16/04/2019
Tras la muerte de Mao Tse-Tung, en China se fue
instaurando lo que sus gobernantes comenzaron a denominar un modelo de
“socialismo de mercado”, lo que ha obligado a muchos economistas y analistas
políticos de todo el mundo a dilucidar en qué consiste y cómo éste le ha
permitido al gigante asiático erigirse como la mayor potencia económica, por
encima de aquellas que, como Estados Unidos, ocuparan desde mucho tiempo atrás
los primeros lugares en el sistema económico capitalista mundial, amenazando su
hegemonía.
En apariencia, este “socialismo de mercado” no
estaría contraviniendo los principios fundamentales del marxismo aunque se
evidencien al mismo tiempo unos crecientes grados de explotación, plusvalía y
desigualdad social que lo equiparan con el neoliberalismo capitalista. A ello
se añade el surgimiento de una clase privilegiada, integrada por la alta
burocracia del Estado y del Partido Comunista, lo que -a la luz de los teóricos
clásicos del socialismo- constituiría una desviación de los parámetros
revolucionarios tradicionales.
Como destaca Claudio Katz en su artículo China:
Un socio para no imitar, “toda la generación de ahijados del viejo
liderazgo comunista maneja las grandes compañías. Allí se concentra la nueva
élite. Basta observar que un tercio de los 800 individuos más ricos del país
son miembros del PCCH (Partido Comunista de China)”. Este último elemento es lo
que hace conjeturar a muchos analistas económicos que en la República Popular
China se produjo un renuevo capitalista, pero con unos ribetes propios, dada la
singularidad de su historia política o lo que algunos también llaman
“socialismo con características chinas”.
Este socialismo "con características
chinas" no deja de llamar la atención a nivel mundial gracias al
extraordinario desarrollo económico alcanzado desde 1978 cuando comenzaran las
reformas impulsadas bajo el liderazgo pragmático de Den Xiaoping, cuya frase
emblemática “no importa que el gato sea blanco o negro, mientras pueda cazar es
un buen gato” marcó el ascenso de su país como nueva potencia en el panorama
mundial. Si bien es cierto que el conjunto de reformas adoptadas en el terreno
de la economía auguraba una expansión del capitalismo neoliberal en el inmenso
territorio chino, facilitándole condiciones más lucrativas a las empresas que
allí funcionaran, el Estado mantuvo un control indiscutible de elementos
económicos fundamentales; diferenciándose en este aspecto de la ortodoxia
aplicada en la extinta Unión Soviética y las naciones bajo su órbita.
Sin embargo, en su artículo El “socialismo de
mercado” chino, Alejandro Teitelbaum refiere que “China, no constituye una
alternativa al neocolonialismo -económico, político y militar- practicado por
las grandes potencias occidentales, con USA a la cabeza, y sufrido por
numerosos países de todas las regiones del mundo, sino que es un relativamente
nuevo y poderoso actor -con características y estrategias específicas- en el
bando de las potencias neocoloniales. Dentro del cual se disputan zonas de
influencia y ámbitos económicos y financieros sobre el fondo de una cierta
convivencia pacífica basada en la necesidad de preservar el statu quo
capitalista a escala mundial”.
En el presente, con Xi Jinping se estableció
oficialmente adecuar los aportes teóricos de Karl Marx al contexto chino. Con
tal propósito, se impone el cumplimiento de una agenda durante los próximos
años, cuyo contenido, entre otras cosas, resalta el papel preponderante del
Partido Comunista de China sobre las fuerzas armadas y todo el proceso del
trabajo; así como la garantía que cada dimensión de la gobernanza esté basada
en la ley; un enfoque centrado en el pueblo, de modo que éste sea quien
administre la nación; la profundización de la reforma de una manera integral,
aumentando la calidad de vida, acompañada de una nueva visión para el
desarrollo, y la defensa del principio de "un país, dos sistemas", tendente
al logro de la reunificación nacional.
En el plano internacional, China promovería la
construcción de una comunidad de destino en la cual se inserte toda la
humanidad, sin que signifique asumir el rol imperialista de otras potencias,
cosa que la clase política de Estados Unidos ve con mucho recelo, desatando una
guerra comercial contra ésta a fin de contener su auge económico y preservar su
habitual hegemonía. Según la visión de los gobernantes chinos, la economía de
mercado sería un instrumento, no un fin en sí mismo, dotado de autonomía o
independencia frente al resto del conjunto social, como ocurre regularmente en
las naciones situadas en Occidente. Esto, sin embargo, no terminaría de
explicar el gran auge económico, tecnológico y militar que se observa en China
y que mantiene en expectativa a sus mayores competidores, resaltando Estados
Unidos entre los más destacados, mientras en algunas naciones de nuestra
América (entre ellas, Venezuela) se busca adoptar sus esquemas de crecimiento,
obviando todo lo referente al acervo cultural acumulado por dicho país, el cual
ha resultado ser un elemento primordial a la hora de colocarlo en el sitial que
ahora éste ocupa en el escenario internacional, incluyendo lo iniciado por Mao
Tse-Tung.
https://www.alainet.org/es/articulo/199355
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