10-03-2018
Desde la
II Guerra Mundial se fueron acumulando instituciones y reglas de gobernanza
(eufemismo de Gobierno Mundial) de forma más acelerada al calor de la
globalización en el cambio de siglo. El reconocido fracaso de la gobernanza
débil y fragmentada a la hora de implementar políticas eficaces a la altura de
los retos del presente, no deja otra opción de futuro que un Gobierno Mundial
de verdad. En lo que va de siglo XXI se ha alzado solicitándolo voces
crecientes y plurales, con mayor intensidad desde 2008.
Existen precedentes históricos que lo vienen demandando desde el humanismo de Dante a la Ilustración de Rousseau y Kant, a fin de asegurar la paz, la seguridad y los derechos humanos en el mundo. En el siglo XIX Marx va más allá, predica una revolución mundial que, mediante un periodo transitorio de carácter estatal y por tanto mundial, conduzca a una sociedad sin clases. En el siglo XX, Einstein pide una “autoridad política común para todos los países” que acabase con las guerras, valorando la idea naciente de los Estados Unidos de Europa, la Liga de Naciones y una ONU que le parecía insuficiente.
A partir de 1989, una serie de trabajos académicos y no académicos vuelven sobre el gran tema, una vez que desaparece la división del mundo en bloques irreconciliables. Talbot publica en 1992, “El nacimiento de la nación global”, siguiendo a Garner que ya reivindicaba en 1974, al rebufo del movimiento del 68, una federación mundial construida desde abajo. Después, en pleno auge del movimiento antiglobalización, Falk y Strauss escriben en 2001, para la revista Foreign Affairs su artículo “Hacia un parlamento mundial”, argumentando que al igual que se hizo con el New Deal hoy era primordial un Gobierno Mundial para “salvar el capitalismo”. En 2004, Jacques Attali profetizaba: “en 2050 habrá un Gobierno Mundial”. En 2005, Rajesh Tandon crea el Foro Democrático Mundial para promover una democracia mundial.
La crisis del 2008 comporta un nuevo impulso a la iniciativa pro-Gobierno Mundial, desarrollada al margen de los políticos de todas las ideologías (ubicados más bien en la corta duración), con alguna excepción. En octubre de 2008, el ex–primer ministro Gordon Brown plantea la urgencia de crear una “autoridad financiera global”. En diciembre de 2008, Rachman ex-miembro del Grupo Bilderberg, dice en Financial Times que: “por primera vez en mi vida, creo que la formación de una especie de gobierno mundial es posible”, pone la Unión Europea como ejemplo, reclama un Estado de Derecho Global y adelanta que el proceso será lento y doloroso. Cierto, lo está siendo.
El movimiento global de los indignados iniciado en 2011 supondrá otro punto de inflexión. Eduardo Punset, aplaude la rebelión de los indignados del 15M dos meses después de razonar las ventajas de un Gobierno Mundial. En julio de 2011, Joseph Deisss, Presidente de la Asamblea General de la ONU, asevera que “el movimiento de los indignados pone de relieve la necesidad de crear un gobierno económico mundial... representativo, eficaz y coherente”. En setiembre de 2011, ATTAC, el grupo más influyente del Foro Social Mundial (Porto Alegre), se plantea exigir un Gobierno Mundial que controle los desmanes de la globalización. En octubre de 2011, el Consejo Pontificio de Justicia y Paz propone asimismo, influido sin duda por la rebelión juvenil global, un Gobierno Mundial y un único Banco Central. En noviembre de 2011, será José Múgica, Presidente de la República del Uruguay, otro de los pocos (ex) políticos que se comprometen con la globalización política: urge una “Gobernanza mundial más equitativa y menos imperial”.
En 2015, será Bill Gates quien proclame que la ONU ha fracasado y precisamos un Gobierno Mundial para solucionar los problemas globales de la pobreza, el hambre y el cambio climático. Finalmente, en 2017, Stephen Hawking afirma -un siglo después de Einstein- al The Times que hay que crear un Gobierno Mundial “para que el avance tecnológico no pueda destruir la especie humana”, así como para enfrentarse al peligro de las guerras nucleares o biológicas. En resumen, un clamor diverso de voces complementarias de ideologías y países distintos que exigen más o menos lo mismo: un Gobierno Mundial elegido, junto con una Constitución y un Parlamento mundiales, que tengan por cometidos asegurar el control de los mercados y la nueva economía global y la salvaguardia de la paz, y apliquen políticas sociales y ambientales que rectifiquen de manera incluyente la globalización. Obviamente, como sucede con los Gobiernos estatales, regionales y locales, los programas de los hipotéticos y sucesivos gobiernos de ámbito global estarán marcados por los resultados obtenidos en las periódicas elecciones mundiales, a partir de un proceso constituyente para el que se proponen diferentes vías: iniciativa de la ONU, federación de países, Gobierno provisional… Todo a la vez, seguramente.
Hemos tratado de escapar tanto de la escatología como de la utopía, y basarnos en los datos de la realidad inmediata, aportando enfoque histórico y nuestra propia interpretación, partidaria de culminar política e institucionalmente las demandas múltiples de intelectuales y ex-políticos en favor de un Gobierno Mundial. Pero ¿cuándo tendremos una autoridad pública mundial elegida por los ciudadanos que neutralice fines indeseables como el caos, el autoritarismo y el terrorismo? Cuando no quede más remedio: los perjuicios se hagan intolerables y las personas que lo exijan se multipliquen desbordando los Estados nacionales, que siguen siendo quienes malamente marcan el paso (con permiso de los mercados) como en los siglos XIX y XX.
Es habitual referenciar hacia la mitad del siglo, en el año-fetiche de 2050, las proyecciones y prospecciones relativas a los avances y problemas que ponen en peligro el planeta y la propia humanidad. Ese difícil de saber, porque los males que nos acechan son palpables, adelantan a mucha velocidad y la vieja gobernanza se hace día a día más insuficiente. Puede ser antes o después, lo que sería una desgracia para millones de personas. Dependerá y mucho de cuándo se generen procesos reales y potentes de cambio global de tipo social y político. De manera que los que nos han gobernado hasta ahora de manera deslavazada, en favor de unos pocos, sin que nadie les hubiese votado, no lo puedan seguir haciendo.
No son pocas las amenazas en gran parte inéditas que nos hacen temer lo peor, mientras sigan mandado más o menos ocultamente los poderes fácticos económicos transnacionales: la (s) nueva (s) crisis económica (s), que agravará (n) las desigualdades sociales y espaciales que está engendrando la globalización; el “fin del trabajo” a causa de la robotización; el incremento demográfico y la crisis alimentaria; el hambre, la pobreza y las epidemias; el calentamiento global y la crisis ecológica; el agotamiento de las energías fósiles; los desplazamientos masivos de población emigrante y refugiada; terrorismo global, nuevas guerras y amenazas nucleares. De seguir así, vamos hacia la hecatombe. No somos pesimistas por sistema, pero lo feo de la realidad no se puede infravalorar, hay millones de vidas en juego.
Lo estamos viendo: ningún gobierno nacional, grupos de gobiernos o alianza de grandes potencias, puede hacer frente a los desafíos globales y neutralizar (en el supuesto que quisieran) los fines de la historia más dañinos. Como tantas veces en la historia, la solución no vendrá pues del orden establecido, vendrá de un desarrollo mayúsculo de la comunidad global crítica que se está formando, dentro y fuera de las redes sociales, de movimientos sociales y ONGs, científicos y académicos, miembros de instituciones internacionales, empresas tecnológicas vinculadas a Internet, Iglesias, países y regiones perjudicados por esta globalización desigual, opciones políticas de nuevo o viejo cuño que entiendan el mundo que vivimos desde un óptica sensible al sufrimiento y los derechos de todos los seres humanos y del medio natural. Sólo una democracia más joven, participativa, real y global hará posible el gran cambio: que la historia nos acompañe.
- Más información en http://cbarros.com/fines-de-la-historia-en-el-siglo-xxi/
Carlos Barros. Red Académica Internacional Historia a Debate.
Existen precedentes históricos que lo vienen demandando desde el humanismo de Dante a la Ilustración de Rousseau y Kant, a fin de asegurar la paz, la seguridad y los derechos humanos en el mundo. En el siglo XIX Marx va más allá, predica una revolución mundial que, mediante un periodo transitorio de carácter estatal y por tanto mundial, conduzca a una sociedad sin clases. En el siglo XX, Einstein pide una “autoridad política común para todos los países” que acabase con las guerras, valorando la idea naciente de los Estados Unidos de Europa, la Liga de Naciones y una ONU que le parecía insuficiente.
A partir de 1989, una serie de trabajos académicos y no académicos vuelven sobre el gran tema, una vez que desaparece la división del mundo en bloques irreconciliables. Talbot publica en 1992, “El nacimiento de la nación global”, siguiendo a Garner que ya reivindicaba en 1974, al rebufo del movimiento del 68, una federación mundial construida desde abajo. Después, en pleno auge del movimiento antiglobalización, Falk y Strauss escriben en 2001, para la revista Foreign Affairs su artículo “Hacia un parlamento mundial”, argumentando que al igual que se hizo con el New Deal hoy era primordial un Gobierno Mundial para “salvar el capitalismo”. En 2004, Jacques Attali profetizaba: “en 2050 habrá un Gobierno Mundial”. En 2005, Rajesh Tandon crea el Foro Democrático Mundial para promover una democracia mundial.
La crisis del 2008 comporta un nuevo impulso a la iniciativa pro-Gobierno Mundial, desarrollada al margen de los políticos de todas las ideologías (ubicados más bien en la corta duración), con alguna excepción. En octubre de 2008, el ex–primer ministro Gordon Brown plantea la urgencia de crear una “autoridad financiera global”. En diciembre de 2008, Rachman ex-miembro del Grupo Bilderberg, dice en Financial Times que: “por primera vez en mi vida, creo que la formación de una especie de gobierno mundial es posible”, pone la Unión Europea como ejemplo, reclama un Estado de Derecho Global y adelanta que el proceso será lento y doloroso. Cierto, lo está siendo.
El movimiento global de los indignados iniciado en 2011 supondrá otro punto de inflexión. Eduardo Punset, aplaude la rebelión de los indignados del 15M dos meses después de razonar las ventajas de un Gobierno Mundial. En julio de 2011, Joseph Deisss, Presidente de la Asamblea General de la ONU, asevera que “el movimiento de los indignados pone de relieve la necesidad de crear un gobierno económico mundial... representativo, eficaz y coherente”. En setiembre de 2011, ATTAC, el grupo más influyente del Foro Social Mundial (Porto Alegre), se plantea exigir un Gobierno Mundial que controle los desmanes de la globalización. En octubre de 2011, el Consejo Pontificio de Justicia y Paz propone asimismo, influido sin duda por la rebelión juvenil global, un Gobierno Mundial y un único Banco Central. En noviembre de 2011, será José Múgica, Presidente de la República del Uruguay, otro de los pocos (ex) políticos que se comprometen con la globalización política: urge una “Gobernanza mundial más equitativa y menos imperial”.
En 2015, será Bill Gates quien proclame que la ONU ha fracasado y precisamos un Gobierno Mundial para solucionar los problemas globales de la pobreza, el hambre y el cambio climático. Finalmente, en 2017, Stephen Hawking afirma -un siglo después de Einstein- al The Times que hay que crear un Gobierno Mundial “para que el avance tecnológico no pueda destruir la especie humana”, así como para enfrentarse al peligro de las guerras nucleares o biológicas. En resumen, un clamor diverso de voces complementarias de ideologías y países distintos que exigen más o menos lo mismo: un Gobierno Mundial elegido, junto con una Constitución y un Parlamento mundiales, que tengan por cometidos asegurar el control de los mercados y la nueva economía global y la salvaguardia de la paz, y apliquen políticas sociales y ambientales que rectifiquen de manera incluyente la globalización. Obviamente, como sucede con los Gobiernos estatales, regionales y locales, los programas de los hipotéticos y sucesivos gobiernos de ámbito global estarán marcados por los resultados obtenidos en las periódicas elecciones mundiales, a partir de un proceso constituyente para el que se proponen diferentes vías: iniciativa de la ONU, federación de países, Gobierno provisional… Todo a la vez, seguramente.
Hemos tratado de escapar tanto de la escatología como de la utopía, y basarnos en los datos de la realidad inmediata, aportando enfoque histórico y nuestra propia interpretación, partidaria de culminar política e institucionalmente las demandas múltiples de intelectuales y ex-políticos en favor de un Gobierno Mundial. Pero ¿cuándo tendremos una autoridad pública mundial elegida por los ciudadanos que neutralice fines indeseables como el caos, el autoritarismo y el terrorismo? Cuando no quede más remedio: los perjuicios se hagan intolerables y las personas que lo exijan se multipliquen desbordando los Estados nacionales, que siguen siendo quienes malamente marcan el paso (con permiso de los mercados) como en los siglos XIX y XX.
Es habitual referenciar hacia la mitad del siglo, en el año-fetiche de 2050, las proyecciones y prospecciones relativas a los avances y problemas que ponen en peligro el planeta y la propia humanidad. Ese difícil de saber, porque los males que nos acechan son palpables, adelantan a mucha velocidad y la vieja gobernanza se hace día a día más insuficiente. Puede ser antes o después, lo que sería una desgracia para millones de personas. Dependerá y mucho de cuándo se generen procesos reales y potentes de cambio global de tipo social y político. De manera que los que nos han gobernado hasta ahora de manera deslavazada, en favor de unos pocos, sin que nadie les hubiese votado, no lo puedan seguir haciendo.
No son pocas las amenazas en gran parte inéditas que nos hacen temer lo peor, mientras sigan mandado más o menos ocultamente los poderes fácticos económicos transnacionales: la (s) nueva (s) crisis económica (s), que agravará (n) las desigualdades sociales y espaciales que está engendrando la globalización; el “fin del trabajo” a causa de la robotización; el incremento demográfico y la crisis alimentaria; el hambre, la pobreza y las epidemias; el calentamiento global y la crisis ecológica; el agotamiento de las energías fósiles; los desplazamientos masivos de población emigrante y refugiada; terrorismo global, nuevas guerras y amenazas nucleares. De seguir así, vamos hacia la hecatombe. No somos pesimistas por sistema, pero lo feo de la realidad no se puede infravalorar, hay millones de vidas en juego.
Lo estamos viendo: ningún gobierno nacional, grupos de gobiernos o alianza de grandes potencias, puede hacer frente a los desafíos globales y neutralizar (en el supuesto que quisieran) los fines de la historia más dañinos. Como tantas veces en la historia, la solución no vendrá pues del orden establecido, vendrá de un desarrollo mayúsculo de la comunidad global crítica que se está formando, dentro y fuera de las redes sociales, de movimientos sociales y ONGs, científicos y académicos, miembros de instituciones internacionales, empresas tecnológicas vinculadas a Internet, Iglesias, países y regiones perjudicados por esta globalización desigual, opciones políticas de nuevo o viejo cuño que entiendan el mundo que vivimos desde un óptica sensible al sufrimiento y los derechos de todos los seres humanos y del medio natural. Sólo una democracia más joven, participativa, real y global hará posible el gran cambio: que la historia nos acompañe.
- Más información en http://cbarros.com/fines-de-la-historia-en-el-siglo-xxi/
Carlos Barros. Red Académica Internacional Historia a Debate.
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