Oumma
22-03-2016
Traducido
del francés para Rebelión por Caty R.
|
Sus innumerables detractores reprochaban a Vladimir
Putin haberse lanzado a una aventura bélica devastadora, criminal y perdida de
antemano. Profetizaron a Rusia, desde el otoño pasado, un hundimiento letal en
el barrizal sirio. Esos pájaros de mal agüero tendrán que morderse la lengua,
porque el presidente ruso acaba de administrarles una ducha fría en tres
lecciones.
Sin embargo los dirigentes rusos lo dijeron: la
intervención militar en siria se calibraría rígidamente. En primer lugar sería
corta. Ahora lo sabemos exactamente, cinco meses y medio. Muy poco para un
conflicto de semejante magnitud. Por otra parte la intervención dispondría de
medios drásticamente limitados, apenas tropas sobre el terreno y unos 60
aviones, es decir, menos del 5 % de la aviación militar rusa. Esta es la
primera lección de Vladimir Putin, que obviamente es una lección de eficacia
militar: Ustedes juzgarán mi actuación, ciertamente, pero lo harán apreciando
el resultado obtenido con respecto a la economía de medios. Compárenlo con los
efectos de 10 años de presencia militar occidental en Afganistán.
La segunda lección de Vladimir Putin es «política»
en el sentido noble del término. No es casualidad que Moscú anuncie su retirada
militar el día que se retoman las negociaciones intersirias bajo los auspicios
de la ONU. Desde siempre Rusia predica una solución política a la crisis porque
sabe que ni el Gobierno ni la oposición tienen medios para aplastar al
adversario. Desde ese punto de vista el anuncio del Kremlin acredita la
seriedad de Rusia al renovar su confianza en el enfoque político en detrimento
del enfoque militar. Al contrario que los occidentales Rusia puso su
intervención en Siria bajo la enseña del derecho internacional al responder a
la demanda de un Estado soberano. Rusia reiteró su fidelidad a la ley común de
las naciones privilegiando de forma espectacular la vía de la negociación hacia
una transición política.
Pero esta ahora se hará en condiciones inéditas. En
cinco meses y medio las fuerzas leales han reconquistado 10.000 km2, han
recuperado 400 ciudades y localidades y han puesto a la oposición armada a la
defensiva. El apoyo aéreo ruso ha permitido al Ejército Árabe Sirio recuperar
el control. Se han modernizado sus equipos, se ha revisado su estrategia y se
han mejorado sus tácticas. Desangrado desde hace mucho tiempo por los atentados
suicidas de los yihadistas, el ejército deja de agotarse persiguiendo al
enemigo. Él solo, por medio de audaces maniobras, le asedia durante meses o le
aturde a golpes de artillería pesada. Al mismo tiempo el Gobierno ofrece a los
combatientes arrepentidos, cansados tras cinco años de guerra, el beneficio de
un programa de reconciliación nacional en el marco de acuerdos locales a los
que la ampliación de la tregua sin duda dará esa oportunidad.
Además esta estrategia de reconquista conlleva un
tercer aspecto cuyos resultados apenas empiezan a notarse. Mientras lleva a
cabo negociaciones políticas con la oposición el Estado sirio se lanza,
militarmente, al asalto de los bastiones yihadistas. Ya que, a pesar de las
apariencias, no hay contradicción entre el anuncio de la retirada rusa y la
ofensiva siria sobre Palmira. Recuperando esta ciudad el Estado sirio haría una
doble demostración. En primer lugar lograría una victoria simbólica al arrancar
de las garras yihadistas esa joya del patrimonio mundial vergonzosamente entregada
al Estado Islámico por la coalición occidental. Y además esa reconquista
abriría al ejército sirio la ruta de Deir Ezzor, donde una brigada de élite
resiste desde 2014, y sobre todo la de Ragga, la capital siria del
pseudo-Estado Islámico y objetivo último de la ofensiva de los leales.
Lejos de ejercer una «presión» sobre Damasco, la
retirada rusa en realidad es la condición previa de una victoria de la nación
siria sobre los yihadistas de todos los pelajes. Es de la mayor importancia
para Siria que su liberación se deba a las fuerzas sirias y no a un cuerpo
expedicionario extranjero. A este respecto se ha visto que la retirada rusa ha
seguido el paso a la salida de los voluntarios iraníes, por otra parte poco
numerosos, al día siguiente de la victoria de los leales en el noroeste de
Alepo. Porque para Damasco las cosas están claras: ciertamente Siria necesita
aliados sólidos sin los cuales nunca ganaría una guerra. Pero el honor nacional
exige que lo esencial del esfuerzo de liberación, condición para la victoria
final, sea obra de las tropas sirias.
En efecto, ni en el plano político ni en el militar
podría imponerse una solución importada del extranjero. Rusia se retira tras
alcanzar sus objetivos. La intervención turca-saudí parece un petardo mojado.
Estados Unidos declaró su retirada desde hace mucho tiempo. Francia no hace
nada y habla sin decir nada. Y el resto del mundo asiste con avidez al
espectáculo del juego de los fracasos de Putin. A los perros guardianes
mediáticos les encantaría jurar lo contrario, pero es así: los aliados de
Damasco, con su retirada, no abandonan a su suerte a un régimen acorralado,
sino que toman nota de su voluntad de plantar cara y vencer, él solo, al Estado
Islámico y a Al-Qaida. En todo caso esa es la apuesta de Moscú. El tiempo dirá
si era una apuesta ganadora. Pero si dentro de tres meses la bandera siria
tiene dos estrellas verdes ondeando sobre Raqqa entonces la estrategia rusa
merecerá el calificativo de golpe maestro.
Bruno Guigue, en la actualidad profesor de
Filosofía, es titulado en Geopolítica por la École National d’Administration
(ENA), ensayista y autor de los siguientes libros: Aux origines du conflit
israélo-arabe, L’Economie solidaire, Faut-il brûler Lénine?, Proche-Orient:
la guerre des mots y Les raisons de l’esclavage, todos publicados por
L’Harmattan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario