable del parásito. La vida enseña que no
existe parásito sin huésped ni huésped sin parásito. Pues, ambos, son
absolutamente indispensables para un desarrollo social que se despliega en
medio de contradicciones y a través de
contradicciones.
Uno de los principios de la biología dice que la
evolución tiende hacia el aumento de la potencia reproductora. Hombre que se
deja matar fácilmente por bacterias o parásitos es un hombre mal adaptado, no
vive lo suficiente para reproducirse. Y una bacteria que mata a su huésped es
una bacteria mal adaptada, igualmente. Porque todo parásito que mata a su
huésped es un ser defectuoso. Cuando el huésped muere, él ha de morir también.
Los parásitos perfectos son los que pueden vivir del huésped sin matarlo. En el
mundo del capital, el burgués (parásito) vive del obrero (huésped). Y éste
parásito es imperfecto porque pretende liberarse del obrero. (La robótica,
sueño burgués para sustituir a los trabajadores. Pero, los robot no producen
plusvalía con lo que se valida un antinatural propósito burgués.) Se puede
prescindir del burgués y el obrero en un sistema productivo superior. Pero, no
se puede prescindir de la figura del parásito. En el mundo hay parásitos y
parásitos.
Veamos. En nuestro entorno existen parásitos que toman
estas observaciones con malos ojos. Atendamos la razón de la sin razón. Un
parásito sufre, se ofende y protesta porque otro parásito califica de parásito
al parásito de sus amores. ¿Es absurdo ese modo de proceder? ¡No! ¡Qué va! Todo
lo contrario ese proceder es hasta natural. Pero, aquí cabe hacer una
distinción. Al hombre masa las
pasiones lo estimulan hacia construcciones del porvenir o lo atan al pasado que
se niega a morir. Al hombre solitario,
enfermo de individualismo, las pasiones lo enceguecen, le nublan el
entendimiento y tuercen la razón. Donde hay dialéctica sólo ven metafísica.
Orden capitalista. Hombres y parásitos conviven con o
sin fines de lucro. Hombres y parásitos pugnan por la hegemonía sistémica.
Hombres y parásitos se distinguen en el trabajo y por el trabajo (unos trabajan
y otros viven del trabajo ajeno). Sin embargo, en la naturaleza como en la
sociedad, no todo parásito es una rémora ni toda rémora es un parásito, como
bien observa Gamaniel Guevara. Por ejemplo, si observamos la interacción
dialéctica, aprendizaje – enseñanza, todos, absolutamente todos, en algún
momento de nuestras vidas hemos sido o seguimos siendo parásitos de uno o
varios personajes que nos han antecedido en el andar. Todo parásito vive del
huésped. Los marxistas somos parásitos de los maestros de la clase obrera. Y
mientras no suelten amarras ni agarren vuelo propio no cesarán de vivir del huésped.
En la comunicación literaria o científica. El discurso
del parásito hace suyas (incorpora) las palabras (pensamiento, logros o
resultados de gestión) del huésped dentro de la arquitectura de su discurso
(elimínese las referencias bibliográficas y tendrán una alocución muy
“original”).
De otra
parte, con el concepto parásito ocurre lo mismo que con la acepción animal. Las
expresiones ¡Parásito! ¡Animal! caen como pedrada en el ojo. Y más de uno
reacciona con furor. Aquél furor
inconstante a que ingeniosamente hacia referencia don Francisco Gómez de
Quevedo: “Y aunque es verdad que la ira enfurece, furor arma ministrat, tómase por borrachera, pues emborracha la
cólera: así lo dice la frasi castellana: ‹‹borracho de cólera››.”[3] Así lo
dice, hoy, el galeno de combatientes en ciernes, con la serenidad y templanza que
el oficio le otorga: “Parásito &
Huésped, me parece de fina ironía terapéutica, aunque al ser leído por
quienes tienen un ego dilatado puedan sentir las pulsaciones de otra descarga
de adrenalina.”[4]
Y así lo dice, cualquier caminante que asume un tono reflexivo: ¡toda acción tiene su reacción! Reacción
que, para el caso, brota espontánea desde el alma del sujeto. El hábito de
sentirse superior choca brutalmente con expresiones que exhiben (muy a su
pesar) la naturaleza humana. Lo propio ocurre con las teorías que revolucionan
los campos del saber humano. A esas reacciones psicológicas se refería el maestro
Mariátegui cuando afirmaba lo siguiente: “El psicoanálisis era objetado, ante
todo, porque contrariaba y soliviantaba una espesa capa de sentimientos y
supersticiones. Sus afirmaciones sobre la subconciencia, y en especial sobre la
libido, inflingían a los hombres una humillación tan grave como la
experimentada con la teoría de Darwin y con el descubrimiento de Copérnico. A
la humillación biológica y a la humillación cosmológica, Freud podría haber
agregado un tercer precedente: el de la humillación ideológica, causada por el
materialismo económico…”[5] Lo
cierto es que a los hombres, fatuos o engreídos especimenes de la vida natural,
les resulta difícil digerir ambos conceptos como descripción de sí mismos. La
razón: el culto a la superioridad de la especie.
Todo concepto simboliza o
representa la materia dialéctica en el cerebro. Y, parásito como cualquier
concepto tiene su lado positivo (beneficioso o fecundo) como su lado negativo
(improductivo o dañino).
Al comenzar el siglo. Las pasiones salen a relucir
entre parásitos; pero, uno no es un vulgar piojo y el otro nada tiene que ver
con una molestosa ladilla. Pues, hay parásitos y parásitos. Unos, son indispensables para la vida
y salud del huésped. Verbigracia, Lenin y JCM fueron parásitos de Marx como
Einstein de Newton. Otros, en
cambio, son rémoras (carroñeros) que absorben la energía del huésped y, por
tanto, son desechables. Verbigracia, Kautsky o Bernstein, en algún momento de su actuación
política, involucionan renegando de las fuentes que les dieron vida. Pero, ¡cuidado!,
el parásito escolástico (Magíster Dixi) que se corresponde con el parásito intolerante
(los que reaccionan “con exceso contra
los que no se deciden a seguir, sin reservas, la misma vía”.[6])
son productivos no sólo como reactivos. Son productivos porque, como todo,
evolucionan (crecimiento intelectual). Y mientras éste crecimiento no se
transforme en involución seguirán siendo factor de desarrollo. Sólo así se
puede entender la actuación de Martínez de la Torre como la de Eudocio Ravines en
los aurorales años del socialismo peruano. Sólo así se puede entender que JCM,
pese a saber quien era quien o de qué pie cojeaban, propusiera a Ravines a la
Secretaria General del Partido Socialista y tolerara a Martínez como su
secretario personal.
Ahora bien. El
tránsito de parásito a huésped es un asunto de crecimiento intelectual. El
parásito durante un largo período, cuál crisálida, se va transformando en huésped; pero, el
potencial huésped, hasta el fin de sus días, seguirá sirviéndose de las fuentes
(como punto de apoyo) a las cuales debe su inspiración[7]. En este proceso
como “el pensamiento tiene una necesidad estricta de rumbo y objeto.” Y “pensar
bien es, en gran parte, una cuestión de dirección o de órbita.”[8]
El libre pensador está convencido de su autonomía conceptual. Pero,
contrariamente a lo que él piensa, parece ser gobernado por una ley natural. En
la relación entre voluntad y determinismo. El desarrollo del pensamiento, en
última instancia, se reduce a un problema de fe. Sólo el que cree puede
alcanzar nuevas cumbres. Stephen William Hawking cree a Einstein, y esa fue la base
de la superación de Einstein. Esa es la razón porque José Carlos recuerda las
palabras de Bernard Shaw: “Karl Marx hizo de mí un hombre; el socialismo hizo
de mí un hombre”.
La maestría de la pluma del cholo Vallejo relaciona ciencia,
sentido común y fe:
Confianza en el anteojo, nó en
el ojo;
en la escalera, nunca en el peldaño;
en el ala, nó en el ave
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.
en la escalera, nunca en el peldaño;
en el ala, nó en el ave
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.
Un barrista que le entra a comentarista con todo
derecho dice: “Es francamente una verdadera bajeza el comentario que reproduzco
abajo: su autor, fingiendo equilibrismo, suelta un insulto al camarada Ibarra,
a quien, repitiendo los insultos de García, llama «parásito». Verdaderamente
asqueante, absolutamente repudiable.” Pero, el
ojo no siempre tiene la razón. El ojo engaña, observa lo que desea observar. El
anteojo define, aclara, lo que el ojo no logra precisar. El ojo es al sentido
común, a la metafísica como procedimiento. El anteojo es al marxismo, a la
dialéctica como método.
Pero, ¿Qué sería si todo fuera unánime?
el mundo no sería dialéctico, pregunta y se responde, con
toda razón Jaime Lastra. Y agrega
con la perspicacia del que busca unir y no excluir: “Sabemos que la libertad de nuestros pensamientos
tiene el límite de la práctica social. Más nunca por ello el pensamiento
revolucionario se resigna a no pugnar por ser absolutamente libre.”[9] Por
cierto, el libre pensador cree
ciegamente en su autonomía conceptual. Y su libre albedrío[10],
contrariamente a lo que él supone, parece ser gobernado por una ley natural
que, a decir de los marxistas, lleva en sí misma la relación entre voluntad y
determinismo: la necesidad hecha conciencia.
Esta es la razón, de que la dialéctica subjetiva sea ciega si no obedece a la
conciencia de la necesidad. Y la conciencia de la necesidad es, el lado
revolucionario de la miseria, “la miseria conciente de su miseria espiritual y física, la deshumanización conciente de su
deshumanización” (La Sagrada familia).
Ser marxista es el que sigue el punto de vista, método
y posición de los fundadores del socialismo proletario. Ni más ni menos. Y, ser
marxista en el Perú es continuar la sinfonía inconclusa de José Carlos
Mariátegui. Es continuar su derrotero en el que sólo la dialéctica de la ortodoxia
dentro de la heterodoxia puede llevarnos a nuevas cumbres en el desarrollo del
marxismo (superación que conserva lo negado). ¡Ita est !
“¡Sierra de mi Perú, Perú del
mundo, y Perú al pie del orbe;
yo me adhiero!”
Enero -
Marzo 2008
Actualizada
20 Agosto 2010
Edgar
Bolaños Marín
[1] En octubre de 1991 un hato de estreñidos
escribanos estrenan Parásito &
Huésped, Revista de Cultura, Tacna – Perú. En su Editorial estampan éstas
premonitorias palabras: “pujamos entre los libros y sus fantasmas”. En aquél
entonces, su inspirador de rancio abolengo y lanar estirpe, don Segundo Urbano Cancino de Ticona y Morales, apenas balbuceaba y en su “media
lengua no se manifestaban los sonidos”. Compensando las carencias garabateaba
unas cuartillas, con la metafísica en la diestra. Y, ¿en la siniestra? Ese es
el cuento. Eyectaba, depositaba, evacuaba, su histriónico Editorial.
Acontecimiento que damos cuenta en ésta breve nota y que el aprendiz de diablo
con la cola corrige: “LECTOR, tú eres un incorregible huésped: ¡Bebe! ¡Lee!
¡Goza!” De tal modo, nuestro didáctico parásito muta su composición
químicamente pura en huésped y de huésped pasa a parásito y así hasta el fin de
los tiempos.
[3] Francisco Gómez de Quevedo, Ob. Tomo II,
Sevilla 1903, Pág. 112
[4] Correspondencia de Gamaniel Guevara, 2008.
[5] José Carlos Mariátegui, Defensa del Marxismo, Biblioteca Amauta, Lima-Perú, 1959, Pág. 69
[6] JCM, Amauta
Nº 20, Enero 1929, Necrología, Julio
Antonio Mella.
[7] En el verano de 1976 la salud de Mao Zedong se
fue deteriorando progresivamente. Los últimos meses de vida los pasó en cama y
rodeado de libros de marxismo en los cuales buscaba respuestas para los
problemas del socialismo en China.
[8] JCM, Defensa
del Marxismo, Tomo V, Pág. 105
[9] Carta
de Jaime Lastra a Miguel Aragón 04 feb 2008
[10] La burguesía considera la libertad y la
necesidad como conceptos que se excluyen y entiende libertad como
autodeterminación del espíritu, es decir, como libre albedrío, como la facultad
para obrar reflexiva y voluntariamente no determinada por las condiciones
exteriores. István Mészáros, en La Teoría
de la enajenación de Marx, observa que: “Libre albedrío es, hablando en
sentido estricto, una contradicción en los términos. Este concepto afirma un
objeto (en tanto lo define como ‘albedrío’ con el que algún objeto debe
relacionarse necesariamente) y simultáneamente niega su necesaria relación (al
llamar al albedrío “libre”) para poder encarar un ejercicio –ficticio- de este
mismo ‘libre albedrío’.” Al respecto, Swami
Vivekananda es de la misma opinión: "no puede haber una cosa llamada
libre albedrío; las mismas palabras son una contradicción”. John Locke
negó que la frase “libre albedrío” tenga sentido y Thomas Hobbes es aún más
lapidario: “es un discurso absurdo”.
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