01-03-2016
Traducido
para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
|
Introducción
Las elecciones presidenciales de 2016 poseen
algunas características peculiares que las desmarcan de la idea generalizada
sobre las prácticas políticas en Estados Unidos en el siglo XXI.
Es evidente que la maquinaria política establecida
-las direcciones de los partidos y quienes las respaldan en el mundo
empresarial- ha perdido (parcialmente) el control del proceso de nominación y
se enfrenta a la elección de candidatos “no-deseados” que están haciendo
campaña con programas y declaraciones que polarizan al electorado.
Pero se dan, además, otros factores más específicos
que han activado al electorado y se relacionan con la historia reciente de
EE.UU., que presagian y reflejan una recomposición de la política
estadounidense.
Este artículo esbozará estos cambios y sus
principales consecuencias para el futuro de la política estadounidense. Vamos a
examinar el modo en que afectan a cada uno de los grandes partidos.
El contexto de la recomposición dentro de las
políticas del Partido Demócrata
La “ascensión y caída” del presidente Obama ha
hecho mella en el atractivo de las “políticas de identidad”, modificando la
idea de que las “identidades” basadas en la etnia, la raza y el género podían
actuar sobre el poder del capital financiero (Wall Street), de los
militaristas, los sionistas y las autoridades del “Estado policial”. El
desencanto manifiesto expresado por los votantes hacia las “políticas de
identidad” ha abierto la puerta a las políticas de clase de un determinado
tipo.
El candidato Bernie Sanders apela directamente a
los intereses de clase de los trabajadores y empleados asalariados. Pero esa
“clase” surge dentro de una coyuntura de polarización electoral y, como
tal, no refleja una verdadera “polarización de clase” o un aumento de la lucha
de clases en las calles, las fábricas o las oficinas.
En realidad, la polarización electoral de la
“clase” es un reflejo de las recientes derrotas sindicales en Michigan,
Wisconsin y Ohio. La confederación de centrales sindicales (AFL-CIO)
prácticamente ha desaparecido como factor político y social y representa a
apenas un 7% de los trabajadores del sector privado. Los votantes de clase
trabajadora saben bien que los máximos dirigentes sindicales, que reciben una
media de 500.000 dólares al año como salario y complementos, están bien
acomodados en las máximas instancias del Partido Demócrata. Si bien es cierto
que los trabajadores y sindicatos locales respaldan activamente la campaña de
Sanders, lo hacen en tanto miembros de un movimiento electoral amorfo y
multiclasista y no como un “bloque obrero”.
El movimiento electoral de Sanders no ha surgido de
un movimiento social nacional: el movimiento pacifista está
prácticamente moribundo; los movimientos por los derechos civiles están
debilitados y fragmentados; el movimiento “Black Lives Matter” (Las vidas de
los negros importan) ha llegado a su cima y está en decadencia, mientras que
“Occupy Wall Street” es un recuerdo lejano.
En resumen, estos movimientos recientes aportan,
como mucho, algunos activistas y cierto impulso a la campaña de Sanders,
subrayando con su presencia algunos de los temas promovidos en ella.
En realidad, el movimiento electoral a favor de
Sanders no parte de movimientos de masas existentes sino que llena el vacío
político resultante de su ausencia. La insurgencia electoral refleja
el fracaso de los dirigentes sindicales aliados con los correspondientes
políticos demócratas así como la limitación de las tácticas de acción directa
de Black Lives Matter y Occupy Wall Street.
Como el movimiento electoral de Sanders no se
enfrenta de manera directa e inmediata a los beneficios capitalistas ni a
las asignaciones de presupuesto público, no se ha visto sujeto a la represión
del Estado. Las autoridades represivas calculan que el alboroto de actividad
electoral solo durará unos cuantos meses para desvanecerse posteriormente
dentro del partido demócrata o la apatía de los votantes. Además, se ve
limitado por el hecho de que las decenas de millones de seguidores de Sanders
están distribuidos por todos los estados sin concentrarse en ninguna región
particular.
Dicho movimiento electoral se nutre de cientos de
miles de luchas locales y sirve de expresión a la desafección de millones de
personas que quieren hacer oír sus agravios sin riesgo ni coste alguno (como
sucedería si perdieran el trabajo o sufrieran represión policial). Es un agudo
contraste con la represión en el lugar de trabajo o en las calles.
La polarización electoral refleja polarizaciones
sociales horizontales (de clase) y verticales (inherentes al propio
capitalismo).
Entre aquellos situados por debajo del 10% más
rico, y especialmente entre la clase media joven, la polarización política
favorece a Sanders. Los dirigentes sindicales, los miembros del Black
Congressional Caucus y el “establisment” latino apoyan la opción consagrada de
la élite política del Partido Demócrata: Hillary Clinton. Por otro lado, los
jóvenes latinos, las mujeres trabajadoras y las bases sindicales apoyan el
movimiento electoral insurgente. Algunos sectores significativos de la
población afroamericana, que no han conseguido progresar con el presidente
Obama (en realidad han retrocedido) o que han presenciado el aumento de la
represión policial bajo el mandato del “primer presidente negro”, están
uniéndose a la campaña insurgente. Millones de latinos, desencantados con sus
líderes vinculados a la élite Demócrata y que no han hecho nada para evitar las
deportaciones masivas con Obama, son una base potencial de apoyo para “Bernie”.
Sin embargo, el sector social más dinámico del
movimiento electoral de Sanders son los estudiantes, entusiasmados por su
programa de educación superior gratuita y el fin de la esclavitud de las deudas
post-graduación.
El malestar general de estos sectores encuentra su
expresión en la “sublevación respetable de la clase media”: una rebelión de los
votantes, que ha trasladado temporalmente hacia la izquierda el eje del debate
político dentro del Partido Demócrata.
La campaña de Sanders pone sobre la mesa asuntos
básicos de desigualdad social e injusticia racial en el sistema legal, político
y económico. Subraya la naturaleza oligárquica del sistema político (aunque
el movimiento liderado por Sanders pretenda utilizar las reglas del sistema
contra sus propietarios). Estas iniciativas no han tenido hasta ahora mucho
éxito dentro del aparato del Partido Demócrata, cuyos máximos dirigentes ya han
asignado cientos de los denominados “mega-delegados” “no elegidos” a Clinton, a
pesar de los triunfos de Sanders en las primeras primarias.
La propia fuerza del movimiento electoral posee una
debilidad estratégica: forma parte de su naturaleza unirse para las elecciones
y disolverse tras la votación.
La dirección de Sanders no se ha esforzado en
construir un movimiento social de masas de carácter nacional que pueda
continuar las luchas sociales y de clase durante y después de las elecciones.
De hecho, el compromiso de Sanders de apoyar a la dirección establecida del
Partido Demócrata si pierde la nominación ante Clinton producirá una profunda
desilusión entre sus seguidores y la quiebra del movimiento electoral. El
escenario para después de la convención, especialmente en caso de que los
“superdelegados” coronen a Clinton a pesar de la victoria popular de Sanders en
las primarias individuales, será muy perturbador.
Trump y la “sublevación de la derecha”
La campaña electoral de Trump se caracteriza por
muchos de los rasgos del movimiento populista-nacionalista latinoamericano. Al
igual que el peronismo argentino, combina proteccionismo y medidas económicas
nacionalistas que atraen a los fabricantes de tamaño mediano y pequeño y a los
obreros industriales desplazados con el “chovinismo de gran nación” populista
de derechas.
Todo ello queda reflejado en los ataques de Trump a
la “globalización”, similares al antiimperialismo peronista.
Por otra parte, los ataques de Trump a la minoría
musulmana de EE.UU. suponen un apenas disimulado guiño al fascismo clerical
ultraderechista.
Así como Perón se pronunciaba contra las
“oligarquías financieras” y la invasión de las “ideologías foráneas”, Trump
desdeña a las “élites” y denuncia la “invasión” de inmigrantes mexicanos.
El atractivo de Trump se basa en la profunda
indignación amorfa de la clase media descendente, que carece de ideología… pero
está llena de resentimiento por la caída de su estatus, el desmoronamiento de
su estabilidad y las familias afligidas por la droga (y si no, observen las
preocupaciones expresadas abiertamente por los votantes blancos en las
recientes primarias de New Hampshire).
Trump proyecta un poder personal a los obreros
enojados con los sindicatos impotentes, las organizaciones cívicas
desorganizadas y las asociaciones empresariales locales marginadas, incapaces
de responder al saqueo, el poder y la corrupción generalizada de los
estafadores financieros que se mueven entre Washington y Wall Street con total
impunidad.
Estas clases “populistas se entusiasman
indirectamente con el espectáculo de un Trump que grita y abofetea a los políticos
de carrera y a las élites económicas por igual, aunque alardee al mismo tiempo
de su triunfo como capitalista. Aprecian su desafío simbólico a la élite
política al tiempo que alardea de sus propias credenciales capitalistas.
Para muchos de sus seguidores suburbanos, es el
“Gran Moralizador”, que ocasionalmente comete meteduras de pata “perdonables”
por su exceso de celo, como un Oliver Cromwell grosero del siglo XXI.
En realidad, es posible que exista un componente
etno-religioso menos aparente en la campaña de Trump: su identidad de
blanco-anglosajón-protestante (WASP) es otro motivo de atracción para esos
mismos votantes, a causa de su aparente marginación. Estos “trumpistas” no
están ciegos ante el hecho de que no existe ningún juez wasp en el Tribunal
Supremo y apenas hay wasp entre las máximas autoridades económicas con
cargos en el Tesoro, el Sistema de Reserva Federal o las Cámaras de Comercio.
Aunque Trump no hace gala de su identidad, esta facilita la atracción de sus
votantes.
A los votantes wasp de Trump -que guardan un
silencio resentido por los rescates financieros a Wall Street y lo que perciben
como posiciones privilegiadas de católicos, judíos y afroamericanos en la
administración de Obama-, su condena pública y directa del presidente Bush por
mentir deliberadamente a la nación para justificar la invasión de Irak (con las
implicaciones que eso lleva de traición) les proporciona una razón más para
votarle.
El atractivo nacional-populista de Trump combina
con su militarismo belicoso y su autoritarismo de matón. Su aceptación pública
de la tortura y del control policial del Estado (“para combatir el terrorismo”)
le permite ganar el favor de la derecha pro-militar. Por otro lado, sus
proposiciones amistosas al presidente Putin (“un tipo duro con ganas de
enfrentarse a otro”) y su apoyo al fin del embargo a Cuba resultan atractivos
para las élites empresariales relacionadas con el comercio. Su llamamiento a la
retirada de tropas de Europa y Asia atrae a los votantes favorables a “crear
una fortaleza en Estados Unidos”, a la vez que sus declaraciones a favor de
“machacar a bombas” al Estado Islámico atrae a los extremistas nucleares.
Curiosamente, el apoyo de Trump a la Seguridad Social y Medicare, así como su
propuesta de cobertura médica para los indigentes y su reconocimiento abierto
de los servicios vitales de planificación familiar para las mujeres pobres,
atraen a los votantes más mayores, caritativos, conservadores e independientes.
Esta es la amalgama izquierda-derecha de Trump:
proteccionismo y alabanzas a los emprendedores, proclamas contra Wall Street y
a favor del capitalismo industrial, defensa de los obreros estadounidenses y
ataques a los trabajadores latinos y los inmigrantes musulmanes. Estas
propuestas han roto las fronteras tradicionales entre la política popular y la
derechista dentro del Partido Republicano.
El “trumpismo” no es una ideología
coherente, sino una mezcla volátil de “posturas improvisadas”, adaptadas para
atraer a los trabajadores marginados, a las clases medias resentidas (los wasp
dejados de lado) y, sobre todo, a quienes se sienten poco representados por los
republicanos de Wall Street y los demócratas liberales, basados en políticas
identitarias (negros, hispanos, mujeres y judíos).
El movimiento de Trump se basa en un culto a la
personalidad. Posee una inmensa capacidad para convocar mítines masivos sin
una organización de masas que le apoye ni una ideología social coherente. Su
fuerza radica en su espontaneidad, la novedad que representa y su hostilidad
manifiesta hacia las élites estratégicas.
Su debilidad fundamental es la carencia de una
organización que pueda sostenerse tras el proceso electoral. No existen apenas
cuadros ni militantes “trumpistas” entre sus fans. Si fracasa (o le deja fuera
de la nominación un candidato “de unidad” pergeñado por la dirección del
partido), su organización se disipará y se fragmentará. Pero si obtiene la
nominación republicana, conseguirá el apoyo de Wall Street, especialmente si es
para enfrentarse a la candidatura demócrata de Sanders. Si gana la elección
general y se convierte en presidente, procurará reforzar el poder ejecutivo y
encaminarse hacia una presidencia “bonapartista”.
Conclusión
El auge de un movimiento socialdemócrata en el seno
del Partido Demócrata y el advenimiento de un movimiento nacional-populista de
derechas en el seno del Partido republicano reflejan la fragmentación del
electorado y las profundas grietas verticales y horizontales que caracterizan
la estructura de etno-clase de EE.UU. Los analistas simplifican en exceso
cuando se refieren a esta sublevación como una expresión incoherente de la
“indignación”.
La disminución del poder de control de la élite del
establishment es producto del profundo resentimiento étnico y el profundo
resentimiento de clase de grupos anteriormente privilegiados que sufren una
movilidad descendente, de empresarios locales que experimentan la bancarrota
por causa de la “globalización” (imperialismo) y de ciudadanos indignados por
el poder del capital financiero (los bancos) y el control abrumador que ejercen
sobre Washington.
Es posible que la sublevación electoral de derechas
y de izquierdas se disipe, pero no sin antes haber plantado las semillas de una
transformación democrática o de un renacimiento nacionalista reaccionario.
Este texto puede reproducirse libremente siempre
que se haga en su totalidad y se nombre al autor, al traductor y a Rebelión
como fuente del mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario