Marcha/
Contrahegemonía
22-03-2016
Hoy
entendemos ya que el ciclo comandado por el capital financiero es
esencialmente: violencia. Incluso en estas tierras donde la violencia fue
atroz, constó largo tiempo entender que ese periodo terrible y oscuro que
comenzamos a atravesar a mediados de los ´70, no era obra de un grupo de
sádicos desequilibrados que decidieron organizarse en comandos para secuestrar,
torturar, robar niños, violar, matar, robar, corromper, atemorizar y un largo
etcétera. Es más, aún quienes insistimos siempre en que esa violencia era
producto y necesidad del sistema capitalista, no pudimos comprender hasta qué
punto esa violencia desgarradora, no sólo era una necesidad histórica de las
clases dominantes, sino que aún más profundamente, era parte del “adn” de la
nueva etapa de dominación que estaba asomando en el horizonte como un sol negro
que nos hundiría en la larga noche neoliberal. Desgarradora, vacua, fría y
sangrienta noche neoliberal.
Treinta mil desaparecidos después, pero también
luego de cinco mil gatillados por la policía, millones de pobres e indigentes,
varios miles de kilómetros cuadrados saqueados y arruinados para siempre,
espíritus y voluntades absolutamente vaciadas y quebradas, millones que no
saben de esperanzas, violencias estructurales que se clasifican y multiplican
como un muestrario de la catástrofe del capitalismo real: violencia familiar,
violencia sexual, violencia de género (todas estas violencias patriarcales que
se alían y complementan en el mapa de la dominación y desprecio), violencia
policial, violencia patronal, violencia vecinal, violencia clasista, violencia
imperialista, violencia guerrerista; violencias y más violencias. He aquí el
núcleo duro del capital financiero, su gen constitutivo.
Extracción de plusvalía, apropiación por
desposesión, consumo insultante, control minucioso, represión indiscriminada,
todos y cada uno de los elementos constitutivos del funcionamiento sistémico es
violencia sin más. Y a medida que avanza, se desarrolla y despliega esta etapa
del capitalismo, van quedando cada vez más a la vista, los cadáveres de
“aquellos que hoy yacen en el suelo” (Benjamin). Son inocultables. Quizás
incluso no quieren ocultarlos. Las clases dominantes ya sin razones
suficientes, sin posibilidades de consenso ante el festival de atrocidades que
presenciamos, han encontrado en el terror un método eficaz para la dominación.
El miedo hoy invade todo. Vivimos en sociedades controladas por el terror más
atroz y profundo a todo y a todos. Una trama ondulada de nodos terroríficos,
que se asoman y ocultan de modo indistinto, hacen del actual ordenamiento
social una densa red en la que todas quedamos atrapadas e inmovilizadas en el
terror.
Cuarenta años después de que el terror más
descarado se hiciera del poder estatal en Argentina, la fragmentación, la
desconfianza y la parálisis son moneda corriente. El miedo a todo y a todos ha
tomado nuestros cuerpos y lo sentimos cada vez que cruzamos un desconocido en
medio de una noche solitaria, o atravesamos un control policial, o un
desconocido nos pide un favor, o cuando vamos a comprar un faso al transa de la
otra cuadra, o cuando el árbitro echa a tres jugadores en el clásico del
barrio. Todo el tiempo la violencia está ahí, a punto de estallar, sostenida
por una compleja red de mafia institucionalizada, asentada sobre todo en las
policías, esas que se formaron, aprendieron, perfeccionaron y reproducen
cotidianamente el horror setentista. Las policías, estas narcos-policías
actuales, son la corporeidad de la violencia y el miedo que alguna vez
vistieron de verde, pero hoy buscan refugio en un azul oscuro y perverso. Esas
policías, son una versión zombie de esos comandos cívicos-militares que
asolaron nuestras calles, son la columna vertebral del nuevo modo de dominación,
que hoy en nuevos comandos cívicos-militares (narco-policiales) mantienen vivo
el miedo más atroz.
A cuatro décadas de aquella institucionalización de
la violencia descarnada, estamos asistiendo a un nuevo periodo de
profundización y visibilización altanera de la violencia clasista, racista y
machista, que como una revancha de clase festeja la posibilidad de mostrarse de
modo obsceno, sin los tapujos que el pseudo-progresismo intentó opacar, por
necesidad, pero también quizás por convicción. Hoy las manadas violentas que
entrenó y encumbró la última dictadura militar, están nuevamente al acecho
sedientas de venganza y sangre, y anuncian con luces y redoblantes sus planes
de disciplinamiento, control y represión para quienes se atrevan a decir que “ya
basta” de miedos e indignidades, que no estamos dispuestos a soportar esa vida
de mierda que quieren imponernos por todos los medios.
Quizás en momentos donde la Triple A, y el Comando
Libertadores de América, y la junta militar, y los Blaquier, y los Martinez de
Hoz y compañía hicieron de las suyas, a lo mejor, en aquel momento no podía
imaginarse el nivel de violencia que esta nueva etapa del capital sería capaz
de desplegar. Hoy, cuando ya existen numerosos y preocupantes signos de que las
manadas sedientas de sangre han vuelto a la luz con la obsenidad de quien se
sabe triunfante, nadie puede argumentar que fue tomado desprevenido. Hoy
quienes resistimos, tenemos que ponernos de pie frente al miedo que intenta
buscar nuevos escalafones, sabiendo que la violencia engendrada, practicada y
ejecutada metódicamente durante cuarenta años, está hoy buscando nuevos
horizontes. Resistir es la tarea. Con alegría, con dignidad, con entereza, pero
sin ingenuidades: resistir.
Sergio Job es Abogado (UNC), Doctor en Ciencias
Políticas (CEA-UNC), Diplomado en Seguridad Ciudadana (UBP), Profesor de
Sociología Jurídica en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales (UNC),
integrante del Colectivo de Investigación “El llano en llamas”. Militante del
Encuentro de Organizaciones – Córdoba
Fuente: http://contrahegemoniaweb.com.ar/tiempos-violentos-terrorismo-de-estado-y-capital-financiero/
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