Regina Crespo y Monika Meireles
ALAI
AMLATINA, 14/03/2016.- El ambiente de inestabilidad política y económica que se
vive hoy en Brasil ha alimentado una serie de discusiones y ha llevado a una
exacerbada polémica en cuanto a la evaluación de los rumbos del país, a partir
de la llegada del Partido de los Trabajadores (PT) a la presidencia (ocho años
bajo la batuta de Luis Inácio Lula da Silva y cinco con Dilma Rousseff). Hacer
un mapa, a grandes rasgos, de cómo los trece años de la política económica
llevada a cabo por el PT vienen siendo evaluados por la literatura económica es
un fructífero ejercicio, no sólo para razonar sobre las principales críticas al
ambiguo “modelo brasileño”, sino también para entender qué alternativas les
quedan a los países latinoamericanos en un contexto tan atribulado como el
actual.
En el
campo ortodoxo la voz parece ser unísona en la crítica a los rumbos adoptados
por el PT en la política económica. Para los defensores de la ortodoxia, tal
política nace de la fusión de la falta de preparación técnica con el
pragmatismo electorero y tuvo como único resultado el actual estancamiento con
repunte inflacionario de la economía brasileña, que el año pasado tuvo un
crecimiento negativo de 4.35% –según los datos previos del Banco Central– y
cuya proyección para el 2016 no es nada alentadora, esperándose la repetición
de la contracción económica.
Ahora
bien, en el espectro heterodoxo nos encontramos con lecturas absolutamente
disparejas, al punto de que es posible tener perspectivas tan contundentes como
opuestas. Por una parte, hay un grupo considerable de comentaristas que se
apresuran a etiquetar medidas como el aumento del gasto público en rubros
sociales como siendo netamente “populistas” o “neopopulistas”, una vez que
entienden que no hubo, concomitantemente al implemento de las políticas
sociales, un esfuerzo por cambiar a los cementos de la estructura productiva. O
sea, estos críticos señalan que efectivamente se generó un importante déficit
fiscal en pro de las inversiones en lo social, pero no hubo atrevimiento
suficiente para superar el modelo vigente, en el que las ganancias
extraordinarias de la banca son la tónica. Es más, según su visión, hubo poca
preocupación por articular una forma de crecimiento económico menos dependiente
de los resultados del sector productor de materias primas.
En el
otro extremo, encontramos aquellos comentaristas más entusiastas con la
política económica petista. Entre ellos, muchos son economistas
heterodoxos que transitaron de los pasillos académicos a los pasillos del poder
en Brasilia, categóricos al afirmar que el PT en el gobierno significó un
verdadero parteaguas en la historia del país. Para este grupo, la retomada del
rol del Estado en la economía y el sensible aumento del gasto social –como lo
demuestran los programas de transferencia monetaria condicionada como el Bolsa
Familia– representaron una ruptura fundamental, que llevó al combate a la
desigualdad en la distribución del ingreso y a una inédita disminución de la
pobreza. Estos autores defienden su posición con los portentosos indicadores
sociales del periodo petista, como la disminución del porcentaje de la
población viviendo en pobreza extrema, que era de 10% en 2001 y pasó a 4% en el
2013 (Banco Mundial, 2015); la reducción del hambre a niveles estadísticamente
insignificantes (FAO, 2014); y el aumento sistemático del salario mínimo
nacional por arriba de los niveles de inflación. Sin embargo, la polarización
entre las lecturas de lo que sería el “legado del PT” sigue flamante.
Aunque
haya disputa por caracterizar, en términos más amplios, el significado del lulismo
en la vida política nacional, en lo que se refiere a la periodización de la
conducción de la política económica petista parece existir un relativo
consenso, al hablarse de al menos cuatro grandes periodos: 1) la etapa de
continuidad parcial de la gestión macroeconómica llevada a cabo por el gobierno
de Fernando Henrique Cardoso, cuando Lula da Silva (2003-2010) mantuvo el
famoso “trípode macroeconómico” –compuesto por el régimen de objetivo de
inflación, la libre flotación del cambio y el contundente superávit fiscal – y
encargó a Henrique Meirelles, “especialista técnico” y “hombre de los mercados”,
la administración del Banco Central, que contaba con autonomía de hecho en
relación al poder ejecutivo; 2) el momento de bosquejo de una “nueva matriz
económica”, cuando, en 2012, en plena marcha del primer mandato de Dilma
Rousseff (2011-2014), el Ministro de Hacienda Guido Mantega, economista
heterodoxo que aún en el gobierno Lula sustituyó al más ortodoxo Antonio
Pallocci, explicitó la retomada de una estrategia de inspiración desarrollista
–con tasas de interés más bajas, intervención en el mercado cambiario buscando
una devaluación gradual del Real y el aumento del gasto fiscal– con el Estado
más presente y fungiendo como una especie de inductor del crecimiento
económico; 3) la fase de la austeridad, como respuesta brasileña a la crisis
económica y política nacional y a la tendencia al estancamiento de la economía
global inaugurada en el segundo mandato de Dilma (2015), fase que arrancó con
el nombramiento de Joaquim Levy –economista formado en la Universidad de
Chicago y antiguo colaborador del gobierno de Cardoso– quien dibujó el temido
ajuste fiscal en las cuentas públicas que todavía se implementa; y, finalmente,
4) el momento actual, marcado por la pugna entre la profundización de un modelo
genuinamente heterodoxo o el seguimiento del ajuste ortodoxo, en el cual hay
algo de “esperanza contenida” en la retomada de una ruta más desarrollista, con
la designación en diciembre último de Nelson Barbosa como nuevo Ministro de
Hacienda. Barbosa cuenta con estudios de posgrado por la New School
for Social Research y tiene una trayectoria académica de indudable
inclinación heterodoxa.
Los
grandes medios: embestida conservadora y desestabilización política
Cualquier
análisis de la coyuntura brasileña del año en curso invariablemente tendrá que
considerar eventos significativos del 2015 que todavía se arrastran, pendientes
de conclusión: el persistente estancamiento económico del país, de acuerdo a la
tendencia mundial, acompañado de una elevación del desempleo; el
deterioro de las cuentas públicas; la disminución de las inversiones
extranjeras y de los precios de las commodities producidas en Brasil; el
aumento de la tensión política, con un consecuente enfrentamiento entre las
clases sociales; la profusión de escándalos económico-políticos, algunos potenciados
y otros silenciados por los medios de comunicación y el intento de sectores de
la oposición de derecha de llevar a cabo el proceso de impeachment de la
presidenta Dilma Rousseff.
Sumemos a
esta lista tres hechos más: las olimpiadas, que ocurrirán en los meses de julio
y agosto y que pondrán nuevamente a Brasil bajo la mirada mundial; las
elecciones municipales en todo el país, en el mes de octubre, que seguramente
interferirán en el tablero político nacional y, finalmente, la incesante campaña
de agresión en contra del expresidente Luís Inácio Lula da Silva, potencial
candidato a las elecciones presidenciales de 2018. Tenemos, sin lugar a
dudas, un escenario complejo para 2016.
Vivimos un contexto mundial poco auspicioso, marcado, entre otros factores, por
una recuperación incipiente de la economía estadounidense y por la notoria
disminución de los niveles de crecimiento de la economía china. Curiosamente,
los grandes medios de comunicación brasileños (cadenas de radio, televisión y
periódicos concentradas en las manos de siete familias y defensoras de
intereses no necesariamente públicos), insisten en aislar el país del contexto
internacional e imputar todos sus problemas económicos a los gobiernos
petistas.
Sin considerar que, en un
contexto mundial recesivo, hay poco margen de maniobra para
cambios estructurales radicales con resultados positivos inmediatos, los medios
brasileños parecen suponer que la inestabilidad es un fenómeno
exclusivo de la realidad nacional. Peor, a su modo de ver, la única
alternativa de éxito para los brasileños [y la pregunta que no quiere callar es
¿para cuáles brasileños?] es la retomada de la ortodoxia. La máxima de
“apretar el cinturón” para enfrentar la turbulencia, tan popular en los años de
auge del neoliberalismo, fue rehabilitada. Por ello, la entrada de Levy,
al inicio del segundo período de Dilma Rousseff, fue celebrada por los medios y
simultáneamente criticada por varios sectores del PT, precisamente por
representar la retomada de una política económica alineada con la tendencia
global de austeridad. Por cierto, en el discurso oficial del gobierno tal
decisión fue presentada como la “necesidad irrefutable” de promover a la
“consolidación fiscal” y se implementó través del recorte en el presupuesto del
gasto en salud, educación y cultura. Asimismo, el gobierno lanzó la propuesta
de incremento de los ingresos tributarios buscando resucitar mecanismos
recaudatorios polémicos, sobre todo por su regresividad, como la Contribución
Provisoria sobre Movimientos Financieros (CPMF). La salida de Levy y la entrada
de Barbosa cambiaron el escenario. Sin embargo, el plan de Barbosa de retomar
el crecimiento, no aumentar las tasas de interés y penalizar menos a la
población ha sido tildado como una reedición de la "nueva matriz
económica" y, por lo tanto, destinado a ser un inevitable fracaso.
Lo que parece existir detrás
de estos juicios difundidos repetidamente por los medios no es solamente la
adopción de un editorialismo programático tendencioso, sino una descalificación
del pensamiento de orientación keynesiana, además de un evidente
desconocimiento del vivo debate de ideas que compone la teoría económica. Un
ejemplo de esta peculiar forma de comentario periodístico se encuentra en la
columna de Raquel Landim (en especial, la publicada en Folha de S. Paulo ,18/12/2015).
Para la comentarista, cualquier alusión a la retomada de la intervención
puntual del Estado en la economía es una especie de “manifestación de la
tendencia incontrolable al despilfarro de los recursos públicos” que domina el
quehacer de cualquier izquierda en el poder y jamás una medida anclada en la
tradición del pensamiento económico heterodoxo. La reconducción del país a un
sendero de desarrollo –dónde el gasto público se traduce en inclusión social, a
través de programas como el Bolsa Familia y la integración de la
población negra a la universidad, entre otros– no está suportada en
ninguna “superstición keynesiano-marxista” y menos aún en cualquier “chamanismo
bolivariano”, sino que en sólida ciencia económica. En una palabra, hay
racionalidad económica por detrás de la construcción de alternativas a las
políticas de austeridad, aunque sus adversarios en la gran prensa no lo
reconozcan de este modo.
No es únicamente en las columnas
de economía que no queda ninguna duda sobre cómo la acción de
los medios ha influido claramente como el diferencial de la balanza hacia la
adopción de una agenda con tintes más neoliberales. La defensa de tal agenda se
afianza en la implacable, pero tendenciosa, espada del combate a la corrupción.
El espacio que se ha dado, por ejemplo, a la llamada Operación Lava-jato, en
contra de esquemas de corrupción en la Petrobrás, va mucho más allá de la
supuesta tarea informativa. El claro intento de desestabilización política que
yace en la acción persecutoria del pseudo-periodismo de investigación pone a
las mayores empresas de comunicación de masa (y los sectores socioeconómicos
que representan) en un lugar privilegiado para influir en los rumbos del país.
Vale mencionar que no se trata de ser condescendiente con las graves denuncias
acerca de la idoneidad ética de políticos petistas o vinculados al gobierno,
sino de destacar cómo se viene cosiendo, a través de la cobertura de los medios
sobre el tema, una trama verdaderamente golpista. Incluso porque han optado por
una "cobertura selectiva", en la que escándalos tan o más graves,
asociados a los partidos de oposición, en especial al PSDB, muchas veces no son
ni siquiera divulgados.
Como dijimos, 2016 llegó para
incrementar el panorama de incertidumbres que viene asombrando los brasileños.
La acción de los grandes medios ha constituido un alimento cotidiano para el
crecimiento del pesimismo, la satanización del PT y de todas las iniciativas de
izquierda (que sí han cambiado el país), y para el aumento de la intolerancia y
el surgimiento de movimientos de extrema derecha. No nos queda duda que la
coyuntura internacional y la acción aciaga de la oposición y los medios tienen
un peso significativo en la situación económica doméstica. Sin embargo, no
podemos negar que la ruta errática que el gobierno de la presidenta Dilma
Rousseff viene adoptando en el enfrentamiento de todos los problemas económicos
y políticos que asolan el país no favorece ni a la recuperación económica ni a
la construcción de una agenda nacional, que movilice a los distintos sectores
sociales y económicos del país, que viabilice su permanencia en la ruta del
crecimiento con inclusión social y evite que Brasil se sumerja en la recesión.
Acompañemos sus próximos pasos.
Regina Crespo
Investigadora del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe
(CIALC-UNAM). E-mail: rcrespo@unam.mx.
Monika Meireles Investigadora
del Instituto de Investigaciones Económicas (IIEc-UNAM). E-mail: momeireles@iiec.unam.mx
Referencias:
Banco
Mundial, Prosperidad compartida y fin de la pobreza en América Latina y el
Caribe: Reseña, 2015. Disponible en: https://openknowledge.worldbank.org/bitstream/handle/10986/21751/Prosperida_Compartida_Resena.pdf?sequence=7
FAO, “O
estado da segurança alimentar e nutricional no Brasil. Um retrato
multidimensional”. Relatório, 2014. Disponible en: www.fao.org.br/download/SOFI_p.pdf
Landim,
R. “A volta da 'nova' matriz económica”, Folha de S. Paulo, 18/12/2015.
Artículo publicado en la
Revista América Latina en Movimiento: América Latina en la coyuntura mundial
03/03/2016
|
URL de este artículo: http://www.alainet.org/es/articulo/176055
No hay comentarios:
Publicar un comentario